10
Diez personas nuevas.
Todo el mundo estuvo ocupado, tratando de evitarles problemas y dándoles alguna idea de su situación. La mujer a la que Peter estaba ayudando se le echó a reír en la cara y le dijo que estaba loco cuando le mencionó «la posibilidad de que nuestros captores sean, de algún modo, extraterrestres».
El Despertado de Leah, un pequeño hombre rubio, se agarró a ella, se colgó, y quizá la hubiera violado allí mismo si él hubiera sido más grande o ella más pequeña. Leah le impidió que hiciera ningún daño, pero Gabriel tuvo que ayudarla a quitárselo de encima. Leah se mostró sorprendentemente tolerante ante los esfuerzos del hombre. Parecía más divertida que irritada.
Nada de lo que la gente nueva hacía durante los primeros minutos era tomado en serio o les era tenido en cuenta. El atacante de Leah fue, simplemente, asido hasta que dejó de tratar de ir a por ella, hasta que se quedó tranquilo y comenzó a mirar a su alrededor a los muchos rostros humanos, hasta que empezó a llorar.
Se llamaba Wray Ordway y, unos días después de su Despertar, estaba durmiendo con Leah, con pleno consentimiento de ésta.
Dos días después de esto, Peter Van Weerden y seis de sus seguidores agarraron a Lilith, mientras un séptimo, Derrick Wolski, barría una docena más o menos de galletas que quedaban en uno de los armarios de la comida, y se metía dentro antes de que pudiera cerrarse.
Cuando Lilith se dio cuenta de lo que estaba haciendo Derrick, dejó de debatirse. No había necesidad de hacer daño a nadie. Los oankali se ocuparían de él.
—¿Qué es lo que cree que va a hacer? —le preguntó a Curt. Éste había colaborado en sujetarla, aunque, claro está, Celene no lo había hecho. Curt aún la sujetaba por un brazo.
La miró y se soltó de los otros. Ahora que Derrick había desaparecido de la vista, no tuvieron demasiado interés en seguirla reteniendo. Ella sabía que, si hubiera estado dispuesta a malherirlos o matarlos, no hubieran podido sujetarla. No era más fuerte que los seis juntos, pero era más fuerte que cualesquiera dos de ellos. Y era más rápida que cualquiera de ellos. Este conocimiento no era tan reconfortante como debería haberle resultado.
—¿Qué es lo que se supone que está haciendo? —repitió.
Curt soltó el brazo que ella había dejado en sus manos.
—Averiguar lo que está pasando realmente —contestó—. Hay gente que vuelve a llenar esos armarios, y nosotros vamos a averiguar quiénes son. Queremos darles una ojeada antes de que ellos estén dispuestos a dejarse ver…, antes de que estén preparados para convencernos de que son marcianos.
Ella suspiró. Le había explicado que los armarios se rellenaban automáticamente, y aquélla era una cosa más que él había decidido no creer.
—No son marcianos —dijo.
Él torció la boca en algo que no llegaba a una sonrisa.
—Lo sabía. Jamás he creído en tus cuentos de hadas.
—Vienen de otro sistema solar —explicó ella—. No sé de cuál. Y no importa: se fueron hace tanto del mismo, que ni siquiera saben si aún existe.
Él la maldijo y se dio la vuelta.
—¿Qué es lo que va a pasar ahora? —preguntó otra voz.
Lilith miró en derredor, vio a Celene, y suspiró. Donde estuviera Curt, cerca estaba Celene, temblando. Lilith los había emparejado tan bien como Nikanj la había emparejado a ella con Joseph.
—No sé —admitió—. Los oankali no dejarán que sufra daño, pero no sé si lo volverán a traer aquí.
Joseph caminó hasta ella, obviamente preocupado. Al parecer, alguien había ido hasta su habitación y le había explicado lo que estaba sucediendo.
—Todo va bien —le informó ella—. Derrick ha ido a mirar cómo son los oankali.
Se alzó de hombros ante la mueca de asombro de él.
—Espero que lo dejen volver…, o lo traigan de regreso. Esta gente va a necesitar ver las cosas por sí mismos.
—¡Pero eso podría iniciar un pánico! —le susurró él.
—No me importa. Ya se les pasará. Pero, si siguen haciendo cosas estúpidas como ésta, al final lograrán hacerse daño ellos mismos.
Derrick no fue enviado de vuelta.
Al cabo, ni siquiera Peter o Jean pusieron objeciones cuando Lilith fue hasta la pared y abrió el armario para demostrarles que Derrick no se había asfixiado dentro. Tuvo que abrir cada uno de los armarios en la zona general del que él había usado, porque la mayoría de los otros no podían localizar el específico en la amplia extensión, sin señales, de la pared. Al principio, Lilith se había asombrado de su propia habilidad para localizar cada uno, fácil e inequívocamente. Una vez los hallaba la primera vez, recordaba su distancia del suelo al techo, de la pared izquierda a la derecha. Algunos, dado que ellos no podían hacer lo mismo, hallaban sospechosa tal habilidad.
—¿Qué es lo que le ha pasado a Derrick? —exigió saber Jean Pelerin.
—Que hizo algo estúpido —contestó Lilith—, y que, mientras lo estaba haciendo, tú lo ayudaste manteniéndome retenida para que no pudiera detenerle.
Jean se echó un poco hacia atrás, habló más alto:
—¿Qué le ha pasado?
—No lo sé.
—¡Mentirosa! —El volumen aumentó de nuevo—. ¿Qué es lo que le han hecho tus amigos? ¿Lo han matado?
—Tú tienes en parte la culpa de lo que le haya pasado —dijo Lilith—, así que carga con tu propia responsabilidad.
Miró a su alrededor, a otros rostros igualmente culpables, igualmente acusadores. Jean nunca se quejaba en privado, necesitaba una audiencia.
Lilith se dio la vuelta y se fue a su habitación. Estaba a punto de cerrarse dentro cuando Tate y Joseph se le unieron. Un momento más tarde, Gabriel les siguió al interior. Se sentó en la esquina de la mesa de Lilith y se enfrentó a ella.
—Estás perdiendo —dijo, sin tapujos.
—Vosotros estáis perdiendo —corrigió ella—. Si yo pierdo, todo el mundo pierde.
—Es por eso por lo que estamos aquí.
—Si tenéis alguna idea, la escucharé.
—Démosles un espectáculo mejor. Consigue que tus amigos te ayuden a impresionarles.
—¿Mis amigos?
—Mira, a mí no me importa. Tú dices que son extraterrestres. Vale, son extraterrestres. ¿Qué infiernos van a ganar si esos hijoputas te matan?
—Estoy de acuerdo. Esperaba que devolviesen a Derrick, o aún mejor, que lo trajesen ellos. Quizás aún lo hagan. Pero su sentido de la oportunidad es terrible.
—Joe dice que puedes hablar con ellos.
Lilith se volvió a mirar a Joseph, sorprendida y traicionada.
—Tus enemigos están ganando aliados —dijo éste—. ¿Por qué vas a estar tú sola?
Ella miró a Tate, y ésta se encogió de hombros.
—Esa gente de ahí fuera son subnormales —dijo—. Si entre todos ellos tuvieran un solo cerebro, se callarían y tendrían los ojos y las orejas bien abiertos, hasta tener una idea de lo que realmente está pasando.
—Eso es lo único que yo esperaba —afirmó Lilith—. No confiaba en ello, pero lo esperaba.
—Esa gente está asustada y busca a alguien que la salve —intervino Gabriel—. No quieren ni razón ni lógica, ni tus esperanzas o deseos. Lo que quieren es que venga Moisés, o alguien así, y los lleve a unas vidas que puedan comprender.
—Van Weerden no puede hacer eso —afirmó Lilith.
—Claro que no. Pero justo ahora creen que sí, y lo están siguiendo. La próxima cosa que hará es decirles que el único modo de salir de aquí es darte de palos hasta que cuentes todos tus secretos. Les dirá que tú sabes el camino de salida. Y, para cuando esté claro que no lo sabes, estarás muerta.
¿Seria así? No tenía ni idea de cuánto tiempo costaría torturarla hasta la muerte. A ella y a Joseph. Lo miró, desanimada.
—Victor Dominic —dijo Joseph—. Y Leah y ese tipo que se ha buscado. Y Beatrice Dwyer. Y…
—¿Aliados potenciales? —preguntó Lilith.
—Sí, y será mejor que nos apresuremos. Esta mañana vi a Beatrice con uno de los tipos del otro bando.
—Las lealtades pueden cambiar de acuerdo con quién se acuesta la gente —reflexionó Lilith.
—¿Y qué? —preguntó Gabriel—. ¿Así que no puedes fiarte de nadie? ¿Así que prefieres acabar tirada por el suelo, hecha pedazos?
Lilith agitó la cabeza.
—Sé que debe de hacerse. ¿No es realmente estúpido? Es aquello de «juguemos a los americanos contra los rusos». Otra vez.
—Habla con tus amigos —dijo Gabriel—. Quizá no sea éste el espectáculo que tenían en mente. Quizá te ayuden a reescribir el guión.
Lo miró, con el ceño fruncido.
—¿Realmente hablas así siempre?
—Uso lo que me sirve —contestó él.