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—¡Apártese de mí! —dijo Tate, en el momento mismo en que abrió los ojos—. ¿Quién es usted? ¿Qué me está haciendo?
—Estoy tratando de vestirla —contestó Lilith—. Ahora ya puede hacerlo usted misma…, si está lo bastante fuerte.
Tate se había puesto a temblar, comenzaba a reaccionar al haber sido Despertada de la animación suspendida. Ya era sorprendente que hubiera podido pronunciar aquellas pocas palabras coherentes antes de sucumbir a la reacción.
Tate hizo un apretado y estremecido nudo con su cuerpo y permaneció tendida, gimiendo. Jadeó varias veces, tragando aire como podría haber tragado agua.
—¡Mierda! —susurró minutos más tarde, cuando empezó a desvanecerse la reacción—. ¡Oh, mierda, veo que no era un sueño!
—Acabe de vestirse —dijo Lilith—. Antes ya sabía que no era un sueño.
Tate alzó la vista hacia Lilith, luego la bajó hacia su cuerpo medio desnudo. Lilith había logrado ponerle los pantalones, pero sólo le había metido una de las mangas de la chaqueta. Y ella había logrado quitársela mientras sufría la reacción. Tomó la chaqueta, se la puso y, en un momento, había descubierto como cerrarla. Luego se volvió para contemplar silenciosamente cómo Lilith cerraba la planta, abría la pared más cercana a ella y la empujaba a su través. A los pocos segundos, el único signo de la misma era un punto húmedo en el suelo que se secaba rápidamente.
—Y, a pesar de todo esto —dijo Lilith, enfrentándose a Tate—, soy tan prisionera como usted.
—Más bien una presa de confianza —comentó en voz baja Tate.
—Más bien. Tengo que Despertar al menos a treinta y nueve personas más, antes de que se nos permita a nadie salir de esta sala. Elegí empezar por usted.
—¿Por qué? —Tenía un increíble autodominio…, o parecía tenerlo. Sólo había sido Despertada dos veces antes (lo que era el promedio normal entre la gente no elegida para ser padre o madre de un grupo), pero se comportaba como si no estuviese sucediendo nada inusitado. Esto era un alivio para Lilith, pues le confirmaba que no se había equivocado al elegir a Tate.
—¿Que por qué he empezado por usted? —comentó Lilith—. Porque me pareció la menos probable que tratase de matarme, la menos probable que se desmoronase, y la más probable que me ayudase con los otros a medida que se vayan Despertando.
Tate pareció pensárselo. Jugueteó con la chaqueta, reexaminando el modo en que las dos partes frontales se adherían la una a la otra, el modo en que se separaban. Palpó el tejido en sí, con el ceño fruncido.
—¿Dónde infiernos estamos? —preguntó.
—A alguna distancia más allá de la órbita de la Luna.
Silencio. Luego, finalmente:
—¿Qué era esa cosa grande, como un gusano gigante, que metió dentro de la pared?
—Una… una planta. Nuestros captores…, los que nos rescataron, las usan para mantener a la gente en animación suspendida. Usted estaba dentro de la que vio. Yo la saqué de ella.
—¿Animación suspendida?
—Durante más de doscientos cincuenta años. Ahora, la Tierra ya está casi preparada para volvernos a recibir.
—¡Vamos a volver!
—Sí.
Tate miró a su alrededor, a la amplia y vacía sala.
—¿De vuelta a qué?
—A la selva tropical. En alguna parte de la cuenca del Amazonas. Ya no hay ciudades.
—No. No pensé que las hubiera. —Inspiró profundamente—. ¿Cuándo nos alimentarán?
—Antes de despertarla puse algo de comida en su habitación. Venga.
Tate la siguió.
—Tengo tanto apetito que hasta me comería con gusto esa porquería parecida al yeso que me dieron cuando estuve despierta la vez anterior.
—Ya no más yeso. Fruta, frutos secos, una especie de estofado, pan, algo que se parece al queso, leche de coco…
—¿Carne? ¿Un filete…?
—Una no puede tenerlo todo.
Tate era demasiado buena para ser cierta. A Lilith le preocupaba el que, en algún momento, se derrumbase…, que empezase a llorar o a vomitar o a dar alaridos o a golpearse la cabeza contra la pared…, que perdiese lo que parecía un control sobre sí misma sorprendentemente fácil. Pero, fuera lo que fuese que le ocurriera, Lilith trataría de ayudarla. Sólo aquellos minutos de aparente normalidad ya valían todas las molestias que se había tomado. Estaba, realmente, hablando con y siendo comprendida por otro ser humano… ¡Al cabo de tanto tiempo!
Tate se abalanzó sobre la comida, devorando hasta estar satisfecha, sin perder tiempo en hablar. No había, pensó Lilith, hecho la pregunta más importante. Naturalmente, había muchas cosas que no había preguntado, pero había una cosa, en particular, que tenía preocupada a Lilith.
—Por cierto, ¿cuál es su nombre? —preguntó Tate, descansando al fin de tanto comer. Sorbió un poco de leche de coco a modo de prueba, luego se la acabó.
—Lilith Iyapo.
—¿Lilith? ¿Lil?
—Lilith. Nunca he tenido un diminutivo. Nunca lo quise. Aparte de su nombre, ¿hay algún modo en que a usted le guste que la llamen?
—No. Tate servirá. Tate Marah. Le dijeron mi nombre, ¿no?
—Sí.
—Lo imaginé. Todas esas malditas preguntas… Me tuvieron Despierta y aislada durante…, debió de ser dos o tres meses. ¿Le dijeron eso? ¿O estaba usted mirando?
—Yo estaba o durmiendo o también en solitario. Pero, sí…, sabía lo de su confinamiento. En total duró tres meses. El mío fue de algo más de dos años.
—Les llevó todo ese tiempo el hacer de usted una presa fiable, ¿no?
Lilith frunció el ceño, tomó unos frutos secos y los comió.
—¿Qué es lo que quiere decir con eso? —preguntó.
Por un instante vio a Tate con aspecto desazonado, inquieta. La expresión apareció y se desvaneció tan rápidamente, que Lilith podía habérsela perdido con sólo un momento de no prestarle atención.
—Bueno, ¿por qué iban a tenerla Despierta y sola durante tanto tiempo? —preguntó.
—Al principio no quería hablar con ellos. Luego, al parecer, cuando empecé a hacerlo, algunos de ellos se interesaron por mí. Creo que, en aquel momento, no estaban tratando de hacer de mí una presa fiable. Estaban tratando de decidir si yo era apta para serlo. Si yo hubiera tenido voto en esa decisión, aún seguiría durmiendo.
—¿Por qué no quería hablar con ellos? ¿Era usted militar?
—¡Dios, no! Simplemente no me gustaba la idea de estar encerrada, ser interrogada y recibir órdenes de no-sabía-quién. Y, Tate, ya es hora de que usted lo sepa, aunque ha tenido buen cuidado en no preguntarlo…
Ella inspiró profundamente, se apoyó la frente en la mano y miró hacia abajo, a la mesa.
—Se lo pregunté. No quisieron decírmelo. Al cabo de un tiempo, me entró miedo y dejé de preguntarlo.
—Ajá. Yo también hice eso.
—¿Son… los rusos?
—No son humanos.
Tate no se movió y no dijo nada por tanto tiempo, que Lilith continuó:
—Se llaman a sí mismos oankali, y parecen seres marinos, aunque son bípedos. Ellos…, ¿me está escuchando?
—La estoy escuchando.
Lilith dudó.
—¿Y me está creyendo?
Tate alzó la vista hacia ella, y pareció sonreír levemente.
—¿Cómo iba a poder?
Lilith asintió con la cabeza.
—Sí. Pero, naturalmente, lo va a tener que hacer, más pronto o más tarde, y se supone que yo tengo que hacer lo que pueda para prepararla para ello. Los oankali son feos, grotescos. Pero podemos acostumbrarnos a ellos, y no nos harán daño. Recuerde esto. Quizá la ayude, cuando llegue el momento.