5

Río arriba estaba la parte más antigua de la isla, la parte con el mayor número de grandes viejos árboles, muchos de ellos con enormes apuntalamientos. Este terreno había estado conectado, en otro tiempo, con tierra firme…, se había convertido primero en una península, luego en una isla, a medida que el río cambiaba de curso y cortaba la lengua de tierra que la conectaba. O esto era lo que se suponía que había pasado. Ésta era la ilusión oankali. ¿O no era una ilusión?

Lilith halló que los momentos de duda le llegaban más a menudo, a medida que iba caminando. No había estado antes a lo largo de esta orilla del río: como a los oankali, nunca le había preocupado el perderse. Ella y Nikanj habían caminado varias veces por el interior, y había hallado más fácil mirar a la cúpula verde y creerse en una gran sala.

¡Pero el río parecía tan ancho! Mientras seguían la orilla, la del otro lado cambiaba, parecía más cercana, más densamente arbolada aquí, más profundamente erosionada allá, yendo desde bajas colinas hasta una llanura que se deslizaba al interior del río, fundiéndose casi sin discontinuidad con su reflejo. Podía distinguir árboles individuales…, o por lo menos sus copas. Éstos eran los que se alzaban sobre la cúpula.

—Deberíamos hacer un alto para la noche —dijo, cuando supo por el sol que ya era última hora de la tarde—. Deberíamos acampar aquí, y mañana podríamos empezar a construir un bote.

—¿Has estado ya antes aquí? —le preguntó Joseph.

—No. Pero he estado por esta parte. La orilla opuesta está lo más cerca de nosotros que se puede hallar en toda la zona. Veamos qué podemos hallar para cobijarnos: va a llover otra vez.

—Espera un momento —le dijo Gabriel.

Le miró y supo lo que venía ahora: ella había tomado el mando, por puro hábito. Ahora se iba a enterar de lo que valía un peine.

—No te invité para que nos dijeras lo que teníamos que hacer —le dijo él—. Ahora no estamos en la sala presidio. Ya no nos das más órdenes.

—Me has traído con vosotros porque tengo conocimientos que vosotros no tenéis. ¿Qué es lo que queréis hacer? ¿Seguir caminando hasta que sea demasiado tarde para preparar un cobijo? ¿Dormir esta noche sobre el barro? ¿Hallar un tramo del río más ancho para cruzarlo?

—Quiero hallar a los otros…, si es que aún están libres.

Lilith dudó un momento, sorprendida.

—Y si están juntos —suspiró—. ¿Es eso lo que el resto de vosotros queréis?

—Yo quiero irme tan lejos de los oankali como pueda —dijo Tate—. Quiero olvidar lo que se siente cuando te tocan.

Lilith señaló:

—Si eso de allá es tierra en lugar de algún tipo de ilusión, entonces es vuestro objetivo. Bueno, al menos vuestro primer objetivo.

—¡Primero encontraremos a los otros! —insistió Gabriel.

Lilith lo miró con interés. Ahora estaba al descubierto. Seguro que su mente estaba enzarzada en algún tipo de lucha contra ella. Él quería mandar y ella no…, y, sin embargo, tenía que hacerlo. Él podía conseguir con facilidad que alguien se matase.

—Si construimos ahora un refugio —dijo ella—, encontraré mañana a los otros, si es que están por aquí cerca.

Alzó la mano para detener la obvia objeción.

—Si lo deseáis, uno de vosotros puede venir conmigo y mirar. Lo que ocurre es que yo no me puedo perder. Si me voy y vosotros no os movéis, puedo volveros a encontrar. Si vamos todos juntos, puedo volver a traeros a este punto. Después de todo, es posible que algunos o todos los otros hayan ya cruzado el río. Han tenido tiempo suficiente.

Los demás asintieron.

—¿Dónde acampamos? —preguntó Allison.

—Es demasiado pronto —protestó Leah.

—No, para mí no lo es —dijo Wray—. Entre los mosquitos y mis pies, me alegra poder pararme.

—Los mosquitos picarán como una mala cosa esta noche —observó Lilith—. Dormir con un ooloi es mejor que cualquier loción repelente de los mosquitos. Esta noche probablemente nos comerán vivos.

—Yo puedo soportarlo —dijo Tate.

¿Tanto odiaba a Kahguyaht?, se preguntó Lilith. ¿O estaba empezando a echarlo en falta, y trataba de defenderse contra sus propios sentimientos?

—Podemos limpiar esta zona —dijo Lilith en voz alta—. No cortéis estos dos arbolillos. Esperad un momento.

Miró si alguno de los árboles jóvenes albergaba colonias de hormigas mordedoras.

—Sí, estos dos están bien. Buscad otros dos de este tamaño, o un poco mayores, y cortadlos. Y cortad también raíces aéreas, delgadas, para usarlas como cuerdas. Tened cuidado…, si algo os muerde o pica por aquí…, estamos sin ayuda y podríais morir. Y no os vayáis más allá de donde podáis ver esta zona. Es más fácil perderse de lo que imagináis.

—Pero tú eres tan buena que no puedes perderte —ironizó Gabriel.

—Eso no tiene nada que ver con la bondad. Tengo memoria fotográfica, y he tenido más tiempo que vosotros para acostumbrarme a la selva. —Nunca les había contado por qué tenía memoria fotográfica. Cada cambio hecho por los oankali que les había explicado la había hecho perder credibilidad entre ellos.

—Demasiado bueno para ser cierto —dijo Gabriel en voz baja.

Eligieron el terreno más alto que encontraron y construyeron un refugio. Creían que, al menos, lo usarían durante algunos días. El refugio no tenía paredes, era poco más que un armazón con un techo. Podían colgar hamacas de él, o extender las esteras en el suelo, sobre colchones de hojas y ramitas. Era lo bastante grande como para mantenerlos a todos protegidos de la lluvia. Lo techaron con las lonas que algunos de ellos habían traído, luego usaron ramas para barrer el suelo y dejarlo libre de hojas, ramitas y hongos.

Wray logró prender un fuego con un arco prendedor que Leah había traído, pero juró que nunca más lo volvería a hacer.

—Demasiado trabajo —dijo.

Leah había traído maíz del huerto. Ya era de noche cuando lo asaron, junto con algunos de los ñames de Lilith. Comieron eso, y las últimas nueces de pan. La comida les llenó, pero no resultó satisfactoria.

—Mañana podemos pescar —dijo Lilith.

—¿Sin siquiera un imperdible, un hilo y una caña? —preguntó Wray.

Lilith sonrió.

—Aún peor. Los oankali no querían enseñarme a matar nada, así que los únicos pescados que cogía eran los atrapados en algunos de los arroyos más pequeños. Corté una rama larga y delgada, resistente, le agucé un extremo, lo endurecí al fuego, y me enseñé a mí misma a arponear peces. Y realmente lo logré…, arponeé varios.

—¿Probaste alguna vez a hacerte un arco y unas flechas? —le preguntó Wray.

—Sí, y era mejor con el arpón.

—Lo intentaré —dijo él—. O quizá incluso pueda preparar la versión de la jungla del imperdible y el hilo. Mañana, mientras vosotros buscáis a los demás, yo empezaré a aprender a pescar.

Pescaremos —afirmó Leah.

Él sonrió y tomó su mano…, y la soltó casi en el mismo movimiento. Su sonrisa se borró y miró al fuego. Leah apartó la vista hacia la oscuridad de la selva.

Lilith los contempló con el ceño fruncido. ¿Qué estaba pasando? ¿Había problemas entre ellos…, o era otra cosa?

De repente comenzó a llover, y ellos permanecieron allá, sentados secos y unidos por la oscuridad y el ruido que había fuera. La lluvia caía a raudales, y los insectos se refugiaron con ellos, picándoles, y a veces cayendo al fuego que habían alimentado de nuevo, para tener luz y comodidad, una vez hubieron acabado de cocinar.

Lilith ató su hamaca a dos vigas del techo y se echó. Joseph colgó su hamaca cerca de la de ella…, lo bastante cerca como para que una tercera persona no pudiera tenderse entre ellos. Pero no la tocó: no había intimidad. Ella no esperaba hacer el amor, pero le molestó el cuidado que puso él en no rozarla. Tendió la mano y le tocó la cara para hacerle volverse hacia ella.

En lugar de ello, él se apartó. Y lo peor: si él no se hubiera apartado, lo hubiera hecho ella. De algún modo, notaba un tacto extraño en su piel. No había sido así cuando se acercaba a ella, antes de que Nikanj se situase entre ambos. El tacto de Joseph había sido muy bien recibido, como agua tras una muy larga sequía. Pero entonces había llegado Nikanj, para quedarse, y había creado para ellos la poderosa unidad de tres, que era una de las más extrañas facetas alienígenas de la vida oankali. ¿Se había ya convertido aquella unidad en algo necesario en sus vidas humanas? Y, si así era, ¿qué podían hacer? ¿Pasaría aquel efecto?

Un ooloi necesitaba a la pareja de macho y hembra para ser capaz de jugar su parte en la reproducción, pero ni necesitaba ni deseaba un contacto a dos entre ese macho y esa hembra. Los machos y las hembras oankali jamás se tocaban sexualmente. Eso les iba muy bien a ellos, pero no había modo en que funcionase para los seres humanos.

Tendió el brazo y tomó la mano de Joseph. Éste trató de apartarla de un tirón, irreflexivamente; luego pareció darse cuenta de que algo andaba mal, y mantuvo la mano de ella sujeta durante un largo y progresivamente molesto momento. Finalmente, fue ella quien se apartó, estremeciéndose por la repugnancia y el alivio.