Agradecimientos

«Me gustaría lanzarme a la búsqueda de Utopía, o de la isla caribeña de Robinson Crusoe y de su cabaña, y regresaría con la misma compensación», dijo el temible Jacob Bryant respecto a la búsqueda de Troya, de cuya existencia dudaba (1799). Si he regresado de mi propia odisea particular con alguna compensación, se debe en gran medida a los muchos académicos y amigos que me han concedido el beneficio de su conocimiento.

En primer lugar quisiera agradecer a los amigos que hicieron las películas para las que se escribió este libro: a Bill Lyons, que las produjo y dirigió con gran habilidad y energía troyana; a Annette Steinhilber, que, como siempre, fue una torre de fortaleza; a Richard Ganniclifft, Dennis Cartwright y Alan Parker, que fueron fuentes constantes de apoyo y buen humor; a Colin Adams, productor ejecutivo de las películas a las que acompaña este libro, por su valiosa paciencia y consejo durante la realización y edición de esta serie. Quedo también agradecido a David Jackson, Graham Veevers y Terry Bartlett, y a Pat Haggerty y Roy Newton, que aportaron sus especiales aptitudes a la edición. Mordo y Servim Berker hicieron todo cuanto estuvo en sus manos en Turquía y no escatimaron hospitalidad. En Grecia tengo una deuda especial con Maria KoumarianouPowell. Sheila Ableman editó el libro sin alterarse, y Viv Brearly extrajo con precisión un hilo conductor a través de un laberinto de manuscritos: a ambas mi más cálido agradecimiento.

M is deudas con los académicos profesionales que trabajan en este campo son insólitamente grandes. Me gustaría dar las gracias a los profesores George Huxley, Kevin O’Nolan, John Davies, Leonard Palmer, Oliver Gurney, Peter Warren, Colin Renfrew, James Hooker y Sir Moses Finley, a los doctores Oliver Dickenson, Chris Mee, Mervyn Popham, Nancy Sandars, David Hawkins, John Lazenby,Jim McQueen, John Killen, Livia Morgan, Brian Hainsworth, James Jackson, Lord William Taylour y al general Sir John Hackett: todos ellos tuvieron la amabilidad de dedicar parte de su tiempo a debatir algunos temas conmigo.

Estoy especialmente agradecido al profesor Geoffrey Kirk, al profesor R. H. Crossland y al Dr. John Chadwick por su ayuda y consejo, y a los doctores John Bintliff, James Mellhart, Donald Trail y al profesor Hans Güterbock por permitirme todos ellos utilizar su material inédito. Lesley Fitton amablemente me localizó las cartas de Calvert y Schliemann en el Museo Británico. El Dr. Ken Kitchen me proporcionó abundante material inaccesible con su característico y entusiasta apoyo, por lo que le estoy sumamente agradecido. Donald Easton fue muy generoso al debatir conmigo el problema de Troya a la luz de sus investigaciones sobre los cuadernos de notas de Schliemann, y me permitió utilizar su material inédito en los planos: todos los aficionados aguardan con impaciencia la publicación de su trabajo. También me gustaría dar las gracias a james Candy por compartir sus recuerdos de Sir Arthur Evans. Un deber especialmente agradable es mi agradecimiento a Sandy McGilivry, Sinclair Hood y William Taylor por una velada memorable en la «taberna» de Cnosos debatiendo sobre los espinosos problemas de aquel maravilloso yacimiento; también en Grecia, los profesores Catherine Koumarianou, C. Doumas y Spiro Jacovides, y los doctores J. Sakellarakis y Alexandra Karetsou fueron de gran ayuda. Al profesor George Mylonas le debo un día inolvidable en Micenas. Un agradecimiento especial para las Escuelas Alemanas en Atenas y Estambul por su gran amabilidad, y en particular a Klaus Kilian en Tirinto por su inagotable generosidad con su tiempo y su material. En Atenas, Jerome Sperling compartió sus emocionantes recuerdos de las excavaciones de la Universidad de Cincinnati en Troya. En Turquía estoy agradecido por su ayuda a los profesores Ekrem Akurgal y T. Osgüc, al Dr. Sedat Alp y Mustafa Gözen Sevinç, director del yacimiento de Troya, a la Sociedad Histórica Turca, y a Seref Tasliova y a los bardos públicos de Kars por mostrarme parte de las antiguas tradiciones de los cantores de relatos; en el extremo oeste de Europa, John Henry y el pueblo de Kilgalligan, en el condado de Mayo, con la presentación de Seamus O Cathoin, me permitieron entrar en breve contacto con la última de estas tradiciones en las Islas Británicas. Por último, tengo que dar las gracias al profesor John Luce por leer mi texto y sugerir mejoras, y a la Dra. Elizabeth French, que por el hecho de ser vecina tuvo que soportar mis frecuentes preguntas con inagotable paciencia: a su ojo crítico le debo más de lo que ella imagina.

No obstante, la habitual advertencia acerca de la responsabilidad es especialmente necesaria aquí: nunca se insistirá suficiente en que ninguno de los académicos arriba mencionados es responsable de ningún error de hecho o interpretación que pueda descubrirse en el presente volumen. En una obra de síntesis no es posible hacer justicia a todas las teorías divergentes que abundan en este campo altamente polémico: ¡bien se ha dicho que los historiadores lidian con ambigüedades, los periodistas con certezas! Por lo menos espero que lo que escribió Gladstone hace más de un siglo acerca de Homero siga siendo cierto: «Ningún esfuerzo dedicado a cualquiera de los grandes clásicos del mundo, sean cuales fueren los logros obtenidos, es un desperdicio. Es mejor escribir una palabra sobre una roca que mil en el mar o en la arena». (Estudios sobre Homero.)