3
Jdahya no la dejaba sola. Por mucho que odiase su confinamiento en solitario, ansiaba librarse de él. Se quedó un tiempo callado, y ella se preguntó si estaría durmiendo…, en el grado en que él durmiese. Por su parte, se recostó, preguntándose si, con él allí, podría relajarse lo bastante como para dormir ella. Sería como irse a dormir sabiendo que hay una serpiente de cascabel en la habitación, sabiendo que una podía despertarse y hallarla en la cama.
No podía quedarse dormida dándole la cara. Y, sin embargo, no podía estar demasiado rato dándole la espalda. Cada vez que daba una cabezada, se despertaba con un sobresalto y miraba si se le había acercado. Esto la dejó exhausta, pero no podía evitarlo. Lo que es peor, cada vez que ella se movía, los tentáculos de él se movían también, irguiéndose cansinamente en su dirección, como si estuviera durmiendo con los ojos abiertos…, que era sin duda lo que estaba haciendo.
Dolorosamente cansada, doliéndole la cabeza, con el estómago revuelto, bajó de la cama y se tendió junto a la misma, en el suelo. Ahora no podía verle, se volviese hacia donde se volviese. Sólo podía ver la plataforma junto a ella y las paredes. Él ya no formaba parte de su mundo.
—No, Lilith —dijo él, cuando ella cerraba los ojos.
Hizo como si no le oyese.
—Échese en la cama —insistió él—, o en el suelo, pero de este lado. No ahí.
Siguió echada, rígida y silenciosa.
—Si se queda donde está, yo me echaré en la cama.
Eso lo pondría prácticamente encima de ella…, demasiado cerca y en un plano superior, Medusa atisbando desde arriba.
Se alzó y prácticamente se dejó caer sobre la cama, maldiciéndole y, en su humillación, sollozando un poco. Al fin se quedó dormida. Su cuerpo, simplemente, ya había tenido bastante.
Se despertó de modo abrupto, y giró sobre sí misma para mirarle. Seguía en la plataforma, con su posición apenas cambiada. Cuando los tentáculos de su cabeza se volvieron en dirección a ella, se alzó y corrió al baño. Él la dejó permanecer escondida allí durante un tiempo, la dejó que se lavase en privado y que se hundiese en la autocompasión y el autodesprecio. Ella no podía recordar haber estado nunca tan constantemente asustada, con el control de sus emociones tan perdido. Jdahya no había hecho nada, pero ella estaba aterrada.
Cuando la llamó, inspiró profundamente y salió del baño.
—Esto no está funcionando —dijo, con aire miserable—. Limítese a dejarme en la Tierra con los otros humanos. No puedo hacer esto.
Él la ignoró.
Al cabo de un tiempo, ella habló de otro tema.
—Tengo una cicatriz —comentó, tocándose el abdomen—. No la tenía cuando salí de la Tierra. ¿Qué es lo que me hizo su gente?
—Tenía un crecimiento —contestó él—. Un cáncer. Nos libramos de él. De lo contrario, la habría matado.
Se quedó helada. Su madre había muerto de cáncer. Dos de sus tías lo habían tenido también, y a su abuela la habían operado tres veces de lo mismo. Claro que todos estaban ahora muertos, asesinados por la locura de alguien. Pero, aparentemente, continuaba la tradición familiar.
—¿Qué más perdí con ese cáncer?
—Nada.
—¿Ni unos palmos de intestinos? ¿O los ovarios? ¿El útero?
—Nada. Mi pariente se ocupó de usted. No perdió nada que pudiese desear conservar.
—¿Su pariente es quien… me hizo la cirugía?
—Sí. Con interés y cuidado. Teníamos una doctora humana con nosotros, pero para entonces ya estaba vieja, muriéndose. Se limitó a mirar y comentar lo que mi pariente estaba haciendo.
—¿Y cómo podía él saber lo bastante como para hacer algo por mí? La anatomía humana debe de ser absolutamente diferente de la de ustedes.
—Mi pariente no es ni macho… ni hembra. El nombre que le damos a su sexo es ooloi. Él comprende el cuerpo de ustedes, porque es un ooloi. En la Tierra había un gran número de seres humanos muertos o moribundos que estudiar. Nuestros ooloi lograron comprender lo que era normal y lo que era anormal, posible o imposible, en el cuerpo humano. Y los ooloi que fueron al planeta les enseñaron eso a los que se quedaron aquí. Mi pariente ha estudiado al pueblo de usted durante la mayor parte de su vida.
—¿Cómo estudian los ooloi? —Imaginó humanos moribundos metidos en jaulas, mientras cada uno de sus gemidos o contorsiones era cuidadosamente estudiado. Imaginó la disección de cuerpos, tanto de vivos como de muertos. Imaginó enfermedades curables que eran dejadas seguir su maligno curso, con el fin de que los ooloi aprendiesen.
—Observan. Tienen órganos especiales para su tipo de observación. Mi pariente la examinó, estudió unas cuantas de sus células corporales normales, las comparó con lo que había aprendido de otros humanos muy parecidos a usted, y dijo que no sólo tenía usted un cáncer, sino todo un talento para el cáncer.
—Yo no lo llamaría un talento…, una maldición, quizá. Pero ¿cómo puede saber de eso su pariente, únicamente… observando?
—Quizá sería mejor emplear la palabra percibiendo —dijo él—. En ello interviene mucho más que la simple vista. Él sabe todo lo que puede ser aprendido de usted a partir de sus genes. Y, ahora, ya sabe su historial médico y mucho acerca del modo en que usted piensa. Ha tomado parte en las pruebas que se le han hecho.
—¿Sí? Pues quizás eso no pueda perdonárselo. Pero, escuche, no entiendo cómo pudo operar un cáncer sin…, bueno, sin infligir daños a cualquiera que fuese el órgano en el que estuviese creciendo.
—Mi pariente no le operó el cáncer. Ni siquiera la habría abierto. Pero quería observar al cáncer directamente, con todos sus sentidos. Cuando hubo terminado, indujo a su cuerpo a que reabsorbiese ese cáncer.
—¿In… indujo a mi cuerpo a que reabsorbiese el… el cáncer?
—Sí, mi pariente le dio a su cuerpo una especie de orden química.
—¿Es así como curan ustedes el cáncer?
—Nosotros no lo sufrimos.
Lilith suspiró.
—Me gustaría que nosotros tampoco lo sufriésemos. El cáncer hizo de la existencia de mi familia un auténtico infierno.
—Ya no le hará más daño. Mi pariente dice que es una cosa bonita, pero simple de prevenir.
—¿Bonita?
—A veces, percibe las cosas de un modo diferente al de ustedes. Aquí hay comida, Lilith. ¿Tiene hambre?
Dio un paso hacia él, tendió la mano para tomar el bol, y entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se quedó helada, pero consiguió no echarse hacia atrás de un salto. Tras unos segundos, avanzó unos centímetros hacia él. No podía hacerlo con rapidez: agarrar la comida de un manotazo y correr. No podía hacerlo de ningún modo. Se obligó a avanzar lenta, muy lentamente.
Con los dientes muy apretados, consiguió tomar el bol. La mano le temblaba de tan mala manera que se le cayó la mitad del estofado. Se retiró hacia la cama. Al cabo de un rato fue capaz de comer lo que quedaba, y luego comerse también el bol. No era suficiente. Tenía más hambre, pero no se quejó. No tenía ánimos para tomar otro bol de mano de él: una mano como una margarita, la palma en el centro y muchos dedos alrededor. Al menos, los dedos tenían huesos dentro, no eran tentáculos. Y sólo tenía dos manos, y dos pies. Podría haber sido mucho más feo de lo que era, mucho menos… humano. ¿Por qué no podía aceptarlo? Lo único que parecía estar pidiéndole era que no se dejase llevar por el pánico al verle, a él o a otros de su especie. ¿Por qué no podía hacer eso?
Trató de imaginarse a sí misma rodeada por seres como él, y casi la arrastró el pánico. Era como si, repentinamente, hubiera desarrollado una fobia…, algo que nunca antes había experimentado. Pero lo que sentía se parecía a lo que había oído describir a otros: una auténtica xenofobia…, y, al parecer, no era la única en sufrirla.
Suspiró, y se dio cuenta de que, además de hambrienta, seguía sintiéndose cansada. Se frotó la cara con una mano. Si una fobia era algo así, entonces había que deshacerse de ella con la mayor rapidez posible. Miró a Jdahya:
—¿Cómo se llama a sí mismo su pueblo? —preguntó—. Hábleme de ustedes.
—Somos oankali.
—Oankali. Suena como una palabra de algún idioma terrestre.
—Podría ser, pero con un significado distinto.
—¿Qué es lo que significa en su idioma?
—Varias cosas. Entre otras, comerciantes.
—¿Son ustedes comerciantes?
—Sí.
—Y, ¿con qué comercian?
—Con nosotros mismos.
—¿Quiere decir con… esclavos?
—No. Eso nunca lo hemos hecho.
—Entonces, ¿qué…?
—Con nosotros.
—No lo entiendo.
Él no dijo nada; pareció arroparse con el silencio y quedar envuelto en él. Ella sabía que no le iba a responder.
Suspiró.
—A veces parece usted demasiado humano. Si no le estuviese viendo, supondría que es un hombre.
—Ya lo ha imaginado. Mi familia me dio a la doctora humana, para que yo pudiese aprender a hacer su trabajo. Llegó a nosotros demasiado tarde para que pudiera tener hijos, pero podía enseñar.
—Creí que me había dicho que se estaba muriendo.
—Y al fin murió. Tenía ciento trece años, y permaneció despierta entre nosotros, a intervalos, durante cincuenta años. Fue como un cuarto progenitor para mí y mis compañeros de camada. Fue duro verla envejecer y morir. El pueblo de ustedes posee un potencial increíble, pero mueren sin haber usado apenas nada del mismo.
—He oído decir eso a algunos humanos. —Frunció el entrecejo—. ¿No podían sus ooloi haberla ayudado a vivir más? Es decir…, si ella hubiese querido vivir aún más de ciento trece años.
—La ayudaron. Le dieron cuarenta años que no hubiese tenido y, cuando ya no pudieron seguir ayudándola a sanar, le quitaron el dolor. Si hubiese sido más joven cuando la encontramos, podrían haberle dado mucho más tiempo.
Lilith siguió ese pensamiento hasta su obvia conclusión:
—Yo tengo veintiséis —dijo.
—Más —le indicó él—. Ha envejecido algo, cuando la hemos tenido despierta. En total tendrá un par de años más.
No tenía sensación de ser un par de años mayor; de tener de pronto veintiocho años, sólo porque él lo dijese. Dos años de confinamiento solitario. ¿Qué era lo que le iban a poder dar a cambio de aquello? Lo miró.
Sus tentáculos parecieron solidificarse para formar una segunda piel: zonas oscuras en su rostro y cuello, una masa, oscura, de aspecto suave, en el cráneo.
—Sin tener en cuenta posibles accidentes —dijo—, usted vivirá mucho más de ciento trece años. Y, durante la mayor parte de su vida, será bastante joven en lo biológico. Sus hijos aún vivirán más.
Ahora parecía asombrosamente humano. ¿Eran sólo sus tentáculos lo que le daba aquel aspecto de gusano de mar? Su coloración no había cambiado. El hecho de que no tuviese ojos, nariz u orejas aún la molestaba, pero no tanto.
—Jdahya, siga igual que ahora —le dijo—. Déjeme acercarme y mirarle…, si es que puedo.
Los tentáculos se movieron, como una piel que se estremeciese de un modo extraño, luego volvieron a solidificarse.
—Venga —dijo.
Ella pudo acercársele ahora, aún dubitativa. Incluso vistos a sólo un par de pasos de distancia, los tentáculos parecían una segunda piel.
—¿Le importa si…? —Se interrumpió y empezó de nuevo—: Quiero decir…, ¿puedo tocarle?
—Sí.
Fue más fácil de hacer de lo que había supuesto. Su piel era fría y casi demasiado suave como para ser auténtica piel…, tan lisa como las uñas de ella, y quizás igual de dura que ellas.
—¿Resulta muy difícil para usted permanecer así? —preguntó.
—No es difícil, es antinatural. Un embotamiento de los sentidos.
—Y, ¿por qué lo hizo? Me refiero a antes de que yo se lo pidiese.
—Es una expresión de placer o diversión.
—¿Se sintió complacido hace un momento?
—Sí, con usted. Quería recuperar su tiempo…, el tiempo que le hemos tomado. No quiere morir.
Le miró, estremecida porque hubiese leído de un modo tan claro sus pensamientos. Y debía de haber conocido a humanos que deseaban morir, aun después de escuchar promesas de larga vida, salud y duradera juventud. ¿Por qué? Quizá porque también hubiesen oído la parte que a ella aún no le habían contado: la razón de todo aquello. El precio.
—Hasta ahora —dijo—, lo único que me ha llevado a querer morir ha sido el aburrimiento y el aislamiento.
—Eso ya pertenece al pasado. Pero ni aun entonces intentó usted matarse.
—No…
—Su deseo de vivir es más fuerte de lo que usted imagina.
Ella suspiró.
—Y usted va a comprobarlo, ¿no? Es por esto por lo que aún no me ha dicho lo que su pueblo quiere de nosotros.
—Sí —admitió él, y eso la alarmó.
—¡Dígamelo!
Silencio.
—Si conociese lo más mínimo acerca de la imaginación humana, sabría que está haciendo exactamente lo peor que puede hacer —explicó ella.
—Una vez que sea usted capaz de salir de esta habitación conmigo, contestaré a sus preguntas —dijo él.
Ella se le quedó mirando unos momentos.
—Entonces, trabajemos en ello —dijo hoscamente—. Relájese de esa postura antinatural, y veamos lo que sucede.
Él dudó, pero luego dejó flotar libres sus tentáculos. Reasumió su grotesco aspecto de gusano de mar y ella no pudo evitar apartarse de un salto, presa del pánico y la repulsión. Logró contenerse antes de ir muy lejos.
—¡Dios! Estoy tan cansada de esto… —musitó—. ¿Por qué no puedo evitarlo?
—Cuando la Doctora vino por primera vez a nuestra vivienda —explicó él—, una parte de mi familia la encontró tan perturbadora, que se fueron de casa por una temporada. Éste es un comportamiento inaudito entre nosotros.
—¿Se fue usted?
Se alisó de nuevo, por un momento.
—Todavía no había nacido. Para cuando hube nacido, todos mis parientes habían vuelto a casa. Y pienso que su miedo era más fuerte que el que usted siente ahora. Nunca antes habían visto tanta vida y tanta muerte en un solo ser. A algunos de ellos les dolía con sólo tocarla.
—¿Quiere decir… porque ella estaba enferma?
—Incluso cuando estaba sana. Era su estructura genética lo que les alteraba. No puedo explicárselo: nunca sentirá como nosotros sentimos. —Se adelantó y tendió la mano, buscando la de Lilith. Ella se la entregó, casi por reflejo, y con sólo un instante de duda cuando todos sus tentáculos fluyeron hacia delante, hacia ella. Apartó la vista y se quedó rígida donde estaba, con la mano retenida suavemente entre los muchos dedos de él.
—Bien —dijo él—. Esta habitación pronto sólo será para usted un recuerdo.