¿LA GUERRA DE TROYA EN LOS TEXTOS HITITAS?

Para el investigador que busca una base histórica de la leyenda de Troya, nuestro próximo testimonio es quizá el más seductor de todos.

Aparece en una tablilla procedente de Boghaz Kóy que ahora puede ser atribuida con toda certeza a Hattusili III (1265-1235 a. C.). Es el único texto hitita que quizá habla de la implicación personal del rey aqueo/ahhiyawano en la Anatolia continental, posiblemente combatiendo en suelo asiático. El emperador Hattusili narra el relato tras una victoriosa campaña en el oeste. Mi versión procede de la traducción alemana de Sommer: entre corchetes se ofrecen las conjeturas probables de Sommer, puesto que el texto está dañado; he ampliado el texto allí donde lo he considerado necesario en aras de una mejor comprensión:

El país del río Seha nuevamente transgredido. [Entonces el pueblo del país del río Seha dijo:] «El abuelo de su Majestad no nos conquistó por la espada. Cuando conquistó las tierras de Arzawa [el padre de su Majestad] no nos conquistó con la espada. No tenemos [¿ninguna obligación?] con él». [Así el país del río Seha] hizo la guerra. Y el rey de Ahhiyawa se retiró. Así, cuando se retiró, yo, el Gran Rey, avancé. [Entonces mis enemigos se replegaron a las montañas:] Yo sometí la cima montañosa de Harana. Entonces yo me llevé a Hattusa 500 tiros de caballos.

De acuerdo con la lectura normalmente aceptada de este texto, pueden extraerse dos conclusiones fundamentales: primero, que el rey de Ahhiyawa estaba presente en Anatolia occidental, y segundo, que prestaba ayuda bélica a un rebelde contra el rey hitita. Por desgracia, esto no es cierto: la palabra clave, la que aquí se ha traducido por «se retiró», tiene varios significados, entre ellos «refugiarse en» o «confiar en» (es decir, confió en el apoyo del rey de Ahhiyawa), y esta parece ser la interpretación más verosímil.

Quizá podemos avanzar un poco más en la historia de la guerra en el país del río Seha. En definitiva, nos dice que, en torno a la época en que la tradición fecha la guerra de Troya, un rey aqueo estaba directa o indirectamente implicado en una guerra en la costa de Asia Menor en un lugar ubicado cerca de la Tróade. Si aceptamos la traducción ofrecida más arriba, con el rey del país de los aqueos «retirándose» de las tierras del río Seha, entonces la historia muestra una asombrosa coincidencia con el relato de Homero, pues, como ya observamos al inicio de esta búsqueda, Homero habla de una primera expedición, fallida, cuando los aqueos desembarcaron bajo el mando de Aquiles en Teutrania, a la que confundieron con territorio troyano. Allí, en el valle del río Caicos (actual Bakir Çay), fueron rechazados por Télefo, rey de Misia, y empujados de vuelta a sus naves (Odisea, XI, 519). Esta tradición de una «vergonzosa retirada» tras asolar Misia se encuentra en una serie de fuentes griegas posteriores que incluyen a Píndaro y Estrabón, y si el río Caicos era efectivamente el Seha, entonces la coincidencia es ciertamente digna de ser destacada. Por desgracia desconocemos la ubicación del Seha, y el texto hitita no da el nombre del «rey del país de los aqueos» que «se retiró».

Hemos ido tan lejos como nos lo permiten las tablillas hititas con los testimonios actuales, pero por lo menos podemos considerar que esta rica mina de material diplomático nos ha dejado entrever la verdadera lucha de poder en la Anatolia occidental del siglo XIII a. C. Asimismo nos proporcionan un contexto real para la clase de guerra descrita por Homero. En las últimas décadas de arqueología, las tablillas hititas y griegas, y la leyenda griega, empiezan a converger. Ahora tenemos testimonios claros de una agresión griega y de asentamientos en la costa anatólica, y el archivo de Boghaz Köy, si lo hemos interpretado correctamente, cobra sentido bajo esta luz. Si no podemos demostrar que la guerra de Troya sucedió tal como dice Homero, por lo menos podemos deducir que pudo haber sucedido algo similar: una invasión militar de la Tróade, ataques a ciudades del sur y a Misia, la devastación de Lesbos por parte de Aquiles, todo encajaría a la perfección con la enmarañada historia que surge de la correspondencia hitita. Incluso parecen mencionar a veces los mismos lugares. Si algo hay en la leyenda, ha de ser contrastado con las únicas fuentes fiables para la historia del siglo XIII a. C. en Asia Menor: los hallazgos arqueológicos, los nombres en el lineal B y la diplomacia hitita. Todo se sostiene sorprendentemente bien.

Dicho esto, deberíamos ser cautelosos al intentar equiparar los testimonios primarios de las tablillas hititas con un poema épico compuesto más de 500 años después. No obstante, lo que muestran las tablillas hititas es que los aqueos causaron importantes problemas a los hititas en el siglo XIII a. C. y que posiblemente enviaron expediciones militares a la Anatolia occidental, conducidos con toda probabilidad por el propio «rey del país de los aqueos». No parece exagerado sugerir que la épica homérica refleja los datos mencionados, a pesar de comprimir décadas de acción en un solo acontecimiento «heroico». ¿Podemos ir más lejos y presentar incluso un modelo provisional de lo que pudo haber sucedido a partir de las fuentes hititas? Francamente, teniendo en cuenta el estado actual de las investigaciones sobre las tablillas de Ahhiyawa no es posible, pero, como en el capítulo 5, añadiré un fragmento especulativo a un capítulo ya de por sí especulativo. Supongo que debería leerse solo como entretenimiento, pero por lo menos se basa en las tablillas hititas, aceptando la identificación de los griegos con Ahhiyawa.

Hattusili III y Tudhaliya IV tuvieron que forzar al límite los recursos de su imperio para mantener su poder, enfrentados a la perenne amenaza de los pueblos gasga en su frontera septentrional; a la rivalidad con Egipto en Siria, donde tenía bajo su dominio ricas ciudades comerciales; y a la nueva potencia militar de Asiría en el valle del Eufrates. En el oeste, cada nuevo rey hitita tenía que imponer lealtad al grupo de poderosos estados anatólicos liderados por Arzawa. Todos estos rivales requerían frecuentes campañas en el siglo XIII: contra los enemigos gasga, por ejemplo, se combatió en una docena de campañas a lo largo de veinte años. Ningún otro imperio de la época sufrió tanta presión por los cuatro costados, y no es de extrañar que la diplomacia hitita fuese tan refinada en el siglo III a. C. Con esta situación, el creciente interés de los aqueos por la Anatolia occidental constituía un grave problema añadido. Los hititas estaban dispuestos a aceptar que la zona de los alrededores de Mileto fuera griega, y a reconocer sus fronteras; pero los estados de Arzawa, Mira, Wilusa y el país del río Seha estaban dentro de la órbita diplomática de los hititas, y cualquier interferencia —o «desestabilización», como dirían hoy los americanos— que se produjese en aquellos territorios había de ser respondida. Y eso es lo que ocurrió. Los griegos eran cada vez más ambiciosos. A mediados del siglo XIII a. C., el hermano del rey aqueo estaba prestando ayuda al enemigo occidental más peligroso de los hititas después de una guerra, de la que desconocemos los detalles, entre los aqueos y los hititas a causa del reino de Wilusa, cuyo rey probablemente seguía siendo Alaksandus: «Hemos llegado a un acuerdo», anuncia Hattusili, «acerca del susodicho asunto de la ciudad de Wilusa, por la cual libramos una guerra». Tan solo una década o dos más tarde, la familia real de Wilusa que había sobrevivido estaba en el exilio en un vecino estado occidental de Anatolia.

Esta guerra tuvo lugar en el noroeste de Anatolia, donde los griegos habían estado capturando esclavos en la costa y en las islas, y donde tenían estrechos lazos comerciales con una fortaleza rica y fuerte, la ciudad de Hisarlik, a la que denominamos Troya VI. Cabe la posibilidad de que aquella Hisarlik se llamase algo así como Troia o Wilios. El nombre anatólico de Taruisa se justifica por su similitud con la Troia griega y por su asociación con la Wilusa hitita, posiblemente el arquetipo de Wilios. Estas vagas semejanzas no pueden ser mera casualidad: achaiwoi/Ahhiyawa; Alaksandus/Alexandros; Wilusa/Wilios; Taruisa/Troia. Aisladamente todas presentan problemas, pero cuatro semejanzas sería abusar demasiado de la coincidencia. Por lo que parece, pues, las tropas aqueas atacaron parte de Wilusa quizá a finales de la década de 1260 a. C. Este incidente puede ser la base del relato homérico, que incluso recordaba el nombre del rey troyano. En este caso, la ciudad atacada es muy probable que fuera Troya VI; no obstante, todavía hemos de explorar las implicaciones de nuestras pruebas, que tienden a identificar a dicha ciudad, más que con la Troya VIIa de Blegen, con la ciudadela homérica.

No debió de ser esta la única ocasión en que un príncipe aqueo enviaba su ejército a la Anatolia noroccidental. Aproximadamente en aquella misma época, quizá incluso en la misma campaña, Hattusili combatió en el oeste, tras la interferencia aquea en un estado occidental de Anatolia. Uno de los países de Arzawa, el país del río Seha, sostenía que no debía lealtad al Gran Rey de Hatti y se alió con el Gran Rey de los aqueos, tal como habían hecho los arzawanos antes que ellos. En este caso el rey aqueo debió de desembarcar un ejército en tierras anatólicas, pero cuando Hattusili trasladó a su ejército hacia el oeste, el rey griego abandonó a su aliado, posiblemente «retirándose vergonzosamente», como afirmaba la tradición griega posterior. La versión de Hattusili indica que su ejército arrasó el país del río Seha, que el rey fue depuesto y que en su lugar instaló a un vasallo leal. Es posible que en esta campaña se produjera el saqueo e incendio de Termi, la principal ciudad de Lesbos y una de las más grandes del Egeo, por parte de fuerzas hostiles. Una vez más, pueden compararse aquí las inequívocas pruebas de la arqueología con la historia hitita del ataque a Lesbos (Lazpas) por el aliado griego Piyamaradu y con el relato de Homero del saqueo de Lesbos por parte de Aquiles. Bajo este prisma, podríamos decir que la Ilíada contiene un retrato comprimido de muchas incursiones griegas en Asia Menor: las tablillas hititas, sin duda, parecen confirmarlo.

Si adoptamos el punto de vista de Hattusa, todas estas agresiones constituían serios altercados en la frontera noroeste de un imperio ya amenazado. Normalmente solemos tachar a los reyes micénicos de brutales y rapaces, de astutos bucaneros en busca de beneficios, siempre dispuestos a aprovecharse de la debilidad. Posiblemente la naturaleza de nuestro testimonio respecto a su supuesto mundo aliente esta opinión, pero sospecho que no se aleja demasiado de la realidad: este era precisamente el mundo de los saqueadores de ciudades. No obstante, en lo que concierne al viejo gruñón Hattusili, el antiguo soldado con su dolencia en los pies, o más a Tudhaliya, intelectual, es fácil imaginarlos en su templo privado de Yazilikaya, o asistiendo a una recepción real o visitando la sala de archivos de la «gran fortaleza» de Boghaz Kóy, y sentir cierta simpatía por estos presionados y esforzados emperadores de la Edad de Bronce. Hattusili, por ejemplo, había sido muy razonable con el rey aqueo:

Mi hermano me escribió una vez diciendo: «Has actuado de manera agresiva conmigo». Pero en aquella época, hermano mío, yo era joven [¿nuevo en el oficio?]; si en aquella época escribí alguna cosa insultante, no fue deliberadamente ... Esta clase de expresiones son naturales de un soldado, un general.

Con la nieve arremolinándose en el exterior a finales del largo invierno de la Anatolia central, tenía que planear nuevas campañas casi cada año contra sus numerosos enemigos y debió de pasar largas horas ante el fuego de los braseros extinguiéndose mientras discutía con sus diplomáticos las obligaciones del tratado con Wilusa, o las pasadas transacciones con Ahhiyawa. En los archivos del Departamento de Asuntos Exteriores había tablillas que cubrían doscientos años de diplomacia con occidente. Es posible que su conocimiento del mundo del Egeo fuera incompleto y su interés todavía menor, pero ahora era una parte importante de su política. Tanto Hattusili como Tudhaliya compusieron memorias o «autobiografías», y es una verdadera pena que solo se hayan conservado fragmentos. Si nos hubieran llegado completas, quizá muchas de las preguntas podrían obtener respuesta. Entretanto, respecto a todos estos asuntos, así como en el supuesto contexto anatólico del relato de Troya, tan solo podemos esperar que futuros hallazgos de nuevas tablillas hititas, quizá en la todavía no descubierta capital sureña hitita, arrojen nueva luz sobre estos viejos misterios. No obstante, resulta por lo menos agradable imaginar que el verdadero Paris, el amante de Helena, no era el playboy asiduo de las salas de baile que describe Homero, «mujeriego», despreciado por igual por amigos y enemigos, sobresaliente solo por su belleza física, sino un achacoso guerrero de mediana edad, curtido por veinte años de combates desde Siria hasta el Egeo.