Me sujeto con firmeza a las costillas descarnadas de Jack. Visto de cerca, se parece a un órgano de iglesia. El corazón le late lentamente. Escucho su respiración, larga, como una ráfaga de tramontana, y eso me tranquiliza.
—¿No irás a vomitar, eh?
—No, no…
No estoy tan seguro, pero bueno, de momento aguanto. Esto de que un gigante te lleve sobre su estómago es tan movido como ir en un inmenso camello. Miro el cielo blanco y las estrellas negras desfilar a cámara rápida. Tengo la impresión de estar en La guerra de las galaxias cuando las naves pasan al hiperespacio.
Pienso en ti. La esperanza de verte creció de golpe cuando el minúsculo fantasma contó la historia de la cocinera de las nubes. Por más que me preparase con mi sombra para resistir sin volver a verte, mantenía a escondidas la idea de que tal vez, al bajar al país de los muertos, te vería.
No pedía demasiado, solo saber cómo te iba, abrazarte un poco, o al menos imitar la manera de abrazarte si te has convertido en un fantasma de pájaro o así. Y al regresar, habría podido contar todo a Lisa y a papá.
Ellos habrían aprendido a usar una sombra con la ayuda del gigante y, de vez en cuando, bajaríamos todos juntos para llevarte pasteles auténticos, fotos e iríamos a cambiarte las flores.
—¡Ya estamos! —me advierte el gigante.
—¡He vomitado! —advierto al gigante.
La frontera de las sombras aparece netamente en el horizonte. Estoy como un loco de tamaño minúsculo en una tabla de ajedrez gigante, blanco y negro hasta donde alcanza la vista. En la abertura que separa los dos mundos, hay una cantidad incalculable de gente que está en equilibrio; son medio humanos, medio fantasmas y gritan con los párpados cerrados.
—Están muriendo, tenemos que dejarles llegar tranquilos —dice el gigante.
Se me cierra la garganta a medida que nos acercamos. Hemos de pasar justo al lado de esos moribundos para regresar a casa.
El sonido de sus gemidos se acentúa. Jack pone sus manos en mis orejas para atenuar el volumen sonoro, y luego las pone en mis ojos. También yo empiezo a gritar tan fuerte como los muertos; Jack me coge con fuerza. Yo trato de escapar, no sé de qué. Jack me estrecha con más violencia cada vez. Si nos viesen desde lejos, podría parecer que me está matando. Sus dedos me ciegan, ahogan mis ojos. De nuevo veo tus últimos momentos, 19.25, 19.26, 19.27, 19.28, 19.29. Podría derrumbar el hospital de una sola patada. Tengo más fuerza que un gigante y menos fuerza que un pajarillo. 19.30. Papá me tiene cogido. ¿Y él a qué se coge? Lisa, ¿a qué te coges tú?
—Se acabó —dicen las enfermeras con los párpados bajados como estores.
—Se acabó —me dice el gigante dejándome sobre mi cama.
Cuando era aún más pequeño que hoy, papá era el gigante que me llevaba a mi cama. Yo me dormía delante de la tele. Pero ahora que soy un gran pequeño grande, necesito un gigante para que me transporte a mi habitación.