Capítulo 18
LOS farolillos blancos de luz solar, junto a las plantas, enredaderas y maceteros que decoraban la terraza de Jennifer, recreaban un ambiente íntimo y sofisticado. Las vistas nocturnas de Inner Harbor, que se extendían a lo lejos hasta apreciar puntos lejanos de la bahía, eran tan asombrosas que dejaban sin respiración, y ese era el único motivo por el que Jennifer se resistía a mudarse a un distrito más tranquilo.
—En realidad, estoy cansada del bullicio del centro —le había dicho, mientras cenaban en el mobiliario de mimbre de la terraza una ensalada y unos filetes que Jennifer había cocinado mientras Luc se duchaba.
Pese al vendaje que le cubría el brazo izquierdo, se le veía irresistible con unos bóxer negros como único atuendo. Jennifer no tenía ropa de hombre que prestarle, y la de él estaba dando vueltas en la lavadora en aquellos momentos. Quizás si hubiera tenido algo apropiado tampoco se lo habría dejado, pues era mucho más excitante verlo casi desnudo, con todos esos músculos fibrosos esculpidos en su cuerpo grande y viril. Además, como hacía calor para ser tan tarde, la ropa solo habría sido un obstáculo. El piso estaba a tal altura que, normalmente, corría el aire, pero esa noche apenas danzaba una suave brisa que extendió por el jardín el fragante olor a madreselva.
Convencer a Luc de que se quedara en su casa había sido mucho más sencillo de lo que se había figurado. No discutieron al respecto. Una vez abandonaron el hospital, Jennifer le dijo que no permitiría que pasara la noche en soledad después de haber recibido un disparo, y él accedió sin objeciones, aunque dejó bien claro que se encontraba perfectamente y que la herida solo era un rasguño. Lo que Jennifer se guardó para sí fue que necesitaba estar con él por otros motivos además de aquel. El más importante era que lo amaba y que no podía resignarse a vivir su vida si él no compartía la suya con ella. Pero también porque continuaba teniendo miedo aunque el peligro ya hubiera cesado. Cuando estaba a su lado sentía que nada malo podía ocurrirle, que él la protegería de todo.
Luc temía perderla de vista y por eso, principalmente, accedió a ir con ella. Todo estaba demasiado reciente y tendría que pasar un tiempo hasta que lograra desprenderse de la fatídica sensación que le había provocado su secuestro. ¿Había dicho un tiempo? Joder, no creía que fuera a superarlo nunca. Como tampoco se creía capaz de seguir aferrándose a sus ideas, que no dejaban de perder consistencia desde que Ashley Logan habló con él por teléfono.
Conversaron sobre multitud de temas cotidianos mientras daban buena cuenta de la carne. No trataron ningún asunto importante hasta después de la cena, cuando Jennifer regresó de la cocina en el último viaje que hizo para retirar las cosas de la mesa.
Acercó su silla a la de Luc, que se había recostado sobre los cojines que tenía en el respaldo, y se unió a él en la contemplación de las estrellas que tachonaban el cielo. Al cabo de unos segundos, él habló en voz baja e introspectiva.
—Cuando esta tarde me interrogó el agente Murphy, hubo un momento en el que pensé que la policía era capaz de inventar alguna prueba en mi contra con tal de meterme en la cárcel. —Jennifer lo miró pesarosa—. Fue un pensamiento estúpido porque el verdadero culpable habría aparecido tarde o temprano pero... Lo que quiero decir es que no sentí miedo ante la idea de volver a perder mi libertad. Incluso aunque ya no tuviera la ocasión de contemplar un cielo repleto de estrellas. —Descendió la mirada del firmamento y la depositó en ella. Jennifer descubrió que sus ojos negros, que en ese instante reflejaban la luz de la luna, encerraban un nuevo mundo de emociones—. Lo que me resultó insoportable fue la idea de no volver a verte, de que te hubiera sucedido algo malo y que ya no tuviera la oportunidad de decirte... —suspiró, la garganta se le bloqueaba y el sudor le corría por la espalda cada vez que intentaba exteriorizar sus sentimientos—... que te quiero. —Los ojos de Jennifer le robaron todo el fulgor al brillo de las estrellas y ni siquiera la frase que dijo a continuación lo apagó—. Aunque eso no significa que haya dejado de parecerme un error.
Ella se apoyó en el reposabrazos de su silla de mimbre y se inclinó sobre él.
—Amarte no es un error, Luc, es lo mejor que me ha pasado nunca. Dijiste que no podías ofrecerme nada y, en cambio, yo siento que me lo ofreces todo cada vez que me miras como lo haces ahora. —Alargó una mano hasta que enlazó los dedos a los de él—. No necesito mucho para ser feliz. No soy una de esas personas que viven obsesionadas con el trabajo o con el dinero. Lo que le da sentido a mi vida eres tú, y todo lo demás no me importa.
—Tu familia, los inversores de tu empresa, los socios de tu padre, los proveedores, los clientes... —Movió la cabeza con gesto apesadumbrado—. ¿Qué pasará con las habladurías? ¿Podrás soportar toda esa presión?
—Mi familia aceptará lo nuestro —repuso convencida—. Y respecto al resto, pueden meterse sus habladurías y sus opiniones por donde les quepa.
Luc admiró su valentía y su tesón. Jamás se rendía, poseía infinitos argumentos con los que rebatirle cada uno de sus razonamientos. Quizás, después de todo, no tenía por qué arrastrarla con él hacia el infierno, ya que el amor de ella era, indiscutiblemente, mucho más fuerte que su odio o su resentimiento.
—Tendrías un enorme trabajo por delante conmigo. Ni siquiera soy capaz de dormir con la luz apagada —ironizó.
—Y yo suelo olvidarme de bajar la tapa del inodoro. Nos complementaríamos.
Luc sonrió con lentitud.
—Siéntate aquí. —Señaló su regazo con un movimiento de cabeza.
—Estás convaleciente, no debería...
—Me han disparado en el brazo, no en las piernas.
Jennifer se levantó de la silla y, poniendo especial cuidado, se sentó sobre Luc. Él le acarició los muslos desnudos que el pantalón corto del pijama dejaba al descubierto, y ella introdujo los dedos en su negrísimo cabello e inclinó la cabeza para acercar las miradas. Nunca se había sentido tan cerca de él como en aquel momento, la compenetración era absoluta y los corazones parecían latir al mismo tiempo mientras Luc se preparaba para hablarle desde lo más profundo de su alma.
—La esperanza de volver a verte algún día fue la que hizo que mis primeros años en prisión fueran soportables. —A Luc se le oscureció tanto la mirada que el brillo de la luna desapareció de sus pupilas—. Te amaba tanto que me nutría de ese sentimiento para poder sobrevivir allí dentro.
Jennifer tragó saliva, la emoción le apretaba la garganta.
—Mi espacio no estaba rodeado de barrotes, pero mi vida se convirtió en un infierno cuando no apareciste en la estación. Pensé en localizarte, estuve a punto de hacerlo para pedirte que me escogieras a mí, pero me pareció injusto interferir así en tu vida cuando supuestamente continuabas amándola a ella. —Los ojos se le anegaron mientras le acariciaba el cabello—. Ojalá lo hubiera hecho, porque así habría descubierto que tu situación era muy distinta a como yo la imaginé. —Luc negaba despacio, pero la dejó hablar—. Habría ido a verte cada vez que el régimen de visitas me lo hubiera permitido, y habría estado a tu lado durante todos esos años porque habría preferido tenerte así a no tenerte de ningún modo. Debiste decírmelo, Luc.
—No. —Hizo un gesto de negación con la cabeza—. En el caso de que hubieras continuado amándome, habría sido muy egoísta por mi parte hacerte algo así. Y en el caso contrario, no habría tenido ningún sentido. Aunque todo eso ya no importa. —Luc retiró un mechón de cabello de su mejilla y le acercó la cabeza para que apoyara la frente en la suya—. No va a ser fácil, tenemos unas cuantas cosas en nuestra contra. Pero después de lo que ha sucedido hoy, yo... he llegado a la conclusión de que es mucho peor perderte sin haber corrido el riesgo de tenerte.
Jennifer bajó la boca y apretó los labios contra los suyos. Los dos se besaron con una mezcla de ternura e incontenible necesidad. Al separarse, ella le tomó la cara entre las manos y le habló con esa seguridad tan aplastante que la invadía cuando se refería a su relación amorosa.
—Funcionará, Luc. Los dos nos merecemos darle un carpetazo al pasado para avanzar en la vida. —Volvió a besarlo, esta vez con brevedad—. Y poder crear un futuro juntos.
Luc prefería pensar en el presente. El futuro era caprichoso, impredecible y casi siempre se encargaba de truncar los sueños y los planes. No obstante, no existía nada en el mundo que deseara con más fuerza que pasar el resto de su vida junto a ella. La idea de perder su absoluta independencia para permitir que otra persona entrara en su mundo, con los correspondientes lazos afectivos que aquello conllevaba, ya no le producía tanto pánico. Ya no le hacía sentirse defectuoso o fracasado. Estaba claro que todavía tenía por delante un largo camino que recorrer hasta que volviera a sentirse como una persona normal, pero por fin estaba dispuesto a luchar contra viento y marea por ella, por Jennifer Logan.
—Te amo tanto que me duele —declaró con intensidad, repitiendo las mismas palabras que ella le había dicho hacía una semana. Y sentaba bien admitirlo, porque amar a Jennifer le hacía sentir como si hubiera recuperado una parte de su naturaleza que creía haber perdido para siempre. Ella esbozó una sonrisa deliciosa y los ojos se le inundaron de más amor. Un amor que lo liberó de unas cuantas cadenas más, de esas que le rodeaban el corazón—. Nunca he dejado de hacerlo y sé que te habría seguido amando hasta el final aunque no hubieras aparecido de nuevo en mi vida.
—Y yo te amo de la misma manera.
Jennifer le recorrió el rostro con una mirada apasionada mientras le parecía escuchar música de violines. Entonces le rodeó los hombros con cuidado y buscó un beso profundo para sentir de un modo más íntimo su emocionante declaración. Luc la besó con fogosidad y con dulzura, encargándose de devolverle todo el amor incondicional que ella le había entregado desde que volviera a verla en el muelle.
—¿Crees que podría saltarme las recomendaciones médicas y tener un poco de sexo esta noche? —murmuró contra su boca, al tiempo que le mordisqueaba los labios.
—Espero que estés bromeando. —Algo duro entró en contacto con su muslo y entonces descubrió que no lo hacía—. Bajo ningún concepto. ¿Estás loco? Te han disparado en el brazo y te han atiborrado a medicamentos. Ya deberías estar descansando en la cama.
—¿Y qué diablos voy a hacer durante los próximos días si no puedo trabajar y tampoco echar un polvo en condiciones?
Jennifer sonrió. Luc nunca utilizaba un lenguaje así de brusco cuando lo conoció, pero lo cierto era que no le disgustaba que ahora lo empleara.
—Quizás mañana —le prometió ella.
—Quítale el quizás.
Su rostro adquirió esa expresión pendenciera que la ponía a cien y que la desarmaba por completo. Ella le correspondió con una sonrisa taimada antes de ponerse en pie y agarrarlo de la mano.
—Vamos a dormir. No entiendo cómo es que todavía nos mantenemos en pie.
La cama de Jennifer era un oasis. Cuando Luc se dejó caer de espaldas sobre el reconfortante colchón, una placentera sensación que casi era equiparable al sexo le aflojó el malestar provocado por el cansancio y lo sumió en un apacible sopor. Jennifer se tumbó a su lado y emitió un suave suspiro al estirarse en toda su longitud. Le dolía el cuerpo entero después de haberse pasado la noche anterior sentada en el suelo de la fábrica de piensos.
Enlazó los dedos a los de él y cerró los ojos con la idea de dormirse, pero eran tantas las emociones que le invadían la mente que no concilió el sueño en seguida. Al cabo de unos pocos minutos, volvió la cabeza para mirarlo, creyendo que él ya dormía. Sin embargo, Luc tenía los ojos entornados y la mirada fija en la pared de enfrente.
—¿Qué demonios es eso?
—¿A qué te refieres?
Luc lo señaló con un movimiento de barbilla y Jennifer buscó el objeto de su interés, que no podía ser otro que el cuadro que le había regalado Ashley.
—Pues... es un pene.
—¿Un pene? —inquirió con asombro, aunque él no lo habría adivinado por mucho que lo observara, ya que sus dimensiones eran colosales y tenía una forma geométrica compleja—. ¿Y desde cuándo te gusta decorar las paredes de tu casa con pollas enormes y erectas?
Jennifer rio a carcajadas hasta que las lágrimas le mojaron las pestañas y la barriga le dolió. Él, por el contrario, continuó mirando seriamente el cuadro.
—No es que me guste, es un regalo de Ashley y no sabía dónde colocarlo.
—¿Tu hermana ha pintado eso?
—Así es —asintió.
—Pues vaya con la doctora. —Cambió el ángulo con que lo miraba y centró su atención en otro punto de la pintura—. Y esa mancha roja que tiene la forma de dos salchichas, ¿qué es?
—Según Ashley, son unos labios femeninos.
—Joder... Aunque hay que echarle imaginación, confieso que me estoy poniendo cachondo.
Ella volvió a reír y a él también se le formó una relajada sonrisa en la boca.
Jennifer pasó la mañana del sábado redactando en su portátil de casa los informes concernientes a las reuniones que había tenido en Chicago. Nadie le había pedido que lo hiciera, incluso su padre le había sugerido que lo dejara para el lunes porque necesitaba descansar, pero ella prefirió adelantar algo de trabajo. De todos modos, no tenía nada mejor que hacer desde que Luc se había marchado después de desayunar para reunirse con su agente de la condicional. Él lo había llamado desde el teléfono fijo y habían quedado en verse un rato después. Tenía que ponerlo al corriente de todo lo que había sucedido, además de informarle de que, durante algunos días, no iba a encontrarse en su domicilio habitual.
No habían hablado del tiempo que Luc se quedaría en su casa, pero Jennifer sabía sin necesidad de preguntárselo que se marcharía tan pronto como se sintiera más fuerte, hecho que no tardaría en suceder. Si ella tuviera algún poder de decisión en ese asunto, le pediría que se mudara con ella pero, de momento, esa propuesta habría sido inviable. Él no habría accedido.
Cuando terminó el trabajo, se vistió con ropa cómoda y fue a casa de sus padres para la comida familiar de todos los sábados. George se había marchado temprano a la oficina para atender un asunto de última hora, así que no se habló de su relación con Luc mientras Ashley y ella ayudaban a Calista a preparar la comida: cangrejo al vapor de primer plato y trucha al horno de segundo.
El cangrejo era un plato que, se preparara como se preparase, era el alimento estrella en Baltimore y se cocinaba de muchas formas distintas. A George Logan le gustaba degustarlo en un ambiente de conversación amena y distendida, dejando los negocios y los temas densos a un lado. Sin embargo, ese día fue una excepción. Sus padres no pudieron esconder lo ofendidos que se sentían al haberse enterado por mediación de Ashley de que su hija tenía una relación con uno de los trabajadores de la empresa.
—Y cuando tu hermana nos dijo que ya conocías a ese hombre desde hacía diez años, ni tu padre ni yo dábamos crédito. ¿Por qué nos ocultaste algo así?
—Porque me enamoré de él mientras todavía era la novia de Nick —comentó sin rehuir sus miradas, pues ya era lo suficientemente adulta como para que sus actos pasados la avergonzaran frente a sus padres—. Después, cuando lo nuestro terminó por las razones que ahora os contaré, me sentí tan desgraciada que no quise preocuparos, así que fingí que todo iba bien.
—Te veíamos triste y tu madre y yo pensábamos que era porque habías roto con Nick. Debiste contárnoslo, hija, los cuatro siempre nos hemos ayudado en los momentos difíciles. —George le pasó las pinzas para que pudiera romper el caparazón del cangrejo—. Pero sobre todo nos ofende y nos duele que no hayas confiado en nosotros para contarnos que en el presente estabas viéndote con él.
—No era un tema sencillo de tratar, papá.
—Claro que no, ese hombre ha estado diez años en la cárcel porque fue juzgado y condenado por cometer un asesinato. Pero también sé que ninguna de nuestras hijas, a las que hemos educado con los mejores y más sólidos valores y principios, se enamoraría de un hombre que no los compartiera.
—Lo sé, papá —asumió Jennifer. Ashley suspiró a su lado, sintiéndose incómoda en su papel de cómplice, y Calista la observaba con tanta atención que las finas arrugas que le rodeaban los ojos se le habían acentuado, mientras con las manos sujetaba la pata de un cangrejo—. Si no os lo he contado no ha sido porque tuviera miedo a que rechazarais a Luc antes de conocer las circunstancias que lo llevaron a actuar como lo hizo, sino porque él... La cárcel ha destruido gran parte de su mundo emocional y la capacidad de elaborar cualquier proyecto de futuro. Necesita tiempo para aclimatarse a su nueva vida.
A continuación y sin ahorrar tiempo en detalles, Jennifer les contó cómo conoció a Luc y cómo se fueron fraguando los sentimientos entre los dos a medida que iban pasando los días y las semanas.
—Lo supe desde el principio. La conexión tan especial que surgió entre nosotros solo ocurre una vez en la vida.
Los ojos de Calista se aguaron cuando Jennifer habló de lo duro que fue para ella enfrentarse a su pérdida, y Ashley colocó una mano sobre su hombro en silencioso apoyo.
—Nunca lo olvidé, y tampoco he sido capaz de amar a otro hombre porque él siempre ha estado en mis pensamientos y en mi corazón —les confesó—. Entonces volví a encontrarme con él en el muelle. Diez años después. ¿No es curioso que terminara empleado en Naviera Logan entre todas las empresas a las que podrían haberlo destinado en Maryland?
No mencionó que el sexo fue el único modo que en principio halló para acercarse a él, no iba a incomodarlos con detalles escabrosos que solo les concernían a ambos; se centró en sus sentimientos y en lo que los años en prisión le habían hecho a Luc. Después, les explicó el delito por el que lo habían juzgado y condenado, y cuando terminó de ofrecerles todas las explicaciones que estaban en su derecho de conocer, notó en sus semblantes que la historia los había conmovido. De hecho, su madre se secó los párpados húmedos con la yema de los dedos y su padre se había aclarado la garganta en repetidas ocasiones.
—Cuando tengáis la oportunidad de conocerlo más a fondo, Luc os gustará. Sé que es el hombre que desearíais para mí porque... me ama de un modo tan generoso que sería capaz de sacrificar su vida por salvar la mía.
En la mesa se hizo un silencio emocional que palpitó en el aire, volviéndolo más denso. Ashley se secó las lágrimas, Calista emitió un suspiro tembloroso y George buscó la mirada de Jennifer con la suya henchida de comprensión y aceptación.
—Si Luc Coleman es el hombre que te hace feliz, las puertas de nuestra casa están abiertas para él de par en par.
La comida con su familia supuso un ejercicio de liberación que la hizo sentir muy dichosa. Siempre supo que sabrían entenderla y que aceptarían las circunstancias en las que se había construido su relación con Luc, con tolerancia y respeto. Durante el trayecto de regreso a casa, y mientras subía en ascensor hacia la vigesimotercera planta, no notaba el contacto de los pies sobre el suelo. Parecía levitar.
Hizo animados comentarios en voz alta mientras dejaba el bolso y las llaves en el mueble aparador del recibidor pero, al no obtener respuesta, la sonrisa se le desvaneció y la alarma de la cautela se activó en su cabeza. Entró en el salón y miró alrededor, todo estaba tal cual lo había dejado unas horas atrás, y tampoco encontró a Luc en el dormitorio ni en el baño. ¿Cómo es que no había regresado todavía cuando ya eran las cinco de la tarde pasadas?
Confiaba ciegamente en la veracidad de sus sentimientos, pero Luc se había alejado de su lado dos veces en los últimos días y todavía subsistía el miedo a que se alejara una tercera vez.
Se preparó un vaso de té helado, se sentó en el sofá y esperó a que él llegara mientras ojeaba distraídamente las páginas de una revista. No se dio cuenta de que tenía todos los músculos en tensión hasta que, un buen rato después, oyó el ruido de la llave girando en la cerradura. Jennifer suspiró aliviada, dejó el vaso sobre la mesa y se puso en pie. La cara se le alegró cuando él entró en el salón. Llevaba una mochila estampada con colores militares colgando del hombro, pero la preocupación que se había adueñado de ella mientras lo esperaba fue tan aguda que debieron quedar residuos adheridos a su expresión que a él no le pasaron desapercibidos.
Luc entornó los ojos para protegerse de la luz vespertina que entraba por detrás de Jennifer, y que hacía que su vaporosa blusa blanca se transparentara para delinear con precisión las sugerentes curvas de su cuerpo.
—Pensaba que llegarías más tarde. ¿Ha ido todo bien? —preguntó él, al tiempo que se descolgaba la mochila para dejarla sobre el sofá y se aproximaba a ella para besarla en los labios.
—Todo ha discurrido con normalidad, según lo previsto —asintió.
—Entonces, ¿por qué pareces preocupada?
Jennifer bajó la mirada hacia la cintura de Luc, donde la camiseta azul que se adhería a sus músculos quedaba más holgada. Estuvo a punto de confesárselo, pero no quería parecer una paranoica ante sus ojos, así que se mordió la lengua y sonrió con simulado desenfado para quitarle importancia.
—No es nada. Una tontería.
Luc apartó las suaves hebras de cabello dorado que escapaban del recogido informal y colocó la mano en su cuello. Con el pulgar le alzó la barbilla para que lo mirara.
—No voy a irme a ninguna parte ni voy a desaparecer de tu vida nunca más. Necesito que confíes en mí.
El suave masaje que la yema de sus dedos ejerció sobre su nuca le aflojó todos los músculos del cuerpo; y la indiscutible sinceridad de sus palabras, que no solo surgía del tono seguro de su voz sino también de su mirada desnuda, desterró de su cabeza hasta el más insignificante de sus miedos.
—Confío en ti. —Se oyó decir, seducida por la forma en que la tocaba y la miraba.
—Mi reunión con el agente se ha extendido más de lo normal y, como se nos ha hecho tarde, me ha invitado a comer. Cuando terminamos, recordé que no tenía más ropa que la que llevaba puesta, que las cerdas del cepillo de dientes que me dejaste anoche eran demasiado blandas para mi gusto y, lo más importante, que no tenía preservativos. Así que fui a mi casa y me abastecí, sobre todo de lo último.
Luc descendió la mano hacia la abertura de su blusa y comenzó a desabrocharle los botones, recreándose con el tacto de esa piel tan suave que iba descubriendo con lentitud.
—Siento haber... dudado —murmuró, un poco avergonzada.
—Yo haré que desaparezcan todas tus dudas.
Los dedos rozaron los pezones ocultos tras la tela blanca del sujetador y luego los pellizcó con suavidad. Ella se estremeció de placer.
—¿Y tu reunión ha ido bien? ¿Le has dicho que ya no quieres irte de Naviera Logan?
—Es lo primero que le he comentado. ¿Sabes que ya me había buscado otro puesto de trabajo? Me has salvado de un empleo en el matadero de Pikesville, así que voy a dedicar las próximas horas a compensártelo.
Jennifer sonrió mientras Luc le quitaba la blusa y le desabrochaba el sujetador, pero la sonrisa se tornó en un mohín deseoso cuando él ahuecó los pechos desnudos en las grandes palmas de sus manos y los amasó.
—Deberíamos tomárnoslo con tranquilidad. Hoy tienes mejor cara que ayer, pero no olvides que recibiste un disparo y que perdiste mucha sangre.
—Todavía conservo la necesaria para funcionar en la cama. —Tomó la mano de Jennifer y la guio hacia su entrepierna. Ella movió los dedos con deleite sobre su erección, y Luc le desabotonó los pantalones piratas—. ¿Lo ves?
Sí que lo veía, o más bien lo sentía. Duro, grande y erecto. El sexo le ardió al imaginarlo dentro de ella, y el calor le llegó hasta las mejillas. Luc deslizó las cintas de sus braguitas por las caderas y el hecho de que sus dedos la encontraran húmeda y jugosa hizo que su voz se enronqueciera de gozo.
—Creo que esta ha sido la semana más larga de mi vida.
—Y la mía —aseguró ella, con ese matiz ardiente del que se teñía su voz cuando estaba excitada.
Luc supo que no llegarían a la cama cuando Jennifer, dejándose llevar por un impulso desenfrenado, se lanzó a quitarle el cinturón de los pantalones y a forcejear con la hilera de botones de sus vaqueros.