EL DESCIFRAMIENTO DE LA ESCRITURA LINEAL B
Durante las últimas semanas, he llegado a la conclusión de que, después de todo, las tablillas de Cnosos y de Pilos han de estar escritas en griego: un griego difícil y arcaico, puesto que es 500 años más antiguo que Homero y escrito de forma abreviada, pero, aun así, griego.
MICHAEL VENTRIS, en el Tercer Programa de la BBC, reeditado
en el Listener, 10 de julio de 1952
Michael Ventris, el joven que descifró el código de la escritura lineal B, era un aficionado en el mundo de la erudición griega profesional, un arquitecto que se había sentido fascinado por el misterio de la lineal B desde que, siendo un colegial de catorce años, había escuchado una conferencia de Sir Arthur Evans en la Burlington House en 1936. No tenía aún treinta años cuando hizo aquella memorable retransmisión radiofónica, y a los treinta y cuatro murió en un accidente automovilístico en la Al en 1956. No nos detendremos en cómo llevó a cabo el desciframiento: esta emocionante historia puede leerse en el convincente y afectuoso tributo a Ventris realizado por su colaborador John Chadwick, El desciframiento de la lineal B, y en su gran trabajo conjunto, Documentos en griego micénico.
El hecho de que aquella escritura lineal B fuese griego iba en contra de la opinión sostenida por la mayoría de los lingüistas, y aunque algunos arqueólogos ya hubieran expresado la idea de que los greco-parlantes llegaron a Grecia ya en 1900 a. C., la teoría minoica de Evans tenía entonces tanta fuerza que incluso Ventris la había considerado incontestable, «basándose en un deliberado menosprecio por la plausibilidad histórica». Ahora había pruebas que confirmaban el planteamiento que Schliemann había esgrimido ochenta años atrás: el mundo de los palacios de la Edad de Bronce era un mundo griego. Quizá lo más sorprendente de las tablillas fuera que el mundo que revelaban no era en absoluto «heroico», sino burocrático al más alto nivel. Había listas de rebaños hasta la última oveja o carnero; nombres de pastores individuales e inspectores tributarios; las más detalladas enumeraciones de equipamiento y pertrechos de guerra; tronos individuales y carros con sus accesorios y defectos, incluyendo hasta piezas rotas o inútiles del equipamiento, es decir, cajas de carro o ruedas anotadas como «inútiles» o «quemadas». Incluso bueyes concretos recibían nombre: Negruzco y Moteado. Se vislumbraba también un orden social claramente feudal (muchos eruditos coinciden en ello) con el rey en la cúspide: el wánax, la misma palabra que Homero utiliza para Agamenón, «rey de hombres»; había jefes menores; soldados con sus elaboradas panoplias de guerra, su armadura, grebas, escudos, yelmos, lanzas, espadas, arcos y flechas; listas de la disposición de las tropas que mostraban una más que casual similitud con el catálogo de Homero de los navíos que los griegos condujeron a Troya. En resumen, una clase aristocrática, jerárquica y militarista armada hasta los dientes, con un gran desembolso en pertrechos de guerra especializados y adornos palaciegos. Las tablillas también ofrecían abundantes pruebas (que en la actualidad todavía están siendo evaluadas por expertos económicos y lingüistas) de los alimentos básicos que sustentaban a los palacios: trigo, vino, olivas, lino y madera, que eran anotados cuidadosamente hasta el último litro o fardo por los escribas de palacio. Por último, en el otro extremo de la escala social, había centenares de mujeres esclavas y sus hijos que trabajaban en aquellas propiedades, identificados con el nombre de «cautivos», una vez más el mismo término utilizado por Homero.
Las posibilidades que abría el desciframiento eran inmensas, y aún siguen estudiándose. Aunque no hay evidencia de orden social ni de creencias religiosas, pues la referencia a estos temas estaba obviamente ausente en estas lacónicas anotaciones, las referencias a la economía y organización local de estos reinos de la Edad de Bronce eran abundantes; y cuantos más lugares se identifiquen, sin duda aparecerán más testimonios. En el capítulo 5 se presentan algunas conclusiones generales sobre las tablillas y los reinos micénicos. No obstante, en primer lugar, es evidente que el desciframiento tuvo un efecto espectacular en el estudio de Homero. Ahora se sabía que los pobladores de los palacios de la Edad de Bronce en tiempos de la guerra de Troya en realidad hablaban griego, la lengua de Homero. En algunos casos se encontraban las mismas palabras, las mismas construcciones gramaticales (como la terminación arcaica -oio), prueba de rasgos perdidos del griego arcaico que los eruditos ya habían deducido (por ejemplo la pérdida de la w, la digamma, como en Wilios = Ilios, Troya). Las tablillas en lineal B situaban ahora la historia de la lengua griega por lo menos 500 años antes y abrían una nueva perspectiva respecto a Homero. ¿Podían ahora establecerse paralelismos entre los elementos de Homero de la Edad de Bronce, como por ejemplo las descripciones de objetos como el yelmo de colmillos de jabalí, y las evidencias lingüísticas para demostrar que el relato homérico en esencia se remontaba a la Edad de Bronce? ¿Acaso era el enorme escudo de Áyax un legado de la épica micénica? ¿Podían las «espadas con clavos de plata» de Homero tener un paralelo en las dos espadas «con tachuelas de oro en ambos lados de la empuñadura» de las tablillas de Pilos? ¿Cómo podían explicar los especialistas la aparición de tantos nombres propios homéricos, entre ellos Héctor y Aquiles, como nombres de personas corrientes en las tablillas? ¿Acaso el famoso «catálogo de las naves» de Homero podía derivarse de una lista concreta de la Edad de Bronce como la de las tablillas de Pilos, o por lo menos de una epopeya micénica sobre la expedición troyana? En resumen, ¿era posible que la historia de Troya hubiera sido ya glosada por bardos micénicos en los salones reales de Pilos, Micenas y Tirinto, cantada por aedos como el tañedor de lira pintado en el fresco de Pilos? ¿Qué era «Homero», y de dónde procedía su relato de Troya? Todas estas cuestiones se examinarán en el capítulo 4.