El ruido se intensifica y, definitivamente, no se asemeja al de un coche. Parece una tormenta. Los árboles tiemblan. La luna, cuya presencia había olvidado, ahora recorta el cielo. El pájaro que come gravilla ha desaparecido, las sombras de los árboles arañan las farolas que se inclinan aterrorizadas, el paisaje se hunde en el río y sus brumas. Reina el silencio. Y ese ruido de viento que empieza de nuevo a dar vueltas. Enorme. Todas las fuentes luminosas parecen debilitarse. Unas sombras avanzan desde el edificio del hospital, como ramas de árboles muertos hambrientos de luz. A lo lejos, en la carretera nacional, los faros de los coches han desaparecido. El ruido se intensifica como si abrieras las puertas de un tren que avanza a toda velocidad. Es la noche total. Incluso con ojos como platos, resulta imposible ver el menor residuo luminoso. Oigo crujidos a mi espalda.
Y de pronto, ni un ruido. Nunca me he sentido tan solo en mi vida. Silencio integral y oscuridad integral. Nada.
Me vuelvo.
El gigante debe de medir unos cuatro o cuatro metros y medio. El busto y la cabeza tienen proporciones humanas; sin embargo, las piernas, en forma de acordeón, son increíblemente largas y sus brazos, muy delgados, arrastran por el suelo. Lleva puesto un redingote entallado que le hace parecerse a la sombra de una interminable sierra. Da la impresión de que con su tamaño tapa la luz de toda la ciudad. Su rostro recuerda un poco al de un Robert Mitchum al que acabaran de despertar después de la muerte. Me pregunto si está vivo o no; en cualquier caso, me cuido mucho de plantearle la cuestión.
Se acerca hacia mí despacio. El sonido del viento se reanuda cuando acciona el gran fuelle de sus piernas para avanzar. No sé si me mira. Tiemblo igual que un pájaro helado y embadurnado de petróleo. También se ha reanudado el ruido de huevo cascado; creo que lo hace al parpadear.
Sigo sin ver nada salvo su figura, que destaca claramente, un poco más oscura que el resto de la noche, con el rostro y las manos brillando como un singular halógeno desgarbado. Su sombra es enorme, se desparrama, trepa por mi nuca. Siento su aliento helado que me produce un escalofrío en la espalda, está justo detrás de mí. Hace un gesto amplio con la mano. Cuando llega a mi altura, me mira y se sienta a mi lado. La operación dura unos treinta segundos. Eso de pasar de la posición de pie a la posición sentada debe de exigirle un terrible esfuerzo. Cuando se sienta se producen todo un sinfín de chirridos y crujidos, como si alguien diera cuerda a unas cajas de música.
No dice nada. Quizá porque en estos momentos no haya nada que decir, solo esperar.
Y curiosamente, su presencia, aunque aterradora, me consuela un poco. En cualquier otro momento de mi vida, ese gigante me habría aterrorizado, pero ahora, tal vez debido al estado de aturdimiento en el que me encuentro, su presencia me produce un efecto calmante.
El gigante hace lo mismo que yo: juguetea con las piedras mirándose los pies, aunque él tarda mucho más que yo en atraparlas debido a que sus pies están mucho más lejos que los míos. Le miro fijamente a los pies porque estoy muy impresionado. El gigante impone con sus cuatro metros de altura. Sigo oyendo cómo parpadea. Ahora parpadea mirándome. Tiene los ojos tan grandes como los faros de un coche. Un coche perdido en la niebla.
Este chisme enorme me matará, no cabe la menor duda. No obstante, estoy ya tan profundamente hundido en el vacío y en la muerte que este larguirucho sentado junto a mí lo único que hace es animarme un poco.
Ha transcurrido un rato y un coche entra en el aparcamiento. Los faros descubren el trazado blanco de las plazas sobre el asfalto. No oigo nada, da la impresión de que el coche va flotando a estacionarse. Lisa y Papá se dirigen hacia el hospital, no me han visto. Estoy paralizado, los miro pasar con la bolsa que contiene el que será tu último vestido. Me alivia verlos al fin. Es preciso que me levante, que vaya a reunirme con ellos.
De pronto, el gigante se inclina hacia mí, se bambolea un poco y me apunta con el dedo:
—Soy Jack el Gigante, doctor en sombrología, médico de las sombrrrlllas. Trato a las personas aquejadas de duelo administrándoles escayolas y cataplasmas para el corazón, que fabrico a partir de mi sombra. Como habrás podido adivinar, soy más bien un modelo grande y en cuanto a mi sombra, es ENOOOORME… Conozco muy bien lo que es la vida pese a la muerte, la conozco, soy un especialista, y he venido hasta aquí para darte un trozo de mi sombra —dice con un tono de voz tan grave como el del cantante de los Platters.
—¡…!
—Te protegerá, es una muy buena sombra. Es un poco voluminosa y fría, pero cuidará muy bien de ti.
Arranca un pedazo de su sombra alargando mucho su inmenso brazo izquierdo por detrás de la espalda. Produce un ruido de sábana desgarrada. Permanece arqueado sobre sí mismo soltando gruñidos. Creo que se está quejando, no me atrevo a interrumpirlo.
—¡Maldita escoliosis! ¡Hace ciento veinticinco años que me duele cada vez que me agacho! —reniega con esa voz de contrabajo despanzurrado.
—¿Tiene escoliosis? —le pregunto entre dientes.
—¿Cómo? ¡Todos los gigantes tienen escoliosis! ¡Creces, creces y se te tuerce el cuerpo, amigo! ¡Y al envejecer, tienes escoliosis hasta en la punta de los dedos, amigo! ¡Y el corazón! ¡Ay, el corazón, cuando eres un gigante de ciento treinta años, lo tienes roto en mil pedazos! ¡Has conocido el amor y la muerte, y te han arrancado el corazón en más de una ocasión! Entonces es cuando compensas el dolor con las sombras. Son como el cemento. Tú acabas de sufrir un grave accidente de corazón. Tenderás a encogerte bajo el peso de las cosas; sin embargo, tendrás que crecer de golpe, ¡te amedrentarás por culpa de una escoliosis por todas las partes del cuerpo y del corazón si no te reeducas como es debido, sí, sí! ¡Toma tu sombra, chico! —dice, al tiempo que manosea algo en mis hombros—. No es fácil ir tirando de ella todo el día, pero hay que esforzarse, tenemos algo que reparar en tu interior.
Es como si me embadurnara todo el cuerpo con un bálsamo calmante, resulta un poco frío, pero hace que te sientas mejor.
—¿Está bien así?
—Es demasiado grande para alguien tan pequeño como yo, ¿no?
—¡Bah! ¡Trrrust the Old Giant-Jack, little man, it’s a good shadow, cold like ice but it will protect you well, well, well, o wow ow! —dice, canturreando.
Después adquiere un tono más serio:
—¿Sabes?, no siempre funciona, es un tratamiento muy peligroso. Porque las sombras, amigo, son puertas abiertas al país de los muertos.
—¿El país de los muertos? ¿Estará ella ahí? ¿Se la podrá ver en ese lugar?
—Mientras estés vivo tú no tienes nada que hacer allí. Lo que encontrarías en ese lugar sería tu propia muerte, nada más.
Un largo silencio hiela sus últimas palabras. Luego el gigante carraspea y continúa hablando:
—Al igual que cualquier capullo, las sombras pueden generar metamorfosis. Todos mis pacientes son distintos. Algunos salen de ellas consolidados, incluso salvados; otros mueren, se asfixian ahí metidos, como polluelos dentro del cascarón. Las sombras que yo dispenso están fabricadas a base de líquido amniótico; los hay que se ahogan dentro en pleno sueño.
Un caracol enorme cuelga ridículamente del extremo de su oreja izquierda, me entran muchas ganas de señalárselo, pero no digo nada. Este tipo posee un don de la comicidad, da la sensación de que podría pasar horas y horas contando historias divertidas sin hacer un gran esfuerzo, tan solo gesticulando un poco. No obstante, al igual que los mejores profesores, sabe adoptar una actitud seria de repente.
—Tengo algunas recomendaciones que hacerte para tratar de salir indemne de todo esto: para empezar, debes luchar solo. No mezcles a nadie en esto, ni siquiera a las personas que quieres, principalmente a los que quieres. No te digo que vivas recluido, al contrario, pero el combate interior debes llevarlo a cabo solo. Tu sombra es un arma que puede volverse temible para desbaratar a la muerte. Aprenderás a utilizarla. Solo hace falta un poco de práctica.
»En segundo lugar, no debes utilizar las puertas que conducen al país de la muerte. Luchar contra la muerte no significa ir a verla de cerca. El único modo de matar a la muerte es seguir vivo. Mantente orientado hacia la vida. La sombra funciona como una especie de vacuna, contiene la muerte, pero tú no debes tocarla. No bromees con eso, es lo que hace que con mayor frecuencia fracase el tratamiento. Eso y las personas que no aceptan la vida. Pero estos morirían de todas maneras.
Se concede una pequeña pausa, respira una gran bocanada de aire y rebusca en sus incontables bolsillos de libros. Saca tres obras para dármelas, ¡«prrrllessscrlllibir», como él dice!
—Me gustan los libros que caben en los bolsillos, que se pueden acarrear, amar, prestar, doblar una esquina, dar, volver a comprar para leer los fragmentos preferidos. Para mí es un acto importante intercambiar un libro que quieres, como prestar tus zapatos. Aunque… yo no te presto mis zapatos porque me resulta dificilísimo encontrar de mi número. Además, al margen de dormir dentro, no sé qué ibas a hacer con mi calzado; sin embargo, puedes coger estos libros. En ellos encontrarás historias de sombras, y harán que pienses en otras cosas, ¡ja, ja!
Creo que trata de hacerme reír, aunque realmente tiene un humor de fantasma.
—Esto forma parte de tu tratamiento, amigo: los libros son accesorios no accesorios para luchar contra la noche eterna. Duermen en mis bolsillos, solo los despierto para prestarlos cuando parece que alguien los necesita.
En ese instante, me muestra una enorme sonrisa que, de verdad, va de oreja a oreja. Entonces desaparece tal y como ha aparecido, como el sonido del viento.
Los tres libros apoyados en la palma de su mano parecían una nidada de pajarillos de papel. En mis propios brazos, se convierten en simples libros. Me los meto en los bolsillos mientras me dirijo a la entrada del hospital. Estoy totalmente ido, mi cuerpo funciona con el piloto automático. Resulta difícil separar el corazón y el cerebro y, por tanto, solo confío en mis piernas para avanzar.
Mi nueva sombra, enorme, arrastra un poco por el suelo; me enredo los pies con ella. Voy en busca de Lisa y papá; a partir de ahora deberemos apoyarnos los unos en los otros. Cuando uno de los tres se derrumbe, los otros dos deberán acudir en su auxilio. Los papeles se intercambiarán por minutos.
El personal del hospital se ha marchado a otro lado. Ha llegado el momento en que debemos irnos, ya no tenemos nada que hacer allí. Hay que regresar a casa.