5
Le hizo esperar, mientras se lavaba el zumo de la naranja de las manos. Luego, él fue hasta una de las paredes y la tocó con algunos de los tentáculos más largos de su cabeza.
Un punto oscuro apareció en la pared, allá donde él había hecho contacto. Se convirtió en una fisura, que se fue haciendo más profunda y ancha, luego en un orificio por el que Lilith pudo ver luz y color…, verde, rojo, naranja, amarillo…
Desde su captura había habido poco color en su mundo. Su propia piel, su sangre…, dentro de las pálidas paredes de la prisión, eso había sido todo. Lo demás era una tonalidad uniforme de blanco o gris. Incluso su comida había sido incolora, hasta la aparición del plátano. Ahora, aquí había color y lo que parecía ser luz del sol. Y había espacio, un vasto espacio.
El hueco en la pared se amplió, como si fuese carne que se desgarra, pulsando lentamente. Se sintió a un tiempo fascinada y repelida.
—¿Está viva? —preguntó.
—Sí —contestó él.
Ella la había golpeado, dado patadas, arañado, tratado de morderla. Y la pared siempre había permanecido lisa, dura, impenetrable, aunque cediendo un poco a la presión, como la cama y la mesa. Había tenido un tacto como de plástico, fría bajo sus dedos.
—¿Qué es?
—Carne. Más parecida a la mía que a la de usted. No obstante, también es diferente a la mía. Es… la nave.
—¿Bromea? ¿Está viva la nave?
—Sí. Salga. —El agujero de la pared se había hecho lo bastante grande como para que ambos pudieran pasar por él. Jdahya inclinó la cabeza y dio el necesario paso. Ella empezó a seguirle, pero luego se detuvo. Allá fuera había demasiado espacio. Los colores que había visto eran delgadas hojas, parecidas a cabellos, y redondos frutos del tamaño de cocos, aparentemente en distintos estadios de desarrollo. Todo ello colgaba de grandes ramas que daban sombra a la nueva salida. Tras ellas se veía un amplio campo abierto, con árboles dispersos…, unos árboles imposiblemente grandes; colinas distantes y un brillante cielo marfileño, sin sol. Había algo lo suficientemente extraño en los árboles y en el cielo como para impedirle pensar que se hallaba en la Tierra. En la distancia se veía a gente moviéndose, y también unos animales negros, del tamaño de perros pastores alemanes, que estaban demasiado lejanos como para poder verlos con claridad…, aunque, aun en la distancia, los animales parecían tener demasiadas patas…, ¿seis?, ¿diez? Parecían estar pastando.
—Salga, Lilith —dijo Jdahya.
Ella dio un paso hacia atrás, alejándose de toda aquella amplitud alienígena. De repente, la habitación de aislamiento, que tanto había odiado, le pareció segura y reconfortante.
—¿De vuelta a su jaula, Lilith? —preguntó suavemente Jdahya.
Ella le miró a través del agujero, y se dio cuenta de inmediato de que intentaba provocarla, hacer que superase su miedo. No habría funcionado si no estuviera cargado de razón: ella se estaba retirando de nuevo a su jaula…, era como un animal del zoo que ha estado tanto tiempo encerrado que la jaula se ha convertido en su hogar.
Se obligó a sí misma a ir hasta la abertura y, luego, con los dientes apretados, la cruzó.
Fuera, se colocó junto a él e inspiró, profunda y estremecidamente. Giró la cabeza y miró a la habitación, luego se volvió con rapidez, luchando contra un impulso de huir de vuelta al interior. Él la tomó de la mano y se la llevó de allí.
Cuando miró atrás por segunda vez, el agujero se estaba cerrando, y pudo ver que de donde había salido era, en realidad, un gran árbol. Su habitación no podía haber ocupado más que una pequeña fracción de su interior. El árbol crecía en lo que parecía un suelo normal, arenoso, color marrón claro. Sus ramas inferiores estaban cargadas de frutos, y el resto de él parecía muy normal, a excepción de su tamaño: el tronco tenía más diámetro que muchos edificios de oficinas que ella recordaba. Y parecía tocar el cielo marfileño. ¿Cuán alto era? ¿Cuánto de él servía como edificio?
—¿Estaba vivo todo lo que había dentro de la habitación? —preguntó.
—Todo, excepto algunas de las cañerías visibles del baño —explicó Jdahya—. Incluso los alimentos que usted comía son producidos a partir de uno de los frutos que crecen fuera. Fueron diseñados para cubrir sus necesidades de nutrición.
—¿Y para que supiesen como algodón y goma de pegar? —murmuró ella—. Espero no tener que comer más de esa cosa.
—Ya no. Pero la ha mantenido muy sana. En especial, su dieta animó a su cuerpo a no desarrollar cánceres, mientras eran corregidas sus inclinaciones genéticas a hacerlos crecer.
—¿Y ya han sido corregidas?
—Sí. Han sido insertados genes correctores en sus células, y éstas los han aceptado y los han copiado. Ahora no hay ninguna posibilidad de que desarrolle un cáncer por accidente.
Ésa, pensó, era una extraña explicación. Pero, por el momento, la dejaría pasar.
—¿Cuándo me enviarán de vuelta a la Tierra?
—Ahora no podría sobrevivir allí…, especialmente sola.
—¿Aún no han enviado de vuelta a ninguno de nosotros?
—Su grupo será el primero.
—Oh. —Aquello no se le había ocurrido: que ella y otros como ella fueran a modo de conejillos de Indias, tratando de sobrevivir en una Tierra que debía haber cambiado muchísimo—. ¿Cómo es ahora aquello?
—Salvaje: bosques, montañas, desiertos, llanuras, grandes océanos. Es un mundo rico, limpio de radiaciones peligrosas en la mayoría de los lugares. La mayor diversidad de vida animal se da en los océanos, pero hay un cierto número de pequeños animales que se multiplican en tierra firme: insectos, gusanos, anfibios, reptiles, pequeños mamíferos. No hay duda de que su gente podrá vivir allí.
—¿Cuándo?
—No apresuremos las cosas. Tiene una muy larga vida ante usted, Lilith. Y tiene un trabajo que hacer aquí.
—Eso ya lo ha dicho antes. ¿Qué clase de trabajo?
—Durante un tiempo vivirá con mi familia…, en tanto como le sea posible, vivirá como nosotros. Le enseñaremos su trabajo.
—Pero, ¿qué trabajo es?
—Despertará usted a un pequeño grupo de humanos, todos ellos angloparlantes, y les ayudará a aprender a tratar con nosotros. Les enseñará también las habilidades de supervivencia que nosotros le enseñaremos a usted. Toda esa gente procederá de lo que ustedes llamaban sociedades civilizadas, y ahora tendrán que aprender a vivir en la selva, a construirse sus propios refugios, a procurarse la comida, y todo eso sin la ayuda ni de máquinas, ni del exterior.
—¿Nos prohibirán las máquinas? —preguntó ella, incierta.
—Naturalmente que no. Pero tampoco se las daremos. Les daremos herramientas manuales, equipo simple y también alimentos, hasta que empiecen a construirse por ustedes las cosas que necesiten y a recoger sus propias cosechas. Y ya les hemos armado contra los microorganismos más mortíferos. Después de eso, tendrán que apañárselas por sí mismos, evitando las plantas venenosas y los animales peligrosos y creando aquello que necesiten.
—¿Cómo pueden enseñarnos ustedes a sobrevivir en nuestro propio mundo? ¿Cómo pueden ustedes saber lo bastante acerca de él, o de nosotros?
—¿Y cómo no vamos a saberlo? Hemos ayudado a su mundo a restaurarse. Hemos estudiado sus cuerpos, su forma de pensar, su literatura, sus archivos históricos, sus muchas culturas… Sabemos, más que ustedes mismos, de lo que son capaces.
O, al menos, creían saberlo. Aunque quizá tuvieran razón, si es que habían tenido doscientos cincuenta años para estudiarnos.
—¿Nos han inoculado contra las enfermedades? —preguntó, para estar segura de haberle entendido.
—No.
—Pero ha dicho que…
—Hemos reforzado su sistema inmunológico y, en general, incrementado su resistencia a la enfermedad.
—¿Cómo? ¿Otra cosa que les han hecho a nuestros genes?
Él no respondió, y ella dejó que el silencio se prolongase, hasta que estuvo segura de que no iba a hacerlo. Aquélla era una cosa más que le habían hecho a su cuerpo sin su consentimiento y, supuestamente, por su propio bien.
—Acostumbrábamos a tratar en este modo a los animales —murmuró con amargura.
—¿Cómo? —inquirió él.
—Les hacíamos cosas…, inoculaciones, cirugía, aislamiento…, y todo por su propio bien. Los queríamos sanos y salvos…, a veces para podérnoslos comer luego.
Los tentáculos no se aplastaron contra su cuerpo, pero tuvo la impresión de que se estaba riendo de ella.
—¿No le asusta decirme cosas como ésta? —preguntó.
—No —respondió ella—. Lo que me asusta es que me hagan cosas que no entiendo.
—Le ha sido dada la salud. Y los ooloi se han ocupado de que tenga usted una posibilidad de vivir en su Tierra…, y no, simplemente, de morir en ella.
No quiso decir más sobre ese tema. Ella miró en derredor y estudió los enormes árboles, algunos de los cuales tenían grandes troncos múltiples, repletos de ramas y con unas hojas que parecían largos cabellos verdes. Algunas de estas hojas parecían moverse, aunque no había viento alguno. Lanzó un suspiro. Entonces…, los árboles también eran tentaculados, como la gente. Tenían largos y delgados tentáculos verdes.
—¿Jdahya?
Los tentáculos de Jdahya se movieron hacia ella de un modo que aún encontraba desconcertante; aunque sólo era el modo que él tenía de prestarle atención, o de demostrarle a ella que se la tenía.
—Estoy dispuesta a aprender lo que tenga que enseñarme —dijo—, pero no creo que sea la maestra más adecuada para enseñar a otros. Antes había tantos humanos que sabían cómo vivir en la naturaleza…, incluso algunos que podrían enseñarles cosas a ustedes. Es con ellos con quienes debería estar hablando ahora.
—Ya lo hemos hecho. Y tendrán que ser especialmente cuidadosos, porque algunas de las cosas que «saben» ya no son ciertas. Hay nuevas plantas…, mutaciones de las viejas y adiciones que nosotros hemos hecho. Algunas cosas que acostumbraban a ser comestibles ahora son mortales, y algunas otras sólo son mortíferas si no se preparan del modo adecuado. Algo de la vida animal ya no es tan inofensiva como lo fue aparentemente antes. Su Tierra sigue siendo su Tierra, pero entre los esfuerzos de su gente por destruirla y los nuestros por restaurarla, ha cambiado.
Ella asintió, preguntándose por qué podía absorber sus palabras con tanta facilidad. Quizá porque, ya antes de su captura, había sabido que el mundo que ella había conocido estaba muerto. Y ya había absorbido esta pérdida en el grado que le era posible.
—Debe de haber ruinas —dijo, con voz baja.
—Las había. Destruimos muchas de ellas.
Sin pensárselo, ella le agarró del brazo:
—¿Las destruyeron? ¿Quedaban cosas y ustedes las destruyeron?
—Empezarán de nuevo. Les pondremos en zonas que están limpias de radioactividad y de historia. Se convertirán ustedes en algo distinto de lo que fueron.
—¿Y creen ustedes que, destruyendo lo que quedaba de nuestras culturas, nos harán mejores?
—No. Sólo diferentes.
De pronto, ella se dio cuenta de que le estaba mirando directamente y le agarraba el brazo con una fuerza que debía de resultarle dolorosa. De hecho, a ella le dolía la mano de lo mucho que apretaba. Lo soltó, y el brazo cayó hacia su costado de aquella manera mortecina en que parecían moverse sus extremidades cuando no las estaba usando para algún propósito específico.
—Se equivocaron —afirmó ella. No podía mantener su ira. No podía mirar su rostro alienígena, tentaculado, y mantener su ira…, pero tenía que decir aquello—: Han destruido algo que no era suyo. Completaron un acto de locura.
—Usted sigue viva —señaló él.
Caminó junto a él, silenciosamente desagradecida. Del suelo crecían matojos de densas hojas carnosas o tentáculos. Él iba con cuidado de no pisarlos…, lo que hacía que ella sintiese deseos de darles una patada. Sólo la detenía el hecho de llevar los pies descalzos. Entonces se fijó, con gran disgusto, en que las hojas se contraían y retorcían para apartarse del camino, si es que pisaba cerca de alguna…, era como si las hojas fuesen en realidad gusanos de tamaño gigante. Pero parecían estar enraizadas en el suelo. ¿Eso las convertía en plantas?
—¿Qué son estas cosas? —preguntó, señalando una con un pie.
—Son parte de la nave. Pueden ser inducidas a producir un líquido que nos gusta a nosotros y a nuestros animales. Pero no sería bueno para usted.
—¿Son plantas o animales?
—No están diferenciadas de la nave.
—Bueno, entonces…, la nave, ¿es planta o animal?
—Ambas cosas, y más.
Significara aquello lo que significase.
—¿Es inteligente?
—Puede serlo. Pero esa parte de la nave está ahora en estado durmiente. Y, aun así, la nave puede ser inducida químicamente a realizar más funciones de las que tendría usted paciencia de escuchar. Y hace muchas cosas motu propio, sin que haya que estar controlándola. Y, además… —Se quedó en silencio por un momento, con sus tentáculos suaves sobre su cuerpo, luego continuó—: La doctora humana acostumbraba a decir que la nave nos amaba. Existe una afinidad, pero es biológica…, una fuerte relación simbiótica. Nosotros atendemos a las necesidades de la nave, y ella atiende a las nuestras. Moriría sin nosotros, y nosotros nos veríamos náufragos en algún planeta sin ella. Y, para nosotros, eso significaría finalmente la muerte.
—¿De dónde la sacaron?
—La desarrollamos.
—¿Ustedes… o sus antepasados?
—Mis antepasados desarrollaron ésta, y yo estoy ayudando a desarrollar otra.
—¿Ahora? ¿Por qué?
—Nos dividiremos aquí. En eso somos como animales asexuados maduros, pero nos dividimos en tres: Dinso se quedará en la Tierra hasta que esté dispuesto para marcharse, dentro de muchas generaciones; Toaht se marchará con esta nave; y Akjai se irá con la nueva.
Lilith le miró.
—¿Algunos de ustedes irán a la Tierra con nosotros?
—Yo iré, y mi familia, y otros. Todos Dinso.
—¿Por qué?
—Así es como crecemos, como siempre hemos crecido. Nos quedaremos con nosotros el conocimiento de como desarrollar naves, para que nuestros descendientes sean capaces de partir cuando llegue el momento. No podríamos sobrevivir como pueblo, si siempre estuviéramos confinados a una nave o a un mundo.
—¿Se llevarán con ustedes… semillas o algo así?
—Tomaremos los materiales necesarios.
—Y a los que se vayan…, Toaht y Akjai…, ¿no volverán a verlos nunca?
—Yo no. En algún momento, en un futuro lejano, quizás un grupo de mis descendientes se encuentre con un grupo de sus descendientes. Espero que esto suceda. Ambos se habrán dividido muchas veces: tendrán mucho que darse los unos a los otros.
—Probablemente ni se conozcan los unos a los otros. Recordarán esta división como algo mitológico, si es que la recuerdan.
—No, se reconocerán los unos a los otros. La memoria de una división es pasada de unos a otros de un modo biológico. Yo recuerdo todas y cada una de las que han tenido lugar en mi familia, desde que abandonamos nuestro mundo natal.
—¿Y recuerda su mundo natal? Quiero decir…, ¿podrían volver a él si lo deseasen?
—¿Volver? —Sus tentáculos se alisaron de nuevo—. No, Lilith, ésa es la única dirección que nos está cerrada. Ahora, éste es nuestro mundo.
Hizo un gesto a su alrededor, abarcando desde lo que parecía ser un brillante cielo marfileño a lo que parecía ser suelo marrón.
Ahora había muchos más árboles, y ella pudo ver a gente entrando y saliendo de los troncos…, desnudos oankali de color gris, con todo su cuerpo tentaculado, algunos con dos brazos, otros, cosa alarmante, con cuatro, pero ninguno con nada que pudiera reconocer como órganos sexuales. Quizás algunos de los tentáculos o de los brazos extra tuvieran una función sexual.
Examinó cada grupo de oankali, buscando humanos, pero no vio ninguno. Ni un solo oankali se acercó a ella, ni tampoco ninguno pareció prestarle la menor atención. Algunos de ellos, descubrió con un estremecimiento, tenían tentáculos cubriéndoles cada centímetro cuadrado de su cabeza…, por todas partes. Otros tenían tentáculos formando masas extrañas, irregulares. Ninguno tenía nada parecido a la tan humana disposición de los de Jdahya: tentáculos colocados para parecer ojos, orejas, cabello. El trabajo de Jdahya con los humanos, ¿había sido aconsejado por la casual distribución de los tentáculos de su cabeza, o éstos habían sido alterados, de modo quirúrgico o de alguna otra manera, para hacerle parecer más humano?
—Éste es el aspecto que siempre he tenido —le dijo él cuando se lo preguntó, y no quiso seguir hablando del tema.
Unos minutos más tarde pasaron junto a otro árbol, y ella tendió la mano para tocar la suave corteza, que cedió algo ante la presión.
—Todos estos árboles son viviendas, ¿no? —preguntó.
—Estas estructuras no son árboles —contestó él—. Forman parte de la nave. Ayudan a mantener su forma, nos dan cosas que necesitamos: oxígeno, alimentos, cuidan la eliminación de los residuos, nos proporcionan conductos de transporte, espacio residencial para vivir y almacenes, áreas de trabajo y muchas cosas más.
Pasaron muy cerca de una pareja de oankali que estaban tan juntos que los tentáculos de sus cabezas ondulaban y se entrecruzaban unos con otros. Podía ver sus cuerpos con todo detalle. Como los otros que había visto, estaban desnudos. Probablemente Jdahya había usado ropa como una cortesía hacia ella. Se sintió agradecida por ello.
El creciente número de personas junto a los que pasaban comenzaba a alterarla, y se dio cuenta de que se acercaba a Jdahya, como buscando su protección. Sorprendida y avergonzada, se obligó a sí misma a apartarse. Al parecer, él se dio cuenta.
—¿Lilith? —dijo, con voz queda.
—¿Qué?
Silencio.
—Estoy bien —afirmó ella—. Es sólo… que hay tanta gente, y son tan extraños para mí.
—Normalmente, no usamos nada de ropa.
—Eso ya lo había deducido.
—Es usted libre de usarla o no, según prefiera.
—¡La usaré! —Dudó—. ¿Dónde me está llevando…? ¿Hay otros humanos Despiertos?
—Ninguno.
Ella se abrazó fuertemente a sí misma, con los brazos cruzados sobre el pecho. Más aislamiento.
Ante su sorpresa, él extendió la mano. Y, ante su sorpresa aún mayor, ella la tomó, y lo hizo agradecida.
—¿Por qué no pueden regresar a su mundo? —preguntó—. Aún…, aún existe, ¿no?
Pareció pensar por un momento.
—Nos fuimos hace tanto… Dudo que aún exista.
—¿Por qué se fueron?
—Era una matriz. Para nosotros, había llegado la hora de que naciéramos.
Ella sonrió con amargura.
—Había humanos que pensaban así…, justo hasta el mismo momento en que fueron disparados los misiles. Gente que creía que el espacio era nuestro destino. Yo misma lo creía.
—Lo sé…, aunque, por lo que me han dicho los ooloi, su gente no podría haber cumplido con ese destino. Sus propios cuerpos eran un estorbo.
—¿Nuestros… cuerpos? ¿Qué quiere decir con eso? Hemos estado en el espacio, y no había nada en nuestros cuerpos que nos impidiese…
—Sus cuerpos tienen fallos fatales. Los ooloi lo percibieron de inmediato. Al principio, les costaba mucho tocarles. Ahora cuesta que les dejen a ustedes en paz.
—¿De qué me está hablando?
—Tienen ustedes un par de características genéticas desparejas. Cualquiera de ellas, por sí sola, podría haberles sido útil, habría ayudado a la supervivencia de su especie. Pero las dos juntas resultan fatales. Era sólo cuestión de tiempo hasta que les matasen.
Ella agitó la cabeza.
—Si lo que me está diciendo es que estábamos genéticamente programados para hacer lo que hicimos, volarnos en pedazos…
—No. La situación de su pueblo era más parecida a lo que le sucedía a usted, con el cáncer que le curó mi pariente. La doctora humana dijo que, aunque hubiesen sido los médicos humanos los que lo hubieran descubierto y extirpado en ese momento, usted se hubiera recuperado y vivido bien. Quizá hubiera pasado el resto de su vida libre de esa enfermedad, aunque dijo que ella la hubiera hecho someterse a revisiones periódicas.
—Eso es algo que no hubiera ni tenido que decirme, visto mi historial familiar.
—Sí, pero ¿y si no hubiera reconocido usted lo significativo que era su historial familiar? ¿Y si ni nosotros ni los humanos hubiésemos descubierto ese cáncer?
—Supongo que era maligno.
—Naturalmente.
—Entonces, supongo que al final me hubiera matado.
—Sí, lo hubiese hecho. Y su gente estaba en una situación similar. Si hubieran sido capaces de percibir y resolver su problema, hubieran sido capaces de evitar su destrucción. Naturalmente, hubieran debido de tener la precaución de reexaminarse periódicamente.
—Pero ¿cuál era el problema? Dice usted que teníamos dos características incompatibles; ¿cuáles eran?
Jdahya emitió un sonido crujiente que hubiera podido ser un suspiro, pero que no parecía salir ni de su boca ni de su garganta.
—Son ustedes inteligentes —dijo—. Ésa es la más reciente de las dos características, y la que podrían haber utilizado para salvarse. Potencialmente, son ustedes una de las especies más inteligentes que hemos encontrado, aunque su enfoque es diferente al nuestro. No obstante, tuvieron una buena actuación en las ciencias de la vida, e incluso en la genética.
—¿Y cuál es la segunda característica?
—Son ustedes jerárquicos. Ésa es la característica más antigua y más atrincherada en ustedes. La vimos tanto en sus más cercanos parientes animales como en los más lejanos. Es una característica terrestre. Y, cuando la inteligencia humana se puso a su servicio, en lugar de guiarla, cuando la inteligencia humana ni siquiera la reconoció como un problema, sino que se enorgulleció de ella o no la tuvo ni en cuenta… —De nuevo el sonido crujiente—. Eso fue como ignorar al cáncer. Creo que su gente no se dio cuenta de lo peligroso que era lo que estaban haciendo.
—No creo que la mayoría de nosotros pensásemos en eso como en un problema genético. Yo no lo hice. Ni estoy segura de hacerlo ahora. —Sus pies habían comenzado a dolerle de caminar tanto rato por aquel terreno desigual. Deseaba dar por terminados tanto el paseo como la conversación. Esta última le hacía sentirse incómoda: Jdahya sonaba… muy creíble.
—Sí —dijo—. La inteligencia le permite a usted negar hechos que no le gustan. Pero su negativa no importa. Un cáncer que crece en el cuerpo de alguien seguirá creciendo, aunque ese alguien lo niegue. Y una compleja combinación de genes, que funcionan juntos para hacerles inteligentes al tiempo que jerárquicos, seguirá lastrándoles, los reconozcan o no.
—No creo que sea tan sencillo. Simplemente uno o dos genes malos…
—No es sencillo, y no son simplemente uno o dos genes. Son muchos, el resultado de una complicada combinación de factores, que sólo empieza con los genes… —Se detuvo y dejó que los tentáculos de su cabeza se moviesen para indicar un irregular círculo de grandes árboles—. Mi familia vive ahí.
Ella se quedó quieta, ahora realmente asustada.
—Nadie la tocará sin su consentimiento —dijo él—. Y yo me quedaré con usted el tiempo que quiera.
Se sintió reconfortada por sus palabras y avergonzada por necesitar ser reconfortada. ¿Cómo había llegado a ser tan dependiente de él? Agitó la cabeza: la respuesta era obvia…, él la quería dependiente. Aquélla era la razón del continuado aislamiento de su propia especie. Ella tenía que ser dependiente de un oankali…, dependiente y confiada de él. ¡Que se fuera al infierno!
—Dígame lo que quiere de mí —murmuró bruscamente—, y lo que quiere de mi pueblo.
Los tentáculos se volvieron para examinarla.
—Ya le he dicho mucho.
—Dígame el precio, Jdahya. ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué nos quitará su gente, a cambio de habernos salvado?
Todos sus tentáculos parecieron colgar inertes ahora, dándole un aspecto casi cómico. A Lilith no le pareció gracioso.
—Usted vivirá —dijo—. Su pueblo vivirá. Tendrán su mundo de nuevo. Ya tenemos mucho de lo que queremos de ustedes. Su cáncer en particular.
—¿Cómo?
—Los ooloi están muy interesados en él. Sugiere habilidades que nunca antes habíamos podido intercambiar con éxito.
—¿Habilidades? ¿En el cáncer?
—Sí, los ooloi ven grandes posibilidades en él. Así que el intercambio ya nos ha dado frutos.
—Pues pueden quedárselo. Pero antes, cuando le pregunté, me dijo que negociaban… con ustedes mismos.
—Sí. Negociamos con la esencia de nosotros mismos. Nuestro material genético por el de ustedes.
Lilith frunció el entrecejo, luego agitó la cabeza.
—¿Cómo? Quiero decir…, no puede estar hablando usted de cruces entre las razas.
—Naturalmente que no. —Sus tentáculos se suavizaron—. Hacemos lo que ustedes llamarían ingeniería genética. Sabemos que también ustedes habían empezado a experimentar un poco, pero es algo que aún era poco corriente. En nosotros es una cosa natural: debemos hacerlo. Nos renueva, nos permite sobrevivir como una especie en evolución, en lugar de especializarnos hasta caer en el estancamiento o la extinción.
—Hasta cierto punto, todos lo hacemos de un modo natural —dijo ella con desconfianza—. La reproducción sexual…
—Los ooloi lo hacen por nosotros. Tienen órganos especiales para ello. Y también lo pueden hacer por ustedes…, asegurarse de que haya una buena mezcla de genes, viable. Forma parte de nuestra reproducción, pero es mucho más deliberado de lo que hayan logrado hasta el momento cualquier pareja de humanos apareados.
Hizo una pausa, luego prosiguió:
—Nosotros no somos jerárquicos, ¿comprende? Nunca lo fuimos. Pero somos poderosamente adquisitivos. Adquirimos nueva vida… la buscamos, la investigamos, la manipulamos, la organizamos, la utilizamos. Tenemos el impulso a hacer esto, dentro de una minúscula célula dentro de otra célula…, una diminuta organela que hay dentro de cada célula de nuestros cuerpos. ¿Me entiende?
—Comprendo sus palabras. Sin embargo, su significado…, es tan raro para mí como lo pueda ser usted.
—Así es como nosotros percibíamos al principio sus impulsos jerárquicos. —Hizo una pausa—. Uno de los significados de oankali es comerciante de genes. Otro es el nombre de esa organela, la esencia de nosotros mismos, nuestro origen. Debido a esa organela, los ooloi pueden percibir el ADN y manipularlo con precisión.
—Y esto…, ¿lo hacen dentro de sus cuerpos?
—Sí.
—Y, ahora, ¿están haciendo algo con el cáncer, dentro de sus cuerpos?
—Sí; experimentando.
—Eso suena… muy poco seguro.
—Ahora son como niños, hablan y no paran de las posibilidades.
—¿Qué posibilidades?
—Regeneración de miembros perdidos. Maleabilidad controlada. Los oankali del futuro podrán ser mucho menos temibles para sus potenciales clientes si son capaces de remodelarse antes del contacto, para parecerse más a la otra parte. Incluso una longevidad incrementada, aunque, comparado con lo que ustedes están acostumbrados a vivir, nosotros ya vivimos muchísimo.
—Y todo eso a partir del cáncer.
—Quizás. A los ooloi los escuchamos cuando dejan de hablar tanto. Es entonces cuando nos enteramos de cómo van a ser nuestras siguientes generaciones.
—¿Eso se lo dejan a ellos? ¿Son ellos quienes lo deciden?
—Ellos nos muestran las posibilidades comprobadas. Decidimos entre todos.
Trató de llevarla hacia el bosque de su familia, pero ella no avanzó.
—Hay algo que necesito entender ahora —dijo—. Usted lo llama intercambio. Han tomado de nosotros algo de valor, y nos van a dar de nuevo nuestro mundo. ¿Es eso? ¿Ya tienen todo lo que quieren de nosotros?
—Usted ya sabe que no —dijo él con voz queda—. Eso ya lo ha deducido.
Esperó, mirándolo.
—Su pueblo cambiará. Sus hijos serán más parecidos a nosotros y los nuestros más parecidos a ustedes. Sus tendencias jerárquicas serán modificadas y, si aprendemos a regenerar los miembros y a remodelar nuestros cuerpos, compartiremos con ustedes esas habilidades. Eso formará parte del intercambio. El saldo es aún a su favor.
—Entonces se trata de un cruce de razas, lo llame usted como lo llame.
—Es lo que yo he dicho que era: un intercambio. Los ooloi harán cambios en sus células reproductoras antes de la concepción, y luego controlarán ésta.
—¿Cómo?
—Cuando llegue el momento, los ooloi se lo explicarán.
Ella habló rápidamente, tratando de apartar sus pensamientos de una nueva cirugía y de algún tipo de acto sexual con los malditos ooloi:
—¿Qué es lo que harán con nosotros? ¿Qué es lo que serán nuestros hijos?
—Diferentes, como ya he dicho. No idénticos a ustedes. Un poquito como nosotros.
Ella pensó en su hijo, lo muy parecido a ella que había sido, lo muy parecido también a su padre. Luego pensó en unos grotescos niños-Medusa.
—¡No! —exclamó—. No. Poco me importa lo que hagan con lo que ya han aprendido…, ni cómo se lo aplican a ustedes mismos, pero a nosotros déjennos tranquilos. Simplemente, déjennos ir; si tenemos los problemas que ustedes piensan que tenemos, déjennos tratar de solucionarlos como seres humanos.
—No podemos echarnos atrás en el trueque —indicó él, suavemente implacable.
—¡No! ¡Ustedes van a acabar lo que empezó la guerra! En unas pocas generaciones…
—En una generación.
—¡No!
Él rodeó el brazo de ella con los muchos dedos de una mano.
—¿Puede usted contener la respiración, Lilith? ¿Puede contenerla, por un acto de voluntad, hasta morir?
—¿Contener…?
—Estamos tan necesitados del comercio como su cuerpo lo está del oxígeno. Ya andábamos retrasados en nuestros trueques cuando los hallamos a ustedes. Ahora lo llevaremos a cabo…, para el renacimiento de su pueblo y del mío.
—¡No! —gritó ella—. ¡Para nosotros, sólo puede darse el renacimiento si nos dejan en paz! ¡Déjennos empezar otra vez, por nosotros mismos!
Silencio.
Ella tiró de su brazo y, al cabo de un momento, él la soltó. Tuvo la impresión de que la estaba vigilando muy atentamente.
—Creo que desearía que su gente me hubiese dejado en la Tierra —susurró—. Si es para esto para lo que me hallaron, preferiría que me hubiesen dejado.
Los hijos de Medusa: serpientes por cabellos. Nidos de orugas por ojos y orejas.
Él se sentó en el desnudo suelo y, tras un minuto de sorpresa, ella se sentó frente a él, sin saber por qué, siguiendo, simplemente, su movimiento.
—No puedo deshacer el hecho de que la hallasen —dijo él—. Está usted aquí. Pero hay una cosa que sí puedo hacer…, aunque… es muy incorrecto el que yo se lo ofrezca. Y nunca más se lo volveré a ofrecer.
—¿Qué es? —preguntó ella, sin apenas importarle. Estaba cansada de la caminata, derrotada por lo que él le había contado. No tenía sentido. Buen Dios, no era extraño que él no pudiese volver a su casa…, aun en el caso de que todavía existiese. Fuera como fuese el pueblo de él cuando había partido, ahora debían de ser muy diferentes…, como serían diferentes los hijos de los últimos seres humanos sobrevivientes.
—¿Lilith? —la llamó él.
Ella alzó la cabeza y le miró.
—Ahora, tóqueme aquí —dijo él, haciendo un gesto hacia los tentáculos de su cabeza—, y la aguijonearé. Morirá…, muy rápidamente, y sin dolor.
Ella tragó saliva.
—Si lo desea —añadió él.
Lo que le estaba ofreciendo era un regalo. No era una amenaza.
—¿Por qué? —susurró ella.
Él no quiso responderle.
Miró los tentáculos de su cabeza. Alzó la mano, dejó que se tendiese hacia él, casi como si tuviera voluntad propia, sus propios deseos. No más Despertares. No más preguntas. No más respuestas imposibles. Nada.
Nada.
Jdahya no se movió. Incluso sus tentáculos estaban absolutamente inmóviles. La mano de ella flotó en el aire, deseando caer entre los órganos flexibles, duros, mortíferos. Flotó, casi rozando accidentalmente uno.
Apartó la mano de un tirón y la pegó a su cuerpo.
—¡Oh, Dios! —susurró—. ¿Por qué no lo he hecho? ¿Por qué no puedo hacerlo?
Él se puso en pie y aguardó durante varios minutos, sin protestar, hasta que ella también se alzó, torpemente.
—Ahora conocerá a mis compañeros y a uno de mis hijos, Lilith —le dijo—. Luego, comida y descanso.
Ella le miró, deseando que tuviera una expresión humana.
—¿Lo habría hecho? —quiso saber.
—Sí —contestó él.
—¿Por qué?
—Por usted.