2

Durante años, Joe había imaginado no pocas veces cómo saludaría a su exmarido si se encontraran. Decidió que sería de un modo frío, aunque el deseo de volver a ver a Jack nunca había desaparecido. Pero tenía su orgullo. Jack no había hecho ni el menor intento por ponerse en contacto con ella. «Vaya, hola, Jack», le diría con una sonrisa protocolaria y distante.

Nunca hubiera pensado que iba a estallar en lágrimas, correr escaleras abajo, arrojarse a sus brazos y besarlo con ansia, como si se hubiera marchado el día anterior.

—Jack, Jack, Jack. —Repetía su nombre sin cesar una y otra vez entre besos—. Acabo de soñar contigo. ¡Oh! —sollozó—, me sentí tan triste... Yo me marchaba volando y tú querías que me quedara.

En realidad, parecía que fue ayer cuando él le tomó la cara con las dos manos, le besó primero las lágrimas y luego los labios temblorosos. Le acarició el pelo, apretó la mejilla contra su frente ardiente. Joe sintió que su cuerpo se estremecía.

—Lo siento —dijo, mientras se apartaba avergonzada—. Me siento un poco... ¡rara! Debes de pensar que estoy loca, arrojándome así a tus brazos. Han pasado veinte años...

—Oye, me gustas rara. —Volvió a atraerla a sus brazos—. Esperaba que me señalaras la puerta... Esto es una sorpresa muy bienvenida.

Esther abrió la puerta de la recepción, parpadeó y la volvió a cerrar a toda prisa. Fuera se oían las voces de Richard y Bobby que volvían de la comida.

—Vayamos arriba. —Dios sabía qué iban a pensar todos si encontraban a su jefa en albornoz y en brazos de un extraño. Tiró de Jack hacia las escaleras.

Si hubiera llegado otro día, si no acabara de tener aquel sueño espantoso, sin duda lo habría acogido con su sonrisa protocolaria y distante. En lugar de ello, cuando llegaron al descansillo, a salvo de las miradas de los de abajo, se volvieron a besar.

—Deja que te vea —musitó Jack con voz ronca, mientras le desabrochaba la bata. Esta cayó formando pliegues alrededor de sus pies. Los ojos de él recorrieron lentamente su cuerpo y ella sintió cómo se estremecía cada uno de sus nervios, cómo se volvían líquidos, y se sintió desbordante de deseo—. Estás tan adorable como siempre. Te he echado mucho de menos, corazón. Nunca sabrás cuánto.

—Lo sé, Jack. También yo te he echado mucho de menos.

Lo miró de verdad por primera vez. Pensó que parecía cansado. Tenía el rostro delgado y hundido, y arruguitas bajo los cálidos ojos castaños, quizá ligeramente más oscuros que antes. Unas arrugas duras y profundas surcaban su rostro, desde la nariz a la mandíbula. Pero el pelo era negro y espeso como siempre y la misma onda despreocupada le caía sobre la frente. Estaba moreno, del sol de California, supuso. Llevaba un traje de lino de color crudo arrugado sobre una camiseta blanca con tal desparpajo que parecía elegante. Algunos hombres tienen suerte, pensó con envidia. La edad les sentaba bien. Jack tenía cincuenta y un años, pero resultaba tan carismático y atractivo como siempre, quizá más aún.

Él alargó la mano y empezó a acariciarle los pechos, la atrajo más hacia sí, le acarició la cintura, las nalgas, deslizó la mano entre sus piernas. Oh, esto es una locura, pensó ella, desatada. Una auténtica locura. Han pasado veinte años...

—Ven. —Le hizo subir otro tramo de escalera, hasta el dormitorio, donde se tumbó en la cama, invitadora. Jack le besó cada parte del cuerpo, la llevó al éxtasis con la lengua, con la mano.

—¡Jack! —suplicó con apremio. Deseaba con todos sus sentidos tenerlo dentro de sí.

Él rio alegremente y empezó a quitarse la ropa.

—No puedo creer que esto esté ocurriendo —dijo incrédulo, y la familiaridad de su sonrisa, su cercanía, el modo en que su pelo le caía sobre los ojos, hizo jadear a Joe. Jack se inclinó sobre ella, que le acarició la piel morena de los brazos, el pecho, mientras en algún lugar de su mente quedaba registrado que había perdido mucho peso, demasiado.

Cuando entró en ella, fue como si hubiera acontecido un milagro. Era algo que pensaba que nunca volvería a suceder. Pero sucedió, y casi fue demasiado para poder soportarlo. Se preguntó confusa si todo aquello no sería simplemente un sueño más, como el que acababa de tener, y en cualquier momento despertaría y él no estaría allí.

Y entonces acabó. Estaba entre los brazos de Jack y no era un sueño. Era real.

—Lo que me gustaría ahora —pidió él muy tranquilo—, es una de tus famosas tazas de té. Todavía estoy con el jet lag. —La besó suavemente en los labios—. Es usted una mujer muy exigente, señora Coltrane.

—Me voy a vestir.

Él la contempló mientras buscaba bragas y sujetador limpios, se ponía luego un fino vestido blanco de algodón y se calzaba unas sandalias. Dos pisos más abajo sonó un teléfono, y Joe se dio cuenta de que lo había olvidado todo acerca de Barefoot House, que la empresa podía arreglárselas perfectamente sin ella.

—La cocina está en el piso de abajo. —¡En la habitación de Maude! Bajó, puso el hervidor al fuego y estaba esperando a que hirviese cuando oyó sus pasos en la escalera. Le sonrió a través de la puerta abierta.

Jack le devolvió la sonrisa, y entonces ella se preguntó por qué caminaba de aquella forma tan rígida. ¿Por qué tenía que concentrarse tanto, agarrarse tan fuerte a la barandilla como si temiera caerse? Al principio pensó que era el jet lag, pero un escalofrío le recorrió el espinazo cuando comprendió que estaba bebido. Estaba bebido cuando llegó y lo estaba ahora. No un poco, ni siquiera moderadamente, sino total y absolutamente borracho. Y estaba tan acostumbrado a ese estado, y era hasta tal punto parte de él, que había aprendido a vivir con ello, a conversar, a fingir, cuando lo más probable era que llevase borracho días, meses o quizá años.

—¿Por qué has venido? —le preguntó mientras bebían el té. Vio que, al sujetar la taza, la mano le temblaba ligeramente. Estaban en el salón, sentados juntos en el sofá rosa y crema.

—Por dos razones. ¿Recuerdas a Bud Wagner? Siempre andaba por el piso.

Ella lo miró.

—No.

Apenas recordaba a nadie de aquellos días.

—Bueno, pues él sí te recuerda. Dirige una agencia literaria en Nueva York. Nos hemos mantenido en contacto y él me envió un artículo de la prensa especializada sobre una empresa —no recuerdo el nombre— que iba a comprar los derechos de libros publicados en el Reino Unido por una editorial llamada Barefoot House. Eso me sonó. Me habías dicho que era donde viviste con Louisa Chalcott. Cuando leí que la editorial pertenecía a Josephine Coltrane, supe que solo podías ser tú.

—¿Cuál fue la segunda razón?

Él torció los labios en una mueca.

—Dinah.

Ella recordó, demasiado tarde, una de las razones de la fría recepción que había planeado, la sonrisa protocolaria y distante. Jack había ignorado la carta en que le hablaba de Dinah.

—Te has tomado tu tiempo, Jack. —Trató de no estropear las cosas hablando de manera fría—. Te escribí una carta hablándote de Dinah con motivo de su quinto cumpleaños. Cumplirá veinte en septiembre.

—La recibí la semana pasada, corazón. Le enseñé el artículo a Jessie Mae, le dije quién eras y entonces me dio la carta. Es Mae con una «e», por cierto, es muy especial con eso.

¡Había olvidado que tenía una esposa! Si hubiera llegado el día anterior, o el siguiente, y la hubiese encontrado vestida y con la cabeza despejada, cuando no se hubiera sentido tan condenadamente rara...

—Coral solía abrir el correo que llegaba de los abogados sobre el divorcio —decía Jack—. Vivíamos juntos por entonces.

—¿Quién es Coral?

—Mi mujer. Murió dos años después de que nos casáramos. Leucemia.

—Lo siento. —Era horrible oírle decir «mi mujer» y que no se estuviese refiriendo a ella—. Entonces, ¿quién es Jessie Mae?

—Es mi hija, bueno, mi hijastra. Tiene diecinueve años, como Dinah. También tengo un hijastro, Tyler, de veintiún años.

—¡De verdad que...! —murmuró Joe. Qué suerte habían tenido Tyler y Jessie Mae, por haber podido disfrutar de un padre todos aquellos años, pensó egoístamente, cuando su verdadera hija se había visto privada de él.

Parecía haber perdido el hilo de la conversación.

—¿Quieres decir que Coral, tu mujer, abrió la carta pero no te la enseñó?

—Exacto —contestó sencillamente.

—Pero ponía «Estrictamente confidencial». —Recordaba haber escrito aquellas palabras en el sobre.

—Mayor razón para que lo abriese. Adivinaría que era tuyo y le preocupaba que pusiera algo que impidiese nuestra boda. Se lo dio a Jessie Mae, y le dijo que me lo entregara cuando creyera que había llegado el momento oportuno. —Dejó la taza y el platito en el suelo, para lo que al parecer necesitó mucha concentración, y después tomó entre las suyas las manos de Joe—. Coral se estaba muriendo, corazón, y quería un padre para sus hijos. Nos conocimos en el rodaje de una película que estábamos haciendo. Ella era la script, divorciada. Su ex era un cabrón y a Coral le aterraba que se llevase a Jessie Mae y a Tyler cuando ella faltara. No estábamos enamorados, pero yo acepté ocuparme de los chicos. —Torció la boca en un rictus irónico—. Supongo que ya adivinas por qué.

Lo adivinó inmediatamente.

—¿A causa de Laura?

Asintió.

—Quería devolver algo por lo que me había llevado.

Sin duda fue un gesto muy generoso y noble, pero Joe advirtió que se apartaba ligeramente de él. Sintió resentimiento hacia la mujer que escondió su carta, e incluso más hacia Jack por entenderla. Había sido víctima de una treta sucia, le quitaron al marido al que amaba. Después recordó que habían pasado cinco años hasta que conoció a Coral, cinco años durante los cuales no se le había ocurrido ponerse en contacto con ella, ver cómo se encontraba. Estaba a punto de preguntar por qué, decirle que intentó contactar con él en Bingham Mews y que ya se había marchado. Pero ¿de qué servía remover el pasado? Le dijo que no quería verlo más, y él le había tomado la palabra.

—¿Dónde está Dinah? —preguntó.

—Trabaja en Londres. La llamaré enseguida y le diré que estás aquí.

Él sonrió nervioso.

—¿Cómo crees que se lo tomará? Es una auténtica bomba...

—No lo sé —reconoció Joe con sinceridad—. Nunca he sido capaz de adivinar cómo va a reaccionar. Es muy suya. —Recogió las tazas—. Traeré más té.

En la cocina, se apoyó en el fregadero y realizó unas cuantas inspiraciones profundas. Hacía más calor que nunca, y el aire vespertino era pegajoso y húmedo. Le daba vueltas la cabeza. Casi deseaba que Jack no hubiera ido, estar abajo en su despacho lidiando con los asuntos habituales de Barefoot House.

—Empiezo a ser ya demasiado mayor para este tipo de traumas —murmuró.

Pero alcanzó el té para llevarlo a la habitación y allí estaba Jack Coltrane sentado en su sofá. Joe experimentó una oleada de amor que la dejó sin respiración. Él levantó la mirada.

—¿Has sido feliz, corazón?

Hizo una pausa antes de contestar.

—No he sido infeliz, al menos durante la mayor parte del tiempo —respondió muy seria—. ¿Y tú?

Él se encogió de hombros, cansado.

—Ha sido difícil. Tyler es un chico amable y tranquilo, pero a Jessie Mae le sentó muy mal el divorcio primero y después la muerte de Coral. Tuvo problemas en la escuela. —Volvió a encogerse de hombros—. Pobre Jessie Mae, la verdad es que siempre ha tenido problemas en todas partes.

No parecía justo que los problemas de Jessie Mae hubieran de ser los suyos.

—Dijiste que estabas trabajando en una película.

—Soy editor de guiones. Es un trabajo bastante bien pagado. Tenemos una casita muy mona en Venice, con piscina. Tienes que venir a pasar alguna temporada, Joe.

A ella casi se le cae la taza de té.

—Sería estupendo, sí.

Dejó ambas tazas sobre la mesita y se acercó a la ventana, donde se agarró a las cortinas para estabilizarse. ¿Pero cómo se le había ocurrido que Jack había vuelto para quedarse? Se preguntó cuánto tiempo pensaría quedarse. ¿Unos días, una semana, un mes?

—¿Dónde está el baño, corazón? —Se puso de pie, manteniéndose erguido con decisión—. Necesito refrescarme un poco.

—En el piso de arriba, en la parte de atrás.

Él echó un vistazo a la habitación.

—Tenía una bolsa cuando llegué.

—Iré a ver. —Encontró la bolsa de viaje de cuero en lo alto de las escaleras. Cuando la levantó, sonaron botellas dentro. ¿Quizá loción para el afeitado? ¿Colutorio?

Joe volvió al refugio de las cortinas y vio cómo una estilizada sombra negra cruzaba la calle. Pronto la casa estaría en la sombra. Deseó, más de lo que había deseado nada en su vida, no haber conocido nunca a Jack Coltrane. Arruiné su vida, pensó desolada, y él arruinó la mía. Creí que estábamos hechos el uno para el otro, pero no era así. Y ahora estoy perdida, porque aún lo amo. Lo amaré hasta el día en que me muera.

Jack volvió a la habitación, tras haberse peinado y cambiado la camiseta por una negra; tenía mejor aspecto, parecía recuperado.

—¿Qué ocurrió con tus obras? —quiso saber Joe.

—La última vez que las vi, estaban en el suelo del estudio de Bingham Mews, donde las tiraste. —Sus ojos brillaron al mirarla. Después les diste una patada. —Extendió los brazos—. Ven aquí, corazón.

Ella atravesó corriendo la habitación y ocultó la cara en su hombro.

—¿Has escrito algo más?

—No. —Soltó un suspiro exagerado—. He estado demasiado ocupado, demasiado poco inspirado y tenía demasiadas cargas, necesitaba ganarme el pan.

—Nunca es demasiado tarde para volver a empezar —lo animó, y le dio un pequeño apretón.

—Puede ser, quizá algún día.

Más tarde, Joe bajó al despacho, desde donde podía llamar a Dinah en privado.

—¿Estás sentada? Y, más importante aún, ¿estás sola?

—Estoy sentada y totalmente sola. Evelyn se ha ido a casa temprano. El calor y la menopausia la dejan hecha polvo y no la ha animado mucho que yo me despidiera esta mañana. Me ha salido aquel trabajo del que te hablé con la agencia mucho más importante. Pensaba llamarte luego. ¿Qué pasa, mamá?

Joe le dijo que su padre estaba allí, y le contó las vicisitudes por las que había pasado la carta que le había enviado hacía ya tantísimos años. Acabó diciendo:

—Se muere de ganas de verte.

Después de una larga pausa, Dinah dijo:

—Me siento como si tuviera que volver corriendo a casa, pero no quiero hacerlo.

—Entonces no lo hagas.

Otra pausa.

—Esa tal Coral me parece una bruja egoísta, si quieres que te sea sincera —gritó apasionadamente—. No me importa que haya muerto. E igual de mala parece Jessie Mae; por cierto, qué nombre tan estúpido. No es justo, mamá. —Dinah estaba a punto de llorar—. Habría venido a conocerme si no fuera por ellas. — La voz se volvió quejumbrosa—. Habría venido, ¿verdad que sí, mamá?

—Como un rayo, cariño.

—Puede que vaya, no sé. ¿Cuánto tiempo va a quedarse?

—Todavía no se lo he preguntado.

Aquella noche fueron a cenar, y ella le enseñó la casa en la que había nacido y vivido con su madre.

—En la buhardilla. Nunca te lo había dicho antes pero era... una fulana.

Él le pasó el brazo por los hombros y la apretó con fuerza.

—Has recorrido un camino muy largo, corazón.

—Solo cuatro puertas —rectificó ella lacónica.

Pasearon hasta el centro y comieron en un pequeño pub mal iluminado en North John Street.

—Sabes —dijo Jack cuando terminaron—, nunca imaginé que sería tan sencillo volver a estar juntos, hablar con naturalidad, como en los viejos tiempos. Pensé que me tendría que esforzar por pensar en qué decir, y luego equivocarme, y que hubiera todo tipo de silencios incómodos. Siempre me he llevado contigo mejor que con nadie. Éramos los mejores amigos, además de amantes.

Jack miraba hacia atrás en el tiempo a través de un cristal de color de rosa. No se llevaban tan bien en Bingham Mews, donde él se sentía frustrado por haber logrado unos triunfos que no deseaba. Joe se dio cuenta con tristeza de que algo en él había muerto. Ese algo era el Jack relajado, encantador, chispeante que había conocido en Nueva York, ahora resignado al hecho de que nunca sería un autor teatral de éxito. La necesidad de sobrevivir —de ganarse el pan, como él mismo dijo— había matado toda la ambición que pudiera tener. Así era el mundo, sin duda lleno de hombres y mujeres de mediana edad que habían abandonado hacía tiempo sus sueños de ser famosos en un campo u otro.

—Creo que habrá que pedir otra botella de vino. —Se acercó a la barra. Era la cuarta botella que pedía. Joe se había tomado dos vasos y jugueteaba con el tercero. Era sorprendente, pero el cerebro de Jack parecía muy poco afectado por la cantidad de alcohol que había bebido. Estaba lúcido, ingenioso, claro. Lo único era aquella ligera rigidez en el modo de caminar. Decidió no decir nada. Criticar su manera de beber, nimia en comparación con lo de ahora, había sido motivo de tensión cuando vivían en Bingham Mews.

Ya estaba casi oscuro cuando salieron del pub y caminaron del brazo hasta el Pier Head, donde tomaron el autobús de vuelta a Huskisson Street.

Ella le mostró las oficinas de la planta baja.

—Solo tenemos a seis personas empleadas, una de ellas a tiempo parcial, aunque pronto tendré que contratar a alguien más. La producción ha aumentado y en este momento todo el mundo trabaja como un loco.

—Te ha ido increíblemente bien. —Miró las filas de libros de Barefoot House con sus brillantes portadas rojas—. Es curioso — comentó una voz extraña—. Era yo el que quería ser alguien, no tú. Una vez dijiste que lo único que querías era una familia. ¡Y míranos ahora! Yo soy un editor de guiones de películas de tercera categoría y tú eres una mujer de negocios que triunfa.

—Quizá esto... —Joe señaló los libros con la mano— sustituye a una familia. En cualquier caso, tengo a Dinah. Es mi familia, por más que sea la única.

—Me alegra saberlo —dijo una voz alegremente, y Joe se volvió, sorprendida. Dinah entró muy despacio en la habitación—. He decidido cerrar el chiringuito y volver a casa. —Se los quedó mirando, desafiante. Debía de haberse cambiado después de llegar, porque Joe reconoció el vestido de algodón amarillo que se había dejado cuando se fue a Londres. Tenía las largas piernas desnudas y calzaba unas chanclas de esas que encajan entre los dedos gordo y segundo del pie y que Joe nunca había podido llevar pues le resultaban muy incómodas. Parecía exquisitamente fresca y encantadora.

—¡Hola, cariño! Qué agradable sorpresa. —Joe besó a su hija en la mejilla. Se quedó de pie y le dio la mano, preocupada por si su mirada desafiante se debía a que ella y Jack dieran la impresión de ser una pareja y Dinah pudiera sentirse excluida—. Este es Jack, tu padre.

Él no se movió. ¡Oh, pero qué mirada tenía! Joe pensó que podía haberse echado a llorar mientras una miríada de emociones cruzaban por su bello rostro: asombro, seguido de admiración hacia la hermosa joven que era su hija; ira, por alguna razón que Joe no sabía definir, quizá porque nunca le hubieran hablado de su existencia hasta ahora; tristeza, quizá por la misma razón; y luego la mirada amable y cariñosa que la gente, sobre todo las mujeres, posa sobre los bebés.

—Hola, Dinah —fue lo único que fue capaz de decir.

—Hola —contestó ella—. El hervidor está al fuego, mamá. El agua ya debe de haber hervido. ¿Hago té?

—Por favor, cariño.

—De tal madre, tal hija; la misma pasión por el té —comentó Jack mientras contemplaba cómo Dinah subía con ligereza los peldaños de la escalera. Después se volvió, dándole la espalda. Pasó un rato antes de que hablara, y cuando lo hizo, su voz era temblorosa—. Por Dios, Joe. Cuando pienso en lo que me he perdido... En lo que ambos nos hemos perdido, vaya. Podríamos haber estado juntos todos estos años y haber educado a Dinah entre los dos. Podríamos haber tenido más hijos, la familia que siempre quisiste.

—No pienses así, Jack —lo refrenó ella en voz baja—. Es ya demasiado tarde.

¿O tal vez no lo era aún? Por supuesto, sí era ya demasiado tarde para tener más hijos, pero no para que ambos estuvieran juntos. Ella tenía dinero suficiente. Podía convertir la buhardilla en un estudio y él podría escribir a tiempo completo. Hacía veinte años cometió el error de expulsarlo de su vida. Ahora le pediría que volviera—. Jack...-empezó vacilante.

—¿Sí, corazón? —Se volvió hacia Joe y a ella se le partió el alma al ver lágrimas en sus ojos.

—¿Por qué no volvemos a casarnos?

Él sonrió con su querida y amable sonrisa.

—No podemos, corazón. Hay toda clase de razones por las que no podemos.

—No se me ocurre ninguna.

—Está Jessie Mae. No puedo dejar a Jessie Mae. Se vendría abajo sin mí.

—Tráela a Liverpool. Puede vivir contigo, con nosotros, aquí.

Jack le rodeó la cintura con sus brazos y negó con la cabeza.

—Eso no funcionaría, corazón. Ha nacido y se ha criado en Hollywood, y nunca aceptaría que hubiese otra mujer en mi vida. Sería insoportable vivir con ella.

Permanecieron abrazados, con la barbilla apoyada en el hombro del otro. Era tan cómodo, pensó Joe, tan natural... ¡Este es el sitio donde Dios me ha destinado a estar! Recordó haber pensado lo mismo la noche que lo conoció.

—Has entregado a esa chica veinte años de tu vida, Jack —expuso razonable—. ¿No es hora de que tengas una existencia propia?

—Prometí a su madre en su lecho de muerte que siempre cuidaría de Jessie Mae. No puedo dar marcha atrás.

¿Ni siquiera por mí?, estuvo a punto de decir, pero habría sonado infantil y sabía que Jack Coltrane jamás faltaría a la palabra dada a una moribunda.

—Supongo que tendré que esperar hasta que Jessie Mae encuentre marido. ¿Te casarás conmigo entonces?

Se echó hacia atrás de modo que estuvieran cara a cara, y se quedó cortada cuando él la rechazó de pronto con un rotundo:

—¡No!

—¿Por qué no? —preguntó, sorprendida.

—¡Por Dios, Joe! —Tenía el rostro oscuro de ira—. ¿Siempre eres tan insistente? ¿Es posible que no te entre en la cabeza que puedo no querer volver a casarme?

—Pero antes dijiste...

—Estaba lamentándome por los años perdidos, eso es todo. Ya he tenido suficientes relaciones hasta ahora. —Se llevó una mano a la barbilla—. Cuando Jessie Mae se case, quiero vivir solo. Solo y en paz.

Era demasiado. Había sido un día tan peculiar, con aquellos extraños sueños primero, el calor, la llegada de Jack, tan curiosamente bebido, tener que decirle a Dinah que su padre estaba allí, la llegada de la propia Dinah desde Londres y con una actitud tan pacífica, haciendo té en el piso de arriba... Hubo también un breve atisbo de felicidad, imaginó poder volver a vivir con Jack, y ahora aquel rechazo brutal, que no concordaba en absoluto con el Jack que había conocido hasta entonces.

Joe rompió en lágrimas, salvajes, desgarradoras, que le destrozaron el cuerpo y le hicieron estallar el pecho.

—¡Corazón! —Jack se sentó al momento en la silla que había tras el escritorio y tiró de ella para sentarla sobre sus rodillas. Oh, mi querida niña. Te quiero tanto... No recordaba cuánto hasta que te he visto bajar corriendo la escalera. Eres parte de mí. Te quiero con toda mi alma y todo mi corazón. No hay nada en el mundo que pueda desear más que casarme contigo, pasar el resto de nuestras vidas uno en brazos del otro. Pero no será así, amor mío.

—¿Por qué no? —sollozó—. Yo te quiero igual. Siempre te he querido, Jack. Quiero lo que tú quieras. Entiendo que no podamos hacerlo ahora mismo pero ¿por qué no en el futuro?

Sus brazos se estrecharon en torno a ella, de modo que apenas podía respirar.

—Ya no soy el tipo que conociste —dijo furioso—. Hace mucho que no lo soy. Soy una ruina física y emocional. Sufro depresiones. Tengo unos malos humores terribles. Tomo pastillas para los nervios.

—No me importa. Te quiero. En cualquier caso, no necesitarías pastillas si estuvieras conmigo. Yo te mejoraría.

—Joe, arruiné tu vida una vez y no quiero hacerlo otra. —Hizo un gesto a su alrededor, señalando la oficina—. Has conseguido levantar un gran negocio, tienes una hija encantadora, una vida agradable. Lo último que te conviene es que yo lo fastidie todo por segunda vez.

Joe empezó a llorar de nuevo.

—Esta tarde fue maravillosa. Oh, Jack, ya hemos vivido la mitad de nuestras existencias. ¿Por qué no podemos pasar juntos lo que nos queda?

Con todos sus muchos defectos, prefería estar con Jack Coltrane que con cualquier hombre en la tierra.

Jack se quedó durante seis días. Dinah se marchó al cabo de dos. Durante ese tiempo, se llevaron razonablemente bien. Hablaban sobre todo de películas, que parecían ser un pretexto para no abordar temas que Dinah, más cautelosa, prefería evitar de momento. Se marchó a Londres el miércoles por la mañana, tras besar a su madre y estrechar la mano de Jack.

—Espero que nos volvamos a ver algún día —se despidió educadamente.

—Bueno —dijo Jack con una sonrisa después de que ella se fuera—, supongo que un beso y un «papá» sería esperar demasiado después de solo dos días.

—Puede que el beso llegue, pero me temo que lo de «papá» no es probable. Me habló de ello ayer. «Jack» es lo máximo que puedes esperar.

—Es mejor que nada, que es lo que tenía hasta ahora. Oh, no me estoy quejando —agregó rápidamente cuando Joe abrió la boca para decir que estaba esperando demasiado y demasiado pronto—. Me siento un privilegiado al ver que una joven tan sorprendente, autocrática y sumamente segura de sí misma haya sido tan amable conmigo.

—No es tan segura como parece. —Joe no quería que se llevara una impresión equivocada de su hija—. Era una niña muy introvertida. Fue culpa mía. No la quería tener, Jack. Llegó demasiado pronto después de lo de Laura. Creo que intuía que no era bienvenida, aunque era solo un bebé muy pequeño.

—¡Ah, Laura! —Jack pronunció el nombre reverente. Apenas habían mencionado a su otra hija—. Habría cumplido veinticinco años. Me pregunto qué aspecto tendría.

—A menudo me pregunto lo mismo —reconoció Joe en voz baja—. Supongo que sería una versión femenina de ti y volvería locos a los chicos.

—¿Por qué la llamamos Laura? —Parecía confundido—. He intentado recordarlo pero no puedo. A veces me vuelve loco.

—Vimos aquella película juntos en un pequeño cine de Nueva York; Laura, con Gene Tierney y Dana Andrews. Cuando supimos que estaba embarazada, decidimos que se llamaría Laura si era niña y Patrick para un niño.

—Tuvimos una niña, pero luego la perdimos. —Jack tenía el rostro tenso de dolor—. Desde aquel día no he vuelto a conducir un coche. No me sorprende que no quisieras volver a verme.

—Quise volver a verte al cabo de una semana. Pero tú ya te habías ido, a California, según Elsie Forrest. Si hubiera sido a Nueva York, habría tratado de localizarte.

—¡No digas esas cosas! —gimió él—. Pasé por un infierno los años siguientes, y no me ayuda nada saber que podía haber estado contigo... y con Dinah.

—Por cierto, si Dinah saca alguna vez el tema a colación, se llama así por Dinah Shore, tu cantante favorita.

Jack pareció desconcertado.

—¿He dicho yo alguna vez que me gustaba Dinah Shore?

—No, pero no podía decirle que le puse el nombre por la comadrona, porque no quería molestarme en buscar yo misma uno.

—¿A dónde vamos hoy? —preguntó Jack cuando estuvieron fuera, una vez que Joe comprobara que Barefoot House funcionaba perfectamente sin ella. Cathy le recordó el original, Mi asesino favorito, que le había dado para leer.

—Lo leeré este fin de semana —prometió—. Mi amigo, bueno, en realidad es mi exmarido, regresa a California el sábado por la mañana. Estaré encantada de tener algo que hacer.

»Vamos a ir a New Brighton en el ferry —le respondió a Jack. El día anterior habían ido a Southport y le enseñó el centro comercial donde había tomado el té con Louisa y el local que ocupó la pequeña librería del señor Bernstein, que era ahora una hamburguesería. Habían ido al Old Swan a buscar la casa donde él había vivido, pero ya no estaba allí—. Esta noche podemos ir a ver a Lily.

Jack puso cara de desagrado.

—¿Seguís siendo amigas? ¿Cómo está el pobre tipo con el que se casó? Suponiendo que no haya muerto aún.

—Neil se liberó hace siglos. Ahora tiene otro marido, Francie, y dos hijos preciosos, además de dos hijas ya mayores.

El tiempo continuó siendo caluroso y húmedo durante toda la semana, y New Brighton estaba lleno de visitantes. Ni siquiera había un atisbo de brisa que cruzara la repleta playa procedente del Mersey. Compraron pescado con patatas fritas, que se comieron en los mismos cucuruchos de papel, y después un helado de chocolate. Joe quería ir a la feria, pero Jack se quejó de que se sentía mareado.

—Necesito una copa para asentarme el estómago.

—Yo diría que una copa hará que te sientas aún peor.

Él sonrió.

—No conoces a mi estómago.

Ella estuvo de acuerdo en que lo conocía poco. En el pub grande y bullicioso encontró dos sitios y sus ojos buscaron a Jack entre la muchedumbre que esperaba en la barra. Tardaron siglos en servirle. Joe pidió un café y se preguntó por qué colocaban delante de él dos vasos grandes con licor cuando al fin logró llamar la atención del camarero. Para su desconsuelo lo vio tragarse uno rápidamente de un solo trago mientras Joe esperaba su café. Se le cayó el alma a los pies. Bebía muchísimo más que en Bingham Mews. Le había revisado la bolsa de viaje y descubierto en ella dos botellas de Jack Daniels. Esa mañana solo quedaba una. También había un frasco de colutorio, que debía de usar para disimular el hecho de que cada vez que iba al baño se tomaba un trago. O dos.

—Toma. —Puso un vaso y el café sobre la mesa—. Te ha tocado una galleta con el café, cortesía de la casa.

—Gracias. —Le agarró la mano—. Te quiero.

—Y yo a ti, corazón. —Besó la mano que asía con fuerza la suya.

—Me gustaría que pudieras quedarte.

—Y a mí, pero no es posible, ya te lo he dicho.

—Ya sé. —Hizo una mueca—. Jessie Mae.

Un día lo recuperaría, se dijo. Estaba decidida a conseguirlo. Mientras tanto, podría haber estrangulado alegremente a la maldita Jessie Mae, sobre todo cuando, después de solo unos minutos, Jack volvió a la barra y repitió su actuación con las dos copas.

—Parece enfermo —declaró Lily cuando los dos hombres fueron al pub. Francie y Jack se habían entendido bien enseguida, y al primero se le ocurrió la idea de salir—. Y está delgadísimo, Joe.

—¡Cuando lo conociste, tu primera afirmación fue que estaba gordo!

—Parecía saludablemente gordo.

—Francie no es más que piel y huesos —contraatacó Joe cáustica.

—Sí, pero está saludablemente delgado. Jack parece la muerte andante.

Joe puso los ojos en blanco.

—¿Por qué será que siempre consigues irritarme?

—Bueno... —Lily guiñó un ojo—, tiene un aspecto un poco canalla. Es de lo más sexy.

—Preferiría que no describieras a mi exmarido como sexy, señora O’Leary. Eso no se hace.

—¿Va a convertirse pronto el ex en ex-ex? ¿Cómo describirías a un marido con el que te casas por segunda vez? —Lily observó a Joe con los ojos entrecerrados—. Es evidente que está loco por ti. No puede quitarte los ojos de encima, de hecho. Y tú estás igual con respecto a él, lo noto.

—No sé, Lil —suspiró Joe—. Me arriesgué y me declaré, pero, al revés que Francie contigo, me rechazó, al menos de momento. —Le explicó lo de Coral, Jessie Mae y Tyler—. Señor —suspiró, cómo lo voy a echar de menos. Estaba tan tranquila antes, disfrutando de mi negocio... Ha perturbado mi equilibrio, Lil.

Estaba decidida a no montar un número cuando él se marchara el sábado por la mañana. Se abrazaron en silencio detrás de la gran puerta principal, con los despachos a uno y otro lado fantasmalmente vacíos.

—Voy a perder el avión —dijo Jack después de un rato.

—No me importa. No sé cómo voy a vivir sin ti —repitió desolada por enésima vez.

—Te las arreglaste muy bien durante veinte años...

—No tanto. —Suspiró, tratando de tragarse las lágrimas.

—Te llamaré en cuanto llegue a casa. Llamaré todos los meses. No, todas las semanas. ¡Oh, Dios! —La miró desesperado—. Llamaré todos los días.

—Una vez a la semana estará muy bien; y yo te llamaré a ti.

Se besaron apasionadamente.

—Nos veremos en Navidad, ¿de acuerdo? —dijo él sombrío. Trata de convencer a Dinah de que venga. Mandaré a Jessie Mae con Tyler para que estemos solos los tres. Nuestra primera Navidad familiar juntos. —Le agarró las muñecas y le quitó los brazos de alrededor del cuello—. Adiós, corazón.

Y con eso, la puerta se cerró y él se marchó.

Dinah llamó unos minutos más tarde.

—¿He calculado bien? ¿Se ha ido? Llamó anoche para decir adiós. Dijo que tenía que marcharse a las diez, y por eso llamo a las diez y diez. Pensé que estarías muy triste.

—Estoy tristísima, Dinah —reconoció Joe, conmovida. Tragó saliva—. ¿Qué te pareció tu padre?

—Es encantador, mamá. Me gustó, de veras. Puedo entender por qué te enamoraste de él. Oh, pero me hubiera gustado tenerlo cerca cuando era pequeña. Habría sido estupendo tener un padre así.

—¿Te dijo algo de que fuéramos a verlo en Navidad?

—Sí.

—¿Irías? —preguntó Joe con cautela.

—Trata de impedirlo y verás, mamá.