LA DESTRUCCIÓN DE TROYA VI POR UN TERREMOTO

Ubicada en la confluencia de las placas africana y euroasiática, la zona del Egeo es tristemente propensa a los terremotos. La propia Troya está situada cerca de la unión de uno de los «bloques» de la corteza intermedia de esta zona, y cerca del final de la falla anatólica más importante; en consecuencia, se registra allí una gran actividad sísmica: entre 1912 y 1985 se han registrado veintisiete terremotos en dicha zona, algunos (1912, 1935, 1953, 1968) de magnitud 6 o 7 en la escala de Richter («...pánico general. La mampostería poco sólida destruida, la buena mampostería gravemente dañada. Daños generales en los cimientos. Edificios desplazados de sus cimientos»). Esta es la escala del terremoto propuesto para Troya VI, pero pueden ser peores, por supuesto: el máximo registrado es 8,9, cuando los daños en las estructuras erigidas por el hombre fueron totales. El período de 1939-1968 d. C. fue especialmente malo; al parecer se producen importantes sacudidas en una rápida sucesión seguidas de un período de relativa calma que puede durar hasta 150 años, salpicado de seísmos menores cada veinte años más o menos en la región de Troya: pero cabe esperar uno de magnitud 6 o 7 en la Tróade cada 300 años como promedio. Dicho esto, la «región de Troya» es grande, y es posible que un terremoto de esta escala a unos cien kilómetros de distancia (como ocurrió en la mayoría de los citados) no afectase a Troya. Para que así fuera, la sacudida tendría que estar ubicada directamente debajo de la ciudad.

La historia del terremoto de Troya fue detectada en algunos puntos por Schliemann. Blegen y su equipo pudieron demostrar que las Troyas III, IV y V habían sufrido importantes daños a causa de terremotos, y en su opinión Troya VI, la más gloriosa de todas, quedó gravemente dañada. Supusieron que la superestructura de adobe de la muralla principal quedó derruida y que las partes superiores de todas las casas excavadas debieron de correr la misma suerte. Sugirieron que, a consecuencia de esta destrucción, afloraron problemas económicos que determinaron la naturaleza de la ciudad que después se levantó, la Troya VIIa. Sus principales argumentos son los siguientes.

La principal muralla de Troya VI se cimentó sobre un colchón de tierra encima de un lecho de roca, supuestamente para protegerla contra los terremotos. No obstante, la torre VIh fue construida directamente sobre el lecho rocoso y todavía hoy pueden verse aquí grandes grietas. La cara interior del gran tramo de muralla al sur, originariamente vertical, se había desplazado parcialmente y estaba algo inclinada hacia el norte. El desplazamiento al parecer había ido acompañado por el desprendimiento masivo de piedras de la superestructura de la muralla, y esto ocurrió antes de que se estableciese el siguiente asentamiento. La casa VIG cayó con el desastre: en su extremo norte el muro este se desmoronó. Montones de piedras cuadradas cayeron hacia el interior de la ciudadela desde la parte superior de la torre VIh. El muro este de la casa VIE se derrumbó. En todas las zonas examinadas por los estadounidenses se hallaron gruesos depósitos de escombros de hasta metro y medio de profundidad, cuya datación correspondía a la última fase del sexto asentamiento.

Blegen estaba convencido de que Dörpfeld se equivocaba al pensar que la destrucción de Troya VI había sido provocada por un ejército hostil. Aceptemos por ahora el hecho del terremoto. Los sismólogos distinguen entre «desastres totales» y evidencias menos catastróficas de daños arquitectónicos y estructurales, y el gran terremoto propuesto por Blegen se acerca a la categoría del «desastre total». Sin embargo, primero deberíamos preguntarnos si las conclusiones de Blegen sobre las consecuencias económicas y sociales de semejante destrucción eran del todo correctas. Después de todo, la muralla principal de la ciudad, por lo que podemos ver, todavía se mantenía en todo su perímetro. Incluso hoy en día, tras la destrucción llevada a cabo por los constructores clásicos, las murallas y las torres constituyen una impresionante visión y un obstáculo importante. Por lo tanto, el daño fue considerable, pero no tan catastrófico como se ha pretendido: un buen número de casas grandes quedaron convertidas en ruinas y la superestructura de las principales murallas de recinto se derrumbó en algunos lugares. Sin embargo, no hay indicio de que ninguna de las principales murallas del recinto en realidad se viniese abajo. Todavía hoy sigue en pie e intacta (dejando de lado posteriores daños de construcción) en casi todo el tramo que se conserva; en algunos lugares hay grietas, y en otro la muralla se ha desplazado, pero en esencia la muralla principal no sufrió daños: en ningún sitio se abrió ni se cayó. Por consiguiente, no es correcto decir, como se ha afirmado, que «no [quedó] nada intacto, ni siquiera el perímetro de la gran muralla y las torres» (Denys Page). Pero analicemos lo siguiente. Esta era una ciudad en la cúspide de su riqueza, de su gloria y de su desarrollo arquitectónico, construida por una raza de grandes constructores. Estos desastres ocurren con frecuencia en el Mediterráneo oriental, y ya habían ocurrido antes en Troya. Normalmente la gente se recupera, repara los daños y construye más y mejor que antes. Pero ¿por qué nunca se reconstruyeron las grandes casas de Troya VI? ¿Por qué se levantaron deprimentes viviendas y chozas en las anchas calles que separaban las nobles casas de antaño? ¿Por qué algunas de las casas no se dejaron simplemente en ruinas, sino que se dividieron? No hay ningún testimonio arqueológico de que ninguna de las casas de Troya VI conservase su función original después del terremoto. Si aceptamos la premisa de que los grandes edificios de Troya VI eran casas y templos para el clan real y sus inmediatos sirvientes, que vivían en torno y debajo del palacio, entonces allí tuvo lugar un cambio drástico. ¿Por qué se dejaron en ruinas o se dividieron las espaciosas mansiones? ¿Por qué las «anchas calles» quedaron bloqueadas por pequeñas casas, algunas tan solo de 4,5 metros por 3,5 o incluso menos, en una de las cuales había hasta 22 pithoi enterrados en el suelo? El carácter de todo el asentamiento es ahora tan distinto que está justificado preguntarnos si el terremoto fue lo único que sucedió en Troya VI. Parece como si los poderosos gobernantes que vivían en moradas como la Casa de los Pilares (no podemos hablar del palacio) ya no estuvieran allí: indudablemente, ningún terremoto podría ser tan potente como para matar a toda la realeza de esta ciudadela. O bien los troyanos habían perdido la voluntad de reconstruir, o bien el clan dirigente que había ordenado las magníficas construcciones de Troya VIh ya no existía. Es difícil especular con gran parte del yacimiento destruido. Sabemos, después de todo, que los troyanos fueron capaces y tuvieron la voluntad de reconstruir la calle de la entrada sur instalando nuevos sumideros. Sabemos también que las defensas se repararon con nuevos trabajos en la puerta sureste. No obstante, en muchos lugares los escombros quedaron allí donde habían caído, y en conjunto parece probable que las grandes casas dejaran de desempeñar su función original: cesaron de albergar a una poderosa raza regia.

Inevitablemente, esta conclusión es solo especulativa, porque los sismólogos coinciden en que sí es posible que un gran terremoto mate a todos los habitantes de una ciudad si se produce en un momento inoportuno (por ejemplo, de noche, cuando la gente está durmiendo, o a la hora del rezo, como ha ocurrido en el Oriente Próximo moderno). ¿Fue Troya VI atacada y saqueada cuando se encontraba en su momento más vulnerable, paralizada por un terremoto? Si fue así, entonces tendríamos una explicación de la extraordinaria transformación acontecida en la sociedad troyana tras el seísmo. Si no hubo tal ataque, entonces no quedan testimonios arqueológicos de la guerra de Troya, y si quisiéramos aferramos a alguna creencia en la tradición épica, tendríamos que concluir que los griegos atacaron pero no consiguieron tomar Troya, como muchos han sospechado a partir de Lechevalier.

¿Encontraron los excavadores de Hisarlik alguna prueba que apuntase a un ataque micénico contra Troya VI? Combinando las versiones de Blegen, Dörpfeld y Schliemann (que, por supuesto, ignoraba que su Ciudad Sexta o «Lidia» fuera contemporánea a Micenas) es posible encontrar cierto apoyo a esta idea.

En primer lugar, hay una muestra clara de que Troya VI fue incendiada a conciencia. Blegen trató este aspecto muy superficialmente en su informe final, pero la explicación de Dörpfeld no deja lugar a dudas: «La ciudadela quedó totalmente destruida por la acción enemiga», escribió en 1902. «Distinguimos rastros de un gran fuego en muchos lugares.» (La cursiva es mía.) Añade que la caída de las partes superiores de las murallas y las puertas difícilmente podía explicarse por la sola acción del fuego, o incluso de un terremoto. Ahora bien, Blegen descartó este incendio en su informe, aunque mencionó negros y gruesos escombros carbonizados en todo el profundo estrato del «terremoto», pero en una entrevista publicada en 1963 afirmó que «Troya VI había sido incendiada, de eso no hay duda». También que habían matado gente en la calle; al oeste de la Casa de los Pilares, Blegen encontró un cráneo humano.

Más interesante que estos vagos indicios es la presencia de gran cantidad de armas micénicas en la última fase de Troya VI. A la luz del énfasis que hace Blegen en una punta de flecha «egea» en su versión de la caída de Troya VIIa, vale la pena ofrecer una lista del verdadero arsenal hallado en Troya VI, algunos elementos del cual son asignables claramente al estrato del «terremoto». Blegen encontró en VIh una punta de flecha con astil que creyó micénica basándose en otras que había descubierto en Prosimna, cerca de Micenas; Schliemann halló una idéntica en su Ciudad Sexta. Una punta de flecha barbada encontrada por Blegen entre la casa VIG y la muralla principal era similar a las otras encontradas por Schliemann y Dörpfeld; una vez más, Blegen pudo ofrecer un paralelo continental de su propia excavación en Prosimna. Blegen halló también un cuchillo micénico remachado y con reborde en la empuñadura. De nuevo en la Ciudad Sexta, aunque no sabemos en qué momento, Schliemann encontró una punta de lanza micénica con un encaje hueco y señaló el paralelo homérico, mencionando que había hallado muchas de este tipo en Micenas (Dörpfeld encontró otro ejemplo en Troya VI). También en la Ciudad Sexta, Schliemann sacó a la luz cuatro hachas de bronce de doble cabeza «perfectamente idénticas» a las que había encontrado en Micenas; Dörpfeld encontró otra de este tipo, junto con ingentes cantidades de tirachinas de terracota, tres hojas de bronce en forma de hoz, cuchillos y azuelas, todos con claros paralelos en el continente. Hoy en día, la mayoría de ellos no se puede fechar con total seguridad en la última fase de Troya VI, porque no todas son griegas, aunque lo parecen; pero bien podemos preguntar si todas ellas aparecieron a consecuencia del comercio pacífico.

Aparte de las claras pruebas del incendio, estos hallazgos no resuelven mucho, claro está, pero nos llevan a la última pregunta que no se le ha ocurrido a ningún comentarista desde que Blegen anunció sus descubrimientos. ¿Fue Troya VI destruida por un terremoto? Los testimonios parecen tan sumamente sólidos que se ha dado por sentado que así fue. Pero ¿es posible que los daños sufridos por Troya VI fueran, después de todo, obra del hombre, como Dörpfeld esgrimió cuando desenterró la ciudad en 1893? Para Dörpfeld, «en muchos lugares se apreciaban rastros de un gran incendio», pero el derrumbe de las superestructuras de los muros y de las torres, a su parecer, «no podían explicarse solamente por un incendio ni por un terremoto». (La cursiva es mía.) El fuego era indiscutible: no «tan universal ni tan llamativo a la vista como en Troya II, pero solo porque el material de construcción de Troya VI no era tan combustible». Como bien sabemos, Blegen estaba de acuerdo: no había «duda alguna» sobre el incendio de la ciudad, aunque no lo dijera en sus informes. ¿Era posible, pues, que Troya VI hubiera sido deliberadamente derruida, «aligerada» tras un asedio? Existen paralelos contemporáneos próximos en la guerra de asedio de los asirios, que, como bien sabemos, desmantelaron y arrasaron ciudades a las que habían puesto sitio de forma despiadada. Es fascinante que Blegen planteara seriamente esta posibilidad. En el volumen III de su Troya, 1953, escribió:

Una gran fuerza de hombres decididos, armados de palancas y otras herramientas, podrían a la larga derribar casi cualquier muralla construida por el hombre; pero si tenían la intención de borrar el enclave de Troya, sin duda habrían empezado arrasando el muro de la ciudadela hasta los cimientos. Además, la destrucción vengativa tras la captura de la ciudad en guerra habría ido acompañada seguramente de un gran incendio. Aquí, sin embargo, solamente se han derribado las partes superiores de las murallas, y no encontramos ningún rastro de un incendio grave. (La cursiva es mía.) Es cierto que aparece abundante materia carbonizada, pero... no se reconocía ningún estrato quemado de forma generalizada. Por consiguiente, parece legítimo descartar la mano del hombre... un violento terremoto explica de manera más convincente que cualquier probable acción humana el derribo de la muralla de la ciudad.

Hay puntos débiles en el argumento de Blegen. Sin duda, cualquier demolición deliberada de las murallas muy probablemente habría quedado satisfecha con la destrucción de las superestructuras de las murallas y el derribo de las casas ubicadas en el interior. Las enormes bases de las murallas eran demasiado sólidas para poder ser desmanteladas con facilidad; todavía hoy se conservan casi intactas, y la arqueología no nos puede aclarar si las pocas grietas y el único ejemplo de inclinación se produjeron en aquella época. Pero el argumento más irrefutable en contra del terremoto procede de un estudio sobre las anotaciones de los anteriores excavadores de Hisarlik: los indicios del gran terremoto de Troya VI parecen estar limitados al sector suroriental de la ciudad, donde debió de haber una tendencia a los deslizamientos de tierra en anteriores asentamientos. En opinión de los sismólogos, los indicios de Blegen son dudosos y sus conclusiones no han sido probadas. Desde el punto de vista de un sismólogo es imposible distinguir entre los daños causados por un terremoto y la destrucción hecha por el hombre. Muchos arqueólogos coinciden en ello.

La cuestión de la datación de la cerámica también debería ser reconsiderada. Es de suponer que Blegen ya había extraído sus conclusiones acerca de la datación de Troya VIIa —y, por tanto, su probable identificación con la Troya homérica—, antes de examinar Troya VI, el estrato inferior. A posteriori hemos visto que su conclusión sobre la datación de Troya VIIa era incorrecta, y que se situaba en el siglo XII a. C., no a mediados del XIII. En cuanto a la datación del «terremoto» de Troya VI, Blegen planteó una fecha poco después del 1300, el punto de transición del estilo de cerámica LHIIIA al de la LH III B. En esto en general estaba en lo cierto, a excepción de una importante salvedad. Hoy en día resulta que no se le puede atribuir con certeza ninguna cerámica LH III B a Troya VI; por lo tanto, la ciudad debió de ser destruida en el período comprendido entre c. 1320 y 1275. Vemos, una vez más, cómo el escenario general que el arqueólogo esperaba poder confirmar tendía a dominar la evaluación de todas las pruebas de datación en tomo al mismo.

Por consiguiente, parece legítimo sacar a colación la leyenda en este debate. La tradición griega insistía en que los aqueos derribaron las murallas de Troya deliberadamente antes de partir. Esto se menciona en el Iliou persis, la epopeya perdida que siguió a la Ilíada de Homero. La destrucción de las murallas fue a partir de entonces un rasgo constante de la historia hasta la famosa escena final de Las troyanas de Eurípides, donde las mujeres cautivas escuchan el estruendo de las torres que son derribadas, ¡tan espantoso y turbulento que Hécuba lo compara con un terremoto! También en Esquilo las murallas de Troya son «socavadas» y «derruidas». A pesar de ser testimonios tardíos, no dejan de ser parte de la tradición, y la arqueología pudo, sorprendentemente, mostrarnos estos acontecimientos hasta el último y terrible detalle.

Esta notable convergencia final de la arqueología y la leyenda sería fascinante, pero probablemente escape a la comprobación final. Sin embargo, la ruina de Troya es la tradición, y Troya VI es sin duda la ciudad con la que Micenas tenía relaciones, la ciudad que encaja con las descripciones de la tradición. «Convertir la ciudad en un montón de ruinas» era el frecuente resultado de los asedios asirios, y podemos conjeturar que esto es precisamente lo que los argivos hicieron con la ciudad de Príamo, tal como la tradición dice que hicieron con Tebas: Pausanias confirma que Cadmea, la arrasada ciudadela de Tebas, todavía era una zona tabú en sus tiempos. Después de todo, la tradición puede concordar con los hallazgos de la ciencia moderna.

Un último punto que tener en cuenta con relación al destino de Troya VI. ¿Podría la historia del caballo de madera remontarse de verdad a una máquina de asedio micénica? Así lo creía Pausanias («Cualquiera que piense que los troyanos no eran profundamente estúpidos se habrá percatado de que el caballo era en realidad un mecanismo de ingeniería para derribar las murallas»), y el relato hace hincapié en que la muralla fue derrumbada cuando el caballo entró en la ciudad. ¿Podría ser esto un confuso recuerdo de una máquina de asedio? Sin duda existían estos ingenios en las guerras de Oriente Próximo en aquella época: poderosos «caballos de madera» con numerosos hombres en su interior para manejar el ariete que abría boquetes en las murallas de las ciudades, desarrollados de forma harto efectiva en Asiría a partir del siglo XII a. C., pero no tenemos ningún indicio de que estos mecanismos fueran utilizados en el Egeo del siglo XIII. Fascinante, pero, una vez más, imposible de demostrar.

A posteriori, pues, el destino de Troya VI está más abierto al debate de lo que Cari Blegen pensaba, y a pesar de que el yacimiento está desenterrado, el continuado examen exhaustivo de las libretas de notas de la excavación tomadas por los tres exploradores de Hisarlik es posible que revele más indicios. Hasta entonces deberíamos ser conscientes de los problemas relativos a la fecha y a las circunstancias del fin de la gran ciudad de Hisarlik.

Los testimonios de la cerámica nos permiten hacer un cálculo estimado de la fecha de la caída de Troya VI. Esta caída fue seguida del cese casi total de importaciones a VIIa: solamente un fragmento de cerámica micénica del siglo XIII puede ser atribuido con toda certeza a la ciudad posterior (el yacimiento estaba tan dañado que Blegen pensó que otros ejemplos podían ser afloraciones procedentes de Troya VI). Si sugerimos una fecha provisional entre 1275 y 1260, encajaría perfectamente con la cronología de las cartas hititas. Se trataría del reinado de Hattusili III, durante el cual las relaciones hititas con los reinos de Ahhiyawa se tornaron particularmente hostiles. También en aquella época podemos decir a partir de las tablillas en lineal B conservadas en Pilos (¿c. 1220 a. C.?) que los griegos realizaban incursiones depredadoras en el noreste del Egeo, ya fuera contra la isla de Lemnos (atacada por el ejército de Agamenón, según Homero) o contra Aswija, una zona continental al sur de la Tróade donde Homero ubica una incursión de Aquiles. Por lo tanto, la caída de Troya podría haberse producido en la época de Alaksandus de Wilusa, a quien hemos tenido ocasión de atribuir alguna relación con Alejandro de (W)ilios. En cualquier caso, podemos apuntar a la probabilidad de que en tiempos de Hattusili los griegos (Ahhiyawa) y los hititas se peleasen a causa del «asunto de Wilusa». A pesar de admitir las dificultades que entraña la cuestión de Wilusa, estas son coincidencias dignas de ser señaladas e indican que en la tradición conservada por Homero subyace un recuerdo, aunque tenue, de estos acontecimientos. Como ya vimos en el capítulo 4, la épica griega era muy precisa en cuanto a la ubicación de Troya; la tradición, al parecer, ya había tomado forma en el siglo VIII a. C., incorporando elementos que se remontan a la Edad de Bronce. Si a estos hechos podemos añadir la posibilidad de que la gran ciudad de Troya VI fuera saqueada y arrasada deliberadamente, entonces de alguna manera estamos ratificando la precisión básica de la tradición: es decir, que Troya se alzaba efectivamente en Hisarlik, que Troya VI era la ciudad de Homero y que, como dijo Homero, los griegos de la Edad de Bronce la atacaron y la saquearon. Sería tentador situar los hechos hacia 1260 a. C., en la época de la crisis de Hattusili en el oeste (véase p. 223).