«LA VENTOSA ENISPE»
Hoy en día es difícil encontrar estos lugares, y aunque los encontrases
no mejoraría nada, porque allí no vive nadie.
ESTRABÓN, Geografía
El ejemplo que he elegido del catálogo de las naves sirve para ilustrar un aspecto importante: que muchos lugares del catálogo no pudieron ser localizados ni por los propios griegos en la época clásica. Es posible que Homero conociera Micenas y Tirinto por los restos visibles y por los relatos populares, pero ¿cómo pudo seleccionar otros muchos lugares que los geógrafos de tiempos históricos buscaron por todas partes antes de rendirse desalentados: «no se encuentra en ningún lugar», «no existe», «desaparecido»? ¿Cómo podía saber Homero que aquellos lugares existieron? ¿Cómo sabía sus nombres? ¿Cómo sabía que Mesa tenía palomas o que Enispe era ventosa? Y, sobre todo, ¿cómo podía conocer lugares que, como hemos visto, fueron abandonados a finales de la Era Micénica y nunca volvieron a ser habitados?
De común acuerdo entre los aficionados al catálogo, el caso más desesperado para la identificación moderna fue la tríada constituida por unos pequeños y oscuros lugares de Arcadia: «Ripa, Estratia y la ventosa Enispe». Incluso Lazenby y Hope-Simpson, los decanos rastreadores de Homero, admitieron la derrota sin luchar, ¡sin saber siquiera si dirigir su legendario y maltrecho Morris hacia el oeste o hacia el centro de Arcadia!
Sin embargo, un arqueólogo griego, C. T. Syriopoulos, siguiendo pistas inéditas descubiertas en 1939 en una zanja de una carretera, localizó un emplazamiento prehistórico en el noroeste de Arcadia, cerca de Dimitra en Górtyna, que estuvo densamente habitado desde el Neolítico hasta el siglo XII a. C., momento en que fue abandonado para siempre. El emplazamiento se encuentra sobre una colina rocosa en las laderas septentrionales del monte Afrodision (accesible desde la carretera Trípoli-Olimpia) y domina uno de los pasos del río Ladón. Este río vierte sus aguas en el Alfeo, y su escarpado y boscoso valle es uno de los lugares más hermosos y mejor conservados del Peloponeso. Al oeste del enclave de ocupación, en la cima dominante de Agios Elias se hallan las murallas de fortificación que posiblemente sean del siglo XIII a. C. La cerámica es «provincial», cosa que ya es de esperar en un lugar tan apartado. Pausanias dice que «algunos piensan que Enispe, Estratia y Ripa antaño fueron islas habitadas del Ladón», a lo que él responde que «cualquiera que crea eso debería percatarse de lo absurdo que es: ¡el Ladón nunca podría formar una isla del tamaño de un transbordador fluvial!». Pero si el término utilizado para designar isla (tiesos) se interpreta (y puede ser) como un trozo de tierra formado entre un río y su afluente, entonces Dimitra bien podría calificarse de isla en el Ladón, entre el río principal y dos afluentes. Si se acepta esto, entonces la vecina Estratia también podría ser una «isla» del Ladón, el lugar llamado Estratos por el historiador del siglo 11 a. C. Polibio, y podría ubicarse convincentemente (de acuerdo con los datos de Polibio) en un lugar llamado Stavri, a tres horas de caminata desde Dimitra siguiendo el curso del Ladón en dirección suroeste. En cuanto a la «ventosa» Enispe, el nombre no podría ser más apropiado: el emplazamiento de Dimitra está azotado por fuertes vientos que peinan el valle del Ladón y su afluente el Kako-Lagadi: en la actualidad, una era sobre el yacimiento prehistórico, que utiliza los constantes vientos para aventar el grano, marca el lugar. Por consiguiente, si las fortificaciones de Agios Elias son verdaderamente de la Edad de Bronce, y fueron el refugio de los habitantes de la Enispe de los siglos XIII y XII a. C., entonces ¡mejor para el viento!
Si la identificación de estos lugares es correcta, y si quienes informaron a Pausanias estaban en lo cierto, entonces el tercer emplazamiento perdido, Ripa, debería estar ubicado en la confluencia de otro afluente del Ladón. Efectivamente, hay un enclave más alejado siguiendo el curso del río, a una hora y media a pie desde Estratia en un lugar llamado Agios Georgios, en otra «isla» del Ladón, donde se supone que hay tumbas del período micénico tardío.
Por lo tanto, el relato de Homero describe siguiendo un orden plausible los tres principales asentamientos de esta zona montañosa del noroeste de Arcadia, y encajan de forma inteligible en la secuencia y dirección de su lista de todos los emplazamientos arcadios. Un enigma que derrotó nada menos que a Estrabón y a Pausanias puede estar resuelto.
El efecto acumulativo de los descubrimientos de la arqueología moderna demuestra que, a pesar de su rareza y aceptando sus posteriores añadidos, el catálogo se remonta a una lista genuina de la Edad de Bronce. Homero dice que en Mesa y Tisbe había palomas, en Enispe viento y en Helos costa (y, lo que es más, caballos y viento en Troya), porque era verdad. ¿Cómo, si no, podía Eutresis, deshabitada desde 1200 a. C. aproximadamente, aparecer en la lista?
No obstante, cuando dirigimos nuestra atención a los acuerdos políticos de los reinos descritos por Homero, los agrupamientos de todos los lugares oscuros y poco conocidos, nos encontramos con graves dificultades a la hora de hacer encajar el catálogo con lo que sabemos de la Grecia del siglo XIII a. C. Aquí nuestro único control de verdad es la información obtenida de los archivos de los palacios. Las tablillas en lineal B nos proporcionan registros detallados de dos reinos micénicos mencionados en los catálogos, Cnosos y Pilos, que pueden compararse con el catálogo de Homero. El problema de Cnosos, como hemos visto, es harto espinoso; pero, si se acepta la datación corregida de las tablillas, entonces el archivo data de 1200 a. C. aproximadamente, a grandes rasgos la misma época de la que se supone que es el catálogo. Sin embargo, solamente tres de las siete ciudades cretenses de Homero aparecen mencionadas en las tablillas (Cnosos, Lictos y Festos), aunque estas coinciden con Homero en que el reino de Idomeneo se limitaba a la zona central, y muchos lugares citados en las tablillas no han sido esclarecidos todavía (otra ciudad del catálogo, Milatos, ha proporcionado abundantes restos de la Edad de Bronce Tardía). Pilos presenta una dificultad todavía mayor, porque a pesar de que tanto Homero como las tablillas adjudican nueve ciudades a Mesenia (una coincidencia harto interesante), solo Pilos y Ciparisos aparecen en las dos listas, aunque la Anfigenía y la Helos homéricas también son identificables en otros fragmentos de las tablillas de Pilos. No obstante, los siete nombres restantes de las principales ciudades pilias de las tablillas no concuerdan con Homero, por lo que una destacada autoridad en la escritura lineal B cree que Homero «carece casi de valor» a la hora de intentar reconstruir la geografía de la Grecia micénica. Sin embargo, Homero parece estar hablando en sus listas de lugares reales; y, a pesar de que la discrepancia con las tablillas sea preocupante, merece la pena preguntar si las divisiones políticas del catálogo, por más extrañas que sean en algunos casos, reflejan una situación real que antaño existió, pero en otra época. Por ejemplo, ¿podía el reino pilio de Homero reflejar una situación posterior a la destrucción de Pilos? Si un aedo estuviera reelaborando una lista de lugares famosos del siglo XII a. C., sin duda sabría que Pilos había sido el centro de Mesenia, a pesar de que hubiera sido destruido en una época anterior a la suya. Probablemente habría algunos insignificantes dinastas dorios que se proclamaban herederos de Néstor, lo mismo que los celtas en el ocaso de los romanos en Britania. En cualquier caso, los refugiados pilios que emigraron a Atenas habrían conservado el recuerdo de la «arenosa Pilos». En reinos como Micenas, Tirinto y Atenas todavía podía observarse una vida micénica reconocible en el siglo XII; también en Laconia continuaba habiendo una cierta ocupación en el Menelaion, y evidentemente existía una especie de continuidad en determinados enclaves, como Amidas. De hecho, la lista de lugares de Homero en Laconia encaja perfectamente con la arqueología.
El catálogo está repleto de divisiones políticas extrañas: ignora la Ilíada atribuyendo a los principales héroes, Aquiles y Ulises, reinos insignificantes; relega a Áyax a una diminuta Salamina; divide la llanura de Argos, con Agamenón, es decir, Micenas, gobernando solamente la llanura norte y la zona del istmo, y Diomedes de Tirinto controlando la llanura baja, Argos y Asine. Obstinadamente, la mayoría de los expertos piensan que estas divisiones son tan improbables que sin duda han de reflejar una situación real que antaño prevaleció en Grecia, pero intentar que encajen en el apogeo del siglo XIII resulta muy difícil. Sin embargo, ya que los restos de los propios emplazamientos indican insistentemente que el núcleo de la lista de lugares proviene de la Edad de Bronce, por lo menos parece concebible que algunas de las divisiones políticas que hay en ella correspondan a la Edad de Bronce. La respuesta podría ser que los reinos reflejan el siglo más o menos de después del apogeo de Micenas; que originalmente, despojado de sus añadidos, el catálogo es en verdad una creación de los siglos XII o XI a. C., tras el declive de la civilización micénica, cuando algunos reinos habían decaído y algunos palacios habían sido destruidos, pero la civilización micénica todavía resistía en algunos lugares. Por ejemplo, en el caso de Micenas el catálogo alude a una época en la que un gran estado que abarcaba el noroeste del Peloponeso se había dividido en dos: para Micenas y Tirinto el catálogo es inexplicable como documento del siglo XIII (LH III B), cuando Micenas era el centro de la Argólida con una red de carreteras que partían de dicha ciudad (véase capítulo 5), pero verosímil si hace referencia a la situación posterior al 1200, cuando Tirinto aumentó en poder y población (véase p. 262). Una vez más, como veremos, las pruebas de Orcómeno indican lo mismo, la limitan a un pequeño rincón del lago Copaide (p. 198). También aquí se explica el énfasis del catálogo en los beocios, que dominan la lista, pero que no desempeñan ningún papel en la historia: de hecho, la tradición en época de Tucídides aseguraba que no habían llegado a Beocia hasta sesenta años después de la guerra de Troya. Por otro lado, el catálogo deja entrever signos del declive micénico, por lo que su datación original debió de ser de (¿finales?) del siglo XII a. C. El hecho de que haga referencia a lugares destruidos en torno al 1200 a. C. no es ningún argumento en contra: las tradiciones orales del mundo micénico fueron presumiblemente lo bastante fuertes como para que a lo largo de las tres o cuatro generaciones posteriores se recordasen sus nombres e incluso sus característicos epítetos. Podemos sospechar que el catálogo fue compuesto en los años de decadencia del mundo micénico tardío para instruir a los pequeños dinastas que gobernaban en el puesto de los Atridas en una Micenas cada vez más menguada. Que tenga que ver con una posible guerra de Troya no se puede demostrar; aunque procediera del mundo micénico, ello no sería garantía de que no fuera una simple lista de «lugares interesantes» asociados a la guerra en una «invención de tradición» del tipo que a menudo surge en los años posteriores a las edades de oro: el público carente de héroes es el más ávido consumidor de tales ficciones. El catálogo, pues, con sus visiones de una Grecia unida en su última gran expedición al extranjero, se remonta a los «viejos buenos tiempos» cuando los aqueos eran grandes y tenían reyes fuertes y gloriosos: «soberanos de hombres» y «reyes de muchas islas» que sabían qué hacer cuando venían los extranjeros y saqueaban sus tesoros o secuestraban a sus mujeres.
Dicho esto, ¿sabían en realidad los aedos, que originalmente concibieron la idea de recopilar en cantos los nombres y las hazañas de los héroes que participaron en la guerra de Troya, alguna cosa sobre los jefes y las fuerzas de una guerra real, o simplemente inventaron la gran lista de lugares de la Grecia micénica? ¿Se imaginaron a los héroes a partir de un surtido de nombres, como Áyax, cuyo escudo torre quizá lo delata como héroe de un estrato épico anterior? ¿O como Aquiles, con una madre diosa del mar y sus atributos mágicos? Además, si existiese una poesía épica micénica, entonces el relato de Troya no habría sido el primer asedio que se convertía en tema de una canción. Encontramos ya un asedio representado en el «ritón del asedio», vaso del siglo XVI a. C. encontrado por Schliemann; en una pintura parietal en el megaron de Micenas aparece un ataque a una ciudad; la historia de la expedición contra Tebas pudo haber sido ya tema de un relato o una canción, y un modelo apropiado. ¿Hay en realidad en el relato de Troya elementos específicos que indiquen que la épica que ha llegado hasta nosotros recuerda con precisión detalles e incidentes de un acontecimiento sucedido en la Edad de Bronce?
Asumo que ciertos hechos centrales de la historia de Homero han de ser correctos si aceptamos la probabilidad básica del relato de Troya. Si todavía no podemos demostrar que una ciudad llamada Troya fue saqueada por los griegos, por lo menos podemos probar que en otros detalles significativos la tradición homérica era correcta. Por ejemplo, los testimonios hititas y egipcios indican que Homero citaba correctamente los nombres de los pueblos: aqueos y dánaos, en el caso de los griegos, y dárdanos en el caso de los troyanos. Pero ¿Troya se llamaba realmente Troya?
Como ya hemos visto, no se ha encontrado nada en el yacimiento de Hisarlik que indique su nombre en la Edad de Bronce. Si alguna vez hubo tablillas diplomáticas allí, estas fueron destruidas hace mucho tiempo. La escritura lineal B podría proporcionarnos una mujer troyana (Toroja), pero no podemos estar seguros. En un documento hitita de hacia 1420 a. C. el estado de Wilusa (o Wilusiya) del oeste de Anatolia aparece junto a un lugar llamado Tamisa, que aparece tentadoramente una sola vez en el archivo hitita. Si pudiéramos postular una forma alternativa, Taruiya, para este nombre, entonces obtendríamos formas similares a la Troia y Wilios de Homero en el noroeste de Anatolia en la época correcta. No obstante, el estado actual de las investigaciones sobre la geografía hitita no nos permite corroborar esta seductora hipótesis. Los espinosos problemas que rodean la posible aparición de griegos en las fuentes hititas se debaten en el capítulo 6, pero como mínimo podemos decir que, aunque nuestros testimonios geográficos de la Edad de Bronce Tardía aumentan, todavía no se ha podido desmentir a Homero, y en algunos casos nuevos podemos verificar su historia. Sin embargo, hemos de dirigirnos a la propia Hisarlik si queremos encontrar alguna respuesta a la pregunta: ¿se basaba la historia en la Hisarlik-Troya de la Edad de Bronce Tardía? ¿Fue Hisarlik siempre el centro de la épica griega de Troya?
¿Durante cuánto tiempo figuró Troya en el relato? Dicho de otro modo, ¿esa historia trató siempre sobre una ciudad ubicada cerca de los Dardanelos en la región llamada desde entonces la Tróade? Es importante que nos hagamos esta pregunta, porque a menudo se ha esgrimido que los aedos trasplantaron la ubicación troyana de un modelo más antiguo; por ejemplo, de un poema sobre el saqueo micénico de Tebas, o incluso de un ataque aqueo a Egipto como el mencionado en la Odisea. En cierto sentido, no importa la fecha que asignemos a Homero, ni si el relato fue compuesto en Jonia en el 730 a. C. o si fue puesto por escrito a partir de un bardo de Quíos hacia el 550 a. C. Escojamos la fecha que escojamos, nos estamos moviendo en el período de la colonia griega eolia fundada en Hisarlik en el siglo VIII a. C. Ya hemos comprobado en la narración sobre las doncellas locrias del capítulo 1 que este lugar ya estaba asociado al relato de una expedición griega a Troya antes del año 700. Aun suponiendo, como hacen muchos, que un poeta llamado Homero efectivamente hubiese visitado la colonia eolia de Ilion poco después de su fundación hacia el 750 a. C., hemos de explicar por qué la pequeña y poco conocida Ilion se convirtió en el centro de la épica nacional griega. Es una pregunta que aquellos que llanamente niegan la historicidad de la guerra de Troya no pueden responder. Lo que no podemos saber con certeza es si, en torno al 730 a. C., los rasgos arquitectónicos del Hisarlik de la Edad de Bronce (Troya VI-VII) aún eran visibles. Pero si un relato épico que se remonta al final de la Edad de Bronce narraba un ataque a una ciudadela real de aquella época, ¿no deberían quedar vestigios en la descripción de Homero?
Como ya vimos en el capítulo 1, los primeros viajeros que llegaron a la Tróade estaban convencidos de que el poeta había cantado a partir de la observación personal, de que había estado allí de verdad. Desde Ciríaco de Ancona hasta Alexander Kinglake, los visitantes se habían percatado, por ejemplo, de que desde la cima de Hisarlik efectivamente podía verse Samotracia asomando por encima de las cumbres de Imbros a ochenta kilómetros de distancia: «Así lo señaló Homero, y así era», dijo Kinglake. Sin duda, no había disputa alguna acerca de la ubicación del territorio, las islas, los Dardanelos, el monte Ida, etc., pero otros aspectos de la topografía homérica desataron controversia (y siguen causándola). Por ejemplo, la doble fuente de agua caliente y fría debajo de la muralla occidental —quizá la característica topográfica más precisa que menciona Homero— no se pudo encontrar y desvió a un investigador tan agudo como Lechevalier, conduciéndolo a las fuentes de los «Cuarenta Ojos» de Bunarbashi. Schliemann sí encontró vestigios de una fuente que un terremoto había bloqueado hacía mucho tiempo, a casi 200 metros del muro oeste de Hisarlik, aunque es posible que el poeta mezclase las fuentes de Bunarbashi con las de Hisarlik para mayor efecto poético. El problema no es tanto la «exactitud» de Homero como topógrafo, lo cual es una idea absurda, sino el poderoso efecto que sus descripciones harto genéricas producen en quienes lo leen: ¡y esto es precisamente lo que los buenos poetas hacen! En cualquier lectura de los testimonios, querer que todos estos epítetos y detalles concordasen con la topografía sería demasiado esperar, pero ¿es posible que, puesto que en otras partes del poema se han conservado elementos de la Edad de Bronce, también se haya preservado algo de Troya?
Los epítetos generales que utiliza Homero para Troya son evidentemente apropiados a la ciudadela de Hisarlik, «bien construida, escarpada, abrupta, criadora de caballos», etc., pero ninguno de ellos es lingüísticamente temprano. La cría de caballos, por ejemplo, ha atraído la atención de los arqueólogos porque sus hallazgos de numerosos huesos de caballo indican que la cría de dichos animales era una característica de la llanura troyana en la Edad de Bronce (como lo fue después); pero la expresión en sí misma no es de fecha micénica, aunque el recuerdo posiblemente sea anterior. Los epítetos de «bien amurallada, fuertes torres y anchas calles», que tanto impresionaron a Dörpfeld en Troya VI, son sin duda aplicables a la Hisarlik de la Edad de Bronce Tardía más que a ninguna otra fortaleza del Egeo, pero Homero los aplica también a otros lugares. El adjetivo «ventosa» es interesante: tan solo lo usa para otro lugar, Enispe, como acabamos de ver, y sin duda es aplicable a Hisarlik, como sabe todo aquel que haya estado allí y sentido el viento del norte que sopla todo el año en torno a lo que antaño fue un alto promontorio. Aun así, esta descripción no significa que hayamos tocado la Edad de Bronce. La descripción de Ilion como «sagrada» es significativa y suscita un problema lingüístico especial: la palabra utilizada proviene de Eolia, en el Egeo noroccidental, y no de Jonia, posiblemente de un estrato lingüístico primitivo de la historia, aunque no es probable que pertenezca a la Era Micénica. Sin embargo, los hallazgos de ídolos de culto en torno a las puertas de Troya VI en Hisarlik, seis solo en la puerta sur, podrían indicar que el lugar era recordado por haber sido exclusivamente sagrado.
Es una pena que Homero no sea más preciso en cuanto a la relación de la ciudadela con el mar, pues nuevos descubrimientos muestran que Hisarlik era realmente un saliente rodeado por el mar en la Edad de Bronce. En tiempos de Troya II, la rampa hallada por Schliemann descendía hacia una estrecha llanura y al mar, una ancha bahía que penetraba entre dos salientes. En la época de Troya VI el mar probablemente se encontraba a un kilómetro y medio de la colina. En aquel entonces, Troya era un importante puerto en la entrada de los Dardanelos, que, como Mileto y Éfeso, finalmente quedó cegado por los sedimentos y perdió su razón de ser. Este fundamental descubrimiento da sentido a toda la historia de Troya-Hisarlik en una medida antes imposible (a pesar de que los antiguos escritores, y también algunos modernos como Wood, suponían la existencia de la bahía). No obstante, las indicaciones topográficas de Homero no describen, en este caso, lo que él debió de haber visto, aunque hay dos expresiones que se pueden reflejar esta realidad: donde menciona que el turbulento Escamandro deriva hacia «el vasto seno del mar» y cuando describe un barco que se desvía del canal principal del Helesponto para «entrar en Ilion». Por lo que parece, no podemos decir que la topografía de Homero sea más de la Edad de Bronce Tardía que de su propia época, aunque algunos especialistas en geomorfología que han estudiado las nuevas pruebas piensan que es posible.
Por supuesto, el estilo poético que envuelve a Troya e Ilion no se limita a expresiones compuestas por un sustantivo y un epíteto, como la de «ventosa Troya». Contiene ciertos rasgos arcaicos que no se pueden fechar con exactitud, como la extraña preposición proti y la habitual observancia de la digamma (la «W», que no existe en el griego tardío) en W:ilion, la forma original de Ilion. La impresión general que gracias a la lingüística se ha podido extraer de este tipo de material es que el relato y su fraseología se han ido refinando y reduciendo gradualmente para lograr una extraordinaria flexibilidad y utilidad con un vocabulario muy reducido: prueba fehaciente de que el relato de Troya se ha recitado muchas veces antes de alcanzar la forma que hoy tiene en la litada. Pero lo que los lingüistas no pueden aclarar es si todas aquellas narraciones se prolongaron durante una, diez o veinte generaciones de aedos épicos.
Resumiendo: existe la convicción de que hubo algún tipo de narrativa poética en la Era Micénica y que algunos fragmentos de esta misma sobreviven en Homero, pero en un número muy reducido, ya que gran parte del vocabulario formular homérico es más reciente. Por otro lado, es evidente que fragmentos de la hipotética saga micénica pueden existir en la épica homérica con total independencia del vocabulario y del estilo. El ejemplo más llamativo es el famoso yelmo con colmillos de jabalí, un objeto manifiestamente micénico a pesar de que no hay nada en el estilo de la descripción homérica que sea antiguo en sí mismo. Esto nos recuerda que el estilo arcaico puede desaparecer de un texto transmitido de esta manera, incluso aunque quede una descripción precisa y exacta. Bajo esta misma luz, examinemos finalmente tres aspectos de la descripción física que Homero hace de Troya, que seguramente se remontan a la Edad de Bronce y que un aedo de la época de Homero posiblemente ignorara. En ninguno de ellos se aprecia ningún rasgo lingüístico que necesariamente deba ser antiguo; pero en todos hay detalles extraños que podrían derivar de una descripción de asedio auténtica de la Hisarlik de la Edad de B ronce.
1.- El «talud» o «ángulo» de las murallas de Troya: «tres veces atacó el ángulo de la elevada muralla Patroclo» (Ilíada, XVI, 702). ¿Es esta una descripción del rasgo característico de la arquitectura de Troya VI? Blegen anota en su informe que había secciones en las que los bloques no estaban ajustados y por las que sus trabajadores podían escalar fácilmente de aquella misma manera. (Tan solo las hiladas superiores de las murallas de Troya VI podían verse en el siglo VIII a. C., «tan erosionadas que apenas era reconocible la espléndida mampostearía que antaño tuvieron», dijo Dörpfeld.)
2.- «La torre mayor de Ilion» (Ilíada, VI, 386). Era una torre elegantemente construida que flanqueaba la puerta principal de Troya, y esto podría significar que era un lugar de propiciación: Andrómaca se dirige allí en lugar de ir al templo de Atenea. La puerta sur de Troya VI era sin duda la puerta principal de la ciudad en la Edad de Bronce Tardía, si es que había unas «Puertas Esceas» (ahora que sabemos que la llanura era una bahía parece lógico que la puerta principal diera hacia el interior, y no hay testimonios arqueológicos de ninguna puerta principal que diera a la bahía). La puerta sur de Troya VI estaba flanqueada por una gran torre de bloques de caliza finamente ajustados; además, estaba construida junto a un importante altar, y en el exterior había seis pedestales (¿para ídolos de culto?) y un templete de culto para sacrificios de fuego. En conjunto parece que la «torre mayor de Ilion» conserva un recuerdo de Troya VI.
3.- Quizá el recuerdo más preciso de todos sea el trozo de muralla que era epídromon «junto al cabrahígo, donde más accesible es la ciudad y la muralla más expugnable ha resultado» (Ilíada, VI, 434). Esta tradición de la debilidad de la muralla, supuestamente en el tramo oeste, quedó confirmada arqueológicamente cuando Dörpfeld, como ya vimos en el capítulo 2, encontró que el recinto amurallado había sido modernizado excepto en un corto tramo de construcción inferior en el lado oeste. Una vez más, este indicio corrobora un detalle auténtico de Troya VI.
Parece razonable concluir que el relato de Troya antecede a la Ilíada por lo menos el lapso de tiempo necesario para que los aedos orales jonios creasen la serie de extensos y elaborados aunque a la vez refinados y restringidos epítetos y fórmulas para Ilion, Troya y los troyanos. Hay buenas razones para pensar, como hizo Martin Nilsson en su estudio clásico Homero y Micenas (1933), que la expedición contra Troya es el acontecimiento fundamental y el tema central del mito y ha de remontarse a la Edad de Bronce. También existieron versiones continentales no homéricas de la saga, que indican que la historia era anterior al menos a una parte del período de emigración. Estos indicadores sitúan el tema mucho antes del asentamiento griego eolio en la Tróade y de la refundación de la Ilion griega, cuya fecha más temprana posible es la de c. 750 a. C. Solamente la extraña historia de las doncellas locrias (véase p. 38) sugiere una relación de los griegos con (o un interés por) la Tróade en la Edad Oscura, y no parece haber ningún indicio histórico o arqueológico que explique la creación del relato de Troya entre el final de la Edad de Bronce y el siglo VIII a. C. En mi opinión, este es uno de los argumentos que desbarata los intentos de algunos estudiosos por negar cualquier vínculo entre la historia y el yacimiento de Hisarlik. Un emplazamiento abandonado, en ruinas y cubierto de vegetación en una zona escasamente poblada del noroeste de Anatolia, sin lazos visibles con Grecia, sin duda no pudo haber sido elegido como escenario de la épica nacional griega a menos que en algún momento del pasado hubiera sido el centro de memorables hazañas bélicas merecedoras de ser celebradas en poemas cantados. La explicación más simple es que el relato de Troya debía su lugar destacado en la tradición épica posterior al hecho de que era la última de aquellas grandes hazañas antes de la desintegración del mundo micénico: los bardos de todas las culturas han de tener en su repertorio las canciones más modernas junto con las más tradicionales, y Troya pertenecía a esta última categoría.