¿HISTORIA O FICCIÓN? LA VISIÓN DE LOS ANTIGUOS

A menudo se dice que los griegos fueron el primer pueblo en tratar los acontecimientos del pasado de manera más o menos científica, pero es evidente que los llamados «bárbaros» han conservado la historia mucho mejor que los propios griegos. Está generalmente reconocido que los egipcios, los babilonios y los fenicios han preservado la memoria de las tradiciones más antiguas y duraderas de la humanidad.

FLAVIO JOSEFO, Antigüedades judías

En el mundo antiguo existía la creencia casi uniforme de que la guerra de Troya había sido un acontecimiento histórico: el filósofo Anaxágoras fue uno de los pocos que tenían dudas al respecto, basándose, con razón, en que no había pruebas. Pero entonces, como ahora, todo el mundo sabía que no existían fuentes primarias de la guerra; y, sin embargo, ¡sabían que había sucedido! Es una paradoja única en la historiografía. Cuando el «Padre de la Historia», Heródoto, que vivió en el siglo V a. C., preguntó a los sacerdotes egipcios si la historia griega de la guerra era cierta, simplemente estaba preguntando si ellos tenían alguna documentación alternativa al respecto, porque no existían fuentes escritas antes de que la épica de Homero se pusiese por escrito, quizá en el siglo VI a. C., y por consiguiente no había fuentes documentales disponibles para los historiadores del siglo V a. C. Es interesante comprobar que aquellos historiadores estaban dispuestos a dar crédito al relato basándose en la tradición de Homero. Partiendo de este, Tucídides (c. 400 a. C.) construyó un ingenioso resumen de la Grecia «prehistórica» que sigue siendo una de las narraciones más ecuánimes y plausibles de cómo debió de producirse la guerra, aunque no podemos estar seguros de cuánto hay de intuición suya a partir de los restos observables (yacimientos «arqueológicos») y de deducción a partir del relato homérico, ni cuánto extrajo de fuentes de las que no disponemos hoy día. No obstante, la mayoría de los expertos descartarían esta última posibilidad. En cualquier caso, Tucídides pensaba que la historia de Troya era cierta y el poder «imperial» de Micenas una realidad:

Antes de la guerra de Troya, la Hélade no parece haber acometido ninguna empresa en común; pienso, además, que este nombre no designaba todavía al país en su totalidad... Homero lo prueba mejor que nadie, pues, aunque vivió en una época muy posterior a la de la guerra de Troya, en ninguna parte aplicó el nombre de «helenos» colectivamente.

Tucídides considera luego el aumento de la experiencia de la navegación en el Egeo, la aparición de «reservas de capital», y la gradual construcción de ciudades amuralladas con riquezas adquiridas y una vida más asentada. Valoró todos estos factores como prerrequisitos para una expedición conjunta como la que describe Homero:

Algunos, al verse más ricos de lo que eran antes, se rodearon de murallas. Por el deseo de ganancias, los más débiles aceptaban su sumisión a los más fuertes, y los más poderosos con su abundancia se granjeaban el vasallaje de las ciudades más pequeñas. Y ya se había consolidado esta situación cuando, posteriormente, emprendieron la expedición contra Troya. Me parece, además, que Agamenón consiguió reunir las fuerzas expedicionarias porque era el más poderoso de sus contemporáneos... Por tener una mayor fuerza naval que los otros, pudo emprender y llevar a cabo la expedición, no tanto por el reconocimiento de que era objeto como por el temor que inspiraba. Es evidente, en efecto, que fue él quien llegó con el mayor número de naves... Micenas era pequeña y alguna ciudad de las de entonces parece ahora sin importancia; sin embargo, esto no permite poner en duda que la expedición fue tan grande como los poetas la han cantado y como la tradición general mantiene... No hay razón, pues, para plantear dudas ni para prestar más atención a las apariencias de las ciudades que a sus fuerzas reales, sino que hay que creer que aquella expedición fue más importante que todas las anteriores.

De esta manera escribía Tucídides en el siglo V a. C., es decir, en época tan alejada de la fecha tradicional del saqueo de Troya (más en aquel entonces) como la firma de la Carta Magna inglesa lo está del día de hoy. La ausencia de cualquier vestigio más allá de las palabras de los poetas y la «tradición general» es significativa; no obstante, debemos decir que no hay nada en esta interpretación que haya sido refutado ni por la arqueología moderna ni por la crítica textual. Sigue siendo un modelo plausible, a pesar de que hoy muchos académicos duden de la existencia de un «imperio» micénico, de la guerra de Troya e incluso de la propia Troya: plausible, pero de momento imposible de demostrar.

¿Cómo elaboraron, pues, los antiguos una cronología de su pasado «prehistórico»? Por ejemplo, ¿cómo fecharon la guerra de Troya? En la Grecia clásica, la cronología detallada se remontaba a la primera Olimpiada en el año 776 a. C. Esta fecha, como bien sabemos, se acerca bastante a la adopción del alfabeto por parte de los griegos en la segunda mitad del siglo VIII a. C.; por lo tanto, como es de esperar, la adopción de una auténtica cronología histórica se produjo aproximadamente en el mismo momento en que empezaron a aparecer documentos escritos. De ahí que la gran Historia de Grecia de George Grote, escrita en las décadas de 1840 y 1850, empiece con la primera Olimpiada; para él lo sucedido con anterioridad no era utilizable, porque la arqueología todavía no había abierto ninguna ventana a la prehistoria. No obstante, como el propio Grote reconoció, los antiguos griegos tenían una gran cantidad de leyendas, historias, genealogías y demás que hacían referencia a ese mundo preclásico y ellos pensaban que aludían a hechos reales de la misma manera que lo hizo Homero: estas eran las «tradiciones generales» que menciona Tucídides, y sin duda se habían conservado oralmente. A menudo incluían relaciones cronológicas detalladas; por ejemplo, todo el mundo «sabía» que el saqueo de Tebas había tenido lugar antes de la guerra de Troya, que la guerra de Troya había precedido a la invasión doria de Grecia, y así sucesivamente. Incluso desde antes de Heródoto, los historiadores habían intentado elaborar una cronología para racionalizar estos hechos como historia, a pesar de su dificultad. Más tarde, Diodoro Sículo habla de lo complicado que resultaba escribir un relato de la «prehistoria» porque no podía encontrar fechas fiables para el período anterior a la guerra de Troya. También Tucídides se limitó a la amplia conjetura de que, antes de la época del dominio micénico, los cretenses de Cnosos habían ejercido la hegemonía sobre el Egeo. En cuanto a la fecha de la guerra, la mayoría de los cálculos variaban entre el 1250 a. C. de Heródoto y el 1135 a. C. de Éforo; la más antigua era la de 1334 a. C. de Duris de Samos, pero la fecha más influyente a la que se llegó fue la de Eratóstenes, el gran bibliotecario de Alejandría: 1184-1183 a. C. Dichas fechas, expresadas en términos de «tanto tiempo antes de la Primera Olimpiada», solían calcularse a partir de genealogías, con estimaciones de la duración de las generaciones, sobre todo de las antiguas familias reales dorias de Esparta. Se ha conservado un ejemplo significativo de lo precisos que podían ser estos registros en una pequeña iglesia rural de Quíos, donde una estela familiar recordatoria nombra catorce generaciones que nos trasladan desde el siglo V a. C. hasta el X a. C.: es pues posible, por lo menos, que este tipo de material pueda conservarse con exactitud a lo largo de siglos.

La datación antigua más precisa de la guerra de Troya se encuentra en el Mármol de Paros, una crónica de importantes acontecimientos, imaginarios o reales, que da comienzo con las legendarias genealogías de los reyes de Atenas y que llega hasta mediados del siglo m a. C. Inscrita en una enorme losa de mármol de la isla de Paros, fue comprada en Esmirna por un embajador inglés de Carlos I en la corte otomana y la transportó a Inglaterra, donde pasó a formar parte de la colección del conde de Arundel. El mármol fue dañado durante la Guerra Civil inglesa, cuando quedó destruida la parte prehistórica, pero afortunadamente el anticuario John Selden la había copiado; así sabemos que fechaba el origen del culto de Eleusis a comienzos del siglo XIV a. C., el saqueo de Tebas en 1251, la fundación de Salamina en Chipre en 1202, los primeros asentamientos griegos en Jonia en 1087, el floruit de Homero en 907... ¡y el saqueo de Troya el 5 de junio de 1209 a. C.! Por desgracia, la desconcertante precisión del mes y el día es un cómputo astronómico inspirado en una mala interpretación de un verso de la Pequeña Ilíada, «La noche estaba mediada y luminosa se alzaba la luna», que fue interpretado como luna llena: ¡la más cercana a la medianoche se produce en la última lunación antes del solsticio de verano!

A partir de este material se pone inmediatamente de manifiesto que las observaciones del historiador judío Flavio Josefo acerca de la historiografía griega, escritas en el siglo I d. C. y citadas al inicio de este apartado, eran exactas: los griegos clásicos no tenían fuentes fiables para su pasado prehistórico. La tradición oral, especialmente la homérica, era todo cuanto tenían para documentarse, porque, como señala Josefo en su prefacio de la Guerra de los judíos, «llegaron tarde, y con dificultades, a las letras que hoy utilizan». En términos de «arqueología» los griegos tenían poca conciencia del pasado antiguo: «En cuanto a los lugares que habitan, diez mil destrucciones se han abatido sobre ellos y han borrado la memoria de las antiguas hazañas, de manera que constantemente estaban iniciando una nueva forma de vida». Por supuesto, había excavaciones «arqueológicas» en el mundo antiguo: la gente siempre encontraba restos, y sabía los nombres de las ciudades que según Homero habían enviado tropas a Troya (recordemos las observaciones de Tucídides de la página 40 sobre las ruinas de Micenas en sus tiempos, que él obviamente visitó). En estos lugares se encontraron numerosas tumbas micénicas en los siglos VII y VIII a. C., y se atribuyeron a la era heroica de Homero, puesto que en ellas había ofrendas a los héroes, una práctica que perduró hasta la época clásica. Pero el modo en que se interpretaron estos hallazgos muestra que los antiguos no tenían idea del período histórico que hoy denominamos Edad de Bronce: su único vehículo era la transmisión oral. En cierto sentido, pues, el problema de la historicidad de la guerra de Troya no difiere hoy de lo que fue para Tucídides: Homero y los mitos cuentan la historia; los lugares que nombran eran y son todavía visibles, algunos antaño claramente poderosos, otros claramente insignificantes. Asimismo, otros mitos se centran en sitios que se puede demostrar que fueron lugares de la Edad de Bronce: Nemea, Yolcos, Tebas, y otros. Si los mitos griegos contienen verdaderamente una base de historia real de la Edad de Bronce, como creía Tucídides, ¿cómo podemos probarlo? En los últimos cien años, la nueva ciencia de la arqueología ha tratado de proporcionar respuestas. Pero antes de volcarnos en este intento, tenemos que comprender por qué el relato de Troya ha atraído la imaginación de nuestra cultura, puesto que ni siquiera la arqueología ha podido escapar a esta seducción. Ese relato ya era, sin lugar a dudas, el gran mito nacional de la Grecia de Tucídides, pero esto no fue nada comparado con lo que ha acontecido dos milenios y medio después de él. Regresemos, pues, a los siglos posteriores al mito.