2
El ooloi la llevó a ver a Sharad. Ella hubiese preferido que hubiera sido Jdahya quien lo hiciera, pero cuando Kahguyaht se ofreció, Jdahya se inclinó hacia ella y le preguntó:
—¿Cree que debería ir?
Ni por un momento dudó que el gesto de Jdahya no estuviera destinado a demostrarle que él se estaba comportando como quien le sigue la corriente a un niño. Estuvo tentada de aceptar el papel de niña y pedirle que la acompañase. Pero él se merecía unas vacaciones de ella…, y ella de él. Quizá desease pasar un rato con la fornida y silenciosa Tediin. Y, pensando en eso, ¿cómo debían apañárselas aquella gente en sus vidas sexuales? ¿Cómo se integraban en ellas los ooloi? ¿Eran órganos sexuales los dos tentáculos del tamaño de brazos? Kahguyaht nunca los había empleado para comer…, los había mantenido o bien enrollados a su cuerpo, bajo los brazos, o bien doblados tras los hombros.
A pesar de lo feo que era, no tenía miedo de él. Hasta el momento, sólo le había inspirado asco, odio y animadversión. ¿Cómo era posible que Jdahya se hubiera relacionado con un ser así?
Kahguyaht la llevó a través de tres paredes, abriéndolas a base de tocarlas con uno de sus tentáculos más grandes. Al fin salieron a un amplio pasillo descendente, bien iluminado. Un gran número de oankali circulaban por él, caminando o viajando en unos lentos vehículos planos sin ruedas, que aparentemente flotaban a unos milímetros del suelo. No había colisiones ni frenazos bruscos y, a pesar de ello, Lilith no veía ni orden ni concierto en el tráfico. La gente caminaba o conducía por donde hallaba un hueco y, aparentemente, confiaba en que los otros no chocarían con ellos. Algunos de los vehículos llevaban cargamentos inidentificables: esferas transparentes, de color azul, llenas de algún líquido; animales parecidos a ciempiés, de un par de palmos de largo, metidos en jaulas rectangulares; grandes bandejas con verdes formas oblongas, de casi dos metros de largo y unos noventa centímetros de grueso: estas últimas se agitaban lenta y ciegamente.
—¿Qué es eso? —le preguntó al ooloi.
Éste la ignoró, excepto para tomar su brazo y guiarla allá por donde el tráfico era más espeso. De pronto, ella se dio cuenta de que la estaba llevando con la punta de uno de sus dos tentáculos grandes.
—¿Cómo se llama esto? —preguntó.
—Puede decir que son mis brazos sensoriales —respondió él.
—¿Y para qué sirven?
Silencio.
—Oiga, creía que se suponía que yo estaba aprendiendo. No puedo aprender sin hacer preguntas y obtener respuestas.
—Ya las irá recibiendo, a medida de que las vaya necesitando.
Movida por la rabia, se soltó del ooloi. Le resultó sorprendentemente fácil lograrlo: Kahguyaht no volvió a tocarla, no pareció darse cuenta de que en dos ocasiones casi la había perdido, ni hizo esfuerzo alguno por ayudarla cuando pasaron a través de una multitud y ella descubrió que no podía diferenciar a un ooloi adulto de otro.
—¡Kahguyaht! —exclamó secamente.
—Aquí. —Estaba junto a ella, sin duda contemplándola, probablemente riéndose de su confusión. Sintiéndose manipulada, se agarró a uno de sus brazos auténticos, y se quedó pegada a él hasta que llegaron a un pasillo que casi estaba vacío. Desde allí pasaron a otro que lo estaba totalmente. Kahguyaht deslizó un brazo sensorial a lo largo de unos cuantos palmos de la pared, luego apoyó la punta del grueso tentáculo contra la superficie de la misma.
Apareció una abertura allá donde había tocado, y Lilith supuso que la llevaría a otro pasillo o habitación; pero, en lugar de eso, la pared pareció formar un esfínter y dejó pasar algo del otro lado. Incluso, como para enmarcar aún más la imagen, brotó un olor agrio. Uno de los grandes objetos, semitransparentes y oblongos, se deslizó fuera hasta quedar a la vista, húmedo y liso.
—Es una planta —explicó el ooloi—. Las almacenamos allá donde podemos darles la luz que mejor les va para vivir.
Ella se preguntó por qué no le podía haber dicho aquello antes.
El objeto oblongo se estremeció lentamente, como habían hecho los otros, mientras Kahguyaht lo tocaba con ambos brazos sensoriales. Tras un momento, el ooloi sólo prestó atención a uno de los extremos, que empezó a masajear con las dos manos.
Lilith vio que la planta empezaba a abrirse y, de repente, comprendió lo que estaba pasando.
—Sharad está dentro de esa cosa, ¿no?
—Venga aquí.
Fue hasta donde el otro estaba sentado en el suelo, junto al extremo, ahora abierto, de la planta. La cabeza de Sharad empezaba a hacerse visible. Su cabello, que ella recordaba como oscuro mate, brillaba ahora, húmedo y pegado a su cráneo. Sus ojos estaban cerrados y la expresión de su rostro era pacífica, como si el chico estuviera durmiendo normalmente. Kahguyaht había detenido la apertura de la planta en la base del cuello del niño, pero ya se veía lo bastante como para darse cuenta de que Sharad sólo era un poco mayor de lo que había sido cuando ambos habían compartido una habitación de aislamiento. Parecía sano y saludable.
—¿Lo sacará de ahí? —preguntó.
—No. —Kahguyaht tocó el moreno rostro con un brazo sensorial—. No vamos a Despertar a esta gente por el momento. El humano que los guiará y entrenará aún no ha empezado su propio entrenamiento.
Se lo hubiera suplicado, si no hubiera tenido la experiencia de dos años de trato con los oankali, que le habían mostrado lo poco que servía con ellos el suplicar. Allí estaba el único ser humano al que había visto en aquellos dos años, en aquellos doscientos cincuenta años. Y no podía hablar con él, no podía hacerle saber que estaba a su lado.
Se tocó la mejilla y la halló húmeda, pegajosa, fría.
—¿Está seguro de que está bien?
—Está muy bien. —El ooloi tocó la planta allá donde se había abierto, y ésta comenzó a cerrarse de nuevo, lentamente, alrededor de Sharad. Ella se quedó mirándole a la cara hasta que estuvo totalmente cubierta. La planta se cerró, sin dejar rastro de la anterior abertura, alrededor de la cabeza del chico.
—Antes de que nosotros hallásemos estas plantas —explicó Kahguyaht—, acostumbraban a capturar pequeños animales y mantenerlos vivos durante mucho tiempo, utilizando su dióxido de carbono y suministrándoles oxígeno mientras iban digiriendo, lentamente, partes no esenciales de sus cuerpos: las patas, la piel, los órganos sensoriales. Las plantas incluso pasaban parte de su propia sustancia a su presa, para nutrirla y mantenerla viva tanto tiempo como fuera posible. Adicionalmente, las plantas se enriquecían con los productos residuales de los animales. Les daban una muerte larga, muy larga.
Lilith tragó saliva:
—¿Notaba la presa lo que le estaban haciendo?
—No, eso hubiera acelerado la muerte. La presa… dormía.
Lilith contempló al verde objeto oblongo que se agitaba lentamente, como una oruga obscenamente gorda.
—¿Cómo respira Sharad?
—La planta le suministra una mezcla ideal de gases.
—¿No se limita a darle oxígeno?
—No. Le prepara una combinación, según lo que necesite. Ella sigue aprovechándose del dióxido de carbono que el sujeto exhala y de los escasos productos residuales. Flota en un baño de agua y sustancias nutritivas. Esto y la luz le cubren el resto de sus necesidades.
Lilith tocó la planta, y la notó firme y fría. Cedió un poco al apretarla con los dedos. La superficie estaba ligeramente cubierta por una sustancia pegajosa. Miró con asombro cómo sus dedos se iban hundiendo más y más, mientras la cosa comenzaba a tragarse su mano. No se sintió asustada hasta que trató de retirarla y descubrió que no la soltaba…, y que el tirar hacia fuera le provocaba un agudo dolor.
—Espere —dijo Kahguyaht. Tocó la planta con un brazo sensorial, cerca de la mano de ella. De inmediato notó como la planta comenzaba a soltarla. Cuando fue capaz de alzar la mano, descubrió que la tenía adormecida pero que, por lo demás, no había sufrido ningún daño. Las sensaciones fueron volviendo lentamente. La marca de la mano aún era claramente visible en la superficie de la planta cuando Kahguyaht se frotó primero sus propias manos con los brazos sensoriales, y luego abrió la pared y empujó la planta al otro lado.
—Sharad es muy pequeño —dijo, cuando el vegetal hubo desaparecido—. La planta también podría haberla metido a usted dentro de ella.
Lilith se estremeció.
—Yo también estuve en una de éstas, ¿verdad?
Kahguyaht ignoró la pregunta. ¡Claro que había estado en una de aquellas plantas…, había pasado la mayor parte de los últimos dos siglos y medio dentro de lo que, básicamente, era una planta carnívora! Y aquella cosa se había cuidado perfectamente de ella, manteniéndola saludable y joven.
—¿Cómo lograron que dejasen de comerse a la gente? —preguntó.
—Las alteramos genéticamente…, cambiamos algunos de sus requisitos, permitiéndolas responder a ciertos estímulos químicos que les provocamos.
Miró al ooloi:
—Una cosa es hacérselo a una planta. Otra muy distinta hacérselo a seres inteligentes, con voluntad propia.
—Hacemos lo que hacemos, Lilith.
—Pueden matarnos. Pueden convertir a nuestros hijos en mulas…, en monstruos estériles.
—No —afirmó el ooloi—. Cuando nuestros antepasados dejaron nuestro mundo natal, aún no había vida en su planeta Tierra. Y, en todo ese tiempo, jamás hemos hecho una cosa así.
—Tampoco me lo diría si la hubiesen hecho —espetó ella amargamente.
La llevó de regreso, a través de los atestados pasillos, hasta lo que ella ya consideraba como el apartamento de Jdahya. Allí la puso en manos del niño ooloi, Nikanj.
—Responderá a sus preguntas y la llevará a través de las paredes cuando sea necesario —le explicó Kahguyaht—. Tiene vez y media la edad de usted y conoce muchas cosas, aunque, claro, no sobre los humanos. Usted le enseñará a él cosas acerca de su pueblo, y él se las enseñará a usted sobre los oankali.
Vez y media su edad, tres cuartas partes su tamaño, y aún estaba creciendo. Deseó que no fuera un niño ooloi. Deseó que no fuera un niño, punto. ¿Cómo podía Kahguyaht acusarla primero de querer envenenar niños, y luego dejarla al cuidado de su propio hijo?
Al menos, Nikanj aún no tenía aspecto de ooloi.
—Hablas inglés, ¿no? —le preguntó, cuando Kahguyaht hubo abierto una pared y salido de la habitación. Ésta era la sala en la que habían comido, y ahora estaba vacía, a excepción de Lilith y el niño. Los platos y los restos de comida habían sido retirados, y no había visto a Jdahya o a Tediin desde que había regresado.
—Sí —contestó el niño—. Pero… no mucho. Tú me enseñarás.
Lilith suspiró. Ni el niño ni Tediin le habían dicho una sola palabra, aparte del saludo de bienvenida, pese a que ambos habían hablado, ocasionalmente, en rápido y canturreante oankaliano con Jdahya o Kahguyaht. Se había preguntado el motivo. Ahora lo sabía.
—Te enseñaré lo que pueda —dijo.
—Tú enseñas, yo enseño.
—Sí.
—Bien. ¿Fuera?
—¿Quieres que vaya fuera contigo?
Pareció meditarlo un momento.
—Sí —dijo al fin.
—¿Por qué?
El chico abrió la boca, luego la cerró de nuevo, con los tentáculos de la cabeza retorciéndose. ¿Confusión? ¿Problemas de vocabulario?
—Está bien —dijo Lilith—. Si lo deseas, podemos ir fuera.
Sus tentáculos se aplanaron, suaves contra su cuerpo, por un momento; luego la tomó de la mano y habría abierto la pared, llevándola fuera, si no hubiese sido porque ella lo detuvo.
—¿Puedes enseñarme a abrirla? —preguntó.
El chico dudó, luego tomó una de las manos de ella y rozó con la misma la mata de sus tentáculos largos, dejando la palma ligeramente mojada. Luego tocó con ella la pared, y ésta empezó a abrirse.
Más reacciones programadas a estímulos químicos. Ninguna zona de apertura en especial que pudiera memorizar, ni siquiera un código determinado de presiones que hacer. Simplemente, algún producto químico que los oankali fabricaban en sus cuerpos. Seguiría siendo una prisionera, obligada a quedarse donde ellos eligieran dejarla. Ni siquiera se podía permitir el hacerse la ilusión de que estaba libre.
El niño la detuvo cuando estuvieron fuera. Luchó con unas pocas palabras más.
—¿Otros? —dijo, y luego dudó—. ¿Otros pueden verte? Otros no ven ser humano…, nunca.
Lilith frunció el ceño, segura de que le estaba haciendo una pregunta. La entonación del niño parecía indicarlo, si es que podía fiarse de estas cosas, viniendo de un oankali.
—¿Me estás preguntando si puedes enseñarme a tus amiguitos? —quiso saber.
El niño se volvió hacia ella.
—¿Enseñarte?
—En este caso significa mostrarme…, llevarme a algún sitio para que me vean.
—¡Ah, sí! ¿Puedo enseñarte?
—De acuerdo —contestó ella con una sonrisa.
—Yo hablaré… más humano, pronto. Dime si hablo no bien.
—Mal —le corrigió ella.
—¿Si hablo mal?
—Eso es.
Hubo un largo silencio.
—¿También si hablo bien, bien? —inquirió.
—No bien, bien. Simplemente bien.
—Bien —el niño pareció saborear la palabra, luego dijo—: Hablaré bien, pronto.