El ángel envidioso

Leñadoras son, ¡defiéndete!,

esas silbadoras hachas

que mueven mi lengua.

Hoces de los vientos malos,

¡alerta!,

que muerden mi alma.

Torre de desconfianza,

tú.

Tú, torre del oro, avara.

Ciega las ventanas.

O no, mira.

Hombres arrasados, fijos,

por las ciudades taladas.

Pregúntales.

O no, escucha.

Un cielo, verde de envidia,

rebosa mi boca y canta.

Yo, un cielo…

Ni escuches ni mires. Yo…

Ciega las ventanas.