Los ángeles sonámbulos

1

Pensad en aquella hora:

cuando se rebelaron contra un rey en tinieblas

los ojos invisibles de las alcobas.

Lo sabéis, lo sabéis. ¡Dejadme!

Si a lo largo de mí se abren grietas de nieve,

tumbas de aguas paradas

nebulosas de sueños oxidados,

echad la llave para siempre a vuestros párpados.

¿Qué queréis?

Ojos invisibles, grandes, atacan.

Púas incandescentes se hunden en los tabiques.

Ruedan pupilas muertas,

sábanas.

Un rey es un erizo de pestañas.

2

También,

también los oídos invisibles de las alcobas,

contra un rey en tinieblas.

Ya sabéis que mi boca es un pozo de nombres,

de números y letras difuntos.

Que los ecos se hastían sin mis palabras

y lo que jamás dije desprecia y odia al viento.

Nada tenéis que oír.

¡Dejadme!

Pero oídos se agrandan contra el pecho.

De escayola, fríos,

bajan a la garganta,

a los sótanos lentos de la sangre,

a los tubos de los huesos.

Un rey es un erizo sin secreto.