Apéndice.
Una guía a los mundos perdidos de Robert E. Howard
Sin duda, uno de los temas predilectos de Robert E. Howard, uno de sus recursos literarios de mayor efecto consistió en presentar al lector el descubrimiento de innumerables razas y mundos perdidos, ruinas de antiguas civilizaciones, que incluso llegaba a combinar con algunos de sus otros recursos fantásticos habituales. Pocos autores han logrado transmitir al lector con tal intensidad la fascinación del hallazgo de templos, ruinas, ciudades que se remontan a la noche de los tiempos, un recurso narrativo que Howard dominó como pocos, y que repitió hasta la saciedad en toda su obra, hasta el punto de convertirse en una marca de fábrica tan característica en él como su fascinación por las razas o sus sempiternas explosiones de roja furia carmesí en el combate. A continuación, pasaremos revista brevemente a una gran parte de las civilizaciones perdidas que llegamos a descubrir gracias a su inigualable talento:
I - Prehistoria
Pasaremos un poco por encima de este apartado, debido a que supone una especie de redundancia. Es decir, Howard narró historias ambientadas en el alba de los tiempos, durante las llamadas Era Thuria y Era Hiboria, miles de años antes de la historia conocida, en las que, de por sí, ya suponen eras y civilizaciones olvidadas. Pues bien, esto no le bastó. En la saga de Kull, ambientada en la llamada Era Thuria, no muestra excesivo interés por descubrir razas perdidas, pero no hemos de olvidar que toda esa saga se desarrolla nada menos que en la Atlántida, la civilización perdida por excelencia. En la saga de Conan, no obstante, y a pesar de desarrollarse en otra era olvidada algo posterior, Howard no perdió ocasión de mostrarnos ecos de pasados anteriores incluso a dicha era. Ya en «The Tower of the Elephant» (marzo 1933) ofrece al lector ecos de un pasado anterior incluso a la Era Hiboria, pero en otras piezas posteriores, como «The pool of the Black One» o «Iron Shadows in the Moon», «The Slithering Shadow», «The Devil in Iron» o la magistral «Red Nails», el autor se explayó a fondo mostrándonos lugares que ya eran viejos en la era de Conan, lo cual no es poco decir.
Existe una tercera visión howardiana de las épocas anteriores a la historia conocida. Se trata de los recuerdos raciales de James Allison, el cual, al estilo del Vagabundo de las Estrellas de Jack London, posee la facultad de recordar vidas pasadas, la mayor parte de ellas en épocas ignotas, en las que el ser humano luchaba por su supervivencia en un entorno hostil. Algunas de las mejores piezas de este ciclo, como «The Garden of Fear», «Brachan the celt» o «The Tower of Time» muestran a su protagonista enfrentándose a los siniestros remanentes de una era anterior, pero es en «The Valley of the Worm», una obra maestra de la fantasía, donde Howard acierta a plasmar con toda su intensidad, la fascinación ante una civilización desaparecida.
II - Historia antigua
En las narraciones históricas de Howard, ambientadas en prácticamente cualquier período, desde las Cruzadas hasta la Gran Bretaña durante la ocupación romana, encontramos, por ejemplo, algunas excelentes de reinos y civilizaciones perdidas. Sin ir más lejos, en «Red Blades of Black Cathay» el autor nos muestra un reino que ya estaba perdido en la remota Edad Media: el legendario dominio del Preste Juan, acerca del cual se ha escrito durante casi mil años. Las sagas de Cormac Mac Art y Thurlogh O’Brien participan también en esta peculiar afición del tejano, o bien en forma de templos ancestrales o, como en el caso de «The Gods of Bal-Sagoth» de auténticas islas perdidas en las que sobreviven civilizaciones muy antiguas. Pero es en sus historias de piratas y de Solomon Kane donde estas aparecen con mayor profusión. En el primer caso aparecen en forma de ruinas misteriosas (por ejemplo, en «Black Vulmea’s Vengeance» o «The Shadow in the well»), pero en el segundo, en todo su esplendor. A lo largo de sus viajes por el África profunda, el puritano Solomon Kane se toparía con ciudades perdidas procedentes de los eones del tiempo, como Negari en «Moon of Skulls» o las mantenidas por los descendientes de pueblos pasados como en «Hawk of Basti» o «The children of Asshur» por no mencionar los asentamientos de vampiros y demás madrigueras de antiguos males.
III - Mundos perdidos contemporáneos a Howard
No obstante, el mundo perdido como recurso narrativo resulta mucho más eficaz cuando el protagonista que lo descubre procede de un estadio temporal similar al del lector. Esto es, a mayor antigüedad del personaje, menor efecto provoca en el lector el descubrimiento de una civilización perdida, mientras que, si el personaje protagonista vive en un mundo similar al del lector —o cuanto menos en su pasado relativamente reciente—, el resultado de este recurso literario tan querido por Howard resulta ser mucho más eficaz. Existen varias historias de esta índole ambientadas en el oeste americano, como la primera versión de «The Valley of the Lost» o «The Thunder Eider», que aúna las historias de recuerdos raciales con los de pueblos perdidos. No se trata de casos aislados. Algunos cuentos de Steve Allison, un joven cowboy que terminará de compañero de El Borak, presentan el descubrimiento de este tipo de lugares, e incluso «Spanish Gold on Devil Horse» juega con la fascinación de la búsqueda de un tesoro largo tiempo enterrado por parte de los españoles.
No obstante, el mayor efecto lo consiguió Howard con sus aventuras exóticas y orientales. Si en su saga de Kirby O’Donnell nos llevaba hasta templos malditos, erigidos a deidades tan malignas como desconocidas, o bien a ciudades prohibidas a los occidentales, su sucesor, Francis Xavier Gordon, «El Borak», logró un auténtico récord a la hora de encontrar vestigios, ruinas, templos y civilizaciones enteras que permanecían viviendo como hace varios miles de años. Si en «Khoda Khan’s Tale» nos llevaba hasta lo más profundo del África desconocida para encontrar las ruinas de Valusia, en «The Lost Valley of Iskander» y «The Land of Mystery» nos presentaba sendas civilizaciones perdidas, la primera descendiente de una antigua colonia macedonia y, la segunda, un trasunto de la Opar de Burroughs.
Parece evidente que el mejor lugar para encontrar este tipo de ciudades ha de ser, o bien en una isla sin cartografiar («The Gods of Bal-Sagoth», «The isle of eons», «The shadow in the well»…), o bien en lo más profundo de tierras exóticas, léase África o Asia. Si en África debe de encontrarse la nueva Eridu de «The Voice of El-Lil», en Asia se ubican algunas de las más fascinantes, o, cuanto menos, las que poseen un halo místico más pronunciado, como Yolgan en «The Daughter of Erlik Khan» o los émulos de Shangri-La que aparecen en «The Return of the Sorcerer» y «King of the Forgotten People». Cierto es que en todas estas historias se observa la influencia del maestro Talbot Mundy, un autor que fascinaba a Howard, pero resulta indudable que el tejano consiguió sacarles el máximo partido, trasladando al lector la fascinación del descubrimiento de tierras ignotas y de mundo olvidados.