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De vírgenes y deshonestidades

Hasta ahora hemos examinado la tríada de Vírgenes Negras de la catedral de Jaén. Otras Diosas Madre recibieron culto en diversos lugares asociados al Dolmen Sagrado.

La más famosa fue la Virgen Coronada, una imagen del tiempo de los godos que, como tantas Vírgenes Negras, había aparecido hacia 1270 dentro de una campana enterrada que un labrador encontró extramuros de la ciudad, muy cerca de la Puerta de Martos.[214] Sobre el dolmen de la Coronada se construyó una ermita y después, en 1511, un monasterio en el que se fundó una Cofradía del Santo Sepulcro con cofrades de «azote y luz, lutos, gallardetes y banderillas».[215] El paso que atraía la devoción popular no era el del Santo Sepulcro sino una Virgen de los Dolores, imagen actualizada de Isis, cuya fiesta, el tercer domingo de septiembre, tenía más de orgía pagana que de manifestación cristiana:[216] «Salen a ver dicha procesión muchas mujeres enamoradas y compuestas y llevan meriendas… y las mujeres hacen señas a los cofrades… y hay mucho regocijo en un día tan triste y en cuanto anochece hay muchas deshonestidades».[217]

Las personas devotas no ingresaban en la cofradía por las deshonestidades que pasaban en Viernes Santo.[218] Ciertos cofrades «habían concertado un Viernes Santo a dos rameras muy hermosas que salieran a la procesión en el ejido de la Coronada y que saldrían con ellas a las huertas y se las llevaron a una acequia y allí se habían metido y habían tenido acceso carnal con ellas, pues en cuanto anochece hay muchas deshonestidades».[219]

El texto habla por sí solo. No obstante, conviene notar que copular, de noche y dentro de una acequia, es decir, en el agua helada, en pleno mes de marzo, debe de tener alguna explicación ritual antes que venérea.

Además de los excesos carnales, la procesión de la Coronada se caracterizaba por los alcohólicos.[220] La autoridad eclesiástica, ignorante de las raíces rituales de aquel aparente desenfreno, se esforzó por erradicarlo y dispuso que las cofradías de Semana Santa «salgan de día, quitándose así muchas inquietudes y ofensas a Dios Nuestro Señor».[221]

No sirvió de nada. En 1726 el obispo prohibía a los disciplinantes de las Cofradías que llevasen «roquetes ni enaguas de mujer».[222]

Esta insólita presencia de hombres vestidos con ropas de mujer en la fiesta de la Virgen se produce también por la misma época en la romería de la Virgen de la Cabeza, la patrona de Sierra Morena fundada por los templarios.

¿Qué sentido tienen tales prácticas escandalosas asociadas al culto de las Vírgenes? Es evidente que son pervivencia de los cultos a la Diosa Madre. En todo el mundo mediterráneo se repite el mismo fenómeno. En una determinada etapa histórica, el sacerdocio del matriarcado lo desempeñan hombres, y estos hombres al principio visten atuendos femeninos, los «hieródulos» del culto de Afrodita (otra Diosa Madre) en Ascalón.[223] Incluso las sotanas del clero preconciliar y los encajes y los bordados de las casullas tienen un aire de atuendo femenino.

También en la romería de la Virgen de la Cabeza se cometían desmadres sexuales que escandalizaban a los píos cronistas del siglo XVIII: «La turba de devotos no repara en nombrar a la purísima Madre de Dios con aquellas mismas expresiones rústicas e insolentes que ha inventado el amor profano y la licenciosidad del vulgo… Hay feria abierta en donde lo que más se comercia es el libertinaje y las palabras deshonestas… Hay impuros movimientos y bailes desconcertados delante de las mismas sagradas imágenes que adornan con este fin con ramos, flores, luces y buenas alhajas».[224]

Llovía sobre mojado. Ya en 1628 el obispo había ordenado, sin éxito, «que se excusen los desórdenes y ofensas a Dios causados por el concurso de gente, hombres y mujeres que acuden a la fiesta de Nuestra Señora».[225]

Lo que aquellos piadosos y escandalizados sacerdotes no comprendían es que precisamente aquellas imágenes y aquellas romerías eran más materia de amor profano que del amor divino tal como ellos lo entendían. Porque antes de que el cristianismo silenciase a la Diosa Madre, sin conseguirlo del todo, aquel amor profano que exalta, a través del sexo, la fecundidad había sido precisamente uno de los atributos de la Diosa Madre que ahora la Virgen María, con todo su acento puesto en la pureza, no conseguía (y no consigue hoy) erradicar. Y no olvidemos que la prostitución ritual fue bastante común en los santuarios precristianos, incluidos los de la península Ibérica.[226]

La Virgen Blanca

La ermita de la Virgen Blanca está en el cerro de los Lirios, a tres kilómetros de Jaén, en el antiguo camino de Martos.[227]

El lugar se denominaba La Imora o Daymora en la época de la conquista, corrupción de la frase: «La que i mora», la que vive allí, oportuno circunloquio para ocultar el nombre secreto de la divinidad que, convenientemente convertida en Virgen María, se llamó la Virgen Blanca.

La primitiva imagen se llamaba Virgen Alba. En la Edad Media se trasladó a Jaén al cargo de la familia Rincón, avecindada frente al templo de la Magdalena. Hacia 1611, los Rincón la cedieron a la compañía de Jesús, que la entronizó en su iglesia de la calle Compañía.

La Virgen Alba, que significa blanca, era, en realidad, una Virgen Negra «de piedra alabastro»[228] de 40 centímetros de altura, sobre una peana tan alta como ella.[229] Aparentaba ser «muy antigua» con el Niño «mamando de su pecho». ¿Quizá una imagen de Isis reciclada en Virgen María? En el mismo altar donde se veneraba esta imagen colocaron los jesuitas «una pirámide de vidrio verde con remate de azófar, labrada» que contenía una reliquia de san Eufrasio, primer obispo de la diócesis venido de Oriente.[230]

A mediados del siglo XIX, Muñoz Garnica, un buscador de la Mesa de Salomón, realizó grandes obras en la antigua iglesia de los jesuitas, ya arruinada, con la esperanza de encontrar la imagen primitiva.

Las tres Vírgenes Negras que hemos mencionado (la Coronada, la Cabeza y la Blanca) fueron destruidas en 1936.

La Asomada

La ermita de la Asomada es un sencillo edificio sobre la loma que domina el puente de la Sierra, en el antiguo camino de Otíñar, a cinco kilómetros de Jaén. Su nombre deriva del árabe samada, que significa “fuente de agua caliente”, por un manantial, hoy seco, que hubo a los pies de la ermita. La Virgen ha desaparecido.

La Virgen de la Peña

La Virgen de la Peña se veneraba en una ermita a tres kilómetros de Jaén, junto a la fuente de la Peña. La antigua imagen de la Virgen ha desaparecido, así como la peña que la sustentaba.

Actualmente, perduran trazas de los ritos consagrados a la Virgen en la romería del Cristo de Chircales, que la suplantó en su santuario. En la fiesta típicamente matriarcal «la imagen se lleva en procesión hasta la glorieta para regresar de nuevo a su ermita, que este día tiene arcos triunfales de pino y yerbas silvestres y altar de capullos y rosas de olor».[231]

Estos cultos de la Diosa Madre, por primavera, con grandes despliegues vegetales de flores, juncia y romero, aseguraban la fecundidad de los campos, de los animales y de las personas.

Santa Ana

Nos queda, finalmente, la última Virgen ancestral que en rigor debiera ser la primera: santa Ana.

En sumerio el cielo se llamaba an.[232] Los pelasgos adoraban a una Diosa Madre o Diosa Luna llamada Ana, nombre que significa precisamente “reina o Diosa Madre”. Los romanos le consagraron un bosque sagrado en la Vía Flaminia, junto al Tíber. Ovidio la identifica con la Minerva lunar «porque lleva el año con sus meses». Su iconografía la representaba como una mujer anciana.[233]

Esta remota Diosa Madre mediterránea se transmite a los cultos cristianos conservando el nombre de Ana y su figura de anciana.[234] Los teólogos medievales definían a la Inmaculada como «la Concepción de santa Ana».[235]

Santa Ana es patrona de Torredelcampo, a once kilómetros de Jaén. Su santuario, sobre el cerro que domina la población, está entre el Dolmen Sagrado de Jaén y el santuario de Hércules en Martos. En tiempos prehistóricos, el santuario de Ana estuvo protegido por uno de los más antiguos recintos amurallados de Europa, del que quedan imponentes vestigios cerca de la ermita. En este santuario se encontraron una venus o Diosa Madre de marfil, hoy desaparecida, así como «numerosos objetos metálicos y de piedra».[236] En el santuario antiguo había tumbas con inscripciones en un alfabeto desconocido, distinto al ibérico, que también han desaparecido.

El reciente folclore consumista que la vida moderna impone ha desvirtuado el culto de esta Diosa Madre, pero todavía pueden rastrearse vestigios del primitivo ritual y de las creencias a él asociadas. En algunos pueblos de la región existen ermitas de santa Ana o, al menos, altares, y queda el recuerdo de la antigua denominación de la santa, que no era otra que santa Ana Triple. ¡Triple Ana! ¡Extraña manera de llamar a la Madre de la Virgen! Extraño, al menos, para sus actuales devotas, que han ido olvidando lo que ya no comprenden. Sin embargo, esta significativa denominación ha dejado huella documental en algunos lugares de la diócesis, como Alcalá la Real, donde santa Ana Triple, abogada contra la sequía, en su papel de Diosa de la Fecundidad, tuvo una ermita que hoy es aldea con su Fuente del Rey, en la que Alfonso XI fundó un oratorio consagrado a la Virgen Coronada.[237]

Las Vírgenes irreverentes

Las Vírgenes medievales suplantaron a las Diosas Madre en los dólmenes sagrados y santuarios. Aquellas diminutas imágenes negras, plantadas sobre los enormes monolitos de la Diosa Madre, «aparecen» en el siglo XIII, coincidiendo con un súbito renacimiento de los cultos a Nuestra Señora en todo el Occidente cristiano. Suelen presentarse sedentes, con el Niño sostenido por el brazo izquierdo, pero en seguida las taparon con elaboradas vestiduras que sólo dejaban ver el rostro.

Pero ¿es que no hubo Vírgenes más antiguas, es decir, anteriores al siglo XIII?

Seguramente, sí.

La Virgen gótica o románica que conocemos es una imagen cristianizada y tardía, importada de Bizancio. Si suplanta a la antigua Diosa Madre, cabría esperar que perdurase en ella alguno de los rasgos propiciadores de fecundidad de las antiguas representaciones de la Diosa Madre, aquellas venus o Astartés que las sucedieron.

Entre la Antigüedad y la Baja Edad Media, en el espacio de ese milenio, ¿hubo imágenes que representen el eslabón perdido?

Las hubo, pero el clero cristiano las consideraba tan irreverentes y provocativas que prefería ocultar sus cuerpos detrás de veladuras, vestidos y adornos. Por eso se tapan tanto las imágenes actuales, que al fin y al cabo son tallas vestidas y tardías, lo que explica precisamente que se salvaran de la quema.

«La quema» no es una frase hecha. Existieron imágenes primitivas de la Diosa Madre, asimiladas a la Virgen María, que el propio clero destruyó.

Una resolución del Sínodo diocesano de 1624, presidido por el cardenal-obispo don Baltasar Moscoso y Sandoval, bajo el título quinto, «Sobre veneración de imágenes», dispone: «Que no se hagan imágenes de barro o cartón (se refiere evidentemente a los exvotos populares que los fieles llevaban a los antiguos santuarios) y que se entierren o consuman dentro de la iglesia o en otra mejor forma las imágenes viejas y deformes que más provocan a risa que a devoción».[238]

El documento es revelador porque atestigua que, efectivamente, existieron imágenes «viejas», es decir, antiguas, y «deformes». ¿Cómo definiríamos, si no, a una venus prehistórica o su copia, con aquellas exageradas redondeces y sus acumulaciones de grasa en el trasero, en las caderas, en el vientre y en el pecho? En efecto, perdido ya el genuino sentido de tales manifestaciones, las imágenes, aunque eran veneradas por tradición, provocaban «más a risa que a devoción», no a sus fieles de siempre, evidentemente, sino a los sacerdotes forasteros como el obispo cardenal firmante y la gran mayoría de sus colaboradores. En 1624 las condenaron al fuego. Sólo se salvaron aquellas tallas modernas que satisfacían la estética oficial de la Iglesia. Y de éstas también es de lamentar que casi ninguna sobreviviera a 1936.

Pero ¿alguien se opuso a esta medida? La disposición sinodal señala que hay que deshacerse de tales imágenes «dentro de la iglesia», es decir, a puerta cerrada y en secreto. Siendo así, los devotos nunca sabrían lo ocurrido o lo sabrían demasiado tarde, cuando no se pudiera remediar. Además, puesto que hacía ya tiempo que estas imágenes sólo mostraban el rostro, nunca advertirían que el resto del cuerpo, «provocante a risa», había desaparecido.

No en todas partes se aplicó la medida con igual sigilo.

Algunos conventos de religiosas seguían fieles a tradiciones matriarcales precristianas cuyo origen y sentido las propias monjas ignoraban. Uno de estos conventos, el más antiguo, el de Santa Clara, junto al Dolmen Sagrado de Jaén, el convento que se vanagloriaba del hallazgo de la Verónica en su huerto, había sido finalmente trasladado a otro emplazamiento. Las monjas atrancaron la puerta del convento y recibieron a una comitiva episcopal arrojándole aceite hirviendo desde las ventanas.[239]

Es posible que las monjas guardaran como oro en paño una de aquellas imágenes «provocantes a risa»; es posible que el obispo intentara apoderarse de ella pacíficamente cuando el asunto se complicó y estuvo a punto de convertirse en otro Fuenteovejuna.

Si tenemos en cuenta la antigua relación existente entre estas monjas y el Dolmen Sagrado, nos es lícito sospechar que quizá lo que las religiosas guardaban y defendían con tanto empeño no eran sino las primitivas imágenes, las «provocantes a risa» de las dos Vírgenes del dolmen que, junto con la Verónica, ahora convertida en un Cristo barbudo, componían la triple Diosa Madre catedralicia. Esto explica que las imágenes actuales de las Vírgenes Antigua y de la Capilla sólo se remonten al siglo XIV cuando la tradición sostiene que, por lo menos, ya existían, aunque con otros nombres, a principios del XIII.