«TIRINTO, LA DE GRANDES MURALLAS»

Como una nave se eleva Tirinto por encima de la llanura de Argos, catorce kilómetros al sur de Micenas, sobre un rocoso promontorio que hoy se encuentra a un kilómetro y medio del mar. En la Edad de Bronce el mar estaba tan solo a noventa metros de las murallas occidentales, y Tirinto debió de ser un puerto. Desde aquí, dice Homero, el rey Diomedes condujo ochenta barcos negros hacia Troya. La ubicación de Tirinto probablemente le permitía dominar la llanura, pues desde sus puertas partían calzadas prehistóricas hacia el sur en dirección a Nauplia, hacia el sureste en dirección a Ásine, hacia el este en dirección a Kasarma y Epidauro, hacia el noreste en dirección a Midea, hacia el norte en dirección a Micenas y Corinto, y hacia el noroeste en dirección a Argos. Desde la elevación se ve Tirinto completamente rodeada de montañas, en cuyas faldas se yerguen las grandes fortalezas naturales de Argos y Midea. Al norte, Micenas se encuentra oculta en su valle. El panorama es espléndido, como el propio Schliemann señaló:

Confieso que la perspectiva desde la ciudadela de Tirinto supera con creces toda la belleza natural que he contemplado en otros lugares. La magia del paisaje se hace imponente cuando uno evoca en su memoria las grandes hazañas que se desarrollaron en esta llanura de Argos con sus increíbles colinas circundantes.

Como Micenas, Tirinto estaba en ruinas en época clásica, abandonada cuando Pausanias llegó allí e hizo su famosa observación acerca de las murallas ciclópeas: «que de ninguna manera son menos extraordinarias» que las pirámides de Egipto. En época medieval había un pequeño y mísero pueblo debajo de la acrópolis, que sin duda explica la existencia de una pequeña iglesia bizantina y un cementerio sobre las ruinas, cuyos restos fueron extraídos por Schliemann en su excavación. El asentamiento medieval duró desde el siglo X hasta 1400 aproximadamente. Muchos de los primeros viajeros llegaron a Tirinto cuando la Morea se abrió a los extranjeros en el siglo XVII, ya que el yacimiento era de más fácil acceso que Micenas porque se encontraba en la ruta que partía desde el puerto principal, Nauplion, hacia Argos. El primer visitante moderno fue el francés Des Monceaux, en 1668, que describió las galerías abovedadas y la construcción de las murallas ciclópeas. Después de él llegó el veneciano Pacifico, pero una vez más fueron los viajeros ingleses Gell, Leake, Clarke y Dodwell quienes sentaron las bases de la arqueología moderna, especialmente Dodwell, que trazó el primer plano y dibujó grabados de la fortificación.

A pesar de que el interés por tales monumentos aumentó, no se llevó a cabo ningún intento de excavación en Tirinto antes de Schliemann, con la excepción de la investigación de un único día del alemán Thiersch en 1831. Para Schliemann se trataba de una elección evidente: incapaz de localizar las homéricas Pilos o Esparta, estaba el otro gran palacio de la tradición homérica ubicado en el continente. Schliemann había inspeccionado el lugar en su visita a Grecia y a la Tróade en 1868, y para él su gran historia en la leyenda presagiaba una ciudad verdaderamente antigua, posiblemente, como él mismo lo expresó, «la ciudad más antigua de Grecia». Cavó pozos de prueba en el verano de 1876 (causando grandes destrozos), y en 1884 se puso manos a la obra en serio. Una vez más, por desgracia, sus hallazgos quedaron empañados por no documentar el lugar exacto del descubrimiento, la profundidad y el contexto. Es posible que actuase teniendo en cuenta aspectos arquitectónicos: tras haber descubierto «palacios» o «templos» en Troya, esperaba poder comparar esos edificios con la ciudadela micénica que él consideraba contemporánea. Por suerte, Dörpfeld estaba con él; de lo contrario, probablemente habría destruido los edificios palaciegos micénicos que se encontraban justo debajo de la iglesia bizantina. En este caso parece que Schliemann lo dejó en manos de Dörpfeld y, por consiguiente, el vasto complejo de edificios que aún puede verse hoy surgió sin daño alguno. En todo caso, Tirinto representa la madurez arqueológica de Schliemann, alentada por Dörpfeld, y la publicación de ambos, Tirinto, es en gran medida un esfuerzo conjunto. Cabe destacar que en aquella época Schliemann y Dörpfeld seguían apoyando el criterio generalizado de que los fenicios habían sido los fundadores y constructores de las ciudadelas micénicas. Adler, codirector de las excavaciones de Olimpia, añadió un apéndice al libro de Schliemann en el que negaba esta idea diciendo que estaba convencido de que habían sido los griegos de la Edad de Bronce. A pesar de que esta posibilidad atraía en privado a Schliemann, quizá fue reacio a ir públicamente en contra de la ortodoxia académica, es decir, de la teoría fenicia.

Lo extraordinario de Tirinto era que aquí la civilización de los palacios micénica surgía a la luz con paralelos muy cercanos a las descripciones de Homero, y en cierto modo es sorprendente que Schliemann se abstuviese de desarrollarlos (¡es posible que le aconsejasen que fuera menos precipitado a la hora de sacar conclusiones!). Como sabe el visitante actual del yacimiento, Tirinto ofrece una impresión bastante realista del mundo de los guerreros de la Edad de Bronce: el ascenso por la rampa hacia la entrada principal, flanqueada a la derecha por una inmensa torre de piedras ciclópeas y a la izquierda por galerías de falsa bóveda que proporcionaban cobertura en caso de ataque; el impresionante pasillo de entrada que conducía a una puerta principal que debió de tener un aspecto similar al de la Puerta de los Leones de Micenas; a continuación, la sala hipóstila exterior y el patio que conducían a un espléndido patio interior también con columnas frente al salón real, el megaron (sala real) con su pórtico, antecámara y salón del trono; el propio salón del trono con una gran chimenea circular en el centro y las paredes decoradas con alabastro e incrustaciones con un borde de pasta vidriada azul (tal como lo menciona Homero); todo esto pudo ser recuperado a partir de los cimientos y escombros que yacían unos pocos centímetros por debajo de los restos de la iglesia bizantina. Para Schliemann lo más emocionante fueron los fragmentos de frescos con representaciones de batallas y escenas de caza, y un extraordinario dibujo de un joven saltando sobre un toro (un tema ya conocido por los anillos de sello). La planta del palacio, el hogar, el baño, la pasta vitrea de color azul, todo parecía reflejado en el retrato que Homero hizo de la Era Heroica. «He sacado a la luz el gran palacio de los legendarios reyes de Tirinto», escribió Schliemann, «de manera que a partir de ahora y hasta el final de los tiempos... será imposible publicar un libro sobre arte antiguo que no contenga mi planta del palacio de Tirinto.» La típica hipérbole de Schliemann, aunque esta vez no se complacía en la pura fantasía: un crítico instruido calificó su libro de «la más importante contribución a la ciencia arqueológica que se ha publicado en este siglo».