Capítulo 11
ALgunos minutos después, la visión de la cama cubierta con una colcha azul la había puesto un poco más nerviosa de lo que ya estaba, pero Luc se había encargado de tranquilizarla tomándole el rostro entre las manos para enfrentar las miradas. Acarició el cabello mojado que enmarcaba su preciosa cara, mientras ella le miraba con una mezcla de amor, ternura y deseo. Luego descendió los dedos por el cuello terso, trazando una caricia electrizante sobre la piel húmeda del escote, hasta que topó con la tela del vestido blanco.
—Bésame —le había pedido ella, con el tono acuciante.
Luc depositó en sus labios una cadena de besos hambrientos que agitó sus respiraciones, al tiempo que internaba las manos bajo la tela del vestido y del sujetador. Ahogó un ronco gemido contra su boca cuando los dedos toparon con los pezones fríos, que ya encontró erguidos.
—Luc..., te quiero.
—Yo también te quiero. Y te deseo. Muchísimo.
Jennifer ya lo había comprobado por sí misma al sentir su vigorosa erección presionando contra la parte alta de su vientre, haciendo que el punto de unión de sus muslos hirviera y entrara en ebullición.
Luc la tomó de la mano y se la llevó consigo hacia la cama. Ella se tumbó primero tras quitarse las sandalias empapadas y él lo hizo a su lado. Irguiéndose sobre el brazo, cubrió el cuerpo delgado de Jennifer y atrapó su boca para darle un beso largo y apasionado. Las lenguas se unieron afanosas y las manos recorrieron el cuerpo del otro con caricias apremiantes y ansiosas.
Mientras se familiarizaba con el delicioso tacto de su cuerpo, Luc tuvo claro que nunca había deseado a ninguna mujer tanto como a Jennifer, y eso que había tenido muchas relaciones sexuales con mujeres diferentes antes de conocer a Meredith. La necesidad física que en aquel momento lo asediaba era tan brutal que incluso llegaba a ser dolorosa. Y en busca de calmar ese dolor, bajó la cabeza para besarle y lamerle los pezones, al tiempo que Jennifer enredaba los dedos en su cabello para acercarlo un poco más a su cuerpo.
Con una caricia no demasiado experta, ella le tocó el excitado miembro por encima de los pantalones y Luc sintió como si una ráfaga de fuego se lo recorriera. Deslizó la palma de la mano sobre la tersa piel del muslo y ascendió bajo la falda hasta llegar a su ingle. Jennifer suspiró contra sus labios y se tensó bajo su cuerpo cuando Luc apartó la tela de las bragas para acariciarle el sexo. Ella también era puro fuego.
Profundizó el beso e internó los dedos en la suave y húmeda hendidura. Su desmesurada excitación continuaba causándole un extraño dolor que se hizo más potente conforme avanzaba, y cuya procedencia no conseguía localizar. Hasta que una imagen se fue filtrando de manera paulatina en su mente y el rostro de Meredith tomó forma en la oscuridad que reinaba tras sus párpados cerrados. Se sintió como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago.
Se separó de esa boca cálida que lo enloquecía y la miró a los ojos. Desde hacía un rato, no sabía cuánto, tal vez unos segundos o un par de minutos, Jennifer había aflojado las caricias enardecidas y había dejado de reaccionar con la misma pasión de antes. Una tormenta de deseo y de amor continuaba adherida a sus hermosas facciones, pero Luc también se topó con un mundo de temores, en el que la culpabilidad despuntaba entre todos ellos.
Apoyó la frente en la de ella y mezcló los jadeos con los suyos. Acto seguido, abandonó las caricias y retiró la mano del refugio de sus muslos.
—No puedo hacerlo —murmuró con tono atormentado—. Te deseo con todas mis fuerzas pero... no puedo seguir.
Jennifer tragó saliva y deslizó los dedos por el corto cabello negro.
—Lo sé. —Sus ojos se cubrieron con el brillo de las lágrimas—. Yo tampoco soy capaz.
Se unieron en un beso lento y emotivo que les dejó un sabor amargo en el paladar, ya que les supo a despedida. Una lágrima se desprendió de la comisura del ojo de Jennifer y Luc se la secó con la yema del dedo antes de que resbalara hacia la sien.
Ella apretó los labios y luchó por hacerse con el control de sus emociones. Agradeció que él se retirara de encima para que el techo de la habitación del hotel apareciera ante su vista. Mirarlo en aquel momento era como conocer el fallo de una sentencia que la condenaba a vivir en el infierno.
Apesadumbrado, Luc se sentó en el lateral de la cama, apoyó los brazos sobre los muslos y se restregó la cara con las palmas de las manos. Jennifer tardó un poco en acomodarse a su lado. Entonces, unió el hombro al de él y se retiró de los ojos las lágrimas silenciosas que los mojaban. Ninguno dijo nada durante unos eternos segundos. Reflexionaron y asimilaron en silencio, a la vez que la atmósfera de la habitación se enfriaba y la lluvia que caía al otro lado de la ventana enmarcaba un paisaje tan triste, vacío y gris como el humor de ambos.
—No se merecen que les hagamos esto.
Jennifer pensaba lo mismo, aunque la expresión arrepentida de Luc le dolió en el alma.
—No, no es justo —alcanzó a decir ella.
—Meredith..., ella es una buena chica. Está enamorada de mí y yo... yo también lo estoy de ella. —Hundió los hombros—. Hace menos de tres meses le pedí que se casara conmigo.
Como siempre que las emociones hacia Jennifer zarandeaban su mundo hasta sacarlo de su eje, Luc sentía la necesidad de reafirmar lo que sentía hacia Meredith en voz alta, como si al hacerlo de ese modo fuera a dotar sus sentimientos de mayor autenticidad. Muchas veces le había funcionado; no obstante, en aquellos momentos estaba tan confundido que no le sirvió de mucho.
A su lado, Jennifer había metido las manos entre los muslos mientras observaba cabizbaja las figuras geométricas que decoraban la alfombra que había bajo sus pies.
—Yo... yo he construido mi vida en torno a Nick. Nunca la he concebido de otro modo y jamás he querido imaginarla de otra manera. —Hizo una pausa en la que intentó hallar a Nick en su interior, pero allí dentro todo estaba revuelto—. ¿Qué nos está pasando?
Buscó la mirada de Luc y él se la ofreció. Los remordimientos de los dos fluctuaron en el aire, volviéndolo más espeso.
—Sinceramente, no lo sé.
—¿Crees que es posible que estemos confundiendo nuestros sentimientos?
Jennifer no lo creía. ¿Cómo iba a ser un espejismo lo que Luc provocaba en su corazón? Pero necesitaba escuchárselo decir a él.
—Lo que creo es que cualquier cosa que digamos en estos momentos no sería fiel a la realidad. —Luc le tomó la mano y se la llevó a los labios para besarle la punta de los dedos. Después se puso en pie—. Vamos a llegar tarde al trabajo, deberíamos regresar a la estación.
Jennifer asintió a la vez que se levantaba de la cama.
Al contrario del viaje de ida hacia el hotel, en el que la expectación, el deseo y el nerviosismo habían sido los motores que les movieron, en el de vuelta hacia la estación los acompañó la desesperanza, la culpabilidad y el desánimo.
Mientras esperaban en el andén a que llegara un nuevo tren con destino a Washington, la lluvia inclemente cayó sobre ellos sin que ninguno se preocupara de buscar refugio bajo la marquesina de la estación.
Así no era como Jennifer lo había imaginado cuando le habló a Luc de sus deseos. En su fantasía lluviosa, los dos paseaban con las manos entrelazadas a lo largo del paseo de Inner Harbor, envueltos en risas y besos. En su sueño, no había terceras personas implicadas y los dos eran libres para dar rienda suelta a sus sentimientos.
Cuando había visto aparecer el tren a lo lejos, Jennifer se había secado las lágrimas sigilosas que se mezclaban con las gotas de lluvia. Luc había querido reconfortarla de alguna manera pero de sus labios solo brotó un amargo suspiro. No supo qué hacer ni qué decir ya que él también sufría, aunque su llanto fuera interno.
No hablaron durante el trayecto a Washington, Jennifer volvió a abstraerse en la contemplación del paisaje y Luc se perdió en sus pensamientos. Cuando llegaron a la estación Union se despidieron de manera concisa hasta el día siguiente, aunque ella sintió que su vida se había detenido en el preciso instante en que abandonaron el hotel de Langham.
Aquella noche, su sueño había sido inquieto y superficial. Se había despertado tantas veces durante el transcurso de la madrugada que por la mañana se sintió cansada y abatida. Consideró la idea de no ir a trabajar ese día, o incluso de llamar a la empresa donde prestaba sus servicios para negociar un horario diferente con tal de no tener que volver a verlo. Sabía que su relación con Luc había llegado a su final y le daba tanto miedo perderlo que no quería enfrentarse a ese momento.
Sin embargo, sus padres no le habían enseñado a dar rodeos en la vida. Uno de los pilares importantes en los que se había basado su educación era que los problemas siempre se debían atajar de frente. Y esa fue la razón que la impulsó a salir de la cama.
Lo había encontrado sentado en la última fila del vagón del tren, entre la ventanilla y un señor que leía el periódico. Como siempre hacían, Jennifer le pidió amablemente a este último que si no le importaba trasladarse a su asiento. El hombre no tuvo ningún inconveniente y ella ocupó su lugar.
Luc tampoco parecía haber dormido mucho aquella noche, sus ojos acusaban cansancio así como un conflicto interno que hacía que su semblante luciera tenso. Ella dejó la cartera junto a sus pies, cruzó las manos sobre el regazo y esperó a que él hablara. Por el modo en que sus pupilas se movían inquietas sobre el respaldo del asiento de delante, Jennifer intuyó que tenía algo importante que decirle.
—Antes de conocerte, Meredith y yo estuvimos planeando mudarnos a Washington. Ella podría encontrar empleo fácilmente como profesora de matemáticas en cualquier academia y yo no tendría que estar yendo de un lado para otro todos los días. —Se pasó una mano por el pelo y luego la dejó inerte sobre el cuello. No la miraba, Jennifer suponía que no sería capaz de decirle todo aquello si lo hacía—. Después entraste en mi vida y... —Se paró en seco, suspiró hondo y se frotó la nuca con vigor—. Y preferí seguir viajando a diario con tal de continuar viéndote.
Jennifer apretó los labios e hizo denodados esfuerzos para que no la desbordara la tristeza. Él prosiguió:
—Anoche retomamos el tema y nos pusimos de acuerdo en que no tiene sentido demorar más esta situación. Vamos a trasladarnos definitivamente. Esta noche me quedaré en Washington.
Luc por fin buscó el contacto de sus ojos, pero ella no pudo sostener esa mirada que estaba cargada de amargura y resignación. Hundió los hombros mientras una nueva oleada de dolor oscurecía un poco más su vida, sepultándola bajo el peso de una terrible nostalgia de la que sentía que jamás podría desprenderse.
—Es lo mejor para los dos, Jennifer.
—Lo sé —asintió, con la vista empañada—. Pero eso no lo hace más fácil.
—Desde luego que no. Esta es la decisión más difícil que he tomado en toda mi vida y solo espero no arrepentirme. Que ninguno de los dos lo hagamos.
Ella necesitaba quedarse a solas para desahogarse y deshacer, de algún modo, aquel nudo tan asfixiante que le apretaba el corazón. Deseaba que el tren llegara a su destino cuanto antes porque apenas podía soportar la idea de seguir sentada a su lado sin romperse en mil pedazos. Sin embargo, hasta que eso sucediera, no le quedaba más remedio que sacar fuerzas de flaqueza y afrontar la situación con toda la entereza que pudiera reunir.
Jennifer se recompuso en su asiento y pestañeó para despejar la visión de la cortina acuosa que se la enturbiaba.
—¿Y si nos arrepentimos? —le preguntó.
Luc no pudo ni imaginar cómo sería su vida si ya nunca volvía a verse reflejado en sus maravillosos ojos azules.
—He pensado mucho en eso, y he llegado a la conclusión de que si lo que sentimos el uno por el otro es tan auténtico como parece, no se extinguirá de la noche a la mañana.
—Si es auténtico resistirá al paso del tiempo. Y si no lo es, si solo es un capricho pasajero, entonces... no tendremos de qué preocuparnos —agregó Jennifer.
Él asintió lentamente y entonces se dio cuenta de que un vestigio de esperanza prendía en medio de la tristeza que ensombrecía su aura, como si ella tuviera pocas dudas de que su amor fuera tan real como las edificaciones que ya se vislumbraban en las afueras de Washington.
—¿Y a qué más conclusiones has llegado? —preguntó Jennifer con un matiz de impaciencia, síntoma de que sabía que él se guardaba más cosas.
Luc desplazó una mano con la que cubrió la de ella y se la acarició. Tocarla lo relajó y atemperó su desazón. También él necesitaba aferrarse a la esperanza de que tal vez todavía no se había colocado el punto y final a su historia en común.
—Dentro de tres meses, si mis sentimientos por Meredith han cambiado porque es a ti a quien continúo teniendo en la cabeza, cogeré un tren hacia Langham y te esperaré en el andén de la estación.
Jennifer cerró un momento los ojos y dejó que sus palabras le calaran hondo hasta que le llegaron a todos los rincones del cuerpo. Cuando los abrió, volvía a tenerlos húmedos y el rostro de Luc se había difuminado. Entendía que quizás aquel trato solo prolongaría la agonía, pues era posible que pasado todo ese tiempo solo uno de ellos continuara sintiendo algo por el otro. Le produjo pavor imaginarse a sí misma en la estación, esperando un reencuentro que nunca se produciría, volviendo a casa hundida y con el corazón destrozado. No obstante, fue este el que contestó por ella.
—Dentro de tres meses, si mis sentimientos por Nick han cambiado porque es a ti a quien continúo teniendo metido en la cabeza y en el corazón —añadió con énfasis, completando las palabras de Luc—, cogeré un tren hacia Langham y te esperaré en el andén de la estación.
A continuación, giró la muñeca para entrelazar los dedos con los suyos.
Antes de que el tren llegara a su destino y tuvieran que separarse, Luc recorrió con una mirada contemplativa su delicioso rostro, como queriendo grabar en su memoria cada milimétrico detalle por si no volvía a verlo. Después, cuando el tren se adentró en Union y los pasajeros comenzaron a moverse, acercó los labios a los de ella y la besó con ternura. Fue el primero en levantarse de su asiento y salir al pasillo, que recorrió hacia la salida sin mirar atrás.
Luc continuaba alzándole la cara, que escudriñaba con una mirada dura y penetrante.
—¿Por qué demonios has tenido que aparecer otra vez en mi vida?
—Eso no es del todo exacto. Has sido tú quien ha aparecido en la mía —musitó ella.
—Has podido frenarlo, te he dado muchas oportunidades —le espetó en un susurro furioso, al tiempo que los pulgares trazaban caricias sobre sus sedosas mejillas—. Y, sin embargo, ¡tú no dejas de rondarme una y otra vez!
—No quiero frenar nada, Luc. —Jennifer acopló las manos en sus musculosos pectorales y las palmas se le calentaron a través del tejido de su camisa—. Y tampoco quiero que tú lo hagas.
Luc observó su boca con ansiedad. Sentía que la situación había vuelto a escapársele de las manos y que esta vez no podía hacer nada para volver a apropiarse de las riendas.
—¿Sabes qué es lo único de lo que me arrepiento en toda mi vida? —Ella le pidió en un suave murmullo que se lo dijera. En su interior anidó la esperanza de que se arrepintiera de no haberse encontrado con ella en la estación de Langham—. De haber desperdiciado aquella oportunidad en el hotelucho de Langham, cuando estuviste a punto de ser mía. —A continuación, bajó la cabeza para aplastar los labios contra los de ella y emprendió un beso desesperado en el que concentró no solo el deseo palpitante que sentía, sino también toda la rabia contenida. Se apropió de su lengua, que rozó, chupó y lamió hasta la extenuación, arrancándole sensuales gemidos que le incendiaron las entrañas y le endurecieron el miembro hasta notarlo como una roca. Una emocionada Jennifer, que había ansiado por encima de todo que Luc se entregara a ella de esa manera tan íntima, se puso en pie y se estrechó contra él pasándole los brazos por los hombros, sin dejar de besarlo. Él la tenía sujeta por la parte posterior de la cabeza en un gesto posesivo, mientras que con su otra mano libre comenzó a acariciarle la parte baja de la espalda, donde la tela del vestido volvía a cubrir la piel desnuda.
La voracidad de los besos de Luc hizo que a Jennifer se le aflojaran las rodillas. Ella jamás los había olvidado pero el recuerdo no les hacía justicia. La volvía loca la manera en que la tentaba con la lengua, incitándola y retirándose para luego enredarse ambas al segundo siguiente, hasta que a los dos les faltaba el aire y se veían obligados a disminuir la presión de los labios para llenar los pulmones. Después regresaban a por más, buscándose desde diversos ángulos en su desesperación por sentirse más cerca.
La boca de Luc sabía a bourbon y su piel olía a un jabón muy masculino que avivó un poco más el deseo que ya sentía desbocado. Colocó las manos en su cara y acarició su rostro sin afeitar mientras él le apresaba los labios con pasión. Jennifer interrumpió la maraña de besos cuando los dedos de Luc se internaron bajo la tela del vestido para acariciar el final de su espalda.
—Deberíamos irnos de aquí —sugirió con la voz ahogada—. Vamos a tu casa.
—Mi casa es un asco, ¿por qué no a la tuya?
—Porque mi hermana va a pasar la noche en ella. —Luc le mordisqueó la barbilla y a Jennifer se le hizo complicado continuar con su explicación—. Tiene termitas en su casa, así que va a dormir en la mía hasta que se solucione el problema.
—¿Y qué pensará cuando llegue y vea que no estás allí?
Sus manos calientes tocaron la piel fría del nacimiento de sus nalgas y Jennifer dio un respingo.
—Se imaginará dónde estoy.
Se separó de él con decisión, agarró su bolso y depositó un billete de veinte dólares sobre la barra. El camarero sonrió con un gesto pícaro que hizo que se abochornara un poco más de lo que ya estaba. Luego asió su mano y le urgió a que salieran del Ale House.
Era una noche tan cálida que ni siquiera la brisa ligera que movía las copas de los árboles que bordeaban la calle consiguió aplacar la ebullición que sentía en la piel y en la unión de los muslos. Cuando su vista topó intencionadamente con la gran protuberancia que se marcaba en la entrepierna de Luc, y que tensaba al máximo la tela de los vaqueros, los ánimos se le encendieron un poco más.
¡Se moría de ganas de hacer el amor con él!
Una vez en el interior del coche, Jennifer arrancó el motor y puso el aire acondicionado. A través del reflejo lujurioso de sus ojos negros, que brillaban en la penumbra como dos piedras preciosas, Luc prometía cien maneras diferentes de hacerla desfallecer de placer. Jennifer metió la primera marcha y se incorporó a la avenida, codiciando el momento de ponerse en sus manos y de que él se pusiera en las suyas, aunque no estaba muy segura de estar a la altura. Luc amaba de un modo salvaje y entregado, absolutamente desinhibido y carnal; y en cuanto a ella... Bueno, había habido poco desenfreno en su vida sexual.
Luc acomodó la palma de la mano en su nuca y la masajeó sin quitarle la vista de encima. Jennifer tenía los labios separados, todavía henchidos por los besos, y respiraba por la boca. Nunca había visto tanto deseo en los ojos de una mujer. Luego se acercó a ella hasta invadir su espacio vital.
—Relájate, estás muy tensa —murmuró con la voz ronca, muy cerca de su oído.
Luc era tan alto y tan grande que Jennifer tuvo la sensación de conducir un coche mucho más pequeño que el suyo. Tragó saliva cuando deslizó la mano sobre su muslo desnudo, pues hacía tanto calor que había prescindido de las medias, provocando que de su piel brotaran auténticas chispas. Bajó un momento la mirada para observar cómo esa mano grande y áspera trepaba para enterrarse bajo la tela de su vestido. Jennifer suspiró al tiempo que pisaba más a fondo el acelerador y se saltaba un semáforo en ámbar. Separó instintivamente los muslos para que la caricia ascendente pudiera llegar hasta donde él se proponía.
Luc le acarició el sexo por encima de las bragas húmedas.
—¿Sabes qué es lo primero que voy a hacer cuando te quite el vestido? —Ella negó nerviosa, con las manos apretando el volante de cuero—. Voy a comerte el coño hasta que te corras en mi boca.
Ladeó la tela de las bragas y los dedos se deslizaron sobre los jugosos labios menores. Aunque los rozó superficialmente, aquellos quedaron impregnados de sus copiosos fluidos. Luc apretó los dientes y se detuvo. Estaba tan caliente que la polla se le había puesto como una piedra, y la presión que el pantalón ejercía sobre ella le estaba ocasionando una fuerte molestia. La asió para acoplarla de otro modo hasta que pudiera liberarla. Ella le dedicó una mirada sedienta antes de que Luc volviera a tocarla, en esta ocasión profundizando las caricias. Palpó la entrada a la vagina y luego siguió con el índice el canal de terciopelo que ocultaban los labios menores, hasta que llegó al clítoris. Jennifer se puso rígida y apretó los muslos contra su mano mientras Luc realizaba el mismo recorrido, pendiente del sufrido placer que le desfiguraba los rasgos.
Jennifer, por fin, dejó escapar un gemido.
—No podía soportar verte con ese capullo e imaginar que era él quien te hacía esto, por eso me largué. —Presionó el clítoris con delicadeza, antes de dibujar su contorno con caricias circulares.
—Yo... No habría pasado nada entre él y yo. —Los dedos de los pies se le encogieron y las mejillas le ardieron, aun cuando el chorro del aire acondicionado impactaba de lleno en su cara—. Dios, ¡Luc!
Él movió la nariz sobre su cabello y apoyó los labios sobre su oreja.
—No quiero que otro tío te toque —le dijo en tono posesivo.
—Ninguno va a hacerlo excepto tú —contestó con celeridad, antes de que un nuevo gemido la dejara sin voz y sin respiración.
Luc sabía que más tarde se arrepentiría de sus palabras, ¿qué cojones hacía marcando el territorio como si ella fuera de su propiedad? En cambio, así lo sentía en aquellos momentos. Jennifer era suya, siempre lo había sido desde que coincidieran por primera vez en el tren, así que sentía que solo él tenía derecho a proporcionarle placer, así como a provocarle esas emociones que se le escapaban a raudales por los ojos.
«Más tarde, cuando dejes de pensar con la polla, te arrepentirás de lo que has dicho.»
Frotó el clítoris un poco más fuerte al notar que ya se había endurecido y ella deslizó las nalgas hacia atrás todo lo que el asiento le permitió, en un intento fallido de alejarse del placer que la distraía de la conducción. Sin embargo, al segundo siguiente separó un poco más los muslos y se expuso a él, incapaz de renunciar a ese placer tan intenso.
Sin dejar de masajear el tierno y resbaladizo botón, Luc introdujo el índice en la vagina mientras apresaba el lóbulo de su oreja con los labios y lo acariciaba con la punta de la lengua.
—¡Luc! —jadeó.
Un coche les lanzó una ensordecedora cadena de bocinazos cuando entraron en una rotonda y Jennifer le cortó el paso sin querer. Levantó una mano para disculparse y el otro conductor alzó el dedo corazón.
—Vas a conseguir que nos estrellemos —ironizó él, al tiempo que echaba una mirada al lugar donde se encontraban. Todavía no habían atravesado el distrito de Little Italy, por lo tanto, unos diez minutos de distancia les separaban de Canton—. Gira a la derecha.
—No puedo conducir si continúas haciendo... —Luc la penetró con dos dedos y los movió rápidamente. Ella gimió alto y fuerte—. ¡Oh, Dios!
—Vamos, gira a la derecha —repitió, a la vez que señalaba con la cabeza la oscura bocacalle.
Temiéndose que experimentaría un orgasmo mientras conducía, encerrada entre los coches que circulaban por la avenida, Jennifer echó una rápida mirada al espejo retrovisor y, tras asegurarse de que el carril derecho estaba despejado, hizo caso a sus indicaciones y dio un volantazo a la altura de la calle Fawn. Él se recompuso en su asiento mientras ella continuaba todo recto hacia la plaza de Colón, donde encontró una zona ajardinada y retirada de la calzada en la que, a esas horas tan tardías de la noche, no había ni un alma transitando por allí.