MÁS ALLÁ DE LA MODA
El mismo impulso que dio lugar a la creación y evolución del hombre a partir de una ameba es el que lo convierte en un ser sabio, sensible, inteligente y creador. Jamás podremos involucionar.
Tampoco es posible ignorar lo aprendido durante tanto tiempo. Un impulso inexplicable nos dice que no debemos cerrarnos a otras culturas y colectivos humanos por lejanos que nos parezcan. Actualmente ya no existen excusas para ignorarlos, ni para estancarnos en los mismos parámetros de siempre; irremediablemente nos unen los medios de comunicación, a pesar de las incongruencias que a veces conllevan.
Muchas veces sentimos, en lo más hondo de nuestro ser, que existe algo que hemos perdido. Hay algo más..., que antes teníamos. Algo importante. Un hilo conductor tal vez. Parece que la humanidad ha ido perdiendo algo esencial que daba sentido y coherencia a la vida. Se trata de algo..., sin nombre; algo que, cuando lo vislumbrábamos, en una pequeña ráfaga de lucidez tal vez intuitiva, nos llenaba. Era algo que nos hacía sentir partícipes de ese Todo, de esa naturaleza, de ese Amor envolvente al que hemos llamado Dios durante siglos; era un sentimiento sin nombre que nos hacía sentir que formábamos parte de la Única Presencia del Universo.
Despacio, muy despacio, pero constantemente, hemos ido olvidando lo que buscábamos, hasta el punto de no saber ni su nombre, y lo hemos sustituido por tecnología, comodidad, placer, estética, apariencia, orden, estabilidad, inmutabilidad ante lo vivo y racionalidad ante lo que es un milagro constante. Sin embargo, nada de eso sustituye lo perdido; seguimos sintiendo un impulso ancestral. Sabemos que hay algo más aparte de lo que nos rodea.
Cuando ese impulso se siente, muchas veces recurrimos a visiones y a conceptos transverbales de otras culturas sabias y profundas, a veces muy lejanas, como el arte del Feng Shui. Recuperamos lo viejo, como este método de armonizar nuestro entorno; rescatamos todo lo sabiamente experimentado para, en realidad, encontrar nuevos paradigmas que llenen ese vacío y satisfagan nuestra necesidad cósmica e inherente.
El Feng Shui nada tiene de superficialidad estética, ni de moda New Age, ni de manipulación comercial, ni de frivolidad. El pueblo chino es una sociedad extensa, que no ha cesado jamás de buscar y experimentar una
y mil maneras de apoyar al hombre en su evolución, bienestar y perfección.
Tal vez China haya vuelto su mirada irreversiblemente a la tecnología y a las comodidades norteamericanas y europeas; pero sus antepasados, aislados de Occidente, llegaron a unos niveles de investigación y de experimentación que nada tenían que ver con lo que existía por entonces en Occidente. Los habitantes de la inmensa China no sólo desarrollaron verdaderas teorías revolucionarias, sino que las pusieron en práctica, convirtiendo sus ideas en hechos empíricos y eficientes, de los que, desde luego, su pueblo se benefició durante siglos.
Entonces, cuando los siglos hubieron transcurrido, los europeos y los americanos, haciendo uso de sus medios de comunicación y transporte, descubrieron que todo hombre y mujer conocía perfectamente y aplicaba a su vida cotidiana los cuatro principios básicos de la acupuntura, de la medicina tradicional china y del Feng Shui.
Fue entonces cuando el hombre occidental empezó a importar aquel conocimiento ancestral, con lo que al cabo de muy pocos años de estos «descubrimientos», pudo ser entonces diagnosticado y tratado acupunturalmente en su propio país y pudo comprar libros sobre un extraño método de armonizar y curar también sus viviendas.
El Feng Shui se puso de moda. Pero..., ¿es la moda un capricho temporal, un dictado de intereses o un fenómeno superficial que nada tiene que ver con el espíritu profundo del hombre?
Comprender el fenómeno de las modas es algo que a cualquier antropólogo puede acarrearle años de estudio. La respuesta rápida es que la moda..., ¡naturalmente que responde a un montón de intereses! Pero esta respuesta es insuficiente. Las tendencias de cada moda poseen otro motor impulsor, tal vez más sutil e invisible, pero potente, dinámico, social y vital, aunque a veces lo desconozcamos.
Si el Feng Shui se ha puesto de moda en tan pocos años es porqué, en el fondo, existe una tremenda demanda de armonía, equilibrio, salud y felicidad que se intenta satisfacer con este nuevo método.
El vacío que el hombre actual siente en su interior, consciente o insconscientemente, le conduce a una desesperada búsqueda de valores.
Entonces aparece el «nuevo sistema», el Feng Shui, que al hombre occidental le resulta nuevo, aunque sea más viejo que la escritura; y el hombre de hoy se lanza de lleno a redecorar su casa, basándose en los preceptos del antiguo Feng Shui.
Aquel ser humano entra entonces en el egrégor (cúmulo de fuerza) de esta moda, y se deja arrastrar por la corriente, aunque, a menudo, se mantenga como un surfista en el borde de la ola, sin entrar jamás en la inmensidad del océano. No sabe muy bien por qué está dentro de aquella corriente, pero siente que el Feng Shui le proporciona algo; presiente que su incansable demanda de armonía y de perfección quedará satisfecha con la saludable armonía de su espacio vital.
¿Se engaña o está en lo cierto? Ninguna de las dos cosas. Como siempre, las dos son «verdades parciales»; no caigamos otra vez en la superficialidad. Se engaña sí piensa que el Feng Shui le va a solucionar todos sus problemas, y está en el camino certero si opta simplemente por «apoyar» su proceso de evolución, teniendo en cuenta y potenciando al máximo la armonía de su casa y de su entorno.
Es especialmente importante tener en cuenta que el Feng Shui no va a sustituir, ni a evitar, ningún proceso personal de evolución interior. Como tampoco va a sustituir ningún medicamento ni tratamiento específico. En este capítulo introductorio quiero hacer hincapié en ello.
Si una persona se siente mal por dentro, si algo no va bien en su alma, en su psicología o en su cuerpo, no puede pretender sanarse únicamente con la corrección de su hábitat. El Feng Shui es importante, pero no evita que la vida prosiga, ni que tengamos que aceptar nuestras limitaciones y enfrentarnos a nuestro proceso perfectivo.
Aunque los procesos internos sean inevitables, sí es cierto que un hábitat equilibrado, bello, vital, limpio, ordenado, coherente y, en definitiva, armónico, favorece y apoya cualquier tipo de trabajo interior que se encuentre aún por hacer. Es más, un entorno armónico hace de catalizador y nos impulsa para que estos procesos, que en definitiva son dictados por nuestra alma eterna, se realicen de la manera idónea y con la intensidad y la luminosidad que el propio universo desea para nosotros.
Una vivienda armónica va a facilitar, como no, el trabajo anímico de sus habitantes. Ésa es la razón por la que ahora ha aparecido esta tendencia masiva a observar los preceptos del Feng Shui, ya que es un arte y una práctica facilitadora del largo proceso de evolución y sublimación del hombre.
Por otro lado, nuestro sentido de coherencia nos dice que si algo debemos hacer ahora de forma prioritaria es eliminar al máximo todas las interferencias posibles que alteren nuestro camino.
Estamos en un momento delicado; un momento en que la humanidad pasa por profundos cambios internos e intensas transformaciones de paradigmas y filosofías de vida. Las interferencias actualmente son múltiples y variadas. Sin ir más lejos, recibimos influencias estresantes, de todos los campos electromagnéticos que emiten los aparatos eléctricos y electrónicos que nos rodean y que, por otro lado, son imprescindibles para nuestro progreso y para la evolución personal y profesional de cada uno.
Todo ese mar de ondas en el que nos vemos envueltos activa caóticamente nuestro propio campo de energía, produciendo un sinfín de anomalías y enfermedades que, medio en broma, medio en serio, hemos acabado llamando «tecnopatías». A la influencia del medio artificial, debemos añadir también todas las interferencias derivadas de nuestros procesos psicoemocionales, de las ondas de pensamiento de nuestros congéneres, de las masas, de los mensajes televisivos, de las ideas políticas, sociales y religiosas, del sufrimiento social, de los pensamientos de diferente índole, a menudo angustiosos y estresantes, y de las interferencias de nuestra propia tendencia individual a la «hiperreflexión» y a la obsesión, una autointoxicación psíquica irremediable, sobre todo, si tenemos en cuenta el bombardeo de las interferencias anteriores.
Hacer algo para contribuir coherentemente, al menos en lo que podamos, a prevenir ese inmenso océano de interferencias no sólo es necesario, sino lícito. Informarse sobre una posible forma de sublimar el ambiente de nuestra casa o despacho es algo que me parece tan legítimo, que no me ha quedado ninguna duda a la hora de contribuir en ello, aunque sólo sea un poco, y participar en ese período de información y de aplicación del concepto de armonía, para conseguir que nuestro hábitat sea un Locus Amoenus, es decir; un lugar agradable.