Toda la familia está en casa, a la espera del entierro. Cada cual hace acopio de sus herramientas vitales para seguir adelante. Algunos leen, otros guardan silencio. Nos esforzamos para no irnos a pique, ponemos de nuestra parte en cada pequeño gesto.
¡Qué voluminosa es esta sombra! Tengo la impresión de que voy a tirar todo con ella. Toda la vida he conducido una bicicleta y ahora aquí estoy a los mandos de un viejo tren que no sé dónde aparcar. Estudio mi sombra y trato de darle la forma de un pájaro cool, un pájaro que vuele con clase. Uno que sea más ligero que el aire y se ponga al mundo por montera. El tipo de pájaro sin glándulas lacrimales que ni siquiera llora cuando le da el viento helado en plena cara. El tipo de pájaro del que tú te sentirías orgullosa de haber incubado. Un bicho tan fuerte que pudiera ir a secuestrarte al país de los muertos, atrapar las estaciones en la palma de la mano y dirigir la aguja del tiempo hacia la primavera. Todo es posible, es preciso que todo sea posible, de lo contrario no podríamos seguir adelante, ¡«todo es posible», qué menos! Algunas veces solo necesito esconderme, en otros momentos desaparecer, para que me dejen en paz, y no pensar en nada. Aunque lo mejor sería que me hiciera un traje de pájaro con mi sombra y volar, porque estoy harto de arrastrar la cara bajo tierra, de no ver ahí absolutamente nada y pienso que, quizá, en el cielo, o justo encima, te encontraré.
Entonces, me pongo manos a la obra para hacer algo con mi sombra. Intento darle forma con mis dedos y noto que está fría. Tiro de arriba, me da la impresión de tensar una vela. Me hace daño, como si me estirase del pelo. La masajeo a lo largo y descubro que el dolor se atenúa; no cabe duda, la sombra funciona del mismo modo que un músculo, hay que calentarla. Me acurruco con la espalda apoyada en el radiador eléctrico. Me veo en el reflejo de la ventana. Parezco un murciélago viejo y cansado. Con estos brazos delgados a modo de varillas, casi se me confundiría con un gran paraguas negro. Pues este es el resultado de los primeros manejos, ¡parezco un paraguas viejo! Una especie de loco volador de principios de siglo en versión gótica. Vampiro alado revisionado, a base de paraguas roto. Lo acepto. Con este chisme colgando detrás de mí se pitorrearán en mi cara por la calle, pero si funciona, y si vuelo, los mismos que se burlan vendrán muy amigablemente a hacerme preguntas del estilo: «¿Cómo lo has conseguido? ¿Dónde se compra esa cosa? Eh, puedes firmarme un autógrafo…, es para mi hermano pequeño…».
Cojo impulso en el pasillo… Empujo con las piernas y…, pues bien, de momento esto no vuela. Hace el ruido de diez mil mariposas clavadas en el tímpano, pero de volar nada.
Me quedo completamente clavado en el suelo.
Por suerte, lo hago de noche, porque creo que eso de verme apelotonado contra el radiador medio desnudo, confundiendo el pasillo con una pista de despegue alarmaría a toda la familia. En otra época, me habría ganado un buen sermón del tipo: «Vamos, Birdy, ya está bien de tanta tontería, ve a poner la mesa», pero ahora, no. Son otros tiempos.
No tengo el manual de instrucciones de las sombras, así que me temo que tendré que inventarlo, y de momento no me sale muy bien. El gigante me advirtió que debería apañármelas solo. A partir de mañana por la noche, probaré cosas nuevas.
Pienso, por ejemplo, que si enciendo un mechero durante mucho rato, el aire caliente inflará mi sombra y volaré sin rumbo fijo, igual que un auténtico globo aerostático humano. Me sentará muy bien sentir cómo los tobillos ceden al dejar el suelo, ¡despegar! Con delicadeza, como si el viento en persona fuera a recogerme con sus dedos. Ahí estaría yo, muy concentrado, con el pulgar sobre lo blando del mechero para conservar el aire caliente, ¡y doblaré las rodillas como para meter el tren de aterrizaje!
Siempre me ha gustado volar, incluso en un tremendo avión supersónico tan sexy como un autobús climatizado celestial. No sé por qué pero me levanta el ánimo automáticamente; debe de ser algo físico. Por lo tanto, imagino que volar con mis propias alas, solo con un poco de fuego y sombras, me produciría el mayor de los placeres.