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Asesinato en la catedral

En el siglo XV existieron en Jaén, al menos, dos estirpes conocedoras del secreto de la Mesa de Salomón, los Torres y los Rincón. Algunos miembros de esta familia buscaron la Cava en distintas épocas, circunstancia que se refleja en la lista del archivo catedralicio.

De los Rincón, probables descendientes de los Chaprut, los cabalistas judíos de la Magdalena, ya tenía alguna idea. Me centré en los Torres, el linaje al que perteneció el alcaide de los alcázares de Jaén, Pedro Ruiz, muerto en 1410 guerreando contra los moros. Su hijo Fernando Ruiz, señor de Villardompardo, contrajo matrimonio con Inés de Solier, francesa, hija del provenzal Arnau de Solier. El parentesco con una familia provenzal pudiera no ser ajeno al asunto de la Mesa de Salomón.

El primogénito de la pareja, Pedro, murió, como su abuelo, guerreando contra los moros de Granada y no dejó sucesión. El segundo vástago, Carlos, se casó con una hija del señor de Santa Eufemia, la cabecera militar del valle de los Pedroches, al norte de la provincia de Córdoba, un lugar señalado en los cultos a la Diosa Madre. Tuvieron una hija llamada Teresa, que se casó con Miguel Lucas de Iranzo, condestable de Castilla. Tanto Miguel Lucas como su suegro, Carlos de Torres, figuran en la lista de los que buscaron la Cava. El tercer hijo de Fernando Ruiz fue Juan de Torres, y el cuarto, María de Torres, que se casó con Fernando de Portugal, hijo del infante don Dionisio.

Todos los miembros de esta familia tuvieron capilla y enterramiento en la catedral de Jaén.[317]

El antiguo sacerdocio femenino adscrito a la Diosa Madre, ahora transformada, de acuerdo con los tiempos, en Virgen María, se mantenía en el siglo XV en la familia de los Torres, patrocinadora de una extraña congregación religiosa no adscrita a orden o disciplina alguna y, por tanto, totalmente independiente de la autoridad eclesiástica.

En tiempos de Enrique IV, la abadesa de aquella casa era una tal Marina de Torres, «cerca de la Magdalena —dice la crónica—, religiosa muy devota y honesta».[318]

Las funciones oraculares desarrolladas dos milenios atrás se mantenían, como podemos entrever por la documentación de la época. En 1468, cuando nace un hijo del condestable Tranzo, «dos caballeros tomaron a su señoría en los hombros y lleváronlo así hasta una casa que está cerca de la dicha iglesia de la Magdalena, do estaban ciertas dueñas emparedadas de muy santa vida. Y allí estuvo grande hora con ellas rogándoles que rogaran a Dios por el hijo que había nacido».[319]

Es de suponer que el oráculo ofrecido a Iranzo sería favorable tratándose de un miembro de la familia. La madrina del bautizo fue precisamente aquella doña Marina de Torres, «madre de las emparedadas, dueña de muy santa e honesta vida»;[320] el padrino, el guardián del monasterio de San Francisco, sede del Señor del Trueno, lo que tampoco parece casual.

La casa de las emparedadas se dividió en vanas fincas. El inmueble principal pertenecía a doña Violante de Torres en el siglo XIX.

La parte donde vivían las emparedadas herederas del oráculo, la «Casa de la Virgen», subsistió, con reformas, hasta mediados del siglo XX.

Ya va siendo hora de que nos ocupemos del condestable Iranzo.

Don Miguel Lucas de Iranzo era la persona de confianza que el rey Enrique IV envió a Jaén para que se ocupara de los intereses de la casa real de Castilla sobre la Mesa de Salomón.

A mediados del siglo XV compartían el secreto los Torres, los Rincón y las casas reales castellana y granadina.

Miguel Lucas de Iranzo había sido uno de los íntimos del príncipe Enrique en su depravada juventud, cuando el futuro rey y sus amigos escandalizaban a la corte con sus prácticas homosexuales. Ya rey, Enrique IV favorece a Iranzo extraordinariamente y, a pesar de su origen plebeyo, le otorga, en el mismo día, los títulos de barón, conde y condestable de Castilla. Las circunstancias que rodean este súbito encumbramiento de un personaje cuyos únicos méritos parecían haberse demostrado hasta entonces en la alcoba real son sorprendentes (Fig. 108).

Iranzo había estado «preso con grandes guardias» en el alcázar de Madrid.[321] ¿Cuál era el motivo de tan severa prisión? Que «el rey deseaba hacerlo uno de los mayores hombres de este reino».[322] ¿Cómo puede entenderse que el rey mantenga a un hombre varios meses en un calabozo de palacio porque piensa otorgarle los más altos cargos? Absurdo. ¿No será, más bien, que durante esos meses Iranzo tiene que permanecer en el palacio protegido con guardias e incomunicado, que no preso, para preservarlo de posibles peligros? Esta explicación resulta mucho más satisfactoria, pero plantea un nuevo interrogante: ¿qué tramaban el rey e Iranzo?

Enrique IV saca a Iranzo de su pretendida prisión para ennoblecerlo ante la corte en una solemne ceremonia que la Crónica describe prolijamente. Además de la corte, asisten a la ceremonia unos caballeros alemanes. ¿Quiénes son? ¿Qué papel desempeñan? Más preguntas que no tienen respuesta. ¿Es uno de ellos ese alemán llamado Juanes que acompaña a Iranzo como hombre de confianza durante el resto de su vida?[323] Y, por cierto, también a un italiano, de nombre Juliano, «bien gentilhombre».[324]

Otro enigma. El rey ennoblece a Iranzo nombrándolo barón, conde y condestable. ¿Barón de qué, conde de qué? En los documentos queda el espacio en blanco.

Ya ennoblecido y ascendido a condestable, Iranzo acompaña al rey en un recorrido por santuarios marianos. En 1458 van al monasterio de Arlanza,[325] al de Mejorada,[326] a Santa María de Rayuela.[327] Al año siguiente, a Guadalupe, «donde estuvo ciertos días que no salió del monasterio».[328] ¿Ha encontrado Iranzo lo que buscaba en Guadalupe? En cualquier caso, volverá en diversas ocasiones.

Guadalupe, el gran monasterio extremeño. En uno de los muros laterales de la iglesia hay una reja pequeña, poco mayor que la palma de la mano, similar a la que protege la piedra de la Virgen en la catedral de Toledo. El pasaje está tan oscuro que fácilmente pasa desapercibida para el viajero o el peregrino que no la conozca. El visitante debe encender una linterna o una cerilla para ver qué hay detrás de la rejita… una piedra santa, naturalmente (Fig. 109).

Nos intriga esta repentina devoción mariana del antes depravado Iranzo.

Al poco tiempo, y a pesar de que, por su cargo, debe ocuparse de las milicias del rey, Iranzo se pierde durante dos meses. Nadie sabe dónde está, oficialmente, ni siquiera el rey. Años después, su cronista declara que permaneció retirado en una aldea de Cuenca llamada Urcas.[329]

Nuevamente Cuenca, la diócesis definitiva del obispo Nicolás de Biedma, el que voló a lomos del diablo, el émulo de Salomón, el lugar donde la Inquisición procesaría al doctor Eugenio Torralba, que sostenía haber heredado los poderes de aquel obispo.

A la vista de estos datos se hace ya evidente que Iranzo busca el camino secreto que conduce a la Mesa de Salomón o a su desciframiento. Don Lope Barrientos, el obispo de Cuenca en tiempos de Iranzo, cerró ciertos tratos con el rey, del que había sido preceptor, y con el propio Iranzo. El obispo de Cuenca que habría heredado los papeles que aquel antecesor suyo, don Nicolás de Biedma, dejó al morir.

¿A qué se dedicó Iranzo durante aquellos dos meses pasados en Cuenca?

En 1461 vuelve Iranzo a Guadalupe y, a su regreso, pasa una noche encerrado en la catedral de Jaén.[330] ¿Qué busca Iranzo en el antiguo santuario de la Diosa Madre? En cualquier caso, Iranzo figura en la lista de los que buscaron la Cava.

Hay otros datos que confirman la relación de Iranzo con Guadalupe. En otra ocasión recibe y hospeda a José de Villafranca, «hombre de buena discreción que había tenido cargo de oficios y aun facienda del prior y frailes de Guadalupe»,[331] un emisario del prior de Guadalupe, pero ignoramos los tratos que Iranzo o el rey se traen con los frailes.

Iranzo fue a Guadalupe por lo menos en otras dos ocasiones. Allí recibió a Juan de Foix, enviado del rey de Francia, y quedaron citados en Bailen,[332] donde el francés conversó con Iranzo por espacio de doce o trece días.[333] ¿Qué misión traía este enviado del rey de Francia cerca de los frailes de Guadalupe y de Iranzo?

Sea cual fuere la relación que Enrique IV mantuvo en vida con Guadalupe, la siguió manteniendo después de muerto, puesto que allí recibió sepultura. Su momia, examinada por una comisión de arqueólogos en 1946, había aparecido oculta «en un escondrijo más que cripta detrás del retablo del monasterio».[334] El rey Enrique IV no fue cojo en vida. Sin embargo, los pies de su momia muestran «una inclinación exagerada hacia afuera, en la posición llamada pie valgo».[335] ¿La cojera ritual del Rey Sagrado?

El exilio de Iranzo

Cuando el rey lo nombra conde y condestable de Castilla, un espléndido porvenir para un joven, Iranzo abandona la corte y se exilia voluntariamente en Jaén para el resto de su vida. Deja el halago de la corte para encerrarse en una ciudad de la frontera, poblada por gente violenta y perpetuamente amenazada por los moros. Los que conocieron a Miguel Lucas en su depravada juventud no creían espontánea aquella mudanza.[336] En una carta al Papa en 1471, Iranzo justifica su decisión: «Por servicio de Dios, ensalzamiento de su fe, defensión de esta frontera, acordé desterrarme de la corte».[337]

Los datos parecen confirmar que Enrique IV heredó, con la corona, cierto conocimiento de la Mesa de Salomón y escogió a su amigo de confianza para que velase por sus intereses en Jaén. Iranzo colaboró fielmente con su rey, pero también contó con una serie de fieles confidentes con los que compartía probablemente su secreto. Quizá ese criado alemán; quizá su hermano Alonso de Iranzo, arcediano de Toledo.

En cualquier caso, el proyecto real sobre la Mesa de Salomón se vería primero estorbado y después definitivamente relegado por los graves acontecimientos de la guerra civil entre Enrique IV y la nobleza rebelde, que exigieron atención prioritaria tanto del rey como de Iranzo.

Los gitanos

¿Qué sentido tienen las misteriosas relaciones de Iranzo con ciertos personajes tradicionalmente identificados como gitanos? En enero de 1470 aparece en Andújar «un caballero que se llamaba el conde de la Pequeña Egipto con su mujer la condesa doña Luisa y hasta cincuenta personas».[338] Iranzo los hospeda durante una semana y cuando reemprenden el camino les entrega una suma de dinero. A los quince días llega el «duque Paulo de la Pequeña Egipto» e Iranzo hace otro tanto.[339]

Hay una característica común que identifica a varios nombres de la lista de los que buscaron la Cava: la posesión de ilimitados medios de fortuna. Estos personajes asombraron a sus contemporáneos por su riqueza inagotable. El lector de la Crónica del Condestable no puede dejar de preguntarse a lo largo de sus cuatrocientas páginas de, por otra parte, amena lectura, de dónde sacaba Iranzo tanto dinero. Desde que llega a Jaén, Iranzo gasta a manos llenas. Su corte particular compite y hasta aventaja en gasto y largueza a la corte del rey su señor. Es más, incluso a veces tiene que socorrer al monarca: «Los dineros que le dio al rey para ayuda de sus gastos, los cuales eran tantos que todos los cortesanos partieron maravillados de dónde lo podía cumplir».[340]

«De dónde lo podía cumplir». Es decir, que tampoco sus contemporáneos se explicaban de dónde sacaba el condestable tanto dinero. «Para todos había abundancia y fartura», señala el cronista.[341]

En cuanto llega a Jaén, Iranzo se construye un fastuoso palacio del que quedan notables restos en el teatro municipal de la calle Maestra. Por cierto que este palacio está situado en el camino sagrado que conducía desde el santuario dolménico hasta el manantial oracular de la Magdalena, al igual que los otros palacios construidos o habitados por otros buscadores de la Cava (el del obispo Suárez y el de los condes de Villardompardo).

Al cronista del condestable no le importa sugerirnos que sabe mucho más de lo que declara y hasta en una ocasión llama a Iranzo «otro segundo Salomón».[342]

A instancias de Iranzo, el rey permite la fundación de una casa de la moneda en Jaén.[343] Una ciudad menor, perpetuamente amenazada por los moros, fronteriza, parece el lugar menos apropiado para sede de una casa de la moneda. A no ser que el oro abunde en ella y que alguien esté interesado en que se amonede allí mismo para que su circulación sea más discreta. El rey visita en 1469 la nueva ceca, cuya moneda, la «jaenciana», será pronto muy estimada.[344]

En tiempos de Iranzo todavía quedaban importantes vestigios del santuario dolménico, con sus tres caminos marcados por menhires, que describían la triple lazada constitutiva del Nudo de Salomón en las inmediaciones del Dolmen Sagrado, mientras que el nudo propiamente dicho estaba en su interior. Sobre el dolmen se había edificado la mezquita mayor en tiempos islámicos. Los caminos, probablemente, habían caído en desuso, pero todavía quedaban vestigios de ellos, particularmente en la zona despejada de edificaciones, es decir, extramuros y en la plaza ante la nueva iglesia.

Por alguna razón, Iranzo decidió arrasar todos estos vestigios, «allanó la plaza de Santa María» y el terreno extramuros quitando «las grandes piedras que en ella había».[345] Aprovechando aquellos trabajos, practicó excavaciones junto a la puerta de Santa María, la de la calle Campanas. No sabemos qué buscaba ni si lo encontró. ¿Quizá las antiguas tres cabezas del dolmen?

Una extraña ceremonia

El condestable Iranzo observa una extraña conducta en otras ocasiones señaladas. El día de San Juan, la fiesta del solsticio de verano, una fiesta eminentemente solar, viste un traje dorado y acompañado de paje ataviado del mismo color (el color del sol), se dirige escoltado por sus caballeros a la catedral, es decir, al Dolmen Sagrado, y de allí al río «media hora antes de que despuntase el sol».[346]

Al llegar al río los caballeros se engalanaban con flores y ramos y de esta guisa regresaban a la ciudad, donde los aguardaba un banquete de frutas y vino. Antes de alcanzar la puerta de Santa María, los que regresaban engalanados de verde topaban con otro grupo de jinetes que los esperaban fuera de las murallas. Entre los dos grupos se trababa una escaramuza con inocentes cañas en lugar de lanzas aceradas. La batalla fingida se reñía junto a la puerta de Santa María y en la plaza homónima, es decir, en los dos únicos espacios despejados que restaban del antiguo camino iniciático del Nudo de Salomón en torno al Dolmen Sagrado. Evidentemente, el combate de un grupo de hombres adornados con ramas y flores y otro sin adornos representaba, aunque ellos no tuviesen memoria de ello, el antiguo conflicto entre los cultos solares y lunares, entre los seguidores de la Diosa Madre agrícola, vestidos de verde, y los pastores adoradores del Dios del Trueno, vestidos de pardo.[347]

Otra extraña ceremonia se celebró el 7 de mayo de 1470 durante el amojonamiento de los términos de Jaén y Andújar. Asistieron el deán de Jaén, el prior de Santa María y el guardián del convento de San Francisco, sede del Señor del Trueno.[348] Iranzo coloca el primer mojón en el pozo de Corbul, en medio del arroyo Salado, y arroja una lanza al pozo, clara metáfora de la lucha del héroe solar contra el dragón acuático. Un criado suyo se lanza al pozo y rescata el arma.[349] A continuación, unos niños, convocados con ese fin, arman una algarabía y se mojan entre ellos con agua del pozo.

El condestable levanta un gran majano de piedras en lo alto del cerro Corbul y otro más grande al pie de los Llanos de Santa María.[350] Los majanos son pervivencias de las alineaciones megalíticas y el nombre Llanos de Santa María nos confirma la inspiración de la Diosa Madre en este tipo de obras. Al levantar el majano de Santa María, los muchachos que acompañaban a Iranzo «jugaron un rato en derredor (del majano, es decir, del menhir, de la Piedra), el juego de las yeguas en el prado y luego diéronse de puñadas»[351], en lo que parece un juego propiciatorio de la fecundidad, vestigio de los cultos a la Diosa Madre, que termina en simulacro de pelea, evocación de los conflictos provocados por la llegada de los pueblos pastores.

Pero el día trae más curiosas pervivencias. En otro de los mojones, los muchachos «mataron un carnero a cañaverazos y le cortaron la cabeza, que fue soterrada».[352] El carnero es símbolo solar, por eso buscan su vellocino los argonautas. Estos muchachos oficiantes de antiguas ceremonias sacrifican al carnero y luego entierran su cabeza en el centro del mojón y proponen llamarlo «el del Carnero», pero Iranzo interviene para que se llame más bien «del Cordero».

Es evidente que todas estas ceremonias están llenas de sentido y que se celebran en un orden preciso. Que nosotros seamos capaces de interpretarlas correctamente es harina de otro costal. En cualquier caso, existe un paralelo con los cultos orientales de Mitra, el dios que hacía brotar un manantial donde se lanzaba su lanza y sacrificaba toros iniciáticos en la gruta sagrada.

Algo más sabemos del significado de otro uso estrictamente observado por la corte local de Iranzo. El lunes de Pascua, el condestable repartía hornazos entre sus colaboradores y el pueblo.[353] El hornazo es la ofrenda a la Diosa Madre en el Dolmen Sagrado. Al segundo día, Iranzo organizaba un banquete en la fuente de la Peña, otro lugar consagrado a la Diosa Madre cuyo prado se llama, aún hoy, Valparaíso.

¿Valparaíso? Así se denomina también a la calleja situada sobre el Dolmen, hoy cabecera de la catedral que lo suplanta. ¿Coincidencias? ¿Es coincidencia que la bandera que el condestable lleva contra los moros sea «de damasco carmesí, de tres puntas, con una roca bordada»?[354] La Cabeza del Dolmen Sagrado y el número tres. No cabe emblema de significado más claro.

El asesinato

Todas las pruebas apuntan a que Iranzo consiguió algo. El rey le encomendó una misión relacionada con la Mesa de Salomón, Iranzo emparentó con la familia de los Torres y accedió al tesoro. Esto es evidente. Pero ¿consiguió todo lo que se había propuesto o lo que el rey pretendía? No. En última instancia fracasó. Se produjeron demasiadas circunstancias adversas. Primero, la muerte de su hermano, del que quizá dependía el éxito de la parte espiritual de la empresa. Luego, una prolongada guerra civil especialmente devastadora para Jaén y su comarca. Después, los ataques de los moros granadinos, y finalmente, los enemigos personales que Iranzo se granjeó en Jaén desde su llegada a la ciudad. El condestable consiguió abortar algunas conjuras tramadas contra su persona, pero sucumbió a la última.

El día 21 de marzo de 1473, festividad de San Benito, Iranzo asistía a misa en la catedral y estaba arrodillado en las gradas de su capilla mayor, justamente encima del santuario dolménico, cuando «entró un hombre arrebozado y le dio en la cabeza con el mocho de la ballesta que traía».[355] Iranzo murió en el acto. A continuación, el populacho se lanzó contra las casas de los conversos, descendientes de los judíos, en la Magdalena, y las saqueó y mató a muchos de ellos.

Oficialmente, el asesinato de Iranzo había sido un acto espontáneo del pueblo, que odiaba a los judíos conversos, protegidos del condestable. Parece que hubo una relación directa entre el asesinato y la subsiguiente matanza de conversos, puesto que los dos actos ocurren casi simultáneamente.

¿Por qué protegía el condestable a los conversos? ¿Sólo por humanidad y por justicia, porque eran súbditos laboriosos y pacíficos? Seguramente, hubo otras razones. Los Torres, con los que Tranzo había emparentado, descendían de conversos que habían entroncado con casa noble para lavar la impureza de sus orígenes. En realidad, muy pocos linajes nobles del siglo XV estaban limpios de sangre judía.

Estas circunstancias que condujeron a la muerte de Iranzo ocultan asuntos más graves que no se reflejan en la documentación y cuyo alcance sólo podemos conjeturar. Quizá el condestable se apoyaba en algunos criptojudíos —muchos conversos lo eran— para adelantar en su búsqueda de la Mesa de Salomón, cuyo mensaje, no lo olvidemos, estaba cifrado y esta cifra constituía la materia de la Cábala…

El crimen no quedó impune. Pasados dos años, Enrique IV llega a Jaén de incógnito, como su antecesor Pedro I ciento diez años antes, también por un asunto relacionado con la Mesa de Salomón. En aquella ocasión Pedro I se hospedó en la «casa de las almenas», que pertenecía a la familia Rincón. Pues bien, Enrique IV también se hospeda secretamente con la familia Rincón. ¿Qué motivo le trae a Jaén? Aparentemente, sólo vengar la muerte de Iranzo. Al día siguiente se presentó en el ayuntamiento, convocó a ciertos regidores y jurados de la ciudad y cuando comparecieron los hizo ahorcar de las ventanas consistoriales, enfrente de Santa María, el santuario dolménico donde habían asesinado a Iranzo. «Y fecha esta justicia luego se partió de Jaén a la corte donde tenía su asiento».[356]

Es una historia interesante. Un año después, Enrique IV falleció en extrañas circunstancias, tras escapar, casi moribundo, de su alcázar de Madrid con dirección a algún lugar del Pardo, adonde sus menguadas fuerzas no le permitieron llegar. Lo sepultaron en Guadalupe, el santuario mariano que tanto importa en esta historia.

Miguel Lucas de Iranzo dejó sólo un hijo, Luis Lucas de Torres, que se hizo franciscano. El mayorazgo de la casa recayó en su sobrino Hernando de Portugal.[357] Luis Lucas de Torres sólo contaba cinco años cuando asesinaron a su padre. Fundó un hospital en una propiedad de la familia, en la calle Madre de Dios (= Diosa Madre), y encomendó su rectoría a uno de los incondicionales colaboradores de su padre, a Juan de Olid. Juan de Olid, secretario de Iranzo durante muchos años, casado con una mujer de la casa de los Torres, la Rendeler, que servía a la condesa, parece que estuvo también en el secreto de la Mesa de Salomón.

A Juan de Olid y a su esposa los sepultaron en la parroquia de San Lorenzo, perteneciente al hospital fundado por don Luis. En el aposento alto del Arco de San Lorenzo campean las armas de los Olid, cuyo contenido iniciático es patente: lunas de plata invertidas y estrellas o soles de oro; el sincretismo salomónico en la heráldica jiennense del siglo XV.

Igualmente iniciática parece la fuente en el patio de la casa de los Torres en la calle de San Andrés, de cantería y ochavada (el ocho que tanto se repite en la tradición de la Diosa Madre y en la templaria), con cuatro caños y cuatro arriates que subdividían el patio en cuatro cuadrantes, la alegoría del paraíso.[358]

La actuación de Iranzo y sus colaboradores nos plantea muchas preguntas de difícil respuesta. Casi toda la información disponible procede de su cronista particular, que se recrea a veces en detalles reveladores sólo para un iniciado, pero que, fiel a su compromiso secreto, nos veda la información fundamental. La clave pudiera estar en los dos últimos años de la vida de Iranzo, entre diciembre de 1471 y marzo de 1473, que la Crónica no recoge. Tampoco podemos descartar la posibilidad de que esta información haya sido escamoteada después de la muerte del condestable.

El manuscrito de la Crónica pasó de la familia Torres al obispo Suárez, que llegó a Jaén 22 años después de la muerte de Iranzo. Pudo ser el propio Suárez, o alguno de sus descendientes, el que suprimió, por motivos que se nos escapan, esos dos enigmáticos años que faltan en la Crónica.

Pinkerton me había proporcionado la dirección lisboeta de la sobrina nieta de J. M. Durante unos días me mantuve indeciso. ¿Valía la pena viajar hasta la bella ciudad del Tajo para interrogar a una señora que probablemente se mostraría remisa a desvelar secretos familiares a un extranjero? Finalmente me decidí. Alquilé un deportivo rojo con tracción a las cuatro ruedas y me interné por las carreteras secundarias adoquinadas admirando el paisaje lusitano.

Lisboa nunca decepciona: su belleza, su gente amable y hospitalaria, su historia rezumada en cada edificio, en cada fachada revestida de azulejos, en cada rincón. Me interné por la Alfama, donde vivía Victoria M. Era una mujer menuda, de mediana edad, no exenta de atractivos físicos, con un trasero firme y una sonrisa delicada. Le conté lo que estaba investigando. Me mostró algunos papeles de su tío J. M., que había encontrado ciertos documentos en la catedral de Jaén relativos al santuario y a la logia masónica Los Doce Apóstoles que buscó la Mesa de Salomón.