Capítulo 8

—HOY es mi último día como capataz. Mañana colgaré el uniforme y otra persona ocupará mi puesto hasta que Alley se restablezca.

Se lo habían comunicado hacía unas cuantas horas, después de que su padre tomara cartas en el asunto. George estaba algo extrañado de que ninguno de los candidatos escogidos por Simmons fuera válido para su hija, así que había intervenido en el proceso de selección y, esa misma mañana, le habían dado el trabajo a Bruce Mulray, uno de los hombres a los que habían entrevistado la tarde anterior. George insistía en que la necesitaba en su despacho, atendiendo sus verdaderas obligaciones, pues no podían resolverse con la misma destreza y rapidez desde el puerto.

—¿Y eso no debería alegrarte? —preguntó Luc.

—Supongo que sí. —Se encogió de hombros mientras clavaba una mirada desganada en su bocadillo de pollo con salsa de mostaza y lechuga—. Trabajar al aire libre tampoco está tan mal. No sé por qué lo odiaba tanto cuando mi padre me puso al frente de ese puesto.

Claro que lo sabía, porque lo que realmente la entristecía era el hecho de no ver a Luc todos los días. ¿Qué iba a pasar entre los dos a partir de ese momento? Le había prometido a Ashley que no se implicaría emocionalmente con Luc, pero lo había hecho hasta el fondo, y nunca mejor dicho. Sus más profundos sentimientos hacia él habían salido a flote desde el lugar donde dormitaban. Daba igual que las experiencias que a Luc le había tocado vivir le hubieran convertido en un hombre frío, hosco e insensible; ella seguía amándole.

De hecho, nunca había dejado de hacerlo.

El nudo que le apretaba la boca del estómago se tensó un poco más hasta desencajarle la cara.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, es solo que... —Movió la cabeza y cambió de tema para olvidarse de ese asunto—. El próximo sábado es el aniversario de la empresa. Hace treinta años que mi padre fundó Naviera Logan y va a celebrarlo por todo lo alto en un salón que ha alquilado en el Sheraton de Inner Harbor. Tiene la intención de invitar a todos los trabajadores de la empresa, mañana se repartirán las invitaciones. —Mientras hablaba, percibió el rechazo que a Luc le produjo la información—. Habrá un cóctel de bienvenida y después una cena.

—No voy a ir.

—¿Por qué no?

—Porque no pinto nada en esa fiesta.

—Eres un trabajador de la empresa, como todos los demás —lo contradijo.

—Al que le pagan por hacer su trabajo, no por acudir a aniversarios —refutó tajante.

Ella le miró fijamente mientras él le daba un bocado hambriento a su bocadillo.

—Quiero que vayas.

—No —contestó tras tragar, obviando el hálito de súplica que tiñó su voz.

—Estoy segura de que irá todo el mundo, serás la única persona que se ausente sin una causa justificada.

—Entonces me inventaré una. No me gustan las fiestas ni las aglomeraciones, y tampoco tengo ropa adecuada.

—No es necesario vestir de etiqueta, con una americana informal bastará.

—Jennifer, no va a servir de nada que insistas, así que puedes ahorrarte la saliva.

Ella endureció el gesto.

—Ya veo que en eso no has cambiado nada. Sigues siendo igual de testarudo.

A Luc le hizo gracia que arremetiera contra él.

—Bueno, ha sido mucho más fácil desprenderme de mis virtudes que de mis defectos —aseguró, al tiempo que abría otro pequeño sobre de mostaza con el que aliñó su bocadillo—. Tú sigues crispándote cuando no consigues lo que quieres.

Le dedicó una mirada burlona y a ella se le destensó el entrecejo. Se observaron en silencio, mientras la complicidad resurgía entre los dos y volvía a conectarlos más allá de lo físico. Luc se desligó de aquel instante revelador regresando la atención a la comida, y para romper con el clima cálido que se había creado, hizo comentarios sobre lo mucho que deseaba volver a ver un partido a los Ravens de Baltimore, aún a sabiendas de que a ella no le interesaba el fútbol lo más mínimo.

Jennifer mordisqueó el pan y masticó con lentitud mientras fingía interés en lo que le contaba. La antigua magia estaba presente entre los dos, por mucho que él quisiera rehuirla con giros bruscos en la conversación.

De repente, algo comenzó a ir mal. Jennifer dejó de escuchar la voz de Luc, la vista se le emborronó y un sudor frío como el hielo comenzó a cubrirle la espalda y las palmas de las manos. Apartó a un lado el bocadillo y tragó saliva para hacer desaparecer las repentinas náuseas que le revolvieron el estómago.

Luc interrumpió el monólogo al ver que su cara había vuelto a perder todo el color de golpe.

—Deberías comer un poco más.

—No tengo apetito.

Jennifer se secó las palmas de las manos en la falda, agachó la cabeza y cerró un momento los ojos mientras hacía un par de profundas inspiraciones que no deshicieron el malestar.

—Eh, ¿qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

Luc le retiró el pelo de la cara y se lo colocó detrás de la oreja. Al despejársela, pudo ver que tenía los labios apretados y la barbilla temblorosa. Al sentir el tacto de su mano, que él dejó sobre su hombro, Jennifer no pudo contener por más tiempo los síntomas de una angustia que había aparecido súbitamente y que se hacía cada vez más y más grande. ¿Qué le estaba ocurriendo? Los ojos se le cubrieron de lágrimas, que se secó con la yema de los dedos.

—Ha sido horrible, Luc. —Un volcán de miedo y ansiedad entró en erupción—. Jimmy se agarraba a mí muy fuerte, me inmovilizaba los brazos y las piernas, y aunque yo hacía todo lo posible por ayudarle, él estaba tan aterrado que no me dejaba... no me dejaba subir —sollozó. Luc le apretó el hombro con suavidad y dejó que siguiera sacándolo todo—. Nos estábamos quedando sin oxígeno y nos hundíamos. ¡Creí que íbamos a morir!

La respiración se le había alterado tanto que le agitaba el pecho y le ahogaba la voz. Verla sufrir de ese modo activó su instinto de protección y no tuvo más interés que el de consolarla. Apartó los envases que se interponían entre los dos para sentarse a su lado. Después, le rodeó la espalda con el brazo y la acercó a su cuerpo.

—Ya está, preciosa. Ya ha pasado todo. Ahora estás a salvo.

—Pero si tú no hubieras estado en el muelle, yo... ¡Habría muerto!

—Estaba allí, y eso es lo que importa.

Jennifer rompió a llorar, un llanto ansioso y seco que la hizo estremecer de los pies a la cabeza. Luc sabía perfectamente cómo se sentía y que tarde o temprano se rompería, así que hizo lo que estuvo en su mano para aliviar su sufrimiento. La atrajo hacia él para envolverla entre sus brazos, le acarició la espalda y le susurró al oído palabras reconfortantes. Ella apoyó la mejilla contra la suya y le rodeó los hombros.

Abrazarla de ese modo tan íntimo y personal hizo que se sintiera muy a gusto. Sus terminaciones nerviosas se afilaron y fue plenamente consciente de cómo reaccionaba cada punto de su anatomía contra el que ella se apretaba. Jennifer le estaba inundando el cuerpo de una sensación muy placentera que no solo tenía que ver con el sexo. Era agradable sentirse necesitado por alguien.

«¿Qué diablos te está pasando?».

Poco a poco, Jennifer empezó a tranquilizarse. Las palpitaciones desaparecieron, el sudor se le secó y el estómago dejó de estar revuelto. En su lugar, un maravilloso calorcillo la caldeó por dentro al tomar conciencia de que sus mejillas estaban unidas, de que tenía los senos aplastados contra sus sólidos pectorales y de que sus fuertes manos la acariciaban mientras ella inspiraba su aroma a hombre mezclado con salitre. Se habría quedado allí una eternidad, pero no tuvo más remedio que separarse cuando ya no hubo tantas razones para necesitar su refugio.

Intentó sonreír al tiempo que se secaba los restos de lágrimas y se recomponía el cabello. Sentía los ojos hinchados como balones y la cara congestionada. Luc dejó la mano alojada en su cintura y movió los dedos sobre la ropa.

—¿Mejor?

—Siento haberme puesto así. —Sacó un pañuelo de papel del interior de su bolso—. Pensaba que no iba a afectarme tanto pero... de repente, he empezado a desmoronarme.

—Estabas en estado de shock y por eso has tardado en reaccionar, pero eres una mujer muy valiente, Jennifer. He visto a personas hundirse ante experiencias menos impactantes.

Jennifer se enjugó los ojos y se sonó la nariz.

—¿Alguna vez... has estado a punto de morir?

—En una ocasión —afirmó.

—¿Qué pasó?

Luc se lo contó mientras, de manera inconsciente, continuaba acariciándole la cintura.

—Ocurrió algunos días después de la última vez que nos vimos. Nos dieron el aviso de que se había producido un incendio espantoso en un edificio de oficinas en pleno centro de Washington. Gracias a que ya era tarde la gran mayoría de los trabajadores se habían marchado a casa, pero los que todavía no lo habían hecho quedaron atrapados en sus respectivas oficinas sin posibilidad de buscar una salida. Fue provocado por una explosión de gas, así que cuando llegamos el fuego se había extendido por toda la planta del edificio. Los cristales de las ventanas estallaban y la gran humareda negra no nos dejaba ni respirar. Mientras nos poníamos en marcha, recuerdo que una mujer se lanzó por una de las ventanas al vacío. Era un noveno piso, por fortuna el último —comentó con gran pesar, dando a entender que había muerto en el acto—. Fue la única persona que falleció, conseguimos sacar a los ocho restantes y ponerlos a salvo. Corríamos tanto peligro allí dentro que no nos quedó más remedio que salir para aplacar el incendio desde la calle pero, justo cuando ya nos marchábamos con el último de los rescatados, me pareció escuchar los gritos de una mujer y decidí actuar por mi cuenta. El tiempo se agotaba. —Luc detuvo la caricia para perderse en los aciagos recuerdos—. Me dejé guiar por los chillidos de auxilio a través del pasillo principal y conseguí llegar hasta ella. Estaba escondida debajo de una mesa de trabajo, cubriéndose la boca con el cuello alto del jersey. Había mucho humo y el mobiliario ardía. La saqué de allí para volver a la salida que habíamos estado utilizando, pero había quedado obstruida por el fuego y por las placas que se habían desprendido del techo, así que tuvimos que buscar otra salida mientras el fuego se extendía a una velocidad endiablada a nuestro alrededor. Los siguientes diez minutos fueron infernales. —Jennifer lo escuchaba con total atención. En sus ojos oscuros todavía llameaba el eco de la tragedia, haciendo que la expresión se le ensombreciera y que la voz se le cargara de intensidad—. Llegamos hasta la salida de emergencias con muchísimas dificultades, pero hubo un momento en el que pensé que no lo lograríamos. Creí que moriríamos devorados por el fuego. —Luc movió la cabeza y luego cortó el hilo de los recuerdos para dirigirle una mirada determinante—. No era mi momento, como tampoco lo era el tuyo.

El abrazo reconfortante, unido a aquel sencillo comentario, terminó de liberar la ansiedad que no la dejaba respirar. Él siempre tuvo ese efecto en ella.

—Luc, quiero que sepas que... no me arrepiento de lo que sucedió anoche. —Cruzó las piernas e intentó mirarle a los ojos mientras hablaba—. En mis fantasías ocurría de otra manera pero, de todos modos, no estuvo tan mal.

Las mejillas se le acaloraron al confesar aquello frente a la mirada penetrante de él.

—En aquel entonces, cuando los dos fantaseábamos con acostarnos juntos, habría sido de otra manera. —Luc tomó con los dedos un mechón de cabello rubio para hacerlo girar entre ellos. Ella le miró con un brillo delicioso en los ojos—. ¿Qué quieres decir con eso de que no estuvo tan mal? Te recuerdo que te corriste dos veces y que tuve que pedirte que te cubrieras los labios cuando te pusiste a chillar. —Disfrutó hablándole así. Su timidez le parecía arrebatadora—. Me fascinaste, no te esperaba tan entregada y receptiva.

—Me faltó algo de...

Tragó saliva y luego se lamió los labios, acaparando la atención de Luc sobre ellos.

—¿De qué?

—De ternura.

—Ya no soy un hombre tierno, cariño. No busques más de lo que recibiste anoche porque perderás el tiempo.

Eso era lo que él decía, pero Jennifer estaba más segura que nunca de que solo eran palabras sin fondo.

Luc vio la nueva determinación que afloró en sus ojos y se preguntó qué le estaría rondando por la cabeza. Ante la posibilidad de que el acercamiento que acababa de producirse entre los dos la hubiera llevado a crearse falsas esperanzas, decidió ser mucho más claro con ella.

—Desde que he salido de la cárcel me he acostado con un montón de mujeres, y eso que nunca quise tener sexo con ninguna de las putas con las que, de vez en cuando, se aliviaban los presos. Ninguna me importa lo más mínimo y tampoco me interesa nada de lo concerniente a sus vidas. Solo se trata de sexo —explicó con crudeza, chocando con el candor con el que le miraba ella—. Tú eres diferente. A ti te he conocido por dentro y sé que eres una mujer increíble pero, en la actualidad, no puedo ofrecerte otra cosa diferente a lo que les ofrezco a ellas. Si te gusta que te traten como lo hice anoche, como si fueras una más del montón, puedes venir a verme cuando se te antoje —la invitó, seguro de que su amor propio le impediría ultrajarse así—. De lo contrario, es mejor que lo de anoche no vuelva a repetirse.

—Yo no me sentí así, Luc.

Él sabía que mentía, pero le gustó ver que su orgullo femenino le impedía reconocerlo. Además, Luc había visto cómo la desilusión la desinflaba cuando se salió de ella para comentarle, con muy poca delicadeza, que se largaba.

Soltó el mechón de cabello, que el sol hacía brillar entre sus dedos, y luego consultó su reloj de pulsera. No le pareció oportuno insistir más en ello porque lo único que conseguiría sería dañar su dignidad innecesariamente.

«Te estás volviendo un blando».

—Tenemos que regresar, es casi la hora —comentó él.

—¿Vendrás a la fiesta?

—No, cariño. No iré a la fiesta.

Tras darse una ducha y ponerse ropa limpia, salió a la calle y puso rumbo hacia el cementerio de Greenmount. Había caído una fina llovizna veraniega a última hora de la tarde, pero las nubes ya se retiraban hacia el este y el sol volvía a lucir en el horizonte. En un par de horas sería completamente de noche.

No se subió a ningún transporte público, no le gustaban los lugares cerrados, prefería ir caminando a todos los sitios aunque continuara experimentando esa especie de inestabilidad que lo atenazaba cuando se encontraba en espacios muy abiertos.

Era la segunda vez que cruzaba la solemne entrada empedrada de Greenmount y por eso esperaba sentirse tan agobiado como en la primera ocasión; no obstante, mientras caminaba por el sendero principal e iba dejando atrás los cientos de tumbas que minaban el césped, fue invadido por una especie de calma interior que era nueva para él. El cementerio continuaba siendo un lugar triste que prefería no haber tenido que visitar en la vida, pero ya no se le desgarró nada por dentro mientras se dirigía hacia la tumba de Allison.

Los rayos de sol tenían el color de la miel y hacían centellear las gotas de lluvia adheridas a la hierba que rodeaba su tumba. Como no le importaba mojarse los vaqueros, tomó asiento de cara a la inscripción de la lápida y apoyó los brazos sobre las piernas flexionadas.

A excepción del murmullo que la suave brisa arrancaba a las hojas del árbol que tenía enfrente, el silencio se extendía a su alrededor cuando le dijo:

—Nunca he dejado de echarte de menos, pero ahora que vuelvo a ser un hombre libre y que puedo volver a pasear por los lugares que tanto te gustaban a ti, o simplemente quedarme mirando una puesta de sol como tú solías hacer, los recuerdos se han vuelto más frescos. Te veo en todos lados. —Hizo una pausa en la que sus labios se curvaron apenas—. Y eso es bueno porque... no quiero olvidarme nunca de ti.

La relación con Allison siempre fue muy fluida y cercana. Existía una buena comunicación entre los dos y, aunque a veces discutían por los temas más diversos, siempre resolvían sus desavenencias frente a una jarra de cerveza y una deliciosa torta de cangrejo. Luc comenzó a recordar en voz alta algunos de los mejores momentos que habían compartido juntos. El dolor de la pérdida, que permaneció anestesiado durante los últimos años en prisión, se le había despertado una vez había salido de aquel lugar, pero no iba a convertir sus visitas al cementerio en episodios melodramáticos.

Al cabo de un rato, mientras la sonrisa se le iba apagando tras finalizar de contar una anécdota graciosa, alzó la vista hacia la lápida y se mantuvo en silencio hasta que el eco de su voz se desvaneció. La luz había menguado, las gotas de lluvia ya no brillaban sobre el césped y el rojo intenso de las rosas que le había llevado hacía unos días se estaba apagando, del mismo modo que lo hizo su firmeza. Todavía le quedaba un largo camino que recorrer para superar su rabia.

De manera repentina, Jennifer Logan se coló en sus pensamientos. La había visto por la mañana temprano, cuando acudió al puerto con el nuevo capataz para presentárselo a Harrison y darle una serie de instrucciones antes de marcharse definitivamente a su despacho en el centro.

En un momento inicial, Luc agradeció no tener que volver a verla de continuo en todos y cada uno de los rincones del muelle pero, conforme transcurría la mañana, se sorprendió a sí mismo buscando por encima de su hombro o barriendo las instalaciones con la mirada antes de reparar en que ella ya no estaba allí.

Cuando eso sucedía, se sentía invadido por un insólito sinsabor que le llenaba de contrariedad. Le gustara o no, dedujo sin muchas dificultades que a aquello se le llamaba «echar de menos a alguien».

¿Un día sin verla y ya la echaba de menos?

—¿Recuerdas a Jennifer Logan? Claro, qué tontería, ¿cómo no ibas a recordarla?

En el pasado, en el momento en que Jennifer se metió tanto en su cabeza que incluso cuando dormía soñaba con ella, Luc le contó a Allison lo que le estaba sucediendo. Llegó a sentirse tan desorientado y tan culpable, tan enganchado a Jennifer mientras era Meredith quien lo recibía cada noche entre sus brazos, que necesitó sacarlo al exterior con alguien de extrema confianza. No era su opinión lo que buscaba, pues de antemano ya sabía cuál sería, tan solo quería que Allison lo escuchara.

Ahora, aunque ella ya no podía hacerlo, hablarle a su tumba le hacía sentirla un poco más cercana.

—He vuelto a verla. Ella es una de las jefas de la empresa estibadora para la que trabajo. ¿Recuerdas que te conté que su padre era el propietario de una? Pues es la misma. Naviera Logan —Deslizó la mano sobre la hierba húmeda y cargó el peso en el brazo—. Cuando supe que lo más probable era que volveríamos a encontrarnos, te aseguro que no se me pasó por la cabeza que después de tantos años y de los rumbos tan opuestos que habían tomado nuestras vidas, fuéramos a... —Dudó sobre qué palabra utilizar que calificara lo que estaba aconteciendo y terminó decantándose por una poco precisa—... conectar de nuevo. Joder, ella sigue sintiendo algo muy fuerte por mí. —Hizo una pausa para aclararse la garganta, y, entonces, casi pudo escuchar la voz de Allison animándole a que también él fuera sincero con sus propios sentimientos—. Jennifer se merece muchas cosas buenas y yo no puedo ofrecerle ninguna de ellas. La cárcel me lo ha arrebatado todo y ahora solo soy capaz de preocuparme por mí mismo y por nadie más. Así que lo que quiero es que se aleje de mí, que olvide que alguna vez me ha visto porque, de lo contrario, sé que terminaré haciéndole daño. —Enfatizó el tono, como si de algún modo necesitara justificarse—. Solo hay un problema, y es que ella es tan condenadamente obstinada como solías serlo tú. Como seguro que seguirás siéndolo allá donde estés.

El repentino timbrazo hizo que Jennifer apartara la mirada de la pantalla del ordenador para desviarla hacia el teléfono. Su secretaria la informó de que Ashley estaba allí y ella le indicó que la hiciera pasar. En cuanto colgó la horquilla en la base del teléfono, se levantó de manera abrupta de su silla giratoria y aguardó en pie a que su hermana entrara. Sabía perfectamente cuál era la razón de su visita y por eso no podía esperar sentada.

La impaciencia comenzó a recorrerle las venas.

Ashley entró en su despacho vestida de forma elegante, con un traje chaqueta blanco y una blusa sin mangas de color turquesa. Desde que su amiga Casey le tendía encerronas para que tuviera citas, su hermana había renovado casi todo su vestuario y lo había ampliado. Tal vez no encontrara a un hombre interesante entre los que Casey le presentaba, pero lo importante era que se estaba produciendo un cambio en su actitud.

Cinco años manteniéndose fiel al recuerdo de su amado esposo era demasiado tiempo.

Jennifer siempre se abstenía de hacer cualquier tipo de comentario sobre lo positiva que estaba siendo su evolución. No quería arriesgarse a que sus palabras pudieran violentarla o que supusieran un retroceso en su proceso de superación personal. Le parecía mucho más prudente afrontar la situación con naturalidad, como si no se estuviera produciendo ningún cambio digno de mención. Lo cual no implicaba que, de vez en cuando, hiciera algún comentario sutil sobre lo guapa que estaba.

—¿Cuándo vas a quitar esos cuadros tan aburridos de las paredes? —Siempre que iba a su despacho hacía la misma observación—. Tengo unos cuantos en el trastero de casa que irían estupendos con este mobiliario tan moderno.

—Por la misma razón por la que tú no los colocas en la sala de espera de tu consultorio —respondió con humor—: porque desviarían la atención de las visitas.

Hacía unos años, Ashley le regaló uno de los suyos por su cumpleaños y Jennifer lo colgó en su dormitorio. Pero ahí finalizaba su osadía.

—Muchos de mis pacientes sufren de tensión arterial y de otras dolencias que podrían agravarse si contemplaran mis creaciones —argumentó con cierta lógica.

—Y yo recibo todos los días las visitas de empresarios y ejecutivos muy estresados. También sería contraproducente para su presión arterial.

Se miraron y sonrieron. Luego Jennifer se acercó a su hermana y le plantó un sonoro beso en la mejilla.

—¿Lo has traído?

—Sí.

De su brazo colgaba una bolsa con el logotipo de la tienda H&M, y de ella sacó una carpetilla de color amarillento que puso delante de sus ojos impacientes.

—Aquí lo tienes, Casey me lo acaba de entregar mientras tomábamos café. Los trámites burocráticos han sido lentos.

Su hermana se lo quitó de las manos para echar un rápido vistazo a los datos mecanografiados en la cubierta. Hacía un par de semanas, le prometió que no volvería a enredarse con Luc Coleman del modo en que lo hizo en el pasado, pero la manera en que sus manos sujetaron los documentos como si contuvieran información vital para su existencia, así como la mirada que se movió ansiosa por la cubierta, evidenciaban justo lo contrario.

Y Ashley comenzó a temerse lo peor.

—¿Tienes algo nuevo que contarme?

Probablemente, Ashley era la única persona en el mundo a la que jamás mentiría, ni siquiera por piedad. Le había ocultado que habían mantenido relaciones sexuales porque no quería preocuparla y porque le faltaba empuje para encarar un tema que estaba desequilibrándola, pero si Ahsley abordaba el tema directamente no se veía capaz de continuar escondiéndolo y, mucho menos, de eludirlo con falsedades.

Jennifer dejó el expediente sobre su mesa y señaló la cafetera que había en un rincón del despacho.

—¿Te apetece un café?

Algunos minutos después, con los vasos de plástico ya vacíos y los semblantes mucho más serios, Jennifer no solo le había contado lo que había sucedido hacía unos días en la oficina del muelle; ya que estaba metida en materia, también le narró la versión correcta del incidente que había estado a punto de costarle la vida.

No tenía previsto hacerlo, la experiencia había sido demasiado traumática como para angustiar a su familia con descripciones escabrosas, así que el día anterior les había contado una versión edulcorada. Si ahora había decidido sincerarse, fue para atemperar la imagen negativa que Ashley tenía de Luc y para suavizar sus posibles reproches. El hecho de que le hubiera salvado la vida debía pesar más que cualquier otra cosa.

Cuando concluyó, la atmósfera del despacho se había espesado tanto que estuvo a punto de abrir una ventana para poder respirar mejor. Incapaz de seguir sentada sobre la silla, en la que se había removido durante todo el tiempo mientras la escuchaba en silencio, Ashley se puso en pie y se cruzó de brazos.

Se le había retirado todo el color de la cara.

—¡Por el amor de Dios, Jennifer! ¿Es que no había hombres fuertes a tu alrededor dispuestos a socorrerlo?

—Yo era la máxima responsable y por eso no esperé a que alguno tuviera las agallas de lanzarse al agua. —Ella también se levantó y comenzó a rodear la mesa—. Estaba convencida de que le salvaría la vida.

—¡Pero no lo suficiente!

Su estridente chillido paralizó a Jennifer, pero justo cuando pensaba que iniciaría un airado sermón de hermana mayor, Ashley abrió los brazos para darle un fuerte abrazo.

—No más actos heroicos, Jennifer, ¿me oyes? —Ashley se refería a aquella ocasión en la que le salvó la vida a un perro que había quedado enganchado en la vía del tren, aunque estaba cansada de que se lo recordara porque no había puesto en riesgo su vida—. Menos mal que él andaba cerca.

Le agradó mucho que Ashley valorara la valentía de Luc. Entonces se despegó de sus brazos.

—Escucha, no quiero que les digas una palabra de esto ni a papá ni a mamá. Están entusiasmados con la celebración del aniversario y esta historia les caería como un jarro de agua fría sobre la cabeza.

—Descuida, yo tampoco quiero preocuparlos. Lo que importa es que estás bien. —Ashley le acarició las mejillas—. Porque lo estás, ¿verdad?

—No he dormido mucho esta noche. Tuve una pesadilla en la que... —En la que se ahogaba, en la que las profundidades del mar la engullían sin que esta vez Luc llegara a tiempo para rescatarla. Se había despertado boqueando como un pez, con la piel sudorosa y con las sábanas pegadas al cuerpo—. Me encuentro perfectamente. Todavía estoy un poco afectada, pero tengo tanto trabajo acumulado que apenas puedo pensar en otra cosa.

—¿Irá a la cena del sábado?

—¿Te refieres a Luc? —Ashley asintió—. No lo creo. Se lo pedí antes de que se repartieran las invitaciones, pero no le gustan este tipo de celebraciones.

A Ashley no le hacía ninguna gracia todo el asunto con Luc. Acababa de demostrarle que no era capaz de alejarse de él y, mucho menos, de no implicarse emocionalmente. Lo único que conseguiría sería que volviera a hacerle daño. No obstante, se sentía en deuda con él por haber salvado la vida de su hermana, y por eso quería darle las gracias personalmente.

—¿Qué sientes por Luc? —le preguntó sin cortapisas.

Jennifer se apoyó en la mesa y acopló las manos en los bordes.

—Le sigo amando. —La preocupación acentuó la seriedad de su hermana—. Nunca he dejado de hacerlo.

—Ese hombre al que amas ¡ha matado a una persona! —susurró, para asegurarse de que nadie pudiera escucharla. Jennifer entornó los ojos y Ashley se explicó—. Le he echado un rápido vistazo al expediente hasta que me he topado con la palabra «asesinato».

—Ya lo sé, él me lo contó. Pero ninguna de las dos conocemos los motivos que lo impulsaron a hacerlo, ¿no es así? Por lo tanto, no pienso juzgarle hasta que conozca la historia al completo. De eso ya se encargaron los tribunales. —Jennifer abandonó la mesa y caminó sulfurada hacia el ventanal. Observó el bullicio que a lo lejos invadía la bahía mientras intentaba serenarse. Estaba cansada de tantos prejuicios—. Yo no escogí quererle. Si hubiera sido una elección, probablemente habría mirado para otro lado cuando me subí al vagón del tren. Así me habría evitado el sufrimiento que supone amar a alguien a quien no puedes tener junto a ti.

Escuchó los tacones de Ashley a su espalda. Después sintió la mano de su hermana apoyándose en su hombro. Un suave apretón indicó que la comprendía.

—¿Y crees que ahora puedes tenerle? ¿De alguna manera te ha dado a entender que él también te sigue amando?

—No lo sé. Su mundo emocional se hizo añicos durante los años que pasó en prisión y necesitará mucho tiempo antes de que consiga reunir todos los pedazos. —Volvió la cara hacia Ashley y le habló desde lo más hondo del corazón—. Necesito estar a su lado para ayudarle a recomponerlo.

Su hermana suspiró mientras asentía con lentitud.

—Tienes razón, me he precipitado al condenarlo.

—Luc no es ningún asesino despiadado. Sé que voy a encontrar la justificación a lo que hizo en esos papeles.

Ashley deseaba de corazón que así fuera aunque, de todos modos, fueran cuales fueran las razones que motivaron a Luc a matar a una persona, tenía serias dudas de que un hombre con semejantes antecedentes delictivos encajara en su familia. Sus padres eran buenas personas. George Logan colaboraba activamente con el estado de Maryland en la reinserción laboral de los presos pero, de ahí a que aceptara sin renuencia que su hija tuviera una relación sentimental con uno de ellos, juzgado por asesinato, mediaba un abismo.

—¿Me mantendrás informada?

—Claro.

—Bien. Ahora tengo que irme, paso consulta dentro de... —Miró su reloj de pulsera—... media hora.

Ashley se ajustó la correa del bolso al hombro y acercó los labios a la mejilla de Jennifer, en la que depositó un beso cargado de todo el amor que sentía por ella.

Nada más quedarse sola, agarró el teléfono para comunicarle a su secretaria que no le pasara ninguna llamada durante el resto de la mañana. Después, volvió a sentarse ante la mesa con la documentación frente a los ojos y el corazón acelerándose de impaciencia.

Levantó la cubierta amarillenta y, tras toparse con los datos referentes a los órganos judiciales que habían intervenido en las diferentes instancias del proceso —Luc había recurrido la sentencia dictada en primera instancia—, así como con unas letras en mayúscula que resumían el delito cometido, Jennifer pasó directamente a los antecedentes de derecho que se exponían en el segundo folio.

Pero sus ojos se estancaron en ese punto, negándose a avanzar en la lectura. Levantó la cabeza de los papeles de manera repentina y se quedó observando la insondable negrura que mostraba el monitor de su ordenador, como si acabara de tener una gran revelación.

Una revelación contra la que trató de oponerse.

«No, ni hablar. Pienso leerlo, necesito saber lo que hizo.»

Las pupilas volvieron a quedar ancladas en el encabezado mientras una oleada de ansiedad le arrasaba las entrañas. Por supuesto que necesitaba saberlo, pero no de aquella manera. No a sus espaldas. ¿Acaso no era mucho mejor esperar a que él quisiera contárselo?

—Pueden pasar días, incluso semanas. Puede que no quiera hacerlo nunca —razonó en voz alta.

Pero a sus argumentos les faltaba fuerza. Eran insuficientes para aplastar la poderosa sensación de que no debía seguir con aquello.

Poco antes de abandonar su despacho para ir a comer, le entregó el expediente a su secretaria y le pidió que lo escondiera en algún lugar donde ella no pudiera encontrarlo.

Carrie, una señora madura que siempre llevaba el cabello oscuro recogido en un moño y los labios pintados de rojo, la observó con perplejidad.

—Y si en algún momento te amenazo con despedirte si no me lo entregas, prométeme que no me harás ni caso.

—Es... está bien —asintió la confundida mujer.