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Lilith no perdió el conocimiento: Nikanj no quería malgastar ninguna sensación. Incluso Joseph estaba consciente, aunque absolutamente controlado; sin miedo, porque Nikanj lo mantenía tranquilo. Lilith no estaba controlada. Podía alzar una mano libre por encima de Nikanj para tomar la fría y aparentemente sin vida mano de Joseph.

—No —le dijo suavemente al oído Nikanj…, o quizás estimulando directamente el nervio auditivo. Podía hacerlo: estimular sus nervios individualmente, o en la combinación que desease, para provocarle alucinaciones perfectas—. Sólo a través de mí —insistió su voz.

Lilith sintió un cosquilleo en la mano. Soltó la de Joseph e, inmediatamente, recibió a Joseph como una manta de calor y seguridad, una presencia que lo llenaba todo, tranquilizándola.

Nunca supo si estaba recibiendo la idea de Joseph que tenía Nikanj, una verdadera transmisión de lo que Joseph estaba sintiendo, alguna combinación de la verdad y su idea aproximada, o simplemente una ficción placentera.

¿Qué era lo que estaba sintiendo por ella Joseph?

Le parecía que ella siempre había estado con él. No tenía sensación de cambio de marchas, nada de estar un «tiempo sola», en contraste con el actual «tiempo juntos». Siempre había estado allí, parte de ella misma, esencial.

Nikanj se enfocó en la intensidad de su atracción, en su unión. No le dejaba a Lilith otra sensación. Él mismo parecía desaparecer. Ella sólo sentía a Joseph, y notaba que él sólo la notaba a ella.

Ahora, la delicia que sentían el uno por el otro prendió y ardió. Se movieron juntos, sosteniendo una intensidad imposible, ambos incansables, perfectamente compenetrados, ardiendo en sensaciones, perdidos el uno en el otro. Parecían abalanzarse hacia arriba. Un largo tiempo después parecieron planear hacia abajo, lentamente, gradualmente, saboreando unos momentos más de estar totalmente juntos.

Mediodía, atardecer, penumbra, oscuridad.

A ella le dolía el cuello. Su primera sensación solitaria fue de dolor…, como si hubiese estado gritando, lanzando alaridos. Tragó saliva dolorosamente y se llevó la mano a la garganta, pero la mano sensorial de Nikanj llegó allí antes que la de ella y la apartó. Colocó su mano sensorial, que tenía al descubierto, sobre la garganta de Lilith. La notó anclarse con sus dedos sensoriales, arañando, agarrando. No notó los tentaculillos de su sustancia penetrar en su carne, pero al cabo de un momento el dolor de su garganta desapareció.

—Todo eso, y sólo gritaste una vez —le dijo el ooloi.

—¿Y cómo es que me dejaste, incluso esa sola vez? —inquirió ella.

—Me sorprendiste. Nunca antes te había hecho gritar.

Ella le dejó retirarse de su garganta, luego se movió lánguidamente para acariciarlo.

—¿Cuánto de esta experiencia era de Joseph, y cuanto mía? —preguntó—. ¿Y cuánto invención tuya?

—Jamás me he inventado una experiencia para ti —dijo Nikanj—. Tampoco lo tendré que hacer para él. Ambos tenéis unas memorias repletas de experiencias.

—Ésta era nueva.

—Una combinación. Tú tuviste tus propias experiencias y las de él. Él tuvo las suyas y las tuyas. Y ambos me teníais a mí para mantener todo en marcha, mucho más tiempo del que lo hubierais logrado sin mí. La totalidad fue… abrumadora.

Ella miró en derredor.

—¿Y Joseph?

—Dormido. Muy profundamente dormido. No se lo induje yo. Está cansado. Sin embargo, está bien.

—¿Notó… todo lo que yo noté?

—A un nivel sensorial. Intelectualmente, él hizo sus interpretaciones, y tú hiciste las tuyas.

—Yo no llamaría a eso intelectual.

—Ya me entiendes.

—Sí. —Movió su mano sobre el pecho del ooloi, sintiendo un perverso placer al notar sus tentáculos retorcerse y luego aplanarse bajo su mano.

—¿Por qué haces eso? —preguntó él.

—¿Te molesta? —inquirió ella, deteniendo la mano.

—No.

—Entonces déjame hacerlo. Antes no era capaz.

—Tengo que irme. Tú tienes que lavarte y luego dar de comer a tu gente. Deja a tu compañero cerrado aquí dentro. Asegúrate de ser la primera en hablar con él cuando se despierte.

Lo miró pasar por encima de ella, con todas sus uniones dobladas de modo incorrecto, y bajar al suelo. Le tomó la mano, antes de que pudiera dirigirse a la pared. Los tentáculos de su cabeza apuntaron cansinamente hacia ella, en una pregunta no formulada.

—¿Te gusta él? —le preguntó Lilith.

Las puntas de sus tentáculos se enfocaron brevemente en Joseph.

—Ahajas y Dichaan no entienden nada —dijo—. Pensaban que elegirías a uno de los grandotes morenos, porque son más como tú. Yo les dije que escogerías a éste…, porque es como tú.

—¿Cómo?

—Durante sus tests, sus respuestas fueron más parecidas a las tuyas que ningún otro humano del que yo tenga noticia. No se parece a ti, pero es como tú.

—Podría… —se obligó a sí misma a airear el pensamiento—, podría no querer tener nada más que ver conmigo, cuando se dé cuenta de que te ayudé a hacerlo con él.

—Se sentirá irritado… y asustado; ansioso de que haya una próxima vez, y decidido a ocuparse de que no haya una próxima vez. Ya te he dicho que a éste lo conozco.

—¿Cómo es que lo conoces tan bien? ¿Qué has tenido que ver con él, antes?

La cabeza y el cuerpo del ooloi se alisaron de tal modo que, incluso con sus brazos sensoriales, parecía un delgado ser humano, sin sexo ni cabello.

—Él fue el sujeto de uno de mis primeros actos de responsabilidad adulta —dijo—. Por aquel entonces te conocía, y me puse a buscar a alguien para ti. No otro Paul Titus, sino alguien que tú pudieses querer. Alguien que te pudiese querer. Examiné las grabaciones de memorias de millares de machos. Éste podría haber sido enseñado para que fuese padre de un grupo propio, pero cuando mostré el emparejamiento a otros ooloi, estuvieron de acuerdo en que vosotros dos debíais estar juntos.

—¿Tú… lo elegiste para mí?

—Os ofrecí el uno al otro. Los dos hicisteis vuestra propia elección. —Abrió una pared y la dejó.