9
Durante un tiempo, Joseph ni la habló, ni tomó comida de manos de ella. Una vez hubo comprendido esto, Lilith se sentó con él a esperar. No lo había Despertado cuando había regresado a la habitación, sino que había sellado ésta y se había echado a dormir a su lado, hasta que los movimientos de Joseph la habían despertado. Ahora estaba sentada junto a él, preocupada, pero sin sentir auténtica hostilidad hacia él. Y él no parecía resentir su presencia.
Estaba aclarando cuáles eran sus sentimientos, pensó ella. Estaba tratando de comprender lo que había pasado.
Ella había colocado varias piezas de fruta en la cama, entre ambos. Había dicho, sabiendo que él no la contestaría:
—Fue una ilusión neurosensorial. Nikanj estimula directamente los nervios, y recordamos o creamos experiencias que están de acuerdo con las sensaciones. A un nivel físico, Nikanj siente lo que nosotros sentimos. No puede leer nuestros pensamientos. No puede hacernos daño…, a menos que él esté dispuesto a sufrir el mismo daño. —Dudó—. Dijo que te había aumentado un poco la fuerza. Al principio tendrás que tener cuidado, y hacer ejercicio. No te harás daño con facilidad. Y, si algo te sucede, te curarás del mismo modo que lo hago yo.
Él no había hablado, ni siquiera la había mirado, pero ella sabía que le había escuchado. No había nada de ausente en él.
Se sentó a su lado, esperando, extrañamente cómoda, mordisqueando de vez en cuando una fruta. Al cabo de un tiempo, se echó hacia atrás, con los pies en el suelo, el cuerpo estirado sobre la cama. El movimiento lo atrajo.
Se volvió, la miró como si se hubiera olvidado de que estaba allá.
—Deberías levantarte —dijo—. La luz vuelve. Es por la mañana.
—Háblame —dijo ella.
Él se frotó la cabeza.
—¿No fue real? ¿Nada de ello?
—No nos tocamos el uno al otro.
Él agarró su mano y la mantuvo apretada.
—Esa cosa… lo hizo todo.
—Estimulación neural.
—¿Cómo?
—De algún modo, se conectan a nuestros sistemas nerviosos. Son más sensibles que nosotros. Cualquier cosa que nosotros sentimos un poco, ellos lo sienten mucho…, y ellos lo sienten casi antes de que nosotros seamos conscientes de ello. Esto les ayuda a no hacer nada doloroso, antes de que nos demos cuenta de que han empezado a hacerlo.
—¿Te lo habían hecho a ti antes?
Ella asintió con la cabeza.
—¿Con… otros hombres?
—Sola, o con los compañeros oankali de Nikanj.
Bruscamente, él se alzó y comenzó a caminar arriba y abajo.
—No son humanos —dijo ella.
—Entonces, ¿cómo pueden…? Sus sistemas nerviosos no pueden ser como los nuestros. ¿Cómo pueden hacernos sentir… lo que yo sentí?
—Apretando los botones electroquímicos adecuados. No diré que lo entienda. Es como un idioma para el que tienen una habilidad especial. Conocen nuestros cuerpos mejor de lo que los conocemos nosotros.
—¿Por qué les dejas… tocarte?
—Para que me hagan los cambios: la fuerza, el curarme rápido…
Él se detuvo frente a ella, la miró fijamente.
—¿Eso es todo? —exigió saber.
Ella le devolvió la mirada, viendo la acusación en sus ojos, rehusando defenderse.
—Me gustó —dijo en voz baja—. ¿A ti no?
—Si tengo algo que decir al respecto, esa cosa no volverá a tocarme nunca.
Ella no se mostró disconforme.
—¡Nunca antes noté algo como eso en toda mi vida! —gritó él.
Ella se sobresaltó, pero no dijo nada.
—Si una cosa así pudiese ser embotellada, hubiera superado en ventas a cualquier droga ilegal que hubiese en el mercado.
—Esta mañana voy a Despertar a diez personas —señaló ella—. ¿Me ayudarás?
—¿Aún sigues pensando en hacer eso?
—Sí.
Él inspiró profundamente.
—Entonces adelante. —Pero no se movió. Aún seguía allí, contemplándola—. ¿Es… como una droga? —preguntó.
—¿Quieres decir que si soy una adicta?
—Sí.
—No lo creo. Era feliz contigo. No quería a Nikanj aquí.
—Yo no lo quiero a él aquí otra vez.
—Nikanj no es un macho…, y dudo que realmente le importe lo que cualquiera de nosotros desee.
—¡No dejes que te toque! ¡Si tienes elección, mantente alejada de él!
La negativa de Joseph a aceptar el sexo de Nikanj la asustaba, porque le recordaba a Paul Titus. No quería ver a Paul Titus en Joseph.
—No es un macho, Joseph.
—¿Y qué diferencia hay en eso?
—¿Qué diferencia hay en el autoengaño? Tenemos que conocerlos por lo que son, aunque no haya paralelos humanos…, y, créeme, no los hay para los ooloi.
Se alzó, sabiendo que no le había dado la promesa que él quería, sabiendo que él recordaría su silencio. Abrió una puerta en la pared, y salió de la habitación.