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El conquistador que no conquista
En la primavera del año siguiente se presentó en la casa de la granja un agrimensor llamado Busoni. Este Busoni era un hombre joven aún, de veintiséis años, nacido en Trápani, con el pelo muy rizado, la tez cetrina, los labios gruesos y los ojos negros. Estaba muy satisfecho de sus ojos y de su dentadura, que tenía el brillo de la porcelana. Busoni andaba con un aire jactancioso, como hombre pagado de sí mismo. Le gustaba vestirse de blanco y acicalarse como una señorita.
Se preciaba de ser un conquistador, y creía poseer un poder misterioso y magnético en la mirada. Según decían, tenía varios libros, donde estudiaba una serie de procedimientos para fascinar.
Los procedimientos eran, sin duda, fantásticos; pero a veces obraban como reales.
Al parecer, Busoni había tenido varias novias, a quienes había abandonado.
El siciliano, además de ser un seductor, era un seductor a plazo fijo, porque avisaba a sus víctimas lo que les iba a pasar. «Serás mía. No te escaparás, aunque quieras». Y, al parecer, estas predicciones aturdían a las muchachas. Sin duda, tales avisos entraban dentro de su técnica fascinadora.
Busoni tenía que hacer trabajos de medición en la granja del Laberinto, y en los contornos, por algún tiempo.
Busoni no encontró entre las muchachas de las casas de labor por donde tuvo que trabajar ninguna lo bastante atrayente para impulsarle a emplear sus misteriosos recursos de seducción; pero al ver a Odilia, tan gallarda, tan alta y tan pomposa, sintió por ella un gran entusiasmo, y pensó que valía la pena de usar con ella todos los medios de la técnica fascinadora.
Ella no le concedió mucha importancia; a pesar de su mirada magnética y de su táctica fascinadora, el agrimensor le parecía poca cosa, y su tipo de berberisco no le hacía mucha gracia. Sin embargo, por entretenerse le dio esperanzas; pero luego se arrepintió y no le hizo caso.
Alfio se enteró de la clase de hombre que era Busoni y se lo dijo a Santa, para que ésta se lo comunicase a su prima Odilia.
Busoni era hombre violento, apasionado, egoísta y sensual; de pasiones ardientes, bilioso y de cóleras frías. Era hombre capaz de esperar años para vengarse; pero cuando llegaba a un arrebato de cólera, no podía contenerse. Llevaba siempre un puñal y una pistola.
Santa rogó a su prima que viera la manera de alejar a aquel hombre peligroso de allí despidiéndolo seriamente o marchándose ella al pueblo.
—¡Bah! No le tengo miedo —decía Odilia—; que se atreva conmigo. Veremos quién es más valiente.
—Pero ¿por qué no le desengañas de una vez?
—Si se lo he dicho, no una vez, sino muchas y no se convence. «Me ha de querer usted», contesta a todas mis observaciones.
Concluyó por entonces sus trabajos el siciliano, y fue a Roccanera, donde pasó un mes en otras fincas, trabajando en medir las tierras, y a principios de julio volvió a la granja del Laberinto a terminar unos trabajos.