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Los templarios y el Santo Reino

Entraba el otoño en Londres, lluvioso y desapacible. Los árboles de Hyde Park se habían dorado y las rachas de viento provocaban la caída de las hojas muertas. En la habitación de mi hotel, o en la sala de lectura de la British Library, proseguía mis investigaciones.

En la cristiandad medieval, que abarcaba Europa y parte de Asia, sólo hubo dos regiones que merecieran el calificativo de santas: Tierra Santa y el Santo Reino.

Los templarios surgieron como una orden caballeresca de monjes soldados destinada a defender Tierra Santa, pero también se interesaron por el Santo Reino, en la cabecera del valle del Guadalquivir, una tierra en la que abundaban los santuarios precristianos. En el siglo XII, cuando se implanta el Temple en España, los maestres empeñaron las energías de la Orden en la conquista del sur.

El primer territorio del sur, pasadas las montañas de Sierra Morena, era el Santo Reino.

El antiguo Santo Reino, que ocupa gran parte de la actual provincia de Jaén, presenta todavía hoy, a pesar de las injurias del tiempo y del olvido, mayor concentración de ermitas, santuarios y lugares santos que otras regiones españolas más devotas.

En 1147, los templarios consiguieron que el rey Alfonso VII de Castilla les cediera la ciudad de Calatrava la Vieja, un enclave estratégico que, en circunstancias normales, la corona se habría reservado puesto que controlaba los pasos naturales hacia el Santo Reino y el valle del Guadalquivir y era encrucijada de los caminos de Mérida a Cartagena y de Córdoba a Toledo (Fig. 80).

Los templarios colaboraban estrechamente con los judíos de cierta hermandad, La Lámpara Tapada. Eso explica que entregaran la alcaidía de Calatrava a un judío, Rabí Judá Ben Yusef Ben Ezra, descendiente de la estirpe de David, o sea, el Exilarca.

Sin embargo, ocho años después de obtener Calatrava, en 1158, los templarios cambian bruscamente de parecer y la devuelven al rey de Castilla pretextando que no se sienten capacitados para defenderla de los moros. En la corte de Toledo, el maestre del Temple que entrega las llaves de Calatrava coincide con un abad cisterciense, don Raimundo de Filero, y con su compañero fray Diego Velásquez, quienes se ofrecen a defender la ciudad si el Papa los declara orden militar con los mismos privilegios que las de Tierra Santa. En cualquier caso, la elección de los maestres dependerá de los abades de Morimond, que es una sucursal del Temple.

Ése es el origen, en 1164, de la Orden de Calatrava, que adopta como distintivo una cruz formada por cuatro flores de lis. Recordemos que la flor de lis es el desarrollo de la pata de oca, símbolo de la Diosa Madre, usado también por Salomón en una de las columnas que flanqueaban su Templo (Fig. 81). Incluso la palabra Calatrava, cuya elección imponía el nombre árabe de la ciudad, se revistió de una carga simbólica al hacerlo derivar de Cal y traba. Traba, “asir o tirar de algo”, o “lo que ata fuertemente”; Kala es raíz indoeuropea que en sánscrito significa lo negro, emblema, a su vez, de la Sabiduría. Por lo tanto podría interpretarse como «lo que une o lo que vincula la Sabiduría». La vinculación se subrayaba añadiendo a la cruz de las flores de lis dos trabas o grilletes de hierro, uno a cada lado, en la parte inferior, la traba que une a dos, alusión al mito iniciador de los Dióscuros, que los templarios repiten en su conocido sello de los dos caballeros sobre el mismo caballo (Fig. 82). En última instancia, es una alusión a la Áurea Catena establecida entre Maestro y Discípulo, Iniciado y Postulante.

El Temple y Calatrava, a partir de entonces, siguieron trayectorias paralelas, cada cual con sus territorios. Todavía los templarios colaboraron eficazmente en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, que abrió los pasos de Sierra Morena y posibilitó la conquista del Santo Reino y del valle del Guadalquivir en los años siguientes. El maestre del Temple castellano, Gómez Ramírez, murió en las Navas de Tolosa con muchos de sus freires. La tradición sostiene que se hizo sepultar a cinco kilómetros de allí, en el paraje del Collado de los Jardines, el antiguo santuario de la diosa abandonado desde tiempos de los iberos.[281] A principios del siglo XX todavía se conservaba frente a la cueva un montón de piedras que, probablemente, sostuvieron en su momento una cruz de madera.

Los pastores y leñadores de la comarca lo llamaban el Majano del Maestro, evidente corrupción de la palabra maestre. Al santuario en sí, un enorme abrigo abierto en el costado de la montaña, lo llamaban la cueva de los Muñecos, por los exvotos que acumulaba.

En 1212 los conquistadores cristianos adelantaron la frontera hasta el castillo de Vilches, ya en el Santo Reino, y entronizaron una Virgen Negra que hasta el siglo XVIII lució una gran peana esférica. Entre 1224 y 1245, en sucesivas campañas, Fernando III el Santo conquistó el Santo Reino y gran parte del valle del Guadalquivir con el auxilio de la Orden de Calatrava, a la que recompensó, en 1230, con una extensa comarca en la que se enclavaban los santuarios prehistóricos más importantes, entre ellos el de la Negra, en Fuensanta (= Fuente Santa), encomienda de Martos. En este territorio los patronos de los lugares son siempre santos dobles: Martos (san Amador y su compañero); Arjona (san Bonoso y san Maximiano), Torredonjimeno (san Cosme y san Damián); Higuera de Calatrava (san Sebastián y san Roque). La herencia templaria de la Orden de Calatrava es evidente. La Orden nace ya rica y poderosa, fundada por dos freires (siempre la pareja templaria). En 1224, durante la primera expedición andaluza de Fernando III, los calatravos abandonan la hueste real para atacar Víboras, castillo cercano al santuario de la Negra, en Fuensanta, y al otro santuario matriarcal del cerrillo del Olivo, cerca de Frailes.

En los veinticinco años que dura la conquista, se descubren en el Santo Reino no menos de cincuenta Vírgenes Negras, que justifican la cristianización de otros tantos enclaves sagrados ancestrales. Los lugares santos tradicionales eran tan abundantes que los templarios y calatravos, sembradores de Vírgenes Negras, ignoraron aquellos en los que el antiguo santuario había quedado en un lugar despoblado, como Sierra Morena.

La más importante de ellas, la Virgen de la Cabeza, hallada en 1227, cae en un principio bajo la tutela directa de los templarios, que fundan su cofradía en 1245.[282] Después, por distintos motivos, aquel territorio se reintegra a la ciudad realenga de Andújar, pero el santuario continúa existiendo bajo los mejores auspicios y es todavía hoy uno de los más importantes de la Península.

Por lo demás, los calatravos se independizan del Temple, aunque el núcleo secreto de la Orden, el restringido a los iniciados, probablemente creado como una derivación del Temple, trabaja junto a la Orden madre en términos de igualdad (los dos compañeros que montan el mismo caballo). Esto explica que cuando el Papa disuelve la Orden del Temple, los freires de la provincia castellana se acogen a la Orden de Calatrava. En Portugal, sin embargo, crearon la Orden de Avís.

En estas investigaciones andaba cuando se nos echó encima el otoño, vinieron las lluvias, se acortaron los días y la vegetación se agostó en el parque de Cazorla. Ya el cámara David O’Connor se había repuesto de sus diarreas, pero había pasado el tiempo de las filmaciones. Había que aplazar el documental hasta la primavera. Mientras tanto, el asunto de los templarios y la Mesa de Salomón cada día me apasionaba más. En una visita a Londres coincidí en el club The Heavy Petting con el obispo anglicano Rev. Asshole. Cuando supo de mis intereses por la Mesa de Salomón me entregó una tarjeta para sir Flop Bergenbeisen, compañero de su partida de bridge semanal y hermano de un directivo de cierta organización neotemplaria, que podría suministrarme alguna información de interés. Visité al hermano de sir Flop en su mansión de Berkshire. Era un viejo coronel retirado, cojo de una antigua herida de El Alamein en la pierna izquierda. Paseamos por el jardín de su mansión, abierto a los prados con el bosque de abedules al fondo.

—Mi abuelo pertenecía a una logia neotemplaria llamada Los Doce Apóstoles, ¿ha oído usted hablar de ella?

—Es la primera noticia que tengo —mentí. No suelo mentir más de lo estrictamente necesario, pero temí que si decía que la logia aparecía en los papeles del RILKO se mostrara reacio a colaborar.

—Bueno. Los Doce Apóstoles se habían propuesto continuar la labor de los templarios, instituir un imperio universal del bien y de la justicia. Para eso necesitaban operar sobre la sekinah, el Shem Shemaforash, el tesoro espiritual contenido por la Mesa de Salomón, el Nombre Secreto de Dios, la formula primordial de la materia, la ordenación del mundo.

»Eran los tiempos en que Europa, como un lobo, se repartía los despojos del mundo, la cara menos amable del imperio, los tiempos en que el blanco sojuzgaba a los pueblos negros, amarillos, cobrizos o morenos; el tiempo, también, en que los propios lobos, Inglaterra y la naciente Alemania, se enseñaban mutuamente los colmillos en vísperas de la gran guerra.

—Es evidente que las cosas no salieron como deseaban.

—En efecto. Nuevamente, como en tiempos de los templarios, la justicia perdió. La Sinarquía es una utopía. Quizá.

Nos habíamos sentado en un banco de piedra, frente a la entrada del laberinto. Miró melancólicamente su pierna de palo, que asomaba bajo los pantalones bombachos, y me contó la historia de la Mesa:

—Cuando los moros invadieron España encontraron la Mesa de Salomón en Toledo, en el subsuelo de una iglesia a la que los condujo un obispo renegado del bando de los enemigos de Rodrigo. El califa de Damasco reclamó la Mesa y se la enviaron, pero al pasar por el Santo Reino, remontando el collado que dicen Giribaile, se hospedaron en un convento mozárabe y el abad les administró una droga en la sopa y huyó con la Mesa. Al día siguiente, cuando se despertaron y vieron lo que había ocurrido, prefirieron disolverse y acogerse a Sierra Morena, entre los bandidos, para escapar del castigo que el califa aplicaba a los incompetentes: emasculación con ayuda de unos alicates de oro, que habían pertenecido al tesoro de Cambises.

—¿Qué fue de la Mesa? —inquirí.

—El abad de Giribaile tenía un hermano monje en la diócesis de Ossaria, a un día y medio de camino, allí se refugió con su tesoro. En Ossaria, la Mesa de Salomón permaneció oculta en la cripta de un santuario de San Nicolás. No sé si sabrá que en el cristianismo antiguo san Nicolás es el custodio de tesoros.

—Tenía una idea…

—Pues bien, el abad de Ossaria, depositario del tesoro sagrado, escribió una carta a los dos obispos toledanos, Totila y Rufinus, que custodiaban la Mesa en Toledo, los únicos que no tenían diócesis asignada y sólo tenían que velar por el Shem Shemaforash. Totila y Rufinus se trasladaron a Ossaria y el abad les confió el gobierno de aquella humilde parroquia.

»El santuario de San Nicolás de Ossaria resultó destruido unos años después, durante la guerra civil entre los propios moros, la llamada fitna, y la comunidad se dispersó. Para entonces los dos obispos eran muy ancianos. Totila se enterró en un convento llamado La Negra y Rufinus en otro llamado Urgavo (hoy Arjona), en el que fundó una ermita dedicada a san Nicolás. No sabemos muy bien a cuál de los dos fue a parar la Mesa. En cualquier caso, al poco tiempo los musulmanes expulsaron de nuevo a los monjes y Rufinus se estableció en Montesión, en Sierra Morena. A Totila le sucedió lo mismo y peregrinó a los Santos Lugares, pero falleció antes de llegar a ellos, en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. El fraile que lo acompañaba regresó a España y se estableció en el cenobio mozárabe de Nájera, en La Rioja. En 1079, los benedictinos de Cluny se hicieron cargo del monasterio recién fundado, y entre los papeles del antiguo cenobio encontraron datos de Totila, que un benedictino (siglo XII) incluyó en un relato del viaje de Totila a los Santos Lugares. Este códice se perdió luego, pero algunas partes se refundieron en la obra de un tercero, entre ellas el relato de la sepultura y muerte de Totila en el Sinaí.

»Rufinus, por su parte, antes de morir, esculpió el esquema de la shekinah, la fórmula geométrica del Nombre de Dios, en una piedra del monte Sión. Mi padre y los otros once apóstoles buscaron esa piedra en 1909.

»No sé si usted sabrá que en 1926 apareció un tesoro visigodo en las ruinas del santuario de San Nicolás.[283] En una de las joyas, que adornarían el altar, aparecen los nombres de Trutila y Rovine, que deben de ser Totila y Rufinus germanizados.

Recordé que Joyce Mann había realizado excavaciones en 1943 en una finca de Torredonjimeno. Las piezas del puzle comenzaban a encajar.

Regresé a Londres y pasé algunos días en la British Library investigando los fondos que Margaret ordenaba. Al parecer, el monasterio de Montesión de Sierra Morena había generado el topónimo Montizón, “el monte de la Luz”. Encontré, en efecto, un Montizón de la provincia de Jaén que en la Edad Media pertenecía a la Orden de Santiago. Sin embargo, conservaba algún vínculo misterioso con los calatravos porque el municipio donde estaba enclavado, Chiclana, mantenía la cruz calatrava, con sus cuatro flores de lis, en su heráldica.

En los documentos RILKO se citaba repetidamente a un monje llamado Verginus.

Le envié varias fotocopias de las papeletas de Joyce Mann a mi profesor Alexander Shallowbrain, el especialista en Cruzadas. Me citó para tomar el té al día siguiente en su pequeño apartamento del St. Andrews College.

—¿Ha dado usted con Verginus? —irrumpió bruscamente en el tema—. Debo decir que esto es de lo más notable. Cuando procesaron a los templarios franceses, en 1314, un monje de la encomienda de París, Carolus Beneca, confesó en el potro de tormento que el gran maestre Jacques de Molay había enviado a Castilla a un tal Petrus Verginus para recuperar la Mesa de Salomón. Naturalmente, Felipe el Hermoso conocía la existencia del fabuloso tesoro sagrado de los godos, así que intentó recuperarlo por su cuenta, pero fracasó. También lo intentaron el papa Clemente V y sus sucesores, Juan XXII y Benedicto XII, sin resultado. En un informe del archivo secreto vaticano, ordenado por el papa León X en 1518, sabemos que su antecesor, Benedicto XII, reclamó a la diócesis de Jaén un códice que Vergino había entregado, antes de morir, al obispo Juan IV. El obispo ya había fallecido y su sucesor, Juan V, respondió que en la diócesis de Jaén no tenían ni idea del asunto.

Parte de la información de Los Doce Apóstoles procedía del Vaticano (algunos apóstoles eran obispos y cardenales), pero otra parte procedía de los depositarios del Temple en Inglaterra. El profesor Shallowbrain me aclaró este extremo:

—En 1314, después de la ejecución de la cúspide de la Orden del Temple en la isla de París, un fraile superviviente, Marcus Larmenius, se estableció en Edimburgo. Este Larmenius mantenía contactos con Lámpara Tapada, la sociedad secreta judía que protege a la estirpe del Resh Galutha.

—¿El Resh Galutha? —pregunté—, ¿de qué se trata?

—Es largo de contar —dijo Mr. Shallowbrain— y se me hace tarde para la cena. Te prestaré un par de libros. Los lees y regresas la semana que viene para que continuemos la conversación.

Me retiré una semana a Hay on Wye, con los libros y con los recuerdos de Elizabeth, que el tiempo iba tiñendo de una suave añoranza. Leía y anotaba durante el día, a media mañana paseaba entre los hayedos, por la tarde dormía una siesta breve y trabajaba hasta el anochecer.

Resh Galutha.

—El Shem Shemaforash, la fórmula sagrada inscrita en la superficie de la Mesa de Salomón, estaba custodiada por el Sumo Sacerdote de Israel, también conocido como Baal Shem o Maestro del Nombre. Una vez al año, el Sumo Sacerdote, protegido por el pectoral de las doce piedras, penetraba en el sanctasanctórum, la estancia secreta del Templo de Jerusalén y comparecía en la presencia de Dios (una luz tenue instalada sobre el Arca de la Alianza, entre las puntas de las alas extendidas de los querubines que adornaban la tapa), para pronunciar el Shem Shemaforash, el nombre secreto de Dios, en voz baja, apenas un susurro en un rincón del arca de piedra que era aquella estancia. Esa fórmula sacratísima musitada actualizaba la alianza entre Dios y la humanidad y renovaba la creación para que el mundo continuara existiendo.

Al construir la mesa, Salomón se aseguró la transmisión del secreto de la Alianza. Por lo demás, cada Baal Shem instruía a un discípulo que había de sucederle en el misterio del Shem Shemaforash para que la tradición no se perdiera. Por lo tanto, los poseedores del secreto eran siempre dos (reconocí, una vez más, a la pareja templaria y calatrava), aunque solamente uno compareciera en presencia del Santísimo para la renovación de la Alianza.

En Israel existían dos sucesiones dinásticas paralelas: el Mesías de David, llamado en hebreo Resh Galutha y en griego Exilarkés o príncipe del exilio, que representaba la realeza, y el Mesías de Aarón o Sumo Sacerdote (que casi siempre era el propio Baal Shem).

El Resh Galutha, o Exilarkés, representaba a la estirpe de los reyes de Israel que se mantenía en espera de la restauración de Israel. Existe una estirpe de David, transmitida a través de la sangre de Jesús, la sangre real, sang real, simbolizada por el Grial. Jesús, en su calidad de depositario de los derechos dinásticos de Israel, fue muy distinto al Jesús manso que presentan los evangelios. Fue un príncipe que se casó y tuvo hijos. Su estirpe, representada por el Exilarca, está destinada a gobernar el mundo.

En el bosque de Hay on Wye, entre las brumas otoñales, descubrí una cegadora luz antigua a través de los textos.

Así que el Jesucristo de mi catequesis infantil, el hombre manso como un cordero que hablaba para los pescadores y decía dejad que los niños se acerquen a mí, era en realidad Jesús, era el Exilarca, hijo de Judas el Galileo o Judas de Gamala, caudillo ejecutado por los romanos cuando la rebelión del Censo, en el año 6, y nieto de Ezequías, también ejecutado. Jesús era de estirpe real, descendiente de David, y sus seguidores eran violentos zelotes, la facción política y guerrera de los esenios (aunque terminaron separándose de ellos).

Jesús representaba el poder temporal, la realeza, mientras que Juan el Bautista, descendiente de Aarón, representaba el poder espiritual, el Sumo Sacerdocio. El bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista equivaldría a la investidura real.

Juan el Bautista tenía el sagrado deber de apoyar al rey Jesús. Esto explica que los Templarios abrazaran las doctrinas de los seguidores del Bautista, la secta juanista que encontraron en Tierra Santa, el principal pecado por el que el Papa no tuvo inconveniente en decretar la disolución de la Orden.

A la muerte de Jesús, sus partidarios se escinden en tres facciones: paulistas, juanistas y petristas: la primera se impone y anula a las otras dos, de las que quedan, testimonialmente, pequeños grupos en Tierra Santa. Cuando los Templarios llegan a Tierra Santa se convierten en petristas, la verdadera iglesia, entran en contacto con los mandeístas, que tienen a san Juan por el Mesías y desarrollan dos órdenes: la externa y la secreta, que aspira a implantar la paz universal bajo la dinastía davídica.

La meta de los templarios es la Sinarquía, el gobierno mundial por una sociedad perfecta, entronizando al Rey del Mundo (el Vaticano también lo intenta a través de Cristo Rey): rey y sacerdote unidos por el secreto de la fórmula del Shem Shemaforash.

Los Templarios conocían el secreto de la descendencia de Cristo y de la restauración de su estirpe. También lo conocían los judíos de Lámpara Tapada en Oriente (su versión occidental, cristiana, sería el Sionis Prioratus).

Una semana después regresé junto a Mr. Shallowbrain.

—¿Sabes ya lo que es el Resh Galutha?

—Lo sé.

—Ahora comprenderás muchas más cosas. En 1368 un obispo de Aix, en Gascuña, Nicolás de Biedma (no es casual que tomara el nombre de Nicolás), tuvo noticias del asunto Vergino y movió cielo y tierra para que le asignaran el obispado de Jaén, en el Santo Reino. Una vez allí, buscó el Códice Verginus en la catedral de Jaén, lo encontró, lo descifró y lo vertió al latín.

Tras la muerte del obispo, hacia 1380, la hermandad Lámpara Tapada obtuvo información sobre la Mesa de Salomón, quizá robada al obispo Biedma (cuyo médico era judío) o bien de Totila, el obispo godo muerto en Santa Catalina del Sinaí. El caso es que el códice Biedma llegó incompleto a Roma, con lo cual carece de sentido y hoy está catalogado en la Biblioteca Vaticana como Códice Verginus.

Pero Vergino, además de producir su códice, esculpió la Mesa de Salomón en la llamada piedra del Letrero en los alrededores de su monasterio. La señaló con una cruz patriarcal (usada también por la suprema del Temple) y su firma: PBS (Petrus Verginus Signum).

A mi regreso a España fui a Chiclana y busqué el lugar de la piedra del Letrero. Era una placa de roca silícea que afloraba en medio de un olivar. Estaba tan deteriorada por la acción de arados y tractores que las inscripciones de Vergino habían desaparecido por completo. No obstante, sus coordenadas geográficas me parecieron significativas porque ciaba cerca del santuario ibérico de la Venta de los Santos (que luego sería ermita mariana con una Virgen Negra, hallada en el tronco ahuecado de una encina, como la de Ponferrada y otras Vírgenes templarias). La Venta de los Santos está, además, a mitad de camino entre los santuarios prehistóricos de Collado de los Jardines y Castellar de Santisteban.