Nos hemos despeñado. Igual que unos alpinistas a los que acabaran de quitar la pared montañosa, el punto de apoyo al que se aferraban para no perder pie. Aunque te hayas hecho a la idea de que va a suceder lo peor, la caída siempre es un brutal golpetazo.

«Se acabó».

Con las uñas clavadas en el hielo, puedes sufrir y pensar, incluso desear morir de frío. Pero sigues vivo, pues la esperanza aún se subleva. Cuando la montaña se esfuma y se acabó, te caes de espaldas sin poder agarrarte a nada, es el momento de las cosas que se apagan. Inmediatamente te pierdes. Surge la noche en pleno día, en plena cara, y ya nunca nada será como antes.

El vacío es una gran cosa. Nos espera a la salida del hospital. Y me asusta indefinidamente. Papá y Lisa se marchan en el coche, tienen que ir a buscar ropa para ti. Vagan como dos sombras mientras yo espero en el aparcamiento. Tu hermano está de camino. Viene a ver a su hermana muerta. Él también se marchará con su saco de vacío para el resto de su vida.

Estoy en el aparcamiento y veo que cae la noche hasta donde me alcanza la vista. Únicamente la sombra del hospital y los faros de los coches pellizcan el horizonte en silencio.

Estoy mecánicamente vivo, ya que mis dedos se mueven y mis ojos parpadean. Sin embargo, siento un profundo vacío. Como si me hubiera bebido una taza de té, se me hubiera hecho añicos en la garganta y me retorciera todos los puntos sensibles del cuerpo, sin tocar los órganos vitales, para que me quede aquí. Veo con claridad la hilera de árboles a la entrada del aparcamiento sacudidos por el viento, con sus sombras retorcidas, pero no oigo nada. Tengo la sensación de que me encojo y crezco al mismo tiempo. De no caber en mi propio cuerpo. Me siento como si yo mismo fuera demasiado grande para mi cuerpo. Es el vacío que se hincha y me hincha. Mis manos tiemblan como una garganta estrangulada. Las obligo a agarrarme los hombros, pero siguen temblando. Me miro las rodillas: parecen dos piedras grandes, y los tobillos dos piedras medianas. Lo demás tiembla. No es frío de verdad, es esa cosa nueva: el vacío.

¡Y Lisa y papá tienen que ir a abrir el armario de tu habitación para elegir tu último vestido! Al mover la tela, el perfume de suavizante para ropa les acariciará la nariz. Ahí empiezan las caricias cortantes, las que se clavan en los antiguos recuerdos.