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Tres vírgenes

La Diosa Madre suele aparecer en los santuarios más importantes en forma de trinidad o Diosa Triple, resultado de la multiplicación por tres del principio esencial, para representar cada una de sus tres facetas. En el Dolmen Sagrado de la catedral no hubo una Diosa Madre sino tres distintas, que dieron lugar a las tres Vírgenes medievales, hasta que la Iglesia decidió suprimir dos de ellas, travistiendo una en Cristo y trasladando la otra a un santuario distinto.

En la tradición cristiana de otros lugares, estas tres diosas se convirtieron en las tres Marías, alusivas a tres personajes evangélicos que acompañaron a Jesús.

La tríada de la Diosa Madre perdura actualmente en muchas imágenes de la Virgen en cuyo pedestal asoman tres rostros angélicos. A veces estos rostros se figuran sobre la peana esferoide de la Diosa Madre. También queda rastro de la trinidad en el cancionero popular. La canción de las tres morillas de Jaén, del siglo XV, resulta extrañamente fascinante por su sencillez y por la obviedad de su argumento. Pero bajo el prado florido del villancico discurren oscuras las corrientes subterráneas del Dolmen Sagrado.[240]

La versión más antigua de esta composición es la del Cancionero de Palacio:

Tres morillas me enamoran

en Jaén

Aixa Fátima y Marién.

Tres morillas tan garridas

iban a coger olivas

y hallábanlas cogidas

en Jaén

Aixa Fátima y Marién.

Y hallábanlas cogidas,

y tornaban desmaídas

y las colores perdidas

en Jaén

Aixa Fátima y Marién.

Tres morillas tan lozanas

iban a coger manzanas

en Jaén

Aixa Fátima y Marién.

Una a uno y uno a una

se quieren bien

Aixa Fátima y Marién.

¿Qué denso mensaje nos quiere transmitir la aparentemente intrascendente cancioncilla? Supongamos que las tres morillas de Jaén son las tres Diosas Madre de su santuario dolménico. El argumento de la cancioncilla es una contrariedad de las protagonistas: van a coger olivas y alguien se las ha robado. Lo mismo les sucede con las manzanas. ¿No nos recuerda lo ocurrido a las tres Hespérides, las tres hermanas a las que el héroe solar Hércules robó las manzanas que custodiaban? El manzano es el árbol de la Ciencia y del Conocimiento, no sólo en el jardín de las Hespérides del mito griego, sino también en el jardín del Paraíso (paraíso significa “jardín”) del mito bíblico de la historia de Adán.

El manzano y el olivo representaban respectivamente al solsticio de verano y al de invierno en las ceremonias del Gran Año,[241] por lo tanto, la anónima cancioncilla alude a los ritos agrarios del santuario dolménico habitado por las tres Diosas Madre o, por mejor decir, la Diosa Triple.

Otra críptica composición, instalada como la anterior en el folclore infantil, conjugaba los mismos míticos elementos en el juego del tejo que practicaban las niñas de la plaza de la Malena hasta hace unos años:

A la verde, verde,

a la verde oliva

donde cautivaron

a las tres cautivas.

De oro dorada,

dorada manzana

a las tres cautivas

cautivas llevaban.

En la literatura popular abundan los crípticos mensajes matriarcales deslizados bajo formas aparentemente intrascendentes, pero siempre relacionados con lugares donde existieron santuarios de la Diosa Madre. En Galicia lo encontramos en un pliego de cordel recogido en Manciñeira:[242]

Ela eran tres comadres

e de un barrio todas tres

fixieron a merendiña

para ir ao San Andrés.

Con esa música galaica y remota, que evocaba brumas y lejanas melodías de gaita, salí a pasear por Londres un melancólico día de marzo y mis pasos me llevaron al puente de Blackfriars, de cuya estructura apareció colgado el cadáver del banquero Calvi, una pierna doblada en cuatro, como el ahorcado del Tarot.

¿Cuántas cosas sabía y cuántas ignoraba?

Oscurecía sobre la rotonda templaria, la mole gris de la iglesia circular. Intenté visitarla una vez más, contemplar las tumbas de los anónimos caballeros con almófar y cota de malla, las piernas cruzadas que denotaban su lucha en Tierra Santa. Empujé la puerta y no cedió. Ya estaba cerrada.

Regresé al hotel. Aquella noche telefoneé al cabalista Arcángelos Petros-Beer.

—¿Cómo van sus indagaciones? —me preguntó con voz joven y jovial. Al fondo se oía un trasiego de cacharros en un fregadero. Estaba acompañado.

—Marchando —respondí—, tenemos un santuario dolménico que alberga una trinidad de Diosas Madre, al que los devotos acceden por un camino iniciático que reproduce el esquema geométrico del Nudo de Salomón, el símbolo del Conocimiento.

—¿Y la Mesa de Salomón?

—Busco a los que la buscaron, un poco perdido.

—Persevere, joven. El formulario preciso de la Sabiduría absoluta, el acceso al Shem Shemaforash, la identidad de Dios, el alma de la Cábala, no se revelará fácilmente, pero me da el corazón que su pista pasa por ese santuario del llamado Santo Reino de Jaén.

No quise molestarlo más. Nos despedimos con unas frases cordiales. Con el auricular en la mano, medité.

Salomón había conseguido reconciliar los principios solares y lunares remontándose a la esencia misma de Dios para trascender la división bipolar del alma humana. Sus sucesores desaprovecharon su obra abjuraron de la Sabiduría y retornaron a una religión exclusivamente solar. La Sabiduría de Salomón quedaría restringida a ser la preciosa herencia de un reducido grupo de iniciados y sería la materia de la Cábala.

Me preguntaba: ¿queda algún vestigio de la religión matriarcal del santuario en la tradición cabalística?

Recordé mi entrevista con Petros-Beer.

—En la Cábala hay un concepto abstracto —me dijo—, la Shejina, que equivale, literalmente, a la Madre Suprema. La Shejina se compone a su vez de tres almas o ángeles.

—Pero eso es la trinidad de la Diosa Madre —señalé.

Él sonrió:

—Esta Shejina o Madre Suprema está adornada con una serie de atributos que se recitan en una letanía… Entrecerró los ojos y entonó la salmodia:[243]

La Piedra Maestra.

La Piedra Integral.

La Columna Central.

El Montón de Piedra.

El Pozo.

—¡Piedra, Columna, Pozo…! —dije entusiasmado—. No cabe mayor claridad.

El cabalista ensanchó su sonrisa:

—En el Bereshit Rabba, aparecen también afirmaciones sorprendentes, habida cuenta del carácter radicalmente solar y masculino del judaísmo, del que comúnmente se cree emanada la Cábala…

Tomó un libro del estante que había detrás de él y buscó una página. Me señaló una línea:

—Lee…

Todo depende de la Mujer —leí.[244]

—Y aquí abajo.

Es la Mujer la que lleva la bendición a la casa.[245] Es extraordinario —comenté.

—Lo es. Y te demuestra que, efectivamente, la Cábala recoge los elementos fundamentales del culto lunar a la Diosa Madre, que Salomón recibió de Occidente traídos por aquel mítico Hiram y su hermandad de iniciados constructores del Templo.

Volverán las oscuras golondrinas

Dos días después regresé a Jaén. Llegué de noche. Me duché, tomé un par de tapas en el Fígaro,[246] cerca del hotel, y subí paseando a la plaza de la catedral. Me senté en un banco y contemplé la fachada nocturna del templo.

Han transcurrido milenios. ¿Qué queda hoy de todo aquello? —meditaba—. ¿Qué resta del Dolmen Sagrado, de las tres cabezas que encerraba, de la Trinidad de Diosas Madre, de los cultos y antiguos ritos iniciáticos?

Nada.

Algunas devotas adoran al Santo Rostro como reliquia de Jesucristo. Nadie se acuerda de Nuestra Señora.

Por la catedral, sumida en su penumbra silenciosa, discurren los canónigos que pastorean la grey cristiana.

Milenios de fe y de antiguos secretos reposan dormidos entre sus piedras, en sus cálidos cimientos.

Los turistas pasean por el interior de la catedral escudriñando sus capillas en penumbra, desde las que los contemplan los apóstoles, los santos, los reyes y los profetas. Es dudoso que los excursionistas que se internan por la Armónica Montaña comprendan el Camino.

Pero existen unas criaturas que sí lo comprenden porque las tradiciones milenarias persisten en su instinto. Una y otra vez regresan a la catedral como antaño volvían al Dolmen Sagrado. Levanté la mirada y las contemplé, arriba, pespunteando los relieves barrocos de la fachada del templo, arrebujadas en ventanas y cornisas, en el regazo de los santos de piedra y en los remates de los pináculos.

Las aves, cuyo lenguaje, el lenguaje de los iniciados, comprendía Salomón. Los vencejos y las golondrinas, las aves negras de la Diosa Madre. Siguen en la catedral, saben que suplanta al dolmen, pero la piedra es piedra y el dolmen es el dolmen, aunque ahora tenga las formas de un templo extraño. Para las aves nada ha cambiado. El incienso de hoy les parecerá igual al humo de las viejas hogueras.

Todavía en el siglo XVII existía en Jaén, y en otros santuarios matriarcales, un temor reverencial hacia vencejos y golondrinas. Se las respetaba. Eran aves que vuelan a ultratumba. Las aves negras no se matan. Su carne es tabú. Son aves sagradas.

Vencejos, grajos y golondrinas siguen allí.

Sentado en un banco de la plaza de Santa María, ya anochecido, contemplé las aves que guardan la memoria que perdieron los hombres, las aves sagradas que, a pesar de los cebos envenenados que les administra el cabildo, regresan puntualmente, cada atardecer de primavera, al Dolmen Sagrado de la Diosa Madre.