Libro primero
El viaje de los hijos de Aitor
1
O’Neil dispone
Roberto O’Neil, que había seguido con inquietud los amores de donjuán con Odilia, dijo de pronto que pensaba hacer un viaje por las costas del Mediterráneo.
—Usted me acompañará —le advirtió a Galardi una noche.
—Yo tengo que hacer —murmuró el marino.
—No, usted me acompañará —replicó O’Neil con una energía en él poco habitual—. Conviene que me acompañe usted.
Galardi comprendió que O’Neil sabía lo que pasaba, y que quería alejarle de Odilia a toda costa, y bajó la cabeza.
—Convendría que la tripulación del Argonauta estuviera completa —añadió Roberto.
—Bueno, ya buscaré tres marineros más.
Galardi fue al puerto para encontrar los marineros y un contramaestre que sirviera para una travesía larga, y los encontró y los contrató.
Pintaron la goleta, limpiaron bien los camarotes, renovaron las velas y las pusieron hules verdes. Galardi examinó las maderas, ganchos, anillos y argollas; inspeccionó los fondos, puso lastre y el Argonauta quedó pronto listo para zarpar. O’Neil preguntó por cortesía al antiguo torrero Pica si quería hacer el viaje con ellos, y el torrero le dijo que no se había embarcado nunca y que la idea de embarcarse no le hacía la menor gracia.
O’Neil dijo en broma que iba a escribir un poema dedicado a Galardi; sería el éxodo de algunas colonias caucásicas del Ponto Euxino, del clan del patriarca Aitor, el hijo de la luna, común antepasado de vascos e irlandeses, y quizá de escandinavos. Estas gentes salían del Mar Negro e iban por todo el Mediterráneo, hasta el estrecho de Gibraltar; lo atravesaban, subían luego por las costas de la península ibérica, tocaban en el país vasco y de allí marchaban a Irlanda y a Escandinavia. Esto pasaría en tiempos de Sargón el antiguo, uno de los reyes conquistadores de Asiría.
Galardi escuchaba las explicaciones burlonas de O’Neil como un perro azotado, y Odilia manifestaba su mal humor profundo al ver que no se le invitaba para el viaje.
El día antes de la marcha le sorprendió a Roberto la actitud de Odilia.
—Ya sé que van ustedes a hacer un viaje largo en barco. ¿No me van ustedes a llevar a mí?
—No.
—¿Por qué? ¿Cree usted que tendría miedo?
—No, no; todo lo contrario.
—Es que no quiere usted que vaya.
—No, la verdad.
—Está bien —murmuró Odilia, furiosa—. No necesito saber más. ¿Me quedaré aquí o iré a mi casa?
—Lo que usted quiera.
Odilia se quedó enfurecida y pareció que iba a hacer preparativos de marcha; pero no se fue.
El día de la partida se acercaba.
El equipaje estaba constituido de este modo: Galardi, el patrón, capitán y piloto; Cayetano Malatesta contramaestre; Marcos el Chipriota, que le sustituiría en el timón, y después cinco hombres: Mateo, Pascual, Tonio, Arrighoni, Basilio, y el grumete Fortunato.
El embarque se verificó todavía de noche, a la luz de un farol. La canoa fue y volvió del embarcadero al Argonauta, llevando varios fardos, y al amanecer la goleta estaba en franquía.
El capitán dio sus órdenes, y se hicieron a la vela en dirección a Sicilia. El viento del Noroeste iba ocultando las estrellas y dejando el cielo negro.
—¡Adiós! ¡Adiós, Roccanera! —dijeron los marineros, saludando con la gorra—. ¡Adiós, barrio de La Marina! ¡Adiós, piedras del Laberinto! ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Quién sabe si os volveremos a ver!