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Los campesinos

La vida en Roccanera no podía decirse que fuese ni muy suave ni muy amable.

Aunque en este tiempo la Calabria no tenía los caracteres de ferocidad y de barbarie con que antiguamente la pintaran, la existencia era allí dura, acre y apasionada.

La gente se manifestaba recelosa y poco inclinada a la sociedad. La desconfianza era general. Los odios entre las familias enemigas se perpetuaban con saña durante generaciones y las vendettas se hacían eternas como en Córcega.

En Roccanera no había justicia. Cierto que para los descontentos no hay justicia en ninguna parte y quizá sea verdad; pero, en fin, en algunos sitios hay una apariencia de justicia, y esto tranquiliza a las buenas almas, un poco pusilánimes.

Allí nadie respetaba a los magistrados; cosa que, como es natural, se consideraba de una inmoralidad subversiva. Para los hombres de un espíritu cínico y anárquico el magistrado casi siempre no es más que el perro de presa de la sociedad conservadora, un producto de barbarie y de agresividad, que merece el desprecio más que la estimación. Realmente, para ser juez o magistrado hay que tener o una gran petulancia o una gran estupidez.

Allí, en Roccanera, los asuntos más difíciles se arreglaban con dinero. Los perseguidos por la justicia, si tenían medios, los empleaban en comprar a los jueces, procuradores y abogados, que eran perfectamente venales; si no los tenían, se echaban al campo, vivían como salteadores, y cuando no podían más, emigraban.

El país había sufrido mucho desde la invasión francesa, y los aldeanos estaban acostumbrados al bandidaje. El echarse al campo era entre ellos una manifestación de la hombría, una protesta de la gente de corazón y de coraje contra la aplicación de la ley, casi siempre injusta. Los grandes ricos, dueños de extensos latifundios, eran todavía feudales, y los que decaían y se arruinaban dejaban sus tierras en manos de usureros y de comerciantes, no más generosos que los antiguos dueños.

Los curas tenían mucha influencia en el país, a pesar de que los campesinos, gente la mayoría lista, sutil y de gran agudeza y escepticismo, los despreciaban profundamente.

En el campo la gente vivía mal. Los grandes terratenientes querían ganar mucho y explotaban a los campesinos, sin freno, haciéndoles dormir en sitios malsanos, dándoles una comida deficiente, sin sal, harinas podridas y agua mala. Los ricos eran omnipotentes, hacían lo que querían, todos los resortes del Estado se hallaban en sus manos. Ellos ponían y quitaban a los empleados de Hacienda, lo que les permitía ocultar la riqueza al fisco; ellos tenían a sus órdenes a los jueces, a la policía y a los carabineros, y ellos influían en la Iglesia, aunque luego, a su vez, la Iglesia influyera en ellos.