Novela

En la noche de aquella luna 24,

llovieron en mi cama hojas de cielos marchitos.

A mi alma desprevenida le robaron las palabras.

Su cuerpo fue enterrado a sus pies en un libro.

Era la orden de un monarca.

En el alba de aquella luna 24,

la justicia del frío le cedió el aire de un árbol.

A su sombra, los trineos perdidos

adivinaban rastros de suspiros,

de lloros extraviados.

En su sombra se oía el silencio de los castillos.

En el día de aquella luna 24,

fue ajusticiada mi alma por la niebla

que un suicida lento de noviembre

había olvidado en mi estancia.

Era la última voluntad de un monarca.