6

Se colocó junto a Joseph, que, apoyado contra la plataforma-cama, no se había dado cuenta de nada. Lilith le tomó la mano y la mantuvo asida por un momento entre las suyas, preguntándose si iba a perderlo. ¿Seguiría con ella después de esta noche? ¿Hablaría con ella mañana, aparte de para las cosas de la más absoluta necesidad? ¿Se uniría a los enemigos de ella, confirmándoles cosas que, hasta ahora, sólo sospechaban? Y, en cualquier caso, ¿qué infiernos quería Nikanj ahora? ¿Por qué no se podía quedar al margen, como le había dicho que haría? Allá estaba: al fin lo había cazado en una mentira. No le perdonaría si destruía los sentimientos de Joseph hacia ella.

—¿Qué pasa? —dijo Joseph, mientras Nikanj atravesaba la habitación en el más absoluto de los silencios e iba a sellar la entrada.

—Por Dios sabe qué razón, los oankali han decidido adelantarte el placer de su visión —dijo ella con voz suave, amarga—. No corres ninguna clase de peligro físico. No sufrirás daño alguno.

Si Nikanj también hacía que esto fuera mentira, le obligaría a volverla a meter en animación suspendida.

Joseph miró bruscamente a su alrededor, y se quedó helado cuando vio a Nikanj. Al cabo de un momento de lo que Lilith supuso que era un terror absoluto, saltó en pie y retrocedió tambaleante hasta la pared, metiéndose en un rincón entre ésta y la plataforma-cama.

—¿Qué significa esto? —preguntó Lilith en oankali. Se alzó para enfrentarse a Nikanj—. ¿Por qué estás aquí?

Nikanj habló en inglés:

—Para que él pueda soportar su terror ahora, en privado, y así pueda serte de ayuda más tarde.

Un momento después de oír la tranquila y andrógina voz, similar a la humana, hablando en inglés, Joseph salió de su rincón. Avanzó hasta el lado de Lilith y se quedó mirando a Nikanj. Estaba temblando visiblemente. Dijo algo en chino…, era la primera vez que Lilith le oía hablar en ese idioma, y luego, de algún modo, logró calmar sus temblores. La miró a ella.

—¿Conoces a esto?

—Kaalnikanj oo Jdahyatediinkahguyaht aj Dinso —dijo ella, observando los brazos sensoriales de Nikanj, recordando lo mucho más humano que le había parecido sin ellos. Luego, cuando vio a Joseph fruncir el entrecejo, añadió—: Nikanj.

—No me lo creía —dijo él suavemente—. No podía, a pesar de tus palabras.

Lilith no supo qué decir. Él estaba enfrentándose a la situación mucho mejor de lo que lo había hecho ella. Naturalmente, estaba bajo aviso, y no estaba siendo aislado de los otros seres humanos. Y, no obstante, lo estaba haciendo muy bien. Era tan adaptable como ella había sospechado.

Moviéndose lentamente, Nikanj llegó a la cama y se subió a ella impulsándose con una mano, doblando las piernas bajo su cuerpo para acomodarse. Los tentáculos de su cabeza se enfocaron en Joseph.

—No hay prisa —dijo—. Hablaremos un rato. Si tenéis hambre, os traeré algo.

—Yo no tengo hambre —dijo Joseph—, pero quizá otros la tengan.

—Tendrán que esperar. Es conveniente que pasen algún tiempo esperando a Lilith, que comprendan que, sin ella, nada pueden.

—Tampoco es que puedan mucho conmigo —dijo Lilith suavemente—. Los habéis hecho dependientes de mí…, quizá luego no olviden eso.

—Conviértete en su líder, y ya no habrá nada que decir.

Joseph la miró como si Nikanj hubiera dicho algo al fin que lo distrajese de la rareza de su cuerpo.

—Lo que él quiere decir no es líder —explicó ella—, sino chivo expiatorio.

—Tú puedes hacer que sus existencias sean más fáciles —dijo Nikanj—. Puedes ayudarles a aceptar lo que les va a pasar. Pero, líderes o no, no puedes impedir lo que va a suceder. Ocurriría aunque tú murieses. Si tú los lideras, más de ellos sobrevivirán. Si no lo haces, quizá ni tú misma sobrevivas.

Lo miró, recordando cómo había yacido junto a él, cuando era débil e inerme, recordando haber partido la comida en pedacitos y haberle alimentado, lenta y cuidadosamente, con esos pedacitos.

Tras un tiempo, los tentáculos de la cabeza y cuerpo de Nikanj se unieron para formar feos nudos y se abrazó con sus brazos sensoriales. Habló en oankali, sólo para ella:

—¡Quiero que vivas! ¡Tu compañero tiene razón, algunas de esas personas ya están conspirando contra ti!

—¡Ya te dije que conspirarían en mi contra! —contestó ella en inglés—. ¡Ya te dije que probablemente me matarían!

—No me dijiste que les ayudarías a eso.

Ella se apoyó contra la plataforma-mesa, con la cabeza baja.

—Estoy tratando de vivir —susurró—, sabes que lo estoy intentando.

—Podríais hacer un clon de nosotros —intervino Joseph—. ¿No es cierto?

—Sí.

—Podríais tomar células reproductoras de nosotros y hacer crecer embriones humanos en matrices artificiales.

—Sí.

—Incluso nos podéis recrear, a partir de algún tipo de mapa o grabación de genes…

—También podemos hacer eso. Ya hemos hecho todas esas cosas. Debemos hacerlas para comprender mejor una nueva especie. Debemos compararlas con la concepción y nacimiento naturales en el hombre. Tenemos que comparar los niños que hemos hecho con los que tomamos de la Tierra. Somos muy cuidadosos en evitar dañar una nueva especie asociada.

—¿Es así como lo llamáis? —murmuró Joseph con amarga revulsión.

Nikanj habló muy suavemente:

—Reverenciamos la vida. Teníamos que estar seguros de hallar modos en los que pudierais vivir en asociación, y no simplemente morir de ella.

—¡No nos necesitáis! —exclamó Joseph—. Habéis creado vuestros propios seres humanos. Pobres bastardos. ¡Hacedlos a ellos vuestros asociados!

—Os… necesitamos. —Nikanj hablaba tan quedo, que Joseph se inclinó hacia delante para escucharle—. Un asociado debe de ser interesante biológicamente, atractivo para nosotros, y vosotros sois fascinantes. Sois el horror y la belleza, en una rara combinación. Hablando muy claramente, nos habéis capturado, y no podemos escapar. Pero sois más que la composición y los mecanismos de vuestros cuerpos. Sois vuestras personalidades, vuestras culturas. También estamos interesados en ellas. Es por eso por lo que hemos salvado a tantos de vosotros como hemos podido.

Joseph se estremeció.

—Ya hemos visto cómo nos salvasteis…, con vuestras celdas de presidio y vuestras plantas de animación suspendida…, y, ahora, esto.

—Ésas son las cosas más simples que hacemos. Y os dejan relativamente intocados. Sois lo que erais en la Tierra… menos toda… enfermedad o daño. Con un poco de entrenamiento, podréis volver a la Tierra y vivir en ella confortablemente.

—Aquéllos de nosotros que sobrevivamos a esta sala y a la sala de entrenamiento.

—Aquéllos de entre vosotros que sobrevivan.

—¡Podríais haber hecho esto de otro modo!

—Hemos probado otros modos. Éste es el mejor. Aquí está el incentivo a no hacer daño: nadie que haya matado o herido gravemente a otro volverá jamás a poner el pie en la Tierra.

—¿Serán retenidos aquí?

—Para el resto de sus vidas.

—¿Incluso… —Joseph miró a Lilith, luego se enfrentó de nuevo a Nikanj—, incluso si la muerte es en autodefensa?

—Ella está exceptuada —aclaró Nikanj.

—¿Cómo?

—Ella lo sabe. Le hemos dado habilidades que al menos uno de vosotros debe de tener. Eso la hace diferente, y, en consecuencia, la convierten en un blanco. Iría en contra de lo que pretendemos el que la prohibiéramos defenderse.

—Nikanj —dijo Lilith, y, cuando vio que había obtenido su atención, le habló en oankali—: Exceptúalo también a él.

—No.

Negativa rotunda. No había vuelta atrás, y ella lo sabía. Pero no podía dejar de intentarlo:

—Podría ser muerto por causa mía.

Nikanj le contestó en oankali:

—Y yo quiero que viva, por ti. Pero yo no tomé la decisión de mantener lejos de la Tierra a los humanos que maten…, ni tampoco te exceptué a ti. Fue un consenso. Y no puedo exceptuarlo a él.

—Entonces, hazlo más fuerte…, tal como me hiciste a mí.

—Si lo hago, sería más posible que matase.

—Y menos posible que muriese. Lo que quiero es que le des más resistencia a los daños. Ayúdalo a que se cure más rápido cuando esté herido. ¡Dale una oportunidad!

—¿De qué estáis hablando? —intervino irritado Joseph—. ¡Hablad en inglés!

Ella abrió la boca, pero Nikanj habló primero:

—Está intercediendo en tu favor. Quiere que te proteja.

Él miró a Lilith en busca de confirmación, y ella asintió con la cabeza.

—Tengo miedo por ti. Quería qué también te exceptuasen, pero él me dice que eso es algo que no puede hacer. Así que le he pedido… —se detuvo y miró a Nikanj, y luego a Joseph— que te haga más fuerte, para que al menos tengas una posibilidad.

Él la miró con el ceño fruncido:

—Lilith, no soy un grandullón, pero sí más fuerte de lo que piensas. Puedo cuidar de mí mismo.

—No hablé en inglés porque no quería que dijeses eso. ¡Claro que no puedes cuidar de ti mismo! ¡Nadie podría hacerlo, con lo que puede llegar a pasar aquí! Sólo quería que tuvieses más posibilidades de las que tienes ahora.

—Enséñale tu mano —le dijo Nikanj.

Ella dudó, temiendo que fuera a verla como demasiado alienígena, o demasiado cercana a los alienígenas…, demasiado cambiada por ellos. Pero, ahora que Nikanj había llamado la atención hacia su mano, no podía ocultarla. Alzó sus ya no heridos nudillos y se los enseñó a Joseph.

Él examinó la mano minuciosamente, luego miró la otra para asegurarse que no se había equivocado de mano.

—¿Ellos hicieron esto? —preguntó—. Te permite curarte rápidamente, ¿no?

—Sí.

—¿Y qué más te han hecho?

—Me han hecho más fuerte de lo que era, y ya era bastante fuerte antes…, y me han permitido controlar las paredes interiores y las plantas de animación suspendida. Eso es todo.

Miró a Nikanj.

—¿Cómo han hecho esto?

Nikanj hizo resonar sus tentáculos.

—Para las paredes, alteré un poco la química de su cuerpo. Para la fuerza, le di un uso más eficiente de lo que ya poseía…, podría haber sido más fuerte por ella misma. Sus antepasados eran más fuertes…, en especial sus antepasados no humanos. La ayudé a conseguir aquello de lo que potencialmente era capaz.

—¿Cómo?

—¿Cómo mueves tú los dedos de tus manos, y cómo los coordinas? Soy un ooloi, criado para trabajar con los humanos. Puedo ayudaros a conseguir cualquier cosa que vuestros cuerpos sean capaces de hacer. Hice cambios bioquímicos que ocasionaron el que sus ejercicios gimnásticos, que realiza regularmente, fuesen mucho más efectivos de lo que lo hubieran sido de otro modo. También hay un mínimo cambio genético. No he quitado ni añadido nada, pero he sacado al exterior una habilidad latente. Ella es tan fuerte y tan rápida como lo eran sus más cercanos antepasados animales.

Nikanj hizo una pausa, quizá viendo el modo en que Joseph estaba mirando a Lilith.

—Los cambios que he hecho no son hereditarios —añadió.

—¡Has dicho que has cambiado sus genes! —acusó Joseph.

—Sólo en las células corporales, no en las reproductoras.

—Pero, si hacéis un clon de ella…

—No la clonaré.

Hubo un largo silencio. Joseph miró a Nikanj, luego contempló largo rato a Lilith. Ella habló cuando pensó que ya había resistido lo bastante aquella mirada:

—Si quieres irte a reunir con los otros, te abriré la pared.

—¿Eso piensas que haré? —preguntó él.

—Eso es lo que temo que hagas —susurró ella.

—¿Podrías haber impedido lo que te hicieron?

—No intenté impedirlo. —Tragó saliva—. Dijera lo que dijese, me iban a dar este trabajo. Les expliqué que, puestos al caso, podían matarme ellos mismos. Ni siquiera esto los detuvo. Así que, cuando Nikanj y sus compañeros me ofrecieron tanto como podían ofrecerme, ni siquiera me lo pensé. Lo recibí con alegría.

Tras un tiempo, él asintió con la cabeza.

—Te daré algo de lo que le di a ella —dijo Nikanj—. No aumentará tu fuerza, pero te curarás más rápidamente, te recuperarás de heridas que, de otro modo, podrían matarte. ¿Quieres que lo haga?

—¿Me dejas elegir?

—Sí.

—¿El cambio es permanente?

—A menos que pidas que te cambien a como eras antes.

—¿Tiene efectos secundarios?

—Psicológicos.

Joseph frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con eso de psicológicos…? ¡Oh! Así que es por eso por lo que no me das más fuerza…

—Sí.

—Pero te fías de… Lilith.

—Ella ha estado años Despierta y viviendo con mi familia. La conocemos. Y, naturalmente, siempre estamos vigilantes.

Tras un rato, Joseph tomó las manos de Lilith.

—¿Lo ves? —preguntó con voz amable—. ¿Entiendes por qué te eligieron a ti…, a alguien que, desesperadamente, no quiere la responsabilidad, que no quiere liderar, que es una mujer?

La condescendencia en su voz primero la sobresaltó, luego la irritó.

—¿Lo veo, Joe? ¡Oh, sí, he tenido mucho tiempo para verlo!

Él pareció darse cuenta de cómo habían sonado sus palabras:

—Lo has tenido, sí. Aunque, ¿para qué sirve el saberlo…?

Nikanj había ido pasando su atención del uno al otro. Ahora la enfocó en Joseph.

—¿Debo de hacerte el cambio? —preguntó.

Joseph soltó las manos de Lilith.

—¿Cómo se hace? ¿Con cirugía? ¿O es algo que tiene que ver con la sangre, o la médula ósea?

—Serás puesto a dormir. Cuando te despiertes, el cambio habrá sido realizado. No habrá ni dolor ni enfermedad, ni cirugía en el sentido habitual de la palabra.

—¿Cómo lo harás?

—Éstas son mis herramientas —extendió ambos brazos sensoriales—. Con ellas te estudiaré, y luego efectuaré los ajustes necesarios. Mi cuerpo y el tuyo producirán cualquier sustancia que sea necesaria.

Joseph se estremeció visiblemente.

—No… no creo que pueda dejar que me toques.

Lilith lo miró hasta que se volvió hacia ella.

—Yo pasé muchos días encerrada con uno de ellos antes de que pudiera llegar a tocarlo —explicó—. Y hubo veces…, preferiría que me diesen una buena paliza antes que tener que volver a pasar por algo como aquello.

Joseph se acercó más a ella, con gesto protector. Le resultaba más fácil dar aliento que pedirlo. Pero ahora consiguió hacer ambas cosas a un tiempo.

—¿Te vas a quedar mucho más por aquí? —le preguntó a Nikanj.

—No mucho más. Volveré. Probablemente sentirás mucho menos miedo cuando me veas de nuevo. —Hizo una pausa—. Al final, acabarás por tocarme. Por lo menos debes demostrar ese tipo de control, antes de que te cambie.

—No sé. Quizá no quiera que me cambies. Lo que realmente no comprendo es lo que haces con… esos tentáculos.

—Brazos sensoriales, así es como los llamamos en inglés. Son más que brazos…, mucho más, pero el término resulta conveniente. —Enfocó su atención en Lilith, y le habló en oankali—: ¿Crees que le ayudará el ver una demostración?

—Me temo que se sentirá repelido —contestó ella.

—Es un macho inusual. Pienso que puede llegar a sorprenderte.

—No.

—Deberías confiar en mí. Sé mucho acerca de él.

—¡No! Déjamelo a mí.

Él se puso en pie, desdoblándose de modo espectacular. Cuando ella vio que estaba a punto de marcharse, se relajó. Luego, con un fluido movimiento continuo, se puso junto a ella y pasó un brazo sensorial en torno a su cuello, formando una soga de ahorcado extrañamente confortable. Ella no tuvo miedo: sus primeros pensamientos fueron de preocupación por Joseph y de irritación hacia Nikanj.

Joseph no se había movido. Ella estaba entre el ooloi y él.

—No pasa nada —le dijo Lilith a Joseph—. Quería que lo vieses: éste es todo el contacto que él necesitará.

Joseph miró el lazo del brazo sensorial, apartó la vista del mismo a Nikanj y luego de nuevo al brazo, allá donde descansaba sobre la piel de Lilith. Tras un momento, alzó una mano hacia él. Se detuvo. Su mano temblaba violentamente. La echó hacia atrás; luego, lentamente, la tendió de nuevo. Tras sólo un instante de duda, tocó la fría y dura carne del brazo sensorial. Sus dedos descansaron en su punta, dura como una uña, y esa punta serpenteó para agarrarle la muñeca.

Ahora Lilith ya no era su intermediaria. Joseph permanecía rígido y silencioso, sudando pero no temblando; con su mano alzada, los dedos agarrotados como garras, con un lazo de tentáculo sensorial en un apretón, indoloro pero irrompible, alrededor de su muñeca.

Con un sonido que podría haber sido el inicio de un alarido, Joseph se desplomó.

Lilith avanzó hacia él con rapidez, pero fue Nikanj quien lo asió. Estaba inconsciente. Ella no dijo nada hasta que hubo ayudado a Nikanj a colocarlo sobre la cama. Entonces, lo cogió por los hombros y le dio la vuelta para tenerlo cara a cara.

—¿Por qué no podías dejarlo en paz? —preguntó—. Se supone que soy yo quien está al cargo de ellos. ¿Por qué no te limitaste a dejármelo a mí?

—¿Sabías que ningún humano no drogado había hecho esto antes? —comentó el ooloi—. Algunos nos han tocado, accidentalmente, poco tiempo después de habernos conocido, pero nadie lo había hecho deliberadamente. Ya te he dicho que es inusual.

—¿Por qué no podías dejarlo en paz?

Desabrochó la chaqueta de Joseph y comenzó a quitársela.

—Porque ya hay dos machos humanos hablando mal de él, tratando de provocar a los otros en su contra. Uno de ellos ha decidido que es algo que llama mariposón, y al otro no le gusta la forma de sus ojos. En realidad, ambos están irritados por el modo en que se ha aliado contigo. Preferirían que no tuvieses aliados. Tu pareja necesita toda la protección que yo pueda darle ahora.

Escuchó, anonadada. Joseph le había hablado del peligro. ¿Había sabido lo inmediato que era ese peligro para él? Nikanj tiró de la chaqueta hacia un lado y se tendió junto a Joseph. Enroscó un tentáculo sensorial alrededor del cuello del hombre y el otro en torno a su cintura, atrayendo el cuerpo de Joseph hacia el suyo.

—¿Lo drogaste, o se desmayó? —preguntó ella…, luego se preguntó por qué lo habría preguntado.

—Lo drogué en cuanto le agarré la mano. No obstante, había alcanzado su punto de ruptura. Podría haberse desmayado por su cuenta. De este modo estará irritado conmigo por haberle drogado, no por hacerlo parecer débil a tus ojos.

Ella asintió con la cabeza:

—Gracias.

—¿Qué es un mariposón? —preguntó el ooloi.

Ella se lo explicó.

—Pero ellos saben que no lo es. Saben que se ha apareado contigo.

—Sí. Bueno, también han surgido algunas dudas acerca de mí, según he oído.

—Ninguno de ellos lo cree realmente.

—Y, no obstante…

—Devuélveles la pelota liderándolos, Lilith. Ayúdanos a enviar a casa a tantos como podamos.

Ella se lo quedó mirando durante largo rato, sintiéndose aterrada y vacía. Sonaba tan sincero…, y no es que aquello importase. ¿Cómo podía convertirse en la líder de una gente que la tenía por su carcelera? A un cierto nivel, hay que confiar en el líder. Y, en cambio, cada acto que realizara que demostrase la verdad de lo que ella decía también ponía bajo sospecha sus verdaderas lealtades, e incluso su misma humanidad.

Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas y, al principio, mirando al vacío. Al fin, sus ojos fueron atraídos por Nikanj agarrando a Joseph en la cama. La pareja no se movía, a pesar de que oyó suspirar a Joseph. Entonces, ¿es que ya no estaba totalmente inconsciente? ¿Estaba aprendiendo ya la lección que, al cabo, enseñaba todo ooloi adulto? ¡Tanto en un solo día!

—¿Lilith?

Sufrió un sobresalto. Tanto Joseph como Nikanj habían pronunciado su nombre, aunque estaba claro que sólo Nikanj estaba lo bastante despierto como para saber lo que estaba diciendo. Joseph, drogado y bajo la influencia de múltiples nexos neurales, repetiría todo lo que Nikanj dijera o hiciese, a menos que ello dividiese lo bastante su atención como para impedírselo. Nikanj no se había molestado en hacerlo.

—Lo he ajustado, incluso le he dado un poco más de fuerza, aunque tendrá que hacer ejercicio para ser capaz de utilizar esto en ventaja propia. Será más difícil de herir, más rápido en curarse, y capaz de sobrevivir y recuperarse tras heridas que, antes, lo hubieran matado.

Sin saberlo, Joseph repetía cada palabra, exactamente al unísono con Nikanj.

—Acaba con eso —dijo secamente Lilith.

Nikanj cortó la conexión sin perder palabra.

—Acuéstate aquí con nosotros —dijo Nikanj, hablando sólo él—. ¿Por qué has de estar ahí abajo, separada de nosotros?

Ella pensó que no podía haber nada más seductor que un ooloi hablando en aquel tono especial, haciendo aquella sugerencia en concreto. Se dio cuenta de que, sin quererlo, se había puesto en pie y dado un paso hacia la cama. Se detuvo y los miró a los dos. Ahora, la respiración de Joseph se convirtió en un suave ronquido; parecía estar durmiendo confortablemente, apoyado contra Nikanj, del mismo modo que ella se había despertado, muchas veces, para encontrárselo durmiendo confortablemente apoyado contra ella. No pretendió, ni exteriormente ni para ella misma, que fuera a resistirse a la invitación de Nikanj…, o siquiera que desease resistirla. Nikanj podía darle una intimidad con Joseph que iba más allá de la experiencia normal humana. Y, lo que él daba, era algo que también experimentaba ella. Aquello era lo que había capturado a Paul Titus, pensó. Esto, no la pena por lo perdido, o el miedo a una Tierra primitiva.

Apretó los puños, manteniéndose en su sitio.

—Esto no me ayudará —dijo—. Sólo me pondrá las cosas más difíciles cuando no estés por aquí.

Nikanj liberó un brazo sensorial de la cintura de Joseph y lo tendió hacia ella.

Se quedó donde estaba por un instante más, probándose a sí misma que aún controlaba su propio comportamiento. Luego, se arrancó la chaqueta y aferró aquel feo, feo órgano con pinta de trompa de elefante, y dejó que se enrollara alrededor de ella mientras se subía a la cama. Hizo un bocadillo del cuerpo de Nikanj, entre el de Joseph y el de ella, colocándolo, por primera vez, en la posición ooloi entre dos humanos. Por un instante, esto la aterró. Éste era el modo en que quizá, algún día, la dejaran preñada con un niño que sería otra cosa que humano. No ahora, cuando Nikanj quería de ella otro trabajo, pero sí algún día. Una vez se conectaba al sistema nervioso de ella, podía controlarla y hacer con ella lo que quisiese.

Lo notó temblar a su lado, y supo que ya estaba dentro.