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La canción del capitán Galardi
El capitán Galardi está sobre el puente contemplando el mar. La aurora comienza a sonreír en el cielo. Los marineros cantan al tirar de las cuerdas y preparan el barco para el viaje.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
El capitán Galardi ha dado la orden de marcha. Se ha elevado el ancla y la vela se ha hinchado suavemente con las ráfagas de aire.
El Argonauta va hacia el Sur cantando en voz baja, con alegría, su canción de barco velero; cruza por delante de las islas Eólicas, donde los griegos colocaron la morada de Eolo, dios de los vientos; pasa por la roca de Escila, monstruo extraordinario, de doce pies deformes y seis cabezas; recorre la corriente de Caribdis y se dispone a entrar en el mar Jónico. ¿Nos detendremos aquí?, preguntan los marineros. No, no; el camino es largo.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
El Argonauta ha marchado a la vista de la costa de Sicilia, por la tierra de los lestrigones, de los gigantes antropófagos, moradores de misteriosas cavernas; ha seguido por delante del Etna, volcán bicéfalo, coronado de humos, cárcel de rocas del gigante Encéfalo, hijo del Tártaro y de la Tierra; ha visto las llamas de las fraguas de Vulcano y el taller de los cíclopes. La tripulación ha dicho: descansaremos aquí. Veremos de cerca los cráteres del gran Mongibello. No, no; la ruta es larga.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
El Argonauta ha dejado atrás foros y anfiteatros, templos como el de Minerva, fuentes como la de Aretusa, ruinas ciclópeas, griegas y romanas, recuerdos de pasadas grandezas; estatuas de dioses y de diosas, jardines y palacios, que adornan la propincua costa.
¿No veremos todas esas maravillas? No, no. Falta mucho todavía.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
Al salir de Malta, donde naufragó San Pablo, el capitán Galardi se ha visto frente a frente con la tempestad. Ha luchado con las olas, con las ráfagas de viento, con los escollos cubiertos de espuma, con la lluvia, con el rayo…
Tener los peligros a derecha e izquierda, comprenderlos, medirlos, sortearlos y seguir adelante hasta dominarlos. Ése es el marino. Galardi ha luchado, ha vencido y ha llegado a la antigua Kerkena, de la pequeña Sirte, con el feliz augurio del arco iris.
El lugar es propicio para el reposo. No, no.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
Marchar siempre adelante, es ésa la vida; tener la ilusión puesta en lo venidero, aunque la experiencia nos demuestre con lo falible y lo ingrato de lo actual lo poco propicio del porvenir; soñar sobre la marchitez del presente la lozanía de lo futuro; vivir en la esperanza, siempre defraudada y siempre animosa.
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
En este viaje por los escollos de nuestra vida, cuando lleguemos, desnudos y miserables, al río del Averno y a las riberas de la laguna Estigia y veamos a Caronte preparando su barca para cruzar la onda negra, diremos al sombrío piloto como ahora:
¡Capitán! ¡Capitán! Ya es tiempo de partir.
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Galardi oyó esta canción de O’Neil, dedicada a él, y le chocó el carácter desesperado de los versos de Roberto.
«¿Por qué esta desesperación?», se preguntaba Galardi. «Él parece contento. No sé si tendrá algún motivo para estar triste».
Galardi no comprendía la queja metafísica y sin causa inmediata.