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Los templos del santuario

Al Dolmen Sagrado le sucedieron el templo pagano, la iglesia visigoda, la mezquita y, finalmente, la catedral. Algunas guías de turismo la denominan «la bella desconocida». Jaén tiende a pasar desapercibida entre destinos turísticos tan famosos como Granada, Córdoba y Sevilla. Pero, aunque la ciudad no tuviera otros monumentos, que los tiene, su catedral bien vale una visita (Fig. 147).

Un estudioso la considera «lo más armónico del renacimiento andaluz, y en cierta medida del renacimiento español, y un punto de referencia obligado para las grandes catedrales que se construirán en el Nuevo Mundo».[397]

Detrás de la armonía y serenidad del templo renacentista se esconde un complejo proceso constructivo denso en personas y acontecimientos, un pasado que se nos revela, aunque sea de modo incompleto, porque perdura en las piedras o en los polvorientos legajos. Un ilustre visitante del siglo XVIII, don Antonio Ponz, lo percibió: «El todo es grandiosísimo y causa un efecto terrible».[398]

El visitante casual quizá no perciba este efecto terrible en la sublime arquitectura. Descubrir el sentido profundo de las cosas, el que subyace bajo las apariencias, requiere tiempo y esfuerzo.

Como ya comenté, los egipcios, herederos de la gran tradición de Occidente, pensaban que debajo de las pirámides que construían se formaba otra invertida, invisible, subterránea, que completaba las funciones de la aparente.[399] También, como vimos en su momento, el Templo de Salomón tenía su contrapartida subterránea, y una de las dos míticas columnas, Jakim y Boaz, que flanqueaban la entrada, era soterrada, por más que la apariencia exterior atestiguase lo contrario.

A la catedral exterior corresponde la catedral subterránea del dolmen. El monumento renacentista es el pedestal trucado del verdadero templo, el Dolmen Sagrado, que palpita en el subsuelo perpetuamente recorrido por su corriente telúrica.

La Tabla de Esmeralda, el texto cabalístico atribuido a Salomón, comienza: «Lo que está arriba es como lo que está abajo y lo que está abajo es como lo que está arriba…».

El templo subterráneo de la Diosa Madre que está abajo se prolonga en el templo cristiano de arriba.

En la catedral, tal como hoy la vemos, se han alterado muchos elementos simbólicos, pero quedan otros que captan la atención del que sepa leerlos. Los sacerdotes encañaron las fuentes sagradas para alejarlas del santuario. No dejaron más agua que la que contienen las pilas de agua bendita. Pero un fiel devoto de la Diosa Madre se las ingenia, en 1780, para dejar su mensaje en estos sustitutos del manantial iniciático. Cada pila del agua bendita de la catedral está presidida por una lápida de mármol blanco sobre la que han tallado una cruz con un travesaño superior y otro inferior. Es decir, la cruz de arriba se prolonga en la cruz de abajo, como reflejada en un espejo. El jeroglífico está claro: el templo de arriba se prolonga en el de abajo; lo que está arriba es como lo que está abajo. Son dos cruces idénticas que comparten el travesaño vertical. Cada brazo de las cruces remata en un adorno romboidal que contiene tres incisiones circulares. El tres, número de las Diosas Madre del santuario dolménico. Tres veces repetido porque cada una de ellas contiene su propia trinidad (Fig. 148).

La primera vez que reparé en ellas me parecieron significativas. Me quedé pensando: ¿dónde había visto yo una cruz similar? Repasé mentalmente las iglesias y catedrales que conozco, que son muchas, dado que hace unos años realicé un documental sobre aves urbanas y ello me llevó a visitar las cubiertas de los templos en los que anida esta interesante fauna.

Pasé una noche de sueños inquietos, el viento de Jaén soplando, como sólo él sabe hacerlo, en los intersticios de la ventana en mi habitación del hotel. De madrugada, con la luz indecisa del amanecer filtrándose por los visillos, me asaltó, como un relámpago, la imagen de la cruz que estaba buscando: la había visto un par de años antes en la catedral de Toledo.

A los británicos nos gusta mucho Toledo, y no digamos a los americanos. Decidí emprender una excursión a la imperial ciudad, la de las tres culturas, el centro de la Península, la capital visigoda, la segunda Jerusalén, la gloria de España y la luz de sus urbes, la ciudad de los concilios.[400] Tomé la autovía de Andalucía, que atraviesa Despeñaperros y las llanuras manchegas, después la desviación y a mediodía entré en Toledo. Me dirigí directamente a la catedral, satisfice los abusivos cinco euros que te extirpan por la visita y penetré en el templo en medio de una nube de japoneses. En la giróla descubrí lo que iba buscando: una cruz especular como la de la catedral de Jaén en uno de los pilares del magno edificio (Fig. 149).

La cruz se repetía en los lugares significativos.

¿Se fundaba la catedral de Toledo sobre un santuario de la Diosa Madre? Si mis sospechas se confirmaban, este hecho vendría a ratificar el carácter de estos templos cristianos.

Acertó a pasar a mi lado un venerable sacerdote, un canónigo metido en carnes, con poderosos andares de picador de toros. Inquirí:

—Perdone, reverendo. ¿Podría decirme si existe en esta catedral una piedra santa o algo parecido?

El sacerdote me miró receloso. No se lo reprocho, dado que vivimos tiempos difíciles en los que la tempestad del laicismo agita la barquichuela de san Pedro y amenaza con hacerla zozobrar.

Finalmente, hallé gracia a sus ojos, dado que repuso:

—Sí, hijo, aquí se venera la piedra milagrosa de la Virgen.

Me condujo, y yo lo seguí dócilmente, hasta el otro lado de la catedral. Allí, junto a un robusto pilar de los que sostienen las altas bóvedas, se erige una capilla gótica barroquizante, cuajada de rejas, mármoles, volutas, lámparas y brillos.

—Ahí lo tienes —me señaló.

Adosado al templete, había un edículo menor, de mármol rojo, no mayor que un buzón de correos, y provisto de dos ventanitas con sendas rejas en miniatura. Al otro lado de las rejas se veía una piedra, al parecer sin tallar, no muy grande, tan encerrada en su relicario de mármol que es imposible percibir qué forma tiene, pero en cualquier caso no será mayor que una cabeza humana (Figs. 150 y 151).

—Ésa es la piedra de Nuestra Señora —explicó el sacerdote—. Verás que está desgastada por las numerosas generaciones de devotos que la han tocado al impetrar los favores de Nuestra Señora.

Era cierto, la piedra presentaba unos rehundimientos en los lugares donde alcanzaban los dedos de los devotos. La propia rejilla del buzón, con ser de hierro forjado, estaba también desgastada por el roce piadoso. Me pareció extraordinario.

—Nuestra Señora descendió del cielo para imponer una casulla a san Ildefonso, arzobispo de esta iglesia, y al hacerlo posó sus pies en esta piedra —me explicó el clérigo.

Marchó el clérigo a sus acuciantes quehaceres y yo quedé caviloso junto al buzón que guarda la piedra sagrada. Un extraño sosiego se había apoderado de mí, que yo no sabía si atribuir a mi crianza cristiana (aunque de la rama anglicana) o simplemente a la paz que se respira en los antiguos santuarios. El caso es que una fuerza invisible me retenía junto a la piedra. Rodeé el altarcito del monumento, contemplando su hermosa factura barroca, y de pronto reparé en que en realidad era una tumba.

La tumba de un arzobispo.

La tumba del que fue obispo de Jaén, don Baltasar Moscoso y Sandoval, el que escamoteó las imágenes provocantes a risa, el que excavó en los santuarios ancestrales de santa Potenciana y de Arjona, el cardenal cuyo nombre figuraba en la lista de los que buscaron la Cava.

Don Baltasar Moscoso y Sandoval se había hecho sepultar junto a la piedra sagrada, con la cabeza apoyada en ella, como Jacob en el betilo.

Regresé a Jaén y volví a la catedral a contemplar la cruz especular sobre el agua bendita.

Lo primero que el visitante encuentra al entrar en el templo son estas enigmáticas lápidas. Los sacerdotes les han dado una explicación razonable aunque inverosímil: es la cruz de san Pedro (invertida) que se funde en la cruz de Cristo. Si el motivo de la cruz especular fuera tan simple, no cabe duda de que este símbolo se prodigaría en los miles de iglesias cristianas repartidas por el mundo. Pero no, la extraña cruz doble sólo se encuentra en aquellos lugares donde el templo cristiano sustituyó los cultos ancestrales de las aguas y de la piedra.

En el templo de Vandelvira. ¿Qué se hizo del Dolmen Sagrado, santuario de los tres aspectos de la Diosa Madre?

La sacralidad del lugar se mantuvo con los iberos, los romanos, los visigodos y los árabes que edificaron sobre su collado una mezquita en tiempos de Abd el Rahman II (826).[401] Los musulmanes estaban familiarizados con la adoración de betilos y piedras sagradas. La famosa Kaaba de la Meca, centro espiritual del islam, es una de estas piedras.

La mezquita de Abd el Rahman, de reducidas dimensiones, poco más que un oratorio, estaba calculada para adueñarse del manantial y del santuario, pero, con el tiempo, la ciudad creció y la mezquita con ella.

Pasaron los siglos. Cuando Fernando III conquistó Jaén en 1246, lo primero que hizo fue consagrar aquella mezquita como templo cristiano y en él «fizo poner altar e hurna a santa María». El lugar seguía siendo sagrado aunque cambiara la religión. El clero cristiano recién llegado apreciaba su valor y se adueñó de él para explotarlo, pero, en cualquier caso, continuó siendo un santuario en el que los fieles se comunicaban con la antigua divinidad, con las fuerzas telúricas. Como antaño, los devotos seguían peregrinando allí para cumplir los antiguos ritos y beber de sus aguas salutíferas.

En 1368, el obispo reinante, don Nicolás de Biedma, decidió demoler la obra musulmana para construir en su lugar una catedral gótica de cinco naves.

Nicolás de Biedma era un iniciado, era el obispo que la leyenda confunde con Salomón, el que tenía encerrados a tres diablos en una garrafa. Biedma deseaba edificar un libro de piedra que contuviera los secretos de la Sabiduría iniciática transmitidos por sus antecesores. Concibió un extraño templo, distinto a los que se levantaban en otros lugares de la cristiandad. «Causa admiración —escribe un historiador de la catedral— la disposición del Templo. Lo más del área se hallaba, al parecer, sin servicio para el pueblo»; y luego añade: «El expresado diseño carece de toda explicación».[402]

Una catedral gótica absurdamente diseñada sobre el Dolmen Sagrado de la Diosa Madre. ¡Lástima que la arrasaran! El obispo constructor murió en 1383 e inmediatamente se abandonaron las obras. Había comenzado la catedral por su capilla mayor, destinada a relicario de la Verónica y de las otras dos Vírgenes. Llegó incluso a construir un cimborrio octogonal —el prototipo templario, siempre presente— y un claustro al que se accedía por la famosa puerta «colorada o bermeja».[403]

Pero la obra del iniciado nunca se completó. A sus sucesores les parecía absurda. No la entendieron. Los compañeros que el obispo congregó para su obra se dispersaron en busca de nuevos trabajos. Fueron pudriéndose los silenciosos andamios. Tras un siglo de indiferencia e incuria de los sucesivos cabildos la obra de don Nicolás de Biedma amenazaba ruina. Los iniciados seguían acudiendo al templo. Incluso hubo un momento, coincidente con el gobierno de uno de ellos, el condestable Iranzo, en que se concibieron esperanzas de concluir el gran libro de piedra, pero el proyecto se abandonó tras el asesinato del condestable en el santuario. Corrían malos tiempos para los iniciados. El gran enemigo del condestable, don Luis Osorio, el obispo que cabalgó junto a los Reyes Católicos a la conquista de Granada,[404] ordenó demoler el crucero y la capilla mayor. De nuevo quedaron a la intemperie las Vírgenes del Dolmen.

Pero las viejas piedras continuaban atrayendo a sus antiguos devotos. Hombres y mujeres peregrinaban al Dolmen para recorrer el laberinto de las tres puertas y beber el agua de la fuente sagrada. Al comienzo de cada primavera se renovaba el milagro de las aves negras que acudían a su cita obedeciendo un instinto milenario.

Todo parecía perdido cuando sucedió el milagro. El obispo Suárez, un iniciado más sabio incluso que don Nicolás de Biedma, reemprendió, con nuevos bríos, la edificación de la catedral gótica. «Sacó de cimientos la capilla mayor», dice la crónica; es decir, exploró el dolmen soterrado. En ocho años —otra vez el número ocho— su maestro de obras, Pedro López, construyó nuevamente la capilla mayor para santuario de las Vírgenes.

Un hado adverso o una desafortunada coincidencia —pero ¿existen las coincidencias?— malogró nuevamente el proyecto. A la muerte del obispo se suspendieron las obras y los canteros se dispersaron ante la indiferencia de un cabildo ignorante o malintencionado. Un par de lustros después, la obra amenazaba ruina, o al menos eso certificaban los maestros que examinaron el edificio. Había que demoler una vez más.

Entonces el obispo cardenal Merino retomó la idea de construir la catedral. El cardenal había estado en Roma, había admirado las grandes obras de la Antigüedad y las espléndidas realizaciones del renacimiento, se había enamorado del nuevo estilo grecolatino que triunfaba en Italia. Concibió su catedral como un templo distinto. No la catedral gótica de sus antecesores, sino una catedral acorde con la estética de los nuevos tiempos.

De las canteras del Mercadillo volvieron a llegar pesados carros de piedra. El rumor de los canteros llenó otra vez la plaza de Santa María. ¿Quién dirigiría el proyecto de la nueva catedral? Nuevamente un adepto, Andrés de Vandelvira, el hombre providencial que trazó los planos de 1534.

La catedral no sería gótica pero, al igual que sus antecesoras, guardaría en sus formas el compendio de la perfección, «las medidas escrupulosamente determinadas con arreglo a esa obsesión por la euritmia como “orden divino” que dominaba la idea de la arquitectura en Vandelvira».[405]

Vandelvira conocía los secretos de las construcciones templarias. Su obra más pura y personal, la iglesia de San Salvador de Úbeda, reproduce la planta de la Santa Capilla del Temple de París, la obra templaria por excelencia, y está cuajada de mensajes para el que sepa interpretarla: tres puertas, setenta y dos codos reales del pavimento a la cúpula, la cripta…

En la catedral de Jaén, Vandelvira sólo supervisó una mínima parte de la obra, pero, a su muerte, otro iniciado, su discípulo Alonso de Barba, continuó su proyecto, del que, como Vandelvira advierte en su testamento, «tengo mucho comunicado de los secretos de dicha obra y le dexo el modelo della».[406] ¿Cabe mayor claridad? Pero el cabildo se interpuso una vez más y obligó a Alonso de Barba a alterar los planes del maestro. La documentación refleja los esfuerzos de Barba por acomodar los planes de Vandelvira a las instrucciones del cabildo. A los siete años de la muerte del arquitecto, un platero, Francisco Merino, y un escultor, Sebastián de Solís, se subían a los andamies a discutir las trazas. ¿Qué anónima mano movía los hilos? En 1594, destituyeron a Alonso de Barba como maestro mayor.[407] Con él se perdió la última esperanza del templo compendio de la antigua sabiduría, del libro de piedra, del preciso formulario de la Creación. Sólo el planeamiento general del templo y una mínima aunque sustanciosa parte de su fábrica, el lado sur, son obra directa de Vandelvira, el último iniciado que trabajó en la catedral.

¿Qué quiso expresar Vandelvira? Su obra maestra admite diversas lecturas. Por una parte plasma «un símbolo religioso tradicional como la Jerusalén Celestial o Templo de Salomón».[408] Por otra, un santuario para custodiar la Verónica. La estructura misma del edificio está pensada para que se adapte a las necesidades rituales de esa reliquia. Tradicionalmente, la Verónica bendice los campos desde los puntos cardinales del edificio, en sus alturas, y bendice el interior del recinto sagrado desde esos mismos puntos. Existen, por lo tanto, una bendición exterior y otra interior que Vandelvira cuidó de facilitar con galerías y balcones: «Toda la catedral puede recorrerse en el segundo piso merced a la amplitud del hueco de las capillas, el cual se mantuvo igualmente en los pies, tras la fachada, permitiendo de esta manera mostrar el Santo Rostro a los cuatro puntos cardinales… y espaciosas dependencias creadas con carácter de plano civil para el Cabildo que se aproxima así al ideal del Templo de Salomón».[409]

La bendición del Santo Rostro conserva todavía los rasgos de un arcaico ritual enteramente ajeno a su actual manipulación cristiana similar a la bendición del mundo con la Veracruz de Carayaca, en Murcia. En los dos casos se trata de un ritual templario relacionado con la Piedra de Fundación del santuario sagrado. En la catedral de Jaén, los nueve puntos precisos (nueve, otra vez, el número familiar de la Diosa Madre) desde los que hay que impartir la bendición de los campos están determinados exactamente con sendas tablillas en las que se lee la palabra «AQUÍ». De este modo, las coordenadas astrales que la bendición relaciona se salvaguardan, aunque el clérigo que bendice no sepa calcularlas e ignore el significado esotérico de la operación que realiza. Los sucesores del obispo Suárez lo dejaron todo bien atado.

Según los papeles de la RILKO, el único investigador que consultó la documentación de los Vandelvira fue el canónigo e investigador Muñoz Garnica a mediados del siglo XIX.[410] La esposa de Vandelvira, Luisa de Luna, transmitió su revelador apellido a sus descendientes femeninos, mientras que los varones usaban el apellido del padre.[411] Cinco generaciones después del arquitecto, un descendiente suyo, Antonio Melgarejo, se casó con una Antonia de Torres, de los Torres conversos de Jaén, custodios, junto con los Rincón, del secreto de la Mesa.[412] Un hijo de esta pareja, Juan de la Cruz Melgarejo Torres, sacerdote en Torredonjimeno, puede ser el mismo José Melgarejo que aparece en la lista de los que buscaron la Cava. En Torredonjimeno, recordemos, estaba aquel santuario visigodo de San Nicolás al que se acogieron los obispos Totila y Rufinus, custodios de la Mesa de Salomón.

La Magdalena

Fernando III consagró una iglesia a la Magdalena en el manantial oracular de Jaén, el lugar sagrado que había sido sucesivamente templo pagano y mezquita. La alberca de abluciones de la mezquita todavía subsiste adosada a la actual iglesia.

En la Magdalena, el barrio más antiguo y castizo de la ciudad, están el manantial del Lagarto; el peñón de Uribe, que fue piedra de sacrificios; el palacio de los condes de Villardompardo, construido sobre los baños árabes donde murió el rey Alí; el palacio de los reyes moros, aquel edificio encantado, según la leyenda, donde pudo ocultarse la Mesa de Salomón; el priorato de los calatravos; la «Casa de la Virgen», habitada por una extraña comunidad de mujeres emparedadas…

No parece casual que Fernando III dedicara el lugar del Dolmen a Santa María y su oráculo a la Magdalena.

María Magdalena.

Según La leyenda dorada, que recoge e inspira muchas tradiciones medievales de santos, el nombre de Magdalena significa tres cosas: mar amargo, iluminadora e iluminada.[413] En la leyenda cristiana, el mar amargo alude a las muchas lágrimas que derramó la penitente. En cuanto a la tercera cualidad, la de iluminada, el texto de La leyenda dorada no puede ser más preciso: «Su mente está actualmente ilustrada con la realidad del conocimiento divino».[414] ¿Cabe mejor definición del objetivo último de los cabalistas, del secreto último que custodia el mítico dragón de la Magdalena, frente al oráculo de la Iglesia?

Para La leyenda dorada, la Magdalena es hermana de Lázaro, el muerto resucitado por Cristo, y de Marta.

Magdalena lavó y perfumó los pies de Jesús y él le perdonó sus pecados y expulsó de ella siete demonios que la atormentaban.[415] Desde entonces, la mujer lo acompaña tanto en la vida como en la muerte. La Magdalena perfuma, lava, amortaja y vela el cadáver de Jesús como haría una esposa con su marido y permanece junto a su sepulcro cuando todos los demás han marchado. La Magdalena es también la primera persona a la que se aparece Cristo resucitado.

Según la tradición medieval, los enemigos de Cristo abandonaron a la Magdalena y a sus parientes en una barca en alta mar. La embarcación cruzó milagrosamente el Mediterráneo y encalló en una playa de Marsella, cerca de un templo pagano en el que se adoraban ídolos. En el país había un rey atormentado porque su esposa era estéril. La Magdalena obró el milagro de que concibieran un hijo y los reyes se convirtieron al cristianismo. Desgraciadamente, la reina murió de sobreparto cuando realizaba un viaje por mar y su desolado esposo abandonó el cadáver junto con el hijo recién nacido en una isla, dentro de una cueva. El monarca se hizo de nuevo a la mar y peregrinó a Jerusalén. A los dos años regresó a la cueva y encontró al niño vivo y la madre no estaba muerta, sino dormida.

En esta leyenda aparentemente absurda, podemos reconocer los rasgos familiares de una cueva, que es el espacio mágico del Dolmen Sagrado, donde la muerta resucita, que es metáfora de la iniciación. Y la iniciada es una mujer, como es natural tratándose de un culto matriarcal. Y todo ello tiene relación con la maternidad de la mujer, otro elemento fundamental de los cultos de la Diosa Madre.

Magdalena se retiró al desierto durante treinta años. Siete veces al día asistía a los oficios divinos en el cielo, transportada por ángeles, y siete veces al día se alimentaba de manjares celestiales.[416]

Otro ermitaño del desierto intentó visitarla en su cueva, pero a medida que avanzaba las fuerzas lo abandonaban y una potencia misteriosa lo detenía. Por tres veces llamó a la santa antes de que ella le respondiera y lo admitiera en su presencia.

En esta historia reconocemos la dificultad de aproximación al Conocimiento y quizá el carácter triple de la Diosa Madre, representada por la Magdalena.

Los niños del barrio de la Magdalena cantaban todavía en 1968 una canción infantil que alude a las raíces precristianas de la santa:

María Magdalena que aleja de día

la mesa onde borda cómo relucía;

paran pajarillos, paran los corderos

y paran las piedras que van por los cielos.

Se asoma a la fuente con su resplandor

y ve las columnas de casa de Dios.

Por los detalles de su biografía evangélica, la Magdalena era esposa del Rey Sagrado, que parece ser Cristo, una Diosa Madre desdibujada por el mito cristiano que, como religión solar, concede más importancia al elemento masculino, al Rey Sagrado, que al femenino.

La Magdalena llega a Marsella, el prestigioso centro pitagórico griego donde se compendia ese monumento esotérico que es el Tarot, cuyo primer arcano representa precisamente a Salomón delante de su Mesa.[417] En Marsella se instala Magdalena en un templo pagano, lo que la vincula con la religión precristiana de Occidente. Finalmente, la vemos abogada de preñadas y parturientas, lo que subraya su relación con la Diosa Madre dispensadora de fecundidad.[418]

Fiel a su primera identidad con la Virgen María, la Magdalena ocupó el oráculo de la Diosa Madre del Dolmen Sagrado de Jaén.

En la iglesia de la Magdalena existe una pintura anónima influida por los grandes maestros italianos del Renacimiento que representa a Magdalena, en su lecho de muerte, rodeada de ángeles músicos, alegres a pesar de las circunstancias, y entre ellos una figura negra, su criada egipcia Sara, que presenta un crucifijo a la moribunda.[419] ¿Qué significa este jeroglífico? Sara es una maga egipcia, una Virgen Negra que sugiere los poderes esotéricos de la religión matriarcal instalada en aquel oráculo.

La Virgen medieval heredera de la Diosa Madre es negra porque el negro es el color de la sabiduría de los iniciados. La figura negra de Sara que conforta a la Magdalena es su Sabiduría, su iniciación.

Reparemos ahora en el relieve de la fachada principal del templo, frente al manantial, a unos metros de la guarida del mítico lagarto. Es una obra gótica tardía, del pontificado del obispo Esteban Gabriel Merino (1523-1535), algo posterior a la moldura de la catedral. Representa a la Magdalena en su cueva arrodillada y penitente. En el ángulo inferior derecho aparece un objeto esférico con pie de copa, seguramente el tarro de los ungüentos con los que la mujer perfumó los pies de Cristo. La tapadera podía haber sido plana, pero es una semiesfera sin más justificación que introducir veladamente la forma de la piedra esférica, del Huevo primordial de la Diosa Madre (Fig. 152).

El mismo diseño esférico se repite en el relieve de la Magdalena del coro del obispo Suárez. En la del obispo Merino aparece, además, una calavera, la otra forma de la esfera. Y la rodilla desnuda de la santa, revelada por un desgarro de su saya, completa el trío de esferas.[420] Ungüentario, calavera y rodilla se agrupan significativamente: el mismo trío de esferas del coro de la catedral y en la cornisa gótica de la calle Valparaíso, todas talladas o esculpidas en la misma época.

Las tres esferas de la Magdalena del obispo Merino se relacionan, además, con un cuarto elemento: un libro abierto que aparece entre ellas.

Penetramos ahora en la iglesia para admirar su joya más preciada, la crucifixión de El Indaco (nacido en 1478). Este interesante grupo escultórico aporta nuevos detalles reveladores: la cruz no adopta su forma tradicional, sino que forma una T; las figuras de la Virgen y de Cristo son secundarias y se supeditan a la de la Magdalena. ¿Cómo es posible que el escultor haya antepuesto a Cristo y a su madre una figura de menos relieve? A no ser que el artista o el mecenas que le encargó la obra estuviese convencido de que la Magdalena es mucho más importante de lo que la tradición cristiana nos enseña (Fig. 153).

En 1577 se esculpió una Magdalena para adornar la fuente del claustro del convento de Dominicos de la Guardia, a once kilómetros de Jaén, cuya advocación era santa María Magdalena de la Cruz.[421] La imagen representa a una mujer joven sentada sobre un escabel o trono y envuelta en amplias vestiduras, en las que se observa un gusto renacentista que no armoniza con la actitud hierática de la figura. En la mano izquierda sostiene un recipiente esférico idéntico al del relieve de la iglesia de la Magdalena. La mano derecha la tiene sobre el pecho. Entre los pliegues del vestido, enmarcado por el diseño general de la figura, se distingue un vientre prominente que recuerda a la bizantina Blanquenitissa, inspiradora de las Vírgenes de la O y de las Inmaculadas, versiones medievales de la Diosa Madre que encierra en su vientre la promesa de la vida, la fecundidad de la Creación. Idéntica función tiene la roca sobre la que descansan los pies desnudos de la imagen. Es revelador que una dama tan ricamente vestida tenga, sin embargo, los pies desnudos sobre la roca esférica que la sustenta, una roca irregular y cóncava que desentona del trono o escabel en que está sentada. La concavidad del vientre, la de la piedra y la del recipiente esférico son otras tantas indicaciones del simbolismo esotérico de la Magdalena: es la Diosa Madre, la esposa del Rey Sagrado (Fig. 154).

Las tribulaciones de una escultura

El convento de la Magdalena de la Guardia se abandonó después de la desamortización, en 1836. En 1919, un joven hombre de ciencia inició una campaña para rescatar y salvar la fuente y la imagen de la Magdalena, lo que consiguió finalmente casi medio siglo después, en 1963, cuando la fuente se instaló en el patio del palacio de la Diputación, precisamente en el lugar de la capilla octogonal del Señor del Trueno levantada por Fernando III.[422]

En el último traslado, la cabeza de la estatua desapareció. La que hoy luce es moderna.

Los papeles de RILKO contienen algunos datos sobre esta imagen de la Magdalena que Joyce Mann observó in situ, en las ruinas del convento de la Guardia.

Los marqueses de la Guardia, don Rodrigo Mero y Carrillo y doña Mayor de Fonseca, fundaron el primitivo convento en 1530. La Magdalena era una veneración familiar y su nombre se imponía tradicionalmente a las primogénitas.

La familia procedía del antiguo tronco de los Messía, cuyo escudo de armas aparece en el pedestal de la estatua.

Según los antiguos memoriales de la familia, el primer Messía fue un godo llamado Galdín Messiano que se asentó en Galicia. De allí se extendieron sus descendientes hacia el sur con la conquista cristiana. El primero en atravesar la raya de Sierra Morena fue Arias Díaz Messía, que luchó en la batalla de las Navas de Tolosa (1212).

El árbol de la familia echó sus ramas en Sevilla, Segovia, Ciudad Real y Extremadura. Un Gonzalo Messía fue comendador de Segura de la Sierra antes de exiliarse en Francia huyendo de Pedro I y de ponerse al servicio del conde de Armagnac. De éste descendería el Diego González Messía al que los moros derrotaron junto a Pedro Ruiz de Torres de Jaén en 1410. Desde este momento, la familia Messía emparenta con la de los Torres de Jaén. Un hijo de Diego, Rodrigo González Messía, se casa con Mencía de Guzmán, hija de María de Torres y del maestre de Calatrava, una boda poco menos que imposible por ser el contrayente maestre de una orden religiosa, pero el Papa le concedió su dispensa atendiendo a la conveniencia del matrimonio. Un dato que conviene tener en cuenta: el Papa considera conveniente que los Messía emparenten con los Torres. Una hija de esta pareja, Inés Messía de Guzmán, se casa con un Gonzalo Messía de Carrillo, señor de Santa Eufemia y vástago de la rama cordobesa de la familia, que hacía dos generaciones había obtenido el señorío de Santa Eufemia y sus lugares aledaños, en la Sierra Morena cordobesa. Así se funden el marquesado de la Guardia y el señorío de Santa Eufemia.

Una descendiente de esta unión, Guiomar Messía, se casa con Carlos de Torres y Portugal, cuyo nombre figura en la lista de los que buscaron la Cava. Nuevos vínculos de los Messía con los Torres de Jaén. De esta pareja nace Teresa, la esposa del condestable Iranzo, otro buscador de la Cava. Y para rematar nuestra sorpresa, los memoriales de la familia reflejan que muchas mujeres de este linaje ingresaron en el convento de Santa Clara de Jaén.

Del complicado árbol genealógico del linaje se deduce que en el siglo XV las dos familias, Torres y Messía, injertan sus ramas más comprometidas en la búsqueda de la Cava, es decir, las depositarías del secreto de la Mesa de Salomón. Ya vimos que esta familia controlaba el oráculo matriarcal de la Magdalena en su forma evolucionada de la «casa de emparedadas». Con el tiempo, el oráculo pasa de los Torres a los Messía en el beaterío que doña María Messía y Carrillo, «gran señora de virtud y sangre», tendría en la calle del Rostro.[423]

¿Emparentaron las dos familias para aunar sus esfuerzos en la común empresa? Es muy posible. Los Messía aportan sus dominios sobre uno de los grandes santuarios de la Diosa Madre, el de Santa Eufemia, en los Pedroches; los Torres, sus conocimientos sobre el santuario de Jaén. La unión entre las dos estirpes sigue vigente a finales del siglo XVII, cuando los Messía de la Guardia fundan un convento bajo la advocación de la Magdalena, representada por una críptica escultura de la santa, orlada de enigmáticas inscripciones.

En el feudo de los Messía existía una ermita de la Virgen Coronada, réplica de la Virgen Negra de Jaén, tutelar de la familia Torres. Y aún más. El patrono de la Guardia es san Sebastián, el santo cristiano que suplanta al Rey Sagrado, esposo sacrificial de la Diosa Madre. Y precisamente en el cerro de San Sebastián de la Guardia existen vestigios de poblamiento humano en los tiempos del patriarcado.

Aceptemos que el más remoto ancestro de los Messía es aquel godo Galdín Messiano del que todos aseguraban descender. Pero ¿de quién descendía Galdín Messiano? El nombre es de origen merovingio y quizá emparenté con la estirpe que reinó en Francia en la Edad Media. La palabra, de origen oriental, se asemeja sospechosamente a Mesías, es decir, ungido. Según las leyes de Israel, el ungido —con aceite, el árbol sagrado de la diosa— es el rey. Un profeta enviado de Dios suele ungir al nuevo rey derramando aceite sobre su cabeza en una ceremonia que equivale a su coronación efectiva.

Siendo así, cabría pensar que quizá la estirpe de los Messía pudo relacionarse con la Mesa de Salomón, incluso antes de conocer su secreto.

El título de Mesías se transmite en la simiente de David y Salomón. La estirpe sobrevivió a los azares de la historia y alcanzó la Edad Media consciente de su origen y de su legado, como depositaria de la sagrada herencia de María de Magdala, la Magdalena evangélica, y legítima heredera de la sangre real, el Grial, y del legado secreto de Salomón.