Jack está en el jardín, junto al columpio. Come piñas de pino.

—¿No quieres un sándwich de jamón? —le pregunto.

—¡Baaaah! ¡Eso es comida de enanos! ¡No sabe a nada! Prefiero los árboles… Yo, amigo, de los troncos me como hasta las ardillas, y te diré que una ardilla tierna con un poco de sabia y el crujiente de la corteza es lo más delicioso, ¡no hay nada igual!

—¿Y la piñas te parecen buenas?

—¡Demasiado! ¡Son como pistachos a los que ni siquiera hay que quitar la cáscara! Los pinares son una fiesta para mí. ¡Y cuando esos frutos del bosque están rellenos de babosas, entonces, amiguito, eso es mejor que un After-eight!

—Me da miedo que la gente te vea, y que también vean mi sombra. No me apetece dar explicaciones ahora que eres un gigante que me ha prestado un pedazo de su sombra para ayudarme a combatir la muerte y todo eso. Más adelante quizá, en una canción…, pero ahora, me gustaría guardármelo para mí.

—¡Nooo te preocupes! Soy un gigante discreto, no acostumbro a llamar la atención, ¡ja, ja! Look look ya! cómo me mezclo entre el gentío —dice, susurrando con esa voz de trueno ahogada—. ¡Mirrrra!

Imita a un árbol separando los brazos y los dedos. El parecido con un roble quemado del desierto de los Agriates está bastante logrado.

—Vivo en tu sueño, nadie puede ver tus sueños. Y, aclarado esto —dice con su curiosa postura espalda encorvada y el índice apuntando al cielo—, debes seguir soñando con todas tus fuerzas…

—¿Soñar ahora?

—¡Ahora! Esa es tu magnífica arma para permanecer realmente vivo. Así es para todo el mundo, por otra parte. Sin embargo, teniendo en cuenta tu situación, ¡es una prioridad! ¡Sí, señor!

—¿Sí? No estoy seguro de saber aún cómo va eso de los sueños.

—Lee los tres libros que te he prrrlescrrrlito, te ayudarán a reactivar tu potencial onirrrllllico…

—Mi potencial onirrrllllico…

Me pongo en la misma postura de árbol muerto que él y trato de imitar su extraño acento escocés… Jack frunce el ceño y produce el mismo ruido que cuando vacías un vaso de agua en la hierba.

—¡Pues claro! Estás vivo, por tanto eres una máquina de sueños en funcionamiento. ¡Lo único que tienes que hacer es seguir accionando el mecanismo! La prueba de que tu máquina de sueños no está estropeada es que tienes a un gran gigante bobo que ha venido a darte un pedazo de sombra y a comer piñas a tu jardín, ¡eh!

—Es por el relojito, no dejo de leer la inscripción del relojito…

—Ese reloj funciona con sueños, con el hecho de creer, y únicamente con eso.

—¿Sí?

—¡Pues sí! No obstante tienes que volver a aprender a reír, a comer con gusto, ¡debes reeducar tu gusto! Utiliza la sombra, lee, sueña, descansa, diviértete, aunque eso te parezca tan imposible como el día en que trataste de hacer el primer acorde de guitarra. Todo te parecerá ridículo, pero no abandones nada. ¡No cedas nada a la desesperación! Usa tus sueños. ¡Y si están rotos, pégalos! ¡Frótalos con tu sombra mágica, ya verás, amigo! Un sueño roto bien pegado puede volverse aún más bello y sólido. Hasta el punto de hacer añicos los límites de lo real. —Lo dice con una sonrisa acuchillada en su rostro tan viejo, tan viejo, que uno pensaría que es más viejo que los muertos—. ¡Ama las cosas! ¡Estás vivo! Y si te sientes muerto de tristeza, es normal, asúmelo. Sin embargo, no te dejes llevar, vamos… ¡Reivindícame un poco ese corazón!

Tengo ganas de soltarle que es fácil decirlo, y que tiene un aspecto ridículo con la cara llena de piñas y los dedos todos pegajosos de resina, pero siempre me da un poco de miedo, al mismo tiempo que me hace sonreír. Y por otro lado, me doy cuenta de que pone todo de su parte para levantarme el ánimo. Sigo escuchándolo sin decir nada.

—Necesitarás algo de tiempo. Los cataclismos son pesados de digerir. Pero métete bien la idea de vida en la cabeza. Aunque te parezca algo lejano, inaccesible, esfuérzate y ve a tu ritmo. Además yo estoy aquí para engrasar los mecanismos. Puedo tratar de aterrorizarte, jovencito; y también de hacerte reír. Necesitas historias, no solo para divertirte. Has de reaprender tus recuerdos sin permitir que el miedo te bloquee. Ahora esto es lo más importante.

—Pero no entiendo nada de la sombra que me has dado.

—Todo llegará.

Los niños, más o menos afectados por la tristeza, según la edad, juegan en el columpio. El vaivén me reconforta. Jack desentona en este pinar con fragancias de verano. Parece un trozo de noche perdido en pleno día. Huele a invierno. No obstante, su presencia caldea mi corazón. Da la sensación de poder sentirse aun más triste que yo. Más solo también, más todo. Me muerdo los labios porque no quiero llorar delante de él. Ya basta de llorar delante de la gente, eso los contamina y en dos segundos todo el mundo lloriquea.

Jack se levanta y se pone de nuevo en esa extraña postura arqueada, con los dos ojos y el índice apuntando hacia mí. Adquiere su aspecto serio, casi amenazante; resulta muy convincente. Claro que eso de medir cuatro metros y medio ayuda a tener aspecto serio y amenazante. Se pega con el travesaño del portalón y lo hace sonar como la campana de una iglesia, pero de una iglesia con campanas un poco podridas. Las nacelas vacías se balancean y un terrible ruido de viento acompaña, a partir de ese momento, el raudal de sus palabras.

—¡Aprenderás a masticar los cataclismos, pequeño, y te los tragarás!

—Conque consiga acabar las carnes poco hechas…

—¡Pues bien, harás un esfuerzo! Además, ¡los cataclismos son difíciles de tragar, pero resultan muy buenos para la salud y hacen crecer! Look at your big uncle Giant Jack uh uh! Yo me he comido cataclismos y, sin embargo, con ciento treinta años estoy en plena forma, sigo corriendo los cien metros en menos de diez segundos ¡y además andando! Como los mejores frutos, cogidos de las ramas más altas. Puedo fabricar viento agitando los brazos como un molino. Ralentizo a los pájaros en pleno cielo para mirarlos mejor. De vez en cuando, me como uno, y si es una hembra, lo aspiro entero, solo se ven los pies sobresaliendo de mi boca, como cuando te acabas los espaguetis. —Se detiene y se vuelve, parece que ha descubierto a alguien escuchándonos—. Y después, cuando ya los he mirado bien, a modo de agradecimiento agito los brazos en sentido contrario para acelerarlos y devolverles el tiempo que les he quitado. Cuando hace frío, añado truenos a la voz para alentarlos, y los pájaros aceleran como cohetes con plumas y luego desaparecen en el horizonte.

Lo miro, empiezo a tener tortícolis. Pienso que debe de estar muy solo para tener la necesidad de interesarse por los pájaros y la gente medio muerta; o que es realmente generoso, como la ancianita de la iglesia. Al mismo tiempo, no he entendido muy bien la broma de los pájaros que besa comiéndoselos.

—Pero ¿tú no te sientes un poco solo?

—¿Y qué? Tal vez sea un viejo gigante bobo y esté solo, pero mi sombra me permite viajar de incógnito y mis largas piernas marcharme lejos. También me ayudan mis recuerdos y mis sueños. Guardo el recuerdo de una chica que dormía en mi corazón, se despertaba a cada minuto para accionar los latidos y se dormía de nuevo. Un día, no se despertó y mi corazón se secó… Me golpeé el pecho, grité, me lancé contra los árboles, y nada.

—¿No tuviste miedo?

—¿Cómo? ¡Te olvidas de que estás hablando con un especialista en miedo! Las sombras, los escalofríos, son mi especialidad.

—¡Bueno, los payasos no se pasan todo el día riendo! Podrías tener miedo de vez en cuando, ¿no?

—Bufff, ¡nada que ver, nada que ver!

—¿Y qué le ocurrió a la chica que se escondía en tu corazón?

—Nunca regresó, entonces la reconstituí con los maravillosos recuerdos que me dejó y con granos de sueños que ella sembró un poco por todas partes en mí antes de marcharse. Modelé una esquina de la sombra a su imagen, igual que Gepetto con Pinocho, pero en versión enamorada, salvo que yo nunca conseguí darle vida realmente. Sin embargo, ella aún me ilumina, y en ocasiones me quema porque no la olvido.

—¡La mía también hace esa clase de cosas!

—¿Una llama-mujer?

—¡Aún mejor! Un destello vivo, amigo.

—¡Ah! ¿Y te la has comido?

—¿Los gigantes tienen esa desagradable manía o qué?

—¡NOOO, besado, quiero decir, absolutamente, con pasión!

—Pues sí… Pero, fuera bromas, ¿no te habrás comido a la tuya?

—Enseguida las palabras altisonantes…

—¿Y cómo acabó dentro de ti?

—Nos besamos, y puesto que ella era muy pequeña, cayó enamorada dentro de mí.

—¿Te crees que voy a tragarme eso?

—Qué ocurrencias tienes, little man… ¡Pero las cosas que me como van a mi estómago, no a mi corazón! Me siento más solo que los muertos, amigo. Nunca más volveré a verla.

Rompe las piñas que hace rodar entre los dedos, hacen un ruido como de cráneo partido.

I’m my own fuuuckin’ Doctor, man! JAMÁS tengo miedo, y ya casi nunca me duele el estómago. Mi corazón late solo, va por libre desde hace cien años. De momento, aguanta. Lloro en contadas ocasiones.

—¡De todos modos, los grandes como tú no lloran!

—Sí, mira… ¡Aguarda!

Se concentra, frunce de nuevo las cejas hirsutas. De pronto, los rasgos de su rostro se tensan, y parpadea haciendo el mismo ruido que el de un postigo golpeando. Ahora me fastidia un poco haberlo incitado a llorar. Brotan dos gruesas lágrimas, como propulsadas por la tubería de un riego. Yo no había visto nada tan impresionante desde que vi los geiseres islandeses.

—¿En qué piensas para soltar esas lágrimas?

—En la época en que mis lágrimas estaban calientes porque mi corazón estaba habitado por algo distinto a un fantasma de bricolaje. En la época en que lloraba por amor, ese gran lujo melancólico.

—¿Por qué? ¿Ahora las tienes heladas?

—¡Hay veces que hasta brotan en copos!

—¡Es demasiado! ¡Enséñamelo!

—Bueno, tampoco esto es un juego… ¡Vale, solo para que veas!

Noto que está orgulloso por hacerse rogar un poco, le gusta mucho que le miren cómo hace trucos de gigante. Casi me provoca una sonrisa con su meteorología sentimental. Que un tipo esté tan triste y solo hasta el extremo de tener un corazón congelador capaz de hacerle llorar frío… Durante un rato me ha arrancado de este horrible aperitivo de la muerte. Me doy perfecta cuenta de que se exhibe para mantenerme más tiempo distraído con sus historias de pájaros y de chicas, y eso me conviene…

Aunque no me encuentro muy a gusto en el pinar. La recepción toca a su fin, y yo estoy sentado en la hierba esperando a que el gigante llore nieve con unos buenos veinticinco grados a la sombra, cuando sé que para conseguirlo pensará en esa chica. ¡Cómo se me ha ocurrido la idea de provocarlo con eso! ¡Todo el mundo sabe llorar! ¡Qué idiota!

Ha cerrado los párpados y tosiquea a su manera, como un avión que traspasa la barrera del sonido. Charlotte y Mathilde están sentadas junto a mí. Me pregunto si verán al gigante con sus ojillos chispeantes. Las niñas me oyen hablar solo con el cuello estirado hacia el cielo igual que si llevara un collarín.

Tengo que regresar con el resto de mi familia. Trato de decir una frase adecuada para darle a entender que no puedo quedarme mucho tiempo.

—Perdona, pero he de…

—¡Chsss…!

Ese «¡Chsss…!» me ha producido un escalofrío en la nuca. Este tipo dice unos «¡Chsss…!» del todo impresionantes, con su largo índice como una regla de doble decímetro puesta delante de su enorme cara. Además, trata de llorar, resulta muy embarazoso. No faltaba más que eso, que me las apañe para humillar a un chico de cuatro metros y medio que pasea por mi jardín.

De pronto, le rechinan las pestañas. Tres copos de nieve se escapan y revolotean hasta arriba del portalón. Charlotte señala los copos con el dedo y dice «Nieva» con su voz de ratón dulce. Jack abre mucho los ojos, y en las comisuras se le forman unas enormes tartas de crema de nieve. Los copos más grandes que he visto en mi vida se depositan en las ramas de los pinos. Empieza a caer nieve sobre las flores de verano, se funde en sus pétalos y desaparece lentamente, tan incongruente como un monstruo en camisón cepillándose los dientes en mi cuarto de baño.

—Pero ¿estás bien? —Me asoma un poco de risa nerviosa en la voz.

Jack parpadea al tiempo que desvía su inmensa mirada.

—¡Pues claro que sí! —dice con un tono irritado—. Además, tengo que irme.

Lo miro cómo se aleja atravesando la verja a zancadas. En su carrera, tiembla la ropa tendida y choca los interminables pies contra los árboles. Al cabo de un segundo, ya no lo veo, pero lo localizo gracias al movimiento de dominó que provoca en la cúspide de los árboles. Me pregunto si no habrá aplastado algún animal con sus prisas de gigante torpe.