Estoy tumbado en la cama, pero me siento tan a gusto como en el dentista. El corazón me late por todas partes, en los pulmones la respiración es entrecortada.
Jack me toquetea en la espalda. Experimento la misma sensación de frío que en el aparcamiento del hospital, un año antes. Estoy tendido cerca de sus dedos, como si fueran agujas.
—Entonces, ¿has leído los libros que te di?
—Más bien los he hojeado. Una de las historias me ha parecido muy elocuente.
—¿Ah, sí?, ¿cuál?
Me doy perfecta cuenta de que intenta desviar mi atención. La última vez que me lo hicieron fue mientras me colocaban el material para hacer puenting. Su mano izquierda se contrae sobre mis omóplatos, y los cinco dedos, uno a uno, se enganchan como un clip a mis huesos.
—La de los enamorados que se besan de una manera tan tierna por la noche que sus sombras se intercambian.
—Ah, sí. El tipo se levanta al día siguiente y se percata de que su sombra tiene pechos… —responde Jack como si nada.
—Y como él se pasa todo el día mirando su sombra, se choca con todo, y por la noche, de camino a su cita, lo atropella un coche mientras admiraba su sombra en un retrovisor…
—Está tan abollado que la chica no lo reconoce, lo ve como un monstruo y huye corriendo. Él la persigue gritándole que quiere, al menos, devolverle su sombra (al chico ya le gustaría empezar de nuevo un poco más con las cosas de abrazos y besos), lo cual no soluciona nada, porque además de tomarlo por un monstruo, piensa que está loco…
—Él se ve con la cara del Hombre Elefante, pero conserva la sombra de la chica de sus sueños…
—Pues sí, más vale no envejecer, ¿eh?, ¡ja!, ¡ja!
Estallamos en una carcajada cómplice.
De pronto, siento una corriente de aire por toda mi piel e incluso por dentro. Mis huesos empiezan a crujir. Pareciera oírse al fantasma bailarín de Fred Astaire. Se me desboca el corazón y se me sale del pecho, como una vieja placenta.
El gigante se retira la linterna ojo de gato de la frente y mete los jirones de mi sombra en uno de los bolsillos interiores del redingote. Yo tirito mientras lo veo hacer. Me siento como un pájaro desplumado al que dijesen «ahora a volar», cuando ya solo respirar me parece complicado.
—It’s time to say good bye, little man —dice el gigante.
Me estrecha la mano; el pulgar me aprieta hasta el codo.
—¡De todos modos, tu sombra era demasiado grande para mí!
Jack abre la cicatriz que le sirve de sonrisa a guisa de respuesta.
Se levanta y permanece inclinado para no pegarse otra vez contra el techo. Pone la postura de árbol muerto. Ay, me gustaría tanto que se quedase, que continuara brotando el suelo de mi habitación, sus pies-raíces plantados en la tierra y sus dedos atrapados entre las estrellas. Quiero más. Su humor de terremoto y sus historias de sombras, quiero más. La distribución de escalofríos, la sensación de que todo es posible, volar de noche o esconderse en un árbol, ¡quiero más!
—Echaré de menos todo esto.
—¿Qué?
—A ti.
—Yo también, little man…, pero yo no soy sino un «barquero», llevo a la gente de un lugar a otro, ese es mi trabajo. —Marca una de esas pausas un poco larga de las que él tiene el secreto—. Soy una especie de cigüeña que acompaña a los recién nacidos de una punta a otra del cielo, durante el viaje los cuido como si fueran mis propios hijos, luego, una vez hemos llegado a nuestro destino, he de desaparecer. Nosotros hemos llegado a buen puerto; ahora tengo que marcharme… I’ve got to go, little man! —dice arrastrándose hacia las cortinas blancas.
Oigo el ruido de los postigos que golpean al viento cuando la ventana está cerrada. Es Jack que parpadea. Un largo crujido recorre las paredes, como si mi habitación fuera a abrirse. Los postigos siguen golpeando y el crujido se intensifica, un montoncito de copos se posa en la moqueta y en mi cama. Una fina capa de polvo cubre los pómulos de Jack…