Capítulo 10
JENNIFER se levantó como un resorte de su silla en cuanto vio a Luc abandonar el salón. No parecía que estuviera dispuesto a regresar porque hizo un gesto de despedida a sus compañeros de mesa.
Asió el bolso que había dejado colgado sobre el respaldo al tiempo que se ponía en pie, interrumpiendo así la conversación de Joseph. Jennifer lo miró y esbozó una sonrisa forzada con la que trató de excusar su comportamiento, pero él estaba tan contrariado que se había quedado sin habla. No debía de estar acostumbrado a que nadie lo dejara con la palabra en la boca.
—Discúlpame, Joseph, tengo que salir un momento.
—Estás disculpada —contestó el hombre, aun cuando sus ojos la recriminaban por su falta de educación.
Jennifer lo comprendía, pero le dio exactamente igual.
—¿Dónde vas, cariño? —le preguntó Calista.
—Voy... un momento fuera.
Ashley la miró con complicidad mientras Jennifer rodeaba la mesa rápidamente para no tener que contestar a más preguntas.
Cuando llegó al sofisticado vestíbulo del hotel, buscó a Luc entre los huéspedes y el personal que se movía por aquella zona. Al no encontrarlo allí, se apresuró hacia la puerta giratoria de la salida y salió a la calle. A su derecha vio su inconfundible silueta envuelta en las sombras de la noche, antes de que torciera la esquina para adentrarse en la calle Sharp y lo dejara de ver. Estuvo a punto de llamarlo, pero la distancia era considerable y los coches que circulaban hacían demasiado ruido como para que él pudiera oírla.
Comenzó a caminar en su misma dirección, pero se detuvo al notar la inestabilidad de sus altos tacones. Como era imposible andar rápido con aquellos zapatos, terminaría perdiéndolo de vista. Lo alcanzaría mucho antes si lo seguía en su coche. Había aparcado justo enfrente del hotel, así que cruzó la calle, soltó el bolso en el asiento del copiloto y se colocó tras el volante. Tras asegurarse de que no había tráfico, efectuó un giro de ciento ochenta grados para cambiar de sentido y luego pisó el acelerador hacia la calle Sharp, girando a la derecha como había hecho él.
Al no ser una calle principal, que además serpenteaba entre una hilera de árboles hacia un túnel muy poco iluminado, la luz de las farolas era más escasa que en la avenida Conway. Jennifer tuvo que pegar la cara al parabrisas y afilar la visión para no perderse detalle. Pasó junto al edificio de estilo georgiano que albergaba la iglesia metodista Old Otterbein y, a partir de ahí, condujo con lentitud, fijándose en cada persona que encontraba caminando por la acera.
Fue a la salida del túnel, al llegar a la calle Pratt, cuando vio a Luc colarse en un establecimiento que tenía toda la pinta de ser un bar. Cuando estuvo más cerca y pasó por la puerta leyó el letrero, confirmando su suposición.
Jennifer dio un rodeo para poder cambiar de sentido y volvió a enfilar la calle Pratt. Justo enfrente del Ale House, el bar en el que Luc había decidido continuar la velada, encontró un hueco donde aparcar. Después se quedó mirando el edificio, cuya fachada era una alegre combinación de ladrillo y pintura azul, mientras sopesaba qué paso dar a continuación. Cada vez que algún cliente entraba o salía por la puerta, le llegaba el bullicio del interior. Ella nunca había estado en ese sitio, aunque saltaba a la vista que se trataba del típico bar en el que tomarse unas cervezas con los amigos un viernes o un sábado por la noche.
«¿Y ahora qué?».
Se mordió los labios y tamborileó los dedos sobre el volante con gesto indeciso. No había seguido a Luc para quedarse en el interior del coche con los brazos cruzados y a la espera de que él volviera a salir, pero su atuendo tampoco era el más indicado para entrar en un sitio como aquel. Observó su caro vestido de fiesta con mirada evaluativa y luego volvió a echar otro vistazo a la puerta.
Como solía funcionar por impulsos, finalmente accionó el tirador de la puerta y salió del vehículo. No se entretuvo en cruzar la calle por el paso de peatones correspondiente, sino que lo hizo a la altura de donde había dejado su coche para no perder el tiempo dando rodeos.
El Ale House tenía la clientela justa para que su atmósfera no resultara opresiva, aunque casi todo el mundo fijó la vista en ella nada más atravesó sus puertas. No era un lugar sofisticado pero tampoco un tugurio. El suelo y el mobiliario eran de madera, y las paredes de ladrillo rústico. La iluminación provenía de una serie de lámparas colgantes a las que se les había disminuido considerablemente la intensidad de la luz. Había una zona de juegos a la derecha, con una mesa de billar y una diana, y a la izquierda un área de reservados para tomar asiento. Al final de la barra, en la zona más tranquila y sombría, encontró a Luc sentado en un taburete alto, con un vaso entre las manos que contenía una bebida de color ámbar. No había perdido el tiempo, ya que el alcohol no era su única compañía. Apenas hacía cinco minutos que había entrado en el bar y ya tenía a una chica sentada a su lado, una espectacular morena que vestía unos vaqueros ajustadísimos y un top negro sin mangas.
Jennifer experimentó una extraña sensación de déjà vu que la catapultó al momento vivido en el interior de la trastienda. En aquella ocasión no había conocido la identidad de Luc hasta horas más tarde, pero ese detalle no impedía que un polvorín de celos estallara en su interior cada vez que lo recordaba montándoselo con la pelirroja sobre el sofá del almacén. La misma desagradable sensación se adueñó ahora de ella al ver que la chica le restregaba el descarado escote por las narices.
Con determinación, se abrió paso entre decenas de miradas indiscretas que quedaron atrapadas en su vestido iridiscente. Al llegar a su lado, Luc la recibió sin mostrar excesiva sorpresa, por lo que tuvo la impresión de que él ya esperaba que lo siguiera. La leve distensión que se produjo en sus rasgos mostraba que le agradaba su presencia; aunque, por otro lado, también captó un matiz de cansancio en el modo pesado en que expelió el aire.
La chica cortó la animada conversación con Luc y la miró con un destello de curiosidad en sus ojos de color avellana.
—¿Se te ha perdido algo? —preguntó con insolencia.
—Acabo de encontrarlo —respondió Jennifer de igual modo, señalándolo a él con la cabeza—. Así que si no te importa, me gustaría que te largaras y nos dejaras a solas.
La joven puso un gesto interrogante y luego rompió a reír a carcajadas. Luc se mantuvo al margen, aunque estaba claro que la situación le parecía divertida. Cuando se recompuso de su ataque de risa, la guapa morena le espetó:
—¡Tú sueñas, tía! Yo lo vi primero.
Jennifer se mordió el interior de las mejillas, colocó la mano sobre la cadera y tamborileó los dedos sobre la sedosa tela del vestido mientras pensaba en algo ingenioso que decirle para conseguir que se marchara.
—Está bien, si no quieres arreglarlo por las buenas lo haremos por las malas.
Luc arqueó una ceja mientras la veía abrir su bolso de color champán y rebuscaba en su interior. No podía ni imaginar lo que se proponía, aunque tratándose de Jennifer podía esperarse cualquier cosa.
La chica frunció los labios y los acercó a la oreja de Luc.
—¿Quién es esta colgada?
—Tu peor pesadilla como no levantes el culo del taburete y te marches a otro lado —contestó Jennifer, al tiempo que sacaba del bolso una tarjeta identificativa cualquiera y la agitaba ante los ojos de la aturdida joven—. Agente de campo de la CIA. Y ahora fuera de aquí si no quieres meterte en problemas.
Sus palabras surtieron el efecto deseado porque la chica dio un respingo. Al instante, recogió su bolso y se puso en pie. Ni siquiera le pidió que la dejara examinar con detenimiento sus credenciales; se tragó su explicación sin formular ninguna objeción y se retiró de la barra como si la palabra «problemas» hubiera accionado algún mecanismo de defensa. Tal vez, el polvillo blanco que Jennifer había visto alrededor de sus fosas nasales tuvo algo que ver con el hecho de que saliera en estampida hacia la puerta de salida.
—¿Agente de campo de la CIA? —Luc mostró una sonrisa ladeada mientras hacía girar la bebida en el interior del vaso.
—En su estado se hubiera tragado cualquier cosa. —Jennifer arrimó un taburete y tomó asiento. La abertura lateral del vestido se deslizó para mostrar una pierna desnuda que atrajo la mirada directa de Luc—. ¿Qué estás tomando?
—Bourbon —contestó.
Jennifer alzó la mano para captar la atención del camarero y le pidió que le sirviera lo mismo que a él.
—Tienes un gusto pésimo con las mujeres, ¿lo sabías? —le dijo con tono cortante, lo que no hizo más que enfatizar la ironía con la que él se había tomado la escenita que acababa de montar.
—Soy un hombre sexualmente necesitado, aunque de vez en cuando me vuelvo exigente —le contestó, con una mirada que la traspasó.
—Respóndeme a una cosa. ¿Te la hubieras tirado si yo no hubiera aparecido?
—Es probable, aunque me temo que eso ya nunca lo sabremos.
Luc bebió un sorbo de bourbon a la vez que presenciaba por encima del vaso que las facciones de ella mostraban todo su enojo. El mismo que él había sufrido mientras la veía al lado del tipo que la devoraba con la mirada durante la cena, el mismo que llevaba un Rolex de oro en la muñeca que debía de costar el doble que el edificio donde él vivía. Le gustara o no admitirlo, Jennifer no era la única cuyo humor se había agriado por culpa de ver amenazado ese estúpido sentimiento de posesión.
—Lo que hubo entre Joseph y yo terminó hace muchos meses. Por mi parte está zanjado —le explicó, como si le hubiera leído el pensamiento.
Luc no dijo nada, no le apetecía adentrarse en una conversación que, en aquellos momentos, no habría sabido manejar. Los pensamientos se enredaban en su mente y tampoco el bourbon le estaba ayudando a despejarlos.
Jennifer se relajó, al tiempo que aceptaba el vaso que acababa de servirle el camarero y le daba las gracias.
—No esperaba que te marcharas tan pronto —comentó, con la actitud más serena.
—Ni siquiera pensaba aparecer.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
—Quería verte vestida así. Eres un espectáculo para la vista y no me lo habría perdido por nada del mundo. —El comentario fue tan incisivo que no permitió que Jennifer lo tomara como un halago—. Espero que me disculpes con tus padres, han sido muy atentos conmigo.
—Lo haré.
Jennifer bebió un trago de su copa y el sabor acaramelado del bourbon dejó un rastro de fuego por su esófago, aunque no mayor que el que le provocaba la cercanía de Luc. Se había quitado la chaqueta, que ahora colgaba del respaldo del asiento, y la camisa oscura dejaba entrever las musculosas formas de sus brazos y de su torso. Le miró las manos y no pudo evitar recordar el momento en que le habían acariciado los senos y le habían frotado el sexo hasta hacerla enloquecer de placer. Su sexualidad era arrolladora, tenía todo el aspecto de saber cómo satisfacer a una mujer y por eso siempre había alguna a su alrededor. Hecho que ella detestaba.
—He intentado acercarme a ti esta noche pero no me han dejado sola ni un minuto. —De repente, reparó en algo que la impelió a echar mano de su bolso para sacar el móvil—. Tengo que avisar a mi familia de que no voy a regresar al hotel.
Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, los dedos quedaron paralizados sobre los botones del teléfono y las mejillas se le acaloraron. A su lado, Luc la miró con los ojos entornados, volviéndose su mirada mucho más intensa.
—¿Y qué vas a decirles?
—Que... estoy indispuesta y me he marchado a casa. Ashley me respaldará.
Jennifer le contó a su madre que la cena no le había sentado muy bien y que había decidido irse a casa para tomarse las pastillas que Ashley le recetaba para esos casos.
—Me meteré en la cama y mañana estaré muchísimo mejor. Despídeme de todos y dile a Joseph que siento haberlo dejado plantado así.
Luc apuró su bebida y luego le pidió otra al camarero mientras ella devolvía el móvil a su bolso. El ambiente estaba cargado, pero no porque la música estuviera demasiado alta o las voces de la clientela fueran molestas. Era algo que brotaba entre los dos, como una tensión a todos los niveles que de momento estaba bajo control, pero que de una manera u otra no tardaría en estallar.
Ella le dirigió una mirada de soslayo para familiarizarse con sus emociones. Luc ahora estaba serio, como abstraído en algún pensamiento que no debía de ser muy halagüeño, a juzgar por lo deprisa que bebía.
—Por cierto, creo que no he llegado a contarte que aprendí a hablar español.
—¿En serio? —arqueó una ceja.
—¿Tan inverosímil te parece?
—Bueno, perdiste el interés tan rápido que nunca pensé que retomarías los estudios.
—Sabes que no fue así, no perdí el interés. Había elementos ajenos que me distraían. —Durante un segundo, se estableció entre los dos una nueva conexión que rescató la antigua complicidad, pero Luc huyó de ella al regresar la atención a su vaso—. Me defiendo bastante bien hablando y peor si he de escribirlo, aunque sé que sigo confundiendo y mezclando los tiempos verbales. Hagamos una prueba, dime algo en español —lo desafió.
—¿Seguiste aprendiendo por tu cuenta o buscaste un profesor?
—Me matriculé en una academia, no habría podido hacerlo sin ti —le confesó, al tiempo que acariciaba el cristal de su vaso—. Prueba con otra cosa, esa pregunta es demasiado sencilla.
Jennifer bebió otro sorbo y luego se lamió los labios pintados de rosa pálido. La curva que los delineaba formaba un arco tan sensual que era imposible mirarlos sin sentir el deseo de besarlos. Luc recordaba perfectamente el sabor y la textura de su boca cuando en el pasado se unió con tanta pasión a la suya. ¿Cómo olvidarlo? Jamás había probado nada que enardeciera tanto los sentidos.
Tenerla tan cerca, obcecada en revivir una antigua historia que en el presente jamás habría podido funcionar, se estaba convirtiendo en una tortura que con el paso de los días le costaba más manejar. La vida era injusta y la presencia de Jennifer en ella no paraba de recordárselo. Luc giró el taburete para tener una visión directa de sus preciosos ojos azules, que destacaban con la sombra oscura con la que los había maquillado. Seguían mostrando esa mirada que lo enloqueció en el pasado. Transparente, amorosa, cálida y cercana.
Luc la complació y desempolvó su español.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Jennifer? Si es por el sexo te aseguro que encontrarás a otros tíos que también te sepan follar como a ti te gusta. Y si me buscas por otra cosa, lo mejor que puedes hacer es salir por esa puerta y regresar al lado de ese tipo con el que tuviste una aventura, o con cualquier otro con el que no tengas que esconderte.
Ella parpadeó, aunque su confusión no tenía que ver con la comprensión del idioma.
—¿Esconderme? —contestó en inglés. La confusión derivó en indignación y sus ojos relampaguearon—. ¿Piensas que si tú y yo tuviéramos una relación la mantendría oculta? Porque si te estás refiriendo a la mentira que acabo de contarle a mi madre, te aseguro que no tiene nada que ver contigo.
—No puedo creer que a veces seas tan ingenua, Jennifer —le reprochó con dureza, al tiempo que ella también giraba su taburete para quedar frente a él—. ¿Qué demonios se supone que harías? ¿Airear que estás viéndote con un tío que ha sido juzgado y condenado por asesinato?
—A ti te importa mucho más que a mí lo que hayas hecho.
—¿Tampoco te importa lo que piense tu familia? ¿Ni el modo en que podría perjudicar a tu empresa? Estás al frente de una de las compañías más importantes de Maryland, ¿cómo crees que reaccionarían los inversores cuando supieran que la mismísima dueña tiene un lío con un expresidiario que ha pasado diez años entre rejas por meterle dos balazos en el pecho a un ricachón?
Jennifer quedó conmocionada al escuchar la expresión «dos balazos en el pecho», seguida de la palabra «ricachón». Ante su falta de reacción, Luc prosiguió con su diatriba.
—No has utilizado tus influencias para informarte sobre mí, ¿verdad? No sabes nada —presupuso, un tanto contrariado.
—Las he utilizado, una amiga consiguió una copia del expediente —admitió—. Pero no lo he leído. Prefiero esperar a que seas tú quien hable de ello cuando estés preparado para hacerlo.
«Menuda prueba de fe, tío. Estás realmente jodido.»
Luc blasfemó por lo bajo mientras Jennifer deslizaba las nalgas sobre el asiento hasta quedar sentada en el borde. Su pierna derecha quedó encerrada entre las de él al apoyar el pie en el travesaño de su taburete. La mirada de Luc era incrédula y juiciosa; por el contrario, ella solo podía mirarle desde los sentimientos que le inundaban el corazón.
—Hace más de treinta y seis años, mi padre conoció a mi madre en una pequeña cafetería de Mount Vernon. En aquel entonces él era un empresario joven y brillante que, en menos de un año, ya había conseguido ocupar el cargo de subdirector en la primera empresa naviera en la que comenzó a trabajar. Acudía a desayunar a esa cafetería todos los días. Mi madre era la camarera que le servía el café, una chica de Canton que vivía en una casa humilde junto a sus padres y sus seis hermanos y que no había ido a la universidad. Comenzaron a verse fuera del trabajo y se enamoraron, al poco tiempo George le pidió que se casara con él. —Jennifer hizo una pequeña pausa, durante la cual posó la mano sobre la rodilla de Luc—. Mi padre nació en el seno de una familia adinerada que, cuando se enteró de que su novia era una «vulgar camarera», le hizo elegir entre ellos o mi madre con la amenaza de desheredarlo. Ya has podido comprobar por ti mismo el camino que escogió, así que él jamás cuestionaría el que yo tomara. —Con aquella confesión esperaba haber resuelto el dilema que él acababa de plantearle pero, por si acaso no era suficiente, Jennifer se inclinó hasta que la mirada de Luc no tuvo lugar hacia donde escapar—. Sé que han pasado un montón de años y que el tiempo y la distancia deberían haber desgastado lo que una vez sentí por ti pero... me he dado cuenta de que no ha sido así. Te quedaste aquí clavado y no he podido arrancarte desde entonces —le reveló con ímpetu en la voz, al tiempo que se tocaba el corazón con la yema de los dedos.
Él comenzó a negar despacio, rehusando sus argumentos. Era un contenedor de energía reprimida, pero en la superficie se habían abierto algunas fisuras que dejaron entrever sus emociones más internas. Jennifer se aprovechó de ellas para continuar con los intentos de colarse en su interior. Se inclinó hacia delante, apoyándose en sus férreas piernas para no caerse al tiempo que acercaba la boca a la de él.
Aunque apenas los rozó, el contacto con sus labios le estremeció el corazón. Luc no se movió, ni siquiera respiró o parpadeó, se quedó mirándola fijamente mientras ella volvía a buscarlo tras una tentativa mirada, presionando los labios contra los suyos para embriagarse del calor que desprendían.
Su aroma femenino se le coló en lugares que ya ni se acordaba que existían, y tuvo que cerrar los puños cuando ella le mordisqueó suavemente el labio inferior. Sintió su aliento en la boca al emitir un débil susurro de placer, antes de que la punta de su lengua trazara una caricia húmeda que hizo que se le pusiera el vello de punta.
Luc no era de piedra, así que reaccionó aunque no del modo que ella esperaba. Le cogió la cara entre las manos y la separó de él. Toda esa electricidad que cargaba pasó a través de sus brazos, llegó a sus manos y chisporroteó en sus mejillas, abrasándole la piel. La miró exactamente igual que aquella vez en la habitación del hotel de Langham, con una mezcla de deseo y tortura que a Jennifer le perforó el alma.
Jennifer se había quedado observando los regueros que la lluvia formaba en las ventanillas del tren con la mirada melancólica. Había amanecido con uno de esos típicos y refrescantes chaparrones de finales de verano pero, conforme avanzaban hacia Washington, el cielo se había ido cubriendo de un manto opresivo de nubes plomizas y el aguacero arreció. Sin apartar la mirada de la ventana, había abierto los labios para decirle a Luc que algún día le gustaría pasear a su lado por las calles de Baltimore mientras la lluvia les calaba hasta los huesos.
El aire triste de su voz había obligado a Luc a dejar a un lado los apuntes para prestarle toda su atención. En los últimos días, se les estaba haciendo costoso dedicar el tiempo que compartían en el tren a que progresara en sus estudios de español. Ni ella se centraba en aprender ni él en enseñar, constantemente se producía un gesto o se pronunciaba alguna palabra que les distraía y se pasaban el resto del viaje bromeando, riendo y hablando sobre alguno de los muchos temas que siempre surgían entre los dos. Nunca hasta entonces la había visto ausentarse de aquel modo, ni su voz tampoco había sonado con connotaciones tan nostálgicas.
Luc se inclinó un poco hacia el lado que ocupaba Jennifer junto a la ventanilla y examinó con detalle su perfil. Las gotas que se deslizaban veloces sobre el cristal se reflejaban en sus ojos y hacían sombras sobre la piel impoluta de su rostro.
Alargó el brazo y acarició la curva de su mandíbula con el dorso de los dedos. No era la primera vez que la tocaba de aquella manera tan íntima, ese tipo de caricias se habían convertido en algo cotidiano entre los dos.
—¿Te sucede algo? Pareces estar muy lejos de aquí.
Ella parpadeó y luego suspiró profundamente antes de volver la cabeza para dedicarle una mirada de anhelo.
—¿A ti no te gustaría?
—¿Caminar contigo bajo la lluvia? Sí, me gustaría. Bajo la lluvia de Baltimore y de cualquier otra ciudad del mundo —le confesó, muy a su pesar.
Luc detuvo la caricia y ella movió el rostro contra sus dedos con suavidad, reclamando que no los apartara de allí. Él apoyó la cabeza en el respaldo, a escasos centímetros de la de Jennifer, y descifró sus verdaderos sentimientos en cuanto fijó las pupilas en las de ella. Aquello que compartían no era suficiente, ya nada lo era. El desasosiego que veía en ella era el mismo que lo torturaba a él en cada momento del día. Los dos estaban poniendo de su parte para controlarlo, pero había emociones a las que parecía imposible echarles freno y, simplemente, terminaban estallando.
Jennifer posó la mano sobre la mejilla de Luc. Deslizó el pulgar sobre su piel caliente con lentitud, recreándose, mientras continuaba revelándole con el lenguaje de los ojos lo que estaba vetado decir con palabras. Él hizo el primer movimiento que rompió con la censura autoimpuesta y ella lo secundó, mostrándole una mirada ávida. Los labios se encontraron a medio camino y una espiral de emociones envolvió sus cuerpos cuando se unieron. Fue un contacto tentativo de reconocimiento, un beso sencillo aunque demorado que hizo que definitivamente cayera el velo tras el que escondían sus sentimientos, dejándoles desnudos y desarmados.
Luc presionó sus labios con la punta de la lengua y ella la dejó entrar para que él se hiciera dueño de la suya. El corazón de Jennifer crepitó de emoción y el de Luc ardió de deseo mientras las caricias se intensificaban y las bocas se aplastaban con una necesidad desmedida.
—Luc... —susurró ella.
—Jennifer —murmuró él.
Luc acopló la mano en la parte posterior de su cabeza y ralentizó el beso para dedicarse a mordisquearle los labios, deleitándose en el sublime tacto, terso y sedoso, hasta que perdía el control y volvía a besarla con voracidad. El mundo que los rodeaba había dejado de existir, ni siquiera llegaron a sus oídos los murmullos curiosos que se alzaron a su alrededor. No existía nada al margen de lo que ellos compartían, ni existía otro lenguaje que no fuera el que surgía del amoroso enlace de sus bocas.
El tren se detuvo de repente o, al menos, esa fue la sensación que tuvieron cuando algunos pasajeros comenzaron a moverse para abandonar el vagón.
Luc se separó de su boca para mirar un momento a través de la ventanilla. Jennifer acercó los labios a su cuello y lo besó en aquella zona, haciéndolo enardecer de deseo mientras sus ojos topaban con el letrero que anunciaba que el tren se había detenido, como cada mañana, en la estación de Langham.
—Jennifer.
—¿Sí?
Luc señaló la estación de Langham con la cabeza y luego analizó la respuesta que se iba fraguando en los ojos azules a medida que observaba la sencilla construcción envuelta en lluvia. Jennifer entendió el sucinto mensaje y asintió con un gesto nervioso e impaciente.
Luc no lo estaba menos.
Dejándose guiar por un alocado impulso, Luc se puso en pie, se cargó la cartera de Jennifer al hombro y tiró de su mano. Después, atravesaron el vagón casi a la carrera, para llegar a tiempo al andén antes de que el tren volviera a ponerse en marcha.
Apenas hablaron mientras recorrían el interior de la estación hacia la salida. No había sido necesario. Sus cuerpos estaban tan íntimamente conectados que daba la sensación de que formaban uno solo. Cruzaron la calle hacia el hotel Days Inn y entraron en el vestíbulo cogidos de la mano, con los hombros empapados por la lluvia y los zapatos dejando un rastro sobre el pulido suelo de mármol.