9

La gente evitaba a Lilith. Ella sospechaba que la veían como una traidora o como una bomba de relojería.

Estaba contenta de que la dejasen sola. Ahajas y Dichaan le preguntaron si quería irse a casa con ellos cuando se marcharon, pero ella declinó la oferta. Quería quedarse en un ambiente terrestre hasta que se fuese a la Tierra. Quería quedarse con seres humanos, aunque por el momento no los amase nada.

Cortaba leña para el fuego, recogía frutas silvestres para las comidas o para ir picando, incluso pescaba peces, probando un método sobre el que había leído: pasó horas anudando tallos de hierbas fuertes y pedacitos de caña, construyendo un largo y suelto cono, a cuyo interior podían entrar nadando los pequeños peces, pero del que no podían salir. Pescaba en los arroyos que fluían al río y, al cabo, era ella quien suministraba la mayor parte de los peces que comía el grupo. Experimentó ahumándolos, y obtuvo unos resultados excepcionalmente buenos. Nadie rechazaba los peces porque fuera ella quien los había pescado. Por otra parte, nadie le preguntaba cómo había hecho las trampas para peces…, así que ella tampoco se lo explicó. No hizo más de maestra, a menos de que alguien viniera a hacerle preguntas. Esto era más doloroso para ella que para los oankali, porque había descubierto que le encantaba enseñar. Pero le resultaba mucho más gratificante enseñar a un estudiante voluntario que a una docena de resentidos.

Finalmente, la gente comenzó a acercársele de nuevo. Una poca gente. Allison, Wray y Leah, Victor… Al fin, compartió sus conocimientos sobre trampas para peces con Wray. Tate la evitaba, quizá para complacer a Gabriel, quizá porque había adoptado la forma de pensar de él. Lilith la echaba a faltar, porque Tate había sido una amiga, pero de algún modo no podía estar disgustada con ella. Y no había otra amiga íntima para ocupar el lugar de Tate. Incluso la gente que venía a ella con preguntas no se fiaba de ella. Sólo estaba Nikanj.

Nikanj jamás trataba de hacerle cambiar de comportamiento. Tenía la sensación de que él nunca objetaría a nada que ella hiciera, a menos que empezase a hacer daño a la gente. Por la noche, ella yacía con él y con sus compañeros, y la complacía del mismo modo que lo había hecho antes de conocer a Joseph. Al principio no era esto lo que ella quería, pero al fin había acabado por apreciarlo.

Entonces se dio cuenta de que era capaz de tocar de nuevo a un hombre y hallar placer en ello.

—¿Tan ansioso estás por aparearme con algún otro? —le preguntó a Nikanj. Ese día le había entregado a Victor una brazada de esquejes de mandioca para plantar y se había sentido sorprendida, y brevemente complacida, al notar el tacto de su mano, tan cálida como la de ella.

—Eres libre de buscar otro compañero —le dijo Nikanj—. Pronto Despertaremos a otros humanos. Quiero que te sientas libre de escoger o no a otro.

—Dijiste que pronto seríamos puestos en la Tierra.

—Dejaste de enseñar y la gente está aprendiendo más lentamente, pero creo que pronto estarán dispuestos. —Antes de que pudiera seguir haciéndole preguntas, otros ooloi lo llamaron para que fuese a nadar con ellos. Eso probablemente significaba que iba a dejar por un tiempo el terreno de entrenamiento. A los ooloi les gustaba emplear las salidas subacuáticas siempre que podían; siempre que no estaban guiando humanos.

Lilith miró en derredor del campo y no vio nada que quisiese hacer ese día. Envolvió pescado ahumado y mandioca asada en hojas de plátano y lo puso todo en uno de sus cestos con unos plátanos. Vagabundearía un poco. Y posiblemente luego regresase con algo útil.

Era tarde cuando inició la vuelta, con el cesto lleno de unas vainas que daban una pulpa casi tan dulce como el caramelo, y un fruto de palma que había podido cortar de un árbol pequeño con su machete. Las vainas, inga se llamaban, iban a encantar a la gente. Y a Lilith no le gustaba demasiado aquel fruto de palma, pero a otros sí.

Caminaba rápidamente, sin deseos de encontrarse en medio de la selva cuando se hiciese oscuro. Pensó que, probablemente, sabría hallar el camino de vuelta a casa en la oscuridad, pero no deseaba tener que hacerlo. Los oankali habían hecho aquella jungla demasiado real. Sólo ellos eran invulnerables a las cosas cuyas picaduras, mordiscos o aguzadas espinas resultaban mortíferas.

Era ya casi demasiado oscuro para ver bajo la cúpula verde cuando llegó al poblado.

Y, sin embargo, en el poblado sólo había un fuego. Ésta era la hora de cocinar, hablar, hacer cestos, redes y otras pequeñas cosas que podían ser hechas automáticamente, mientras la gente disfrutaba de la compañía de los otros. Pero sólo había un fuego, y una única persona cerca del mismo.

Cuando llegó junto a la fogata la persona se puso en pie, y vio que era Nikanj. No había señales de nadie más.

Lilith dejó caer su cesto y corrió los últimos pasos hasta el campamento.

—¿Dónde están? —preguntó—. ¿Por qué no fue alguien a buscarme?

—Tu amiga Tate dice que siente mucho el modo en que se comportó —dijo Nikanj—. Quería hablar contigo; dijo que lo hubiese hecho en los próximos días. Pero resultó que no tuvo más días aquí.

—¿Dónde está?

—Kahguyaht le ha incrementado la memoria, tal como yo hice contigo. Cree que eso la ayudará a sobrevivir en la Tierra y ayudará a los otros humanos.

—Pero… —Se le acercó, agitando la cabeza—. ¿Qué hay de mí? Hice todo lo que me pedisteis, no le hice daño a nadie… ¿Por qué estoy aún aquí?

—Para salvar tu vida. —Tomó su mano—. Hoy me llamaron a reunión para contarme las amenazas que han sido hechas en contra de ti. Ya había oído la mayor parte de ellas. Lilith…, hubieras acabado como Joseph.

Ella negó con la cabeza. Nadie la había amenazado directamente. La mayor parte de la gente tenía miedo de ella.

—Hubieras muerto —repitió Nikanj—. Dado que no nos pueden matar a nosotros, te hubiesen matado a ti.

Ella le maldijo, negándose a creerle, aunque, a otro nivel, sabiéndolo, creyéndolo. Le echó las culpas, lo odió y lloró.

—¡Podrías haber esperado! —dijo, finalmente—. Podrías haberme llamado de vuelta antes de que ellos se fuesen.

—Lo siento —dijo él.

—¿Por qué no me llamaste? ¿Por qué?

Él anudó sus tentáculos del cuerpo y la cabeza, angustiado.

—Podrías haber reaccionado de muy mala manera. Con tu fuerza, podrías haber hecho daño, quizá matado a alguien. Podrías haberte ganado un lugar al lado de Curt. —Relajó los nudos y dejó caer inertes sus tentáculos—. Joseph ha desaparecido. No quise correr el riesgo de perderte también a ti.

Y ella no pudo seguir odiándolo. Sus palabras le recordaban demasiado sus propios pensamientos cuando se había tendido para ayudarle, a pesar de lo que los humanos pudieran pensar de ella.

Fue a uno de los troncos cortados que servían como asientos en torno al fuego y se sentó.

—¿Cuánto tiempo tendré que estar aquí? —susurró—. ¿Alguna vez sueltan al chivo expiatorio?

Nikanj se situó al lado de Lilith, incómodo, deseando doblarse en su posición de sentado pero no hallando en el tronco bastante sitio como para mantener el equilibrio.

—Tu gente escapará de nosotros en cuanto llegue a la Tierra —le dijo—. Lo sabes. Tú les animaste a hacerlo…, y, naturalmente, lo esperábamos. Les diremos que tomen lo que quieran del campamento y que se marchen. De lo contrario podrían escaparse con menos de lo que necesiten para sobrevivir. Y les diremos que recibiremos con los brazos abiertos a los que quieran volver. A todos. A cualquiera. Cuando ellos quieran volver.

Lilith suspiró.

—¡Que el cielo ayude a cualquiera que lo intente!

—¿Crees que será un error decírselo?

—¿Para qué te molestas en preguntarme lo que pienso?

—Quiero saberlo.

Miró al fuego, se levantó y tiró dentro un tronquito. No volvería a hacer esto en el próximo futuro. No vería fogatas ni recolectaría inga o frutos de palma, ni pescaría un pez…

—¿Lilith?

—¿Queréis que vuelvan?

—Al final volverán. Es preciso.

—A menos que se maten unos a otros.

Silencio.

—¿Para qué tienen que volver?

Él desvió la cara.

—Ni siquiera pueden tocarse los unos a los otros, hombres y mujeres…, ¿no es así?

—Eso pasará cuando hayan estado alejados un tiempo de nosotros. Pero no importa.

—¿Por qué no?

—Ahora nos necesitan. No tendrán hijos sin nosotros. Los óvulos y el esperma humanos no se unirán sin nosotros.

Ella pensó un rato sobre esto, luego agitó la cabeza.

—¿Y qué clase de hijos tendrán con vosotros?

—No me has contestado —dijo él.

—¿A qué?

—¿Debemos decirles que pueden volver con nosotros?

—No. Y tampoco seáis demasiado obvios en eso de ayudarles a escapar. Dejadles decidir por ellos mismos lo que quieren hacer. De lo contrario, la gente que luego decida volver parecerá estar obedeciéndoos, traicionando a la Humanidad por vosotros. De todos modos, no os volverán muchos. Algunos pensarán que, al menos, la especie humana se merece una muerte limpia.

—¿Es que lo que deseamos es una cosa sucia, Lilith?

—¡Sí!

—¿Es una cosa sucia el que yo te haya preñado?

Al principio, ella no entendió las palabras. Era como si hubiese empezado a hablar en un idioma que ella no conociese.

—¿Que has… qué…?

—Te he preñado con el hijo de Joseph. No lo hubiera hecho tan pronto, pero quería usar su semilla, no una impresión. No podía relacionarte a ti lo bastante íntimamente con un crío mezclado de una impresión. Y hay un límite al tiempo que puedo mantener vivo al esperma.

Lo estaba mirando, muda. Estaba hablando de un modo tan casual como si hablase del tiempo. Se alzó y se hubiera apartado de él, pero el ooloi la atrapó por ambas muñecas.

Hizo un violento esfuerzo por liberarse, descubrió que no podía soltarse de su apretón.

—¡Dijiste…! —Se quedó sin aliento, y tuvo que empezar de nuevo—. ¡Dijiste que no lo harías! ¡Dijiste…!

—Dije que no lo haría hasta que estuvieses dispuesta.

—¡No lo estoy! ¡Jamás lo estaré!

—Ahora estás dispuesta para tener la descendencia de Joseph. La hija de Joseph.

—¿Hija…?

—Te mezclé una niña para que fuera tu compañera. Has estado muy sola.

—¡Gracias a ti!

—Sí. Pero una hija será tu compañera durante largo tiempo.

—¡No será una hija! —Tiró de nuevo de sus brazos, pero él no la dejó ir—. ¡Será una cosa… no humana!

Contempló su propio cuerpo, con horror.

—¡Está dentro de mí, y no es humana!

Nikanj la atrajo y le pasó un brazo sensorial alrededor de la garganta. Pensó que le inyectaría algo y le haría perder el conocimiento. Esperó la oscuridad, casi con ansiedad.

Pero Nikanj sólo la volvió a sentar en el tronco.

—Tendrás una hija —dijo—. Y estás dispuesta para ser madre. Tú nunca lo hubieses reconocido, del mismo modo que nunca me hubiera invitado Joseph a compartir su lecho…, sin importar lo mucho que me desease tener allí. Nada en ti, excepto tus palabras, rechaza a esta niña.

—¡Pero no será humana! —susurró ella—. ¡Será una cosa! ¡Un monstruo!

—No debes de empezar a mentirte a ti misma. Ése es un hábito mortífero. La niña será tuya y de Joseph, de Ahajas y Dichaan. Y, porque yo la he mezclado, la he moldeado, y me he ocupado de que sea hermosa y sin conflictos mortales, también será mía. Será mi primer hijo, Lilith. Por lo menos, el primero en nacer. Ahajas también está preñada.

—¿Ahajas? ¿Y cuándo ha encontrado el tiempo para ello? ¡Ha estado en todas partes!

—Sí. Y Joseph y tú también seréis padres de su hijo. —Usó su brazo sensorial libre para volverle la cara hacia la de él—. La niña que salga de tu cuerpo se parecerá a Joseph y a ti.

—¡No te creo!

—Las diferencias estarán ocultas hasta la metamorfosis.

—¡Oh, Dios, también eso!

—La criatura nacida de ti y la criatura nacida de Ahajas serán de la misma camada.

—Los otros no volverán a esto —dijo ella—. Yo tampoco hubiese vuelto a esto.

—Nuestros hijos serán mejores que cualquiera de nuestras razas —continuó él—. Moderaremos vuestros problemas jerárquicos y vosotros disminuiréis nuestras limitaciones físicas. Nuestros hijos no se destruirán a sí mismos en una guerra y, si necesitan volver a hacerse crecer un miembro o cambiarse ellos mismos de algún modo, serán capaces de conseguirlo. Y tendrán otros beneficios.

—Pero no serán humanos —insistió Lilith—. Y eso es lo que importa. No puedes entenderlo, pero eso es lo que importa.

Sus tentáculos se anudaron.

—La niña que hay dentro de ti importa. —Soltó sus brazos, y las manos de ella se agarraron la una a la otra.

—Esto nos destruirá —susurró ella—. ¡Dios mío… no me extraña que no me dejases marcharme con los otros!

—Te irás cuando lo hagamos todos: tú, Ahajas, Dichaan, yo y nuestros niños. Pero tenemos trabajo que hacer aquí antes de partir. —Se alzó—. Ahora nos iremos a casa. Ahajas y Dichaan nos están esperando.

¿A casa?, pensó amargamente ella. ¿Cuándo era la última vez que había tenido una verdadera casa? ¿Cuándo podría esperar tener una?

—Déjame quedar aquí —dijo. Él rehusaría, sabía que lo haría—. Esto es lo más cerca de la Tierra que parece que me vais a dejar llegar.

—Puedes venir aquí con el siguiente grupo de humanos. Vámonos ahora a casa.

Ella pensó en resistirse, en obligarle a drogarla y llevársela de regreso por la fuerza. Pero eso parecía un gesto inútil. Al menos tendría la oportunidad de estar con otro grupo humano. Una posibilidad de enseñarles…, pero nunca una posibilidad de ser uno de ellos. Eso nunca. ¿Nunca?

Otra oportunidad de decir: «aprended y huid».

Esta vez, ella tendría más información para ellos. Y ellos tendrían largas, saludables vidas ante sí. Quizá pudieran hallar una respuesta a lo que los oankali les habían hecho. Y quizá los oankali no fuesen perfectos. Podría escapárseles alguna gente fértil, aunque fuera poca. Y quizá esa gente fértil pudieran hallarse los unos a los otros. Quizá. «Aprended y huid». Aunque ella estuviera perdida, otros no tenían por qué estarlo. La Humanidad no tenía por qué estarlo.

Dejó que Nikanj la llevase por la oscura selva hacia una de las salidas ocultas.