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Hércules en España

El héroe solar mediterráneo es Hércules, el paladín glorioso que libera la tierra de sus monstruos. Es un Rey Sagrado que a la llegada de los pueblos patriarcales se transforma en rey agrícola y pastoril.[247]

Hubo muchos Hércules, pero el más conocido es el griego, el hijo de Zeus y Alcmena, nacido justamente en el equinoccio de primavera, el año nuevo de los babilonios y otros pueblos de la Antigüedad.[248]

La vida de Hércules es un continuo conflicto con la Diosa Madre. Todavía está en la cuna, cuando Hera —la Diosa Madre— envía contra él a dos serpientes, pero el niño las estrangula. Años después, Hera le provoca un ataque de locura y el héroe asesina a sus seis hijos. Cuando recobra el juicio, y comprende la magnitud de su crimen, peregrina al oráculo de Apolo en Delfos, que le impone el castigo de obedecer al rey de Micenas, Euristeo, en lo que quiera mandarle.

Euristeo le encomienda doce trabajos, a cual más difícil. El primero, matar al león de Nemea; el segundo, acabar con la Hidra de Lerna, una serpiente de cien cabezas protegida de la diosa Hera; el tercero, capturar al jabalí de Erimanto y a la cierva de Cerinía. Después, Hércules limpia de aves malignas el lago Estínfalo (otra vez las aves asociadas a un santuario acuático). A continuación asea los establos del rey Augias de Elide, para lo cual desvía el curso de un río. También captura al toro, padre del Minotauro, y doma las yeguas antropófagas del rey de Tracia. El noveno trabajo consiste en arrebatarle el cinturón a la reina de las Amazonas, que se resiste como un mulo y perece en la refriega. El décimo, robarle los bueyes al gigante Gerión, un monstruo con tres cuerpos, al que también mata; el undécimo, robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, tras acabar con su vigilante, el dragón Ladón. Finalmente, Hércules desciende al infierno y captura al perro Cerbero.

Todos estos trabajos, excepto dos, transcurren en Grecia o en sus vecindades. Para el décimo y el undécimo, Hércules debe desplazarse al extremo Occidente: el sur de España.

La interpretación del mito está clara. Hércules es un héroe solar y patriarcal (un pastor que se enfrenta a monstruos serpentiformes o derivados de la serpiente, el animal lunar de la Diosa Madre).[249]

Examinemos con más detalle las hazañas de Hércules en Occidente. En Tartessos, aquel mítico reino que se extendía por gran parte de Andalucía, reinaba el gigante Gerión. Hércules atraviesa el Mediterráneo para llegar hasta allí y va matando los monstruos que le salen al paso, una posible alusión al avance de los pueblos pastores patriarcales que derrotan a las poblaciones autóctonas matriarcales y agrícolas. La Diosa Madre, Hera, protege a Gerión, pero a pesar de ello, Hércules lo vence. Gerión, un gigante de tres cuerpos, representa a la Triple Diosa de los santuarios matriarcales. Hércules conmemora su victoria erigiendo dos columnas a uno y otro lado del estrecho de Gibraltar, réplica de las simbólicas dos columnas que flanqueaban la entrada de los recintos sagrados antiguos.[250]

Hércules mata, pues, a Gerión, recoge sus bueyes rojos y los lleva a Micenas. Ese regreso, arreando un considerable rebaño, brinda al héroe algunas aventuras adicionales, entre ellas la de compartir el tálamo de un monstruo femenino, mitad mujer mitad serpiente, al que, no obstante, hizo concebir trillizos.[251]

Esta historia marginal revela la concordia de un pueblo patriarcal con otro matriarcal adorador de la Diosa Madre, que el monstruo serpentiforme representa.[252]

En su condición de Rey Sagrado, Hércules debe superar ciertas pruebas rituales para escapar del sacrificio, por eso vence a las sierpes de la Diosa Madre.

Los mitos hercúleos evocan un estadio cultural en el que los pueblos pastores vencedores y los pueblos agrícolas vencidos buscan fórmulas de entendimiento. A la postre, el héroe solar intenta que la reina o diosa lo acepte como esposo. Es lo que nos sugiere el undécimo trabajo cuando el héroe consigue las manzanas de las Hespérides «regalo de bodas de la Madre Tierra a Hera» tras matar al dragón Ladón, que guardaba el manzano.[253]

El jardín de las Hespérides estaba en el extremo de Occidente, donde se pone el sol. Para los griegos antiguos, Occidente era el sur de la península Ibérica, Andalucía.[254] La puesta de sol sería un símbolo de la muerte del Rey Sagrado, que luego resucita en el Año Nuevo.[255]

Tartessos, el reino del gigante Gerión, estaba también en Andalucía, la tierra regada por el río Tarsis, el Guadalquivir. Los dos trabajos andaluces de Hércules son reveladores: robar un rebaño de bueyes y robar unas manzanas. Lo que el héroe solar arrebata son los secretos de la agricultura y de la ganadería, los dos grandes hallazgos del neolítico, de aquella «revolución agrícola» que cambió radicalmente el destino de la humanidad. Hércules es un hombre neolítico, desconocedor todavía de los metales, por eso lucha con arco y flechas o con una clava de olivo. El olivo es el árbol del festival de primavera, el símbolo que lleva la paloma al arca de Noé, el que acompaña a Cristo, Rey Sagrado y héroe solar él mismo, en su entrada a Jerusalén y en su pasión y resurrección.

Pero ¿por qué busca Hércules los secretos agrícolas en Occidente? Porque para los neolíticos orientales existía una civilización superior a la suya en el sur de Europa.[256] Para los ancestros de los griegos, el Conocimiento procede de Occidente. No es casual que muchos artífices míticos del Templo de Salomón tengan también ese origen, ni que los sacerdotes egipcios sitúen en Occidente la Atlántida, aquella áurea y civilizada tierra, ni que en Occidente floreciera Tartessos, de cuyas compilaciones alfabéticas, con más de seis mil años de antigüedad, hablaba Estrabón. La persistente tradición antigua señala la procedencia occidental del Conocimiento y la iniciación. Hércules alcanza la sabiduría para los griegos como Salomón la alcanza para los hebreos. Y ambos la obtienen de santuarios de la Diosa Madre imprecisamente situados en el sur de España.

Existe un estrecho paralelismo entre el anónimo héroe que mata al lagarto de la Malena y el Hércules mítico. Los dos están presos y realizan su hazaña para obtener la libertad. Los dos se enfrentan con un monstruo serpentino que habita en una cueva. En los dos casos aparecen claros símbolos solares (caballo, oveja, fuego) al servicio del héroe que mata a la serpiente. Este paralelo podría, naturalmente, abarcar a todos los héroes solares mediterráneos matadores de serpientes o dragones. A la postre, asistimos al viejo tema de la simbólica derrota de los poderes de la Diosa Madre y del matriarcado agrícola a manos de los héroes solares del patriarcado pastoril. Es inevitable que el mito nos remita continuamente a la Historia.

La hegemonía de los pueblos solares no desarraigó el culto a la Diosa Madre en sus grandes santuarios y lugares de peregrinación como el de Jaén. Los pastores crearon sus propios centros religiosos para competir con los de la Diosa Madre, entre ellos el santuario de Hércules en Martos, a dieciséis kilómetros del Dolmen Sagrado. El santuario de Hércules en Martos fue tan famoso como el de Melkart (el Hércules fenicio) en Cádiz. Sobre sus cimientos se levantó la iglesia de Santa Marta.[257]

Hércules llega para robar los rebaños de Gerión y conmemora su hazaña levantando dos columnas, en Ceuta una y otra en Gibraltar y una tercera en Martos,[258] la impresionante peña, una roca que se eleva majestuosamente hasta los 1003 metros de altura. En su cima, barrida por los vientos, construyeron los calatravos, sucesores de los templarios, un castillo desde cuyos torreones se divisa una extensión de muchos kilómetros a la redonda (Fig. 71). Probablemente, el primer santuario de los pueblos pastores adoradores de los dioses uránicos del Trueno fuese la montaña misma y de ahí proceda la sacralización de estas «columnas» que el héroe solar levanta.[259]

San Cristóbal

El Rey Sagrado se presentaba a veces como un gigante verde formado de ramas y plantas que simbolizaba la vegetación y los bosques. El gigante verde moría cuando se agostaba la vegetación y cedía el puesto al hijo-esposo que había engendrado en la Diosa Madre, y así sucesivamente.[260]

En la mitología grecolatina, el gigante verde se transforma en Heracles-Hércules y a la llegada del cristianismo, en san Cristóbal. El Hércules grecorromano había transportado al dios Dionisio a través del río. Recordemos que Dionisio es un dios lunar[261] y que en Delfos, santuario oracular, es desmembrado por su sucesor, lo que confirma su carácter de Rey Sagrado.[262] San Cristóbal, que deriva de él, cruza también el río llevando a la espalda a Jesús niño.[263]

El báculo de san Pedro, símbolo de la herencia iniciática cristiana, es una transformación del bastón de medidas del Hiram salomónico, que representará la sabiduría iniciática de los arquitectos medievales. Los dos proceden, en última instancia, de la vara de Moisés y Aarón, que se tenía por el origen de la iniciación cristiana. Pues bien, en san Cristóbal esta vara o báculo se representa doblemente en la palmera que el gigante descuaja y utiliza como apoyo para cruzar el río con Jesús a la espalda. La palmera es un árbol tutelar de la Diosa Madre y se relaciona con la Virgen en la iconografía cristiana. La encontramos en el pilar que sostiene el techo de la ermita de San Baudelio, en Soria, lugar de iniciación de los templarios (el aspirante a caballero se encerraba en el edículo que existe precisamente sobre el tronco de la palmera). (Fig. 72) (véanse, además, Figs. 86 a 88).

San Cristóbal es un santo especialmente simpático porque nos transmite un mensaje sincrético y pacifista: el héroe solar que se apoya en la palmera matriarcal.[264]

No es casual que, en toda España, el monte más representativo del entorno de cualquier santuario de la Diosa Madre (o las ermitas de la Virgen o santa Ana que los sucedieron) se consagre a san Cristóbal. Es la réplica solar con que los pueblos patriarcales contrarrestan el poder y el prestigio de los santuarios de la Diosa Madre. Tampoco es casual que en la nave de la derecha de nuestras iglesias y cerca de la entrada encontremos gigantescas representaciones de san Cristóbal, costumbre que impuso en Castilla Alfonso X el Sabio, otro iniciado.

Un ejemplo de actuación templaria o simplemente iniciática nos lo suministra Puebla de los Infantes, en la Sierra Norte de Sevilla. Junto al pozo que surtía de agua a la primera villa amurallada, se levanta la ermita de Santa Ana, con el camarín construido sobre una roca emergente que se aprecia mejor desde el exterior. La iglesia mira al monte Santo, que en esta ocasión no se llama de San Cristóbal, sino simplemente El Santo, en cuya cumbre hay trazas de ruinas antiguas (Fig. 73). A dos kilómetros del pueblo está el castillo de Almenara (o sea, castillo de la Luz) con su hermosa capilla octogonal, ya en ruinas, que se fundamenta sobre una cueva iniciática de origen incierto. Recordemos que las capillas octogonales eran el lugar de iniciación de los templarios (Fig. 74).

El obispo Suárez conocía el simbolismo de san Cristóbal y representó al santo en su coro jiennense en figura de un gigante barbudo con el rostro del Hércules grecolatino. En el coro jiennense, san Cristóbal está en medio del río con el Niño sobre el hombro izquierdo[265] y en la orilla derecha del río hay un ermitaño que contempla la escena. Hasta aquí todo responde a la tradición iconográfica del santo, pero algunos detalles reclaman nuestra atención: un viento tempestuoso agita la capa de san Cristóbal, las ropas del Niño y las aguas del río. Sin embargo, misteriosamente, el viento no sopla en la cercana orilla, puesto que el sayal del ermitaño cae con toda naturalidad.

En la orilla izquierda, sobre la pelada loma rocosa, aparece un lagarto: el mítico lagarto de la Malena que custodia el tesoro de la Diosa hasta que se lo arrebata el héroe solar Hércules-San Cristóbal. En la misma orilla, cerca del lagarto, hay una planta extraña que da por toda flor o fruto una esfera. En la parte superior de la palmera que sirve de báculo al santo, tres dátiles representan las tres esferas. El Niño Jesús lleva otra esfera en la mano, la que la iconografía cristiana identifica tradicionalmente con la bola del mundo. El ermitaño, que contempla la escena desde la orilla derecha, lleva a la cintura un rosario de nueve cuentas, el número de la Diosa Madre, ostentosamente tallado, sin respeto a las reglas de la proporción.

Me aficioné a Jaén y comencé a encontrarme como en casa en aquella desangelada habitación del hotel. Margaret Simpson, la archivera del British, me enviaba a diario, por internet, los datos que iba espigando en los papeles de Joyce Mann. Tomaba mis notas, proseguía mi investigación y en los descansos, a cualquier hora del día, me daba un paseo por la catedral o su entorno, para sentir bajo mis pies la palpitación del antiguo santuario de la Diosa Madre, el que cobijó los cultos ancestrales.

Salomón buscó el Conocimiento en Occidente, en Tarsis, en el sur de España, adónde enviaba sus naves y de donde recibía a los maestros que construyeron su Templo.

Hércules buscó el Conocimiento en Occidente, en el jardín de las Hespérides, en el sur de España, donde robó las manzanas de oro de la Sabiduría, después de derrotar a los repetidos símbolos de la Diosa Madre (gigantes o dragones) que las custodiaban.

Los pueblos patriarcales buscan el Conocimiento en los santuarios matriarcales del sur de la península Ibérica.

Pero los mitos de Hércules aluden a acontecimientos ocurridos unos ocho mil años antes de Cristo, y Salomón existió realmente unos 900 años antes de Cristo. ¿Y después? ¿Buscó alguien el Conocimiento después de estas fechas?

Es evidente que sí. Lo buscaron los cabalistas, que intentaron e intentan desentrañar el secreto del Nombre del Poder hallado por Salomón y consignado en el jeroglífico de su Mesa.

A lo largo de la Edad Media, algunos hombres creyeron que esta Mesa había ido a parar a Jaén, a uno de los mayores santuarios de la Diosa Madre en la Antigüedad.

Y aquí andaba yo, buscando a mi vez en este descreído siglo XXI, noticias de las personas que entonces y después de entonces indagaron sobre la Mesa de Salomón.