Capítulo 7

LOS trabajos de desestiba de los muebles procedentes de Italia habían concluido la tarde anterior y ya habían sido desalojados del muelle para ser entregados al comprador. Así que aquella mañana, cuando el sol todavía no había calentado el aire, los operarios esperaron a que terminaran de realizarse las operaciones de practicaje del nuevo buque que entraba en el puerto para comenzar con la descarga de la mercancía. Venía de Nueva York e iba cargado con una amplia remesa de aerogeneradores. Harrison ya les había informado de que los trabajos se prolongarían durante al menos cinco días.

Bajo las órdenes de sus respectivos capataces, y una vez el buque estuvo amarrado, las cuadrillas de trabajadores fueron tomando posiciones en la bodega del barco, en la cubierta y también en el muelle, en la zona habilitada para la descarga.

A Luc y a Kenny los enviaron a realizar sus funciones a esta última, después de haberlas desempeñado en el interior de la bodega durante los dos últimos días.

Kenny se pasó toda la mañana farfullando improperios mientras Luc manipulaba la carretilla elevadora para ir extrayendo los palés del interior de los contenedores. Se quejaba de que trabajar en el exterior, a plena luz del día, le producía unos dolores de cabeza insoportables. A eso se le llamaba fotofobia, y la padecían muchas de las personas que habían estado encarceladas durante largos períodos de tiempo. Acostumbrados a vivir en espacios sombríos a los que no llegaba la luz solar, la mayoría desarrollaban una sensibilidad anormal a la luz en cuanto salían de la cárcel. Luc también la padecía, por eso siempre llevaba encima una tableta de analgésicos.

—Estoy quemado, tío. Este trabajo es una puta mierda —oyó renegar a Kenny a su espalda, mientras este último fotografiaba y registraba la mercancía con el grabador de datos generales.

—Como sigas quejándote así —le contestó Luc, un poco harto de escuchar sus continuas monsergas—, Harrison va a darte una buena patada en el culo y tu agente de la condicional tendrá que buscarte otro trabajo. He oído que hay plazas libres como limpiador en un matadero cerca de Pikesville. ¿Prefieres coger una fregona para quitar sangre, vísceras y mierda?

—Eso es lo que te pasará a ti como la jefecilla continúe sin quitarte el ojo de encima. —Soltó una risotada—. Todo el mundo se va a dar cuenta de que quiere echar un polvo con el expresidiario condenado por matar a un tío, y en cuanto los rumores lleguen a oídos de su papi, será a ti a quien le pateen el trasero.

Quizás tuviera algo de razón en su apreciación, aunque Luc no se molestó en contestarle. Todavía tenía las sensaciones a flor de piel, pues solo habían pasado unas horas desde que habían tenido sexo en el interior de la oficina. Aunque se duchó en cuanto llegó a casa, aunque volvió a hacerlo cuando despertó al amanecer, aún tenía su aroma arraigado a la nariz, su tacto hormigueándole en la piel y la presión de su estrecha vagina apretándole deliciosamente la polla, recordándole que Jennifer era la misma mujer que una vez se instaló en su corazón con tanta sencillez como contundencia. Las circunstancias habían cambiado, Luc ya no era capaz de amar a nadie, ni siquiera a ella, pero sí de desearla, mucho, y por eso respondía a sus incesantes miradas. Incluso él mismo la buscaba con disimulo cuando el plasta de su compañero se concentraba en sus quehaceres.

Le había entregado los papeles que le había pedido la tarde anterior nada más llegar al muelle, y ahora ella se encontraba supervisando a su grupo en la cubierta. La ropa de trabajo y el chaleco reflectante no eran obstáculo alguno que impidiera a Luc advertir las curvas tan femeninas que ocultaban. Cada vez que la miraba, su mente se empeñaba en imaginarla desnuda.

Aunque Jennifer no parecía mostrar ni un mínimo de arrepentimiento, él esperaba que hubiera reflexionado sobre lo inapropiado que había sido lo sucedido la noche anterior. Si ella era tan inteligente como sabía que era, a partir de ese momento lo pondría todo de su parte para mantenerse alejada. Y si no lo hacía, si volvía a ponerse a su alcance, entonces iban a tener mucho sexo de ahí en adelante.

Luc metió la marcha atrás y salió al exterior del contenedor con un nuevo palé, que colocó junto al resto.

—¿Te la has follado ya? —Volvió Kenny a la carga, en cuanto Luc pasó por su lado.

—¿Puedes bajar el tono de tu asquerosa voz de delincuente? —inquirió en un susurro furioso. A pesar del ruido de la maquinaria, Kenny hablaba tan alto que era perfectamente audible. Por toda respuesta, Luc obtuvo una sonrisa inmunda y un leve encogimiento de hombros. Era su manera de disculparse—. No vuelvas a hacer preguntas de ese tipo delante de todo el mundo, joder.

—¿Eso significa que sí?

—Significa que no te importa una mierda —le aclaró con el semblante pétreo. Podría haberlo dejado ahí pero no se fiaba de la naturaleza de Kenny, así que decidió ser más contundente en su respuesta—. No me la he tirado, ¿queda claro?

Los ojos de su compañero, del color del hielo sucio, le lanzaron una mirada especulativa que no estuvo muy seguro de cómo interpretar. Tampoco Kenny le aclaró el significado, se limitó a torcer los labios mientras dirigía el grabador de datos hacia las etiquetas de los palés.

Luc dio un rodeo con la carretilla y volvió a alejarse de su compañero, de tal forma que tuvo una visión directa del buque mientras se encaminaba de nuevo hacia el contenedor. Algo de lo que estaba ocurriendo en cubierta le llamó tanto la atención que frenó el vehículo para observar con los ojos entornados la actividad que tenía lugar allí arriba. Un operario se tambaleaba como si estuviera borracho, mientras otro gritaba algo que Luc no alcanzó a entender. A continuación, el primer hombre se precipitó por la borda como un peso pesado, cayendo a las aguas del puerto de cualquier manera, como si no tuviera dominio alguno sobre su cuerpo. Acto seguido, una segunda persona se lanzó detrás, con los brazos encogidos sobre el pecho y las piernas rectas, con la melena rubia flotando como una nube de oro sobre su cabeza.

¡Jennifer!

Luc no se detuvo a valorar lo que estaba ocurriendo. Con suma rapidez, abandonó su asiento tras el volante y echó a correr hacia el límite del muelle, al tiempo que se despojaba del casco y de las botas. Con la mirada clavada en el lugar donde se habían zambullido, en el que un cúmulo de burbujas ascendía a la superficie sin que ningún cuerpo asomara bajo el agua, se lanzó de cabeza en cuanto llegó al perímetro. Después braceó con apremio hasta aquel punto y, al alcanzarlo, se sumergió hacia el fondo.

Buceó en una dirección y luego en otra, y descendió un poco más impulsándose rápido con brazos y piernas.

No los localizaba y una sensación de alarma le agitó el pecho.

Estaba seguro de hallarse en el lugar indicado, así que ¡¿dónde diablos estaban?!

Tras interminables segundos de frenética búsqueda, la luz disminuía al igual que lo hacía el oxígeno de sus pulmones, así que se vio obligado a regresar a la superficie para tomar aire antes de continuar. La sensación de alarma se había transformado en miedo. ¿Por qué no los encontraba?

En el segundo intento se sumergió tanto que a la profundidad a la que estaba apenas llegaba la luz del exterior. Los oídos le dolieron por la presión y la densidad del agua impidió que se moviera con tanta agilidad. Hasta que un poco más a la derecha percibió una hilera ascendente de voluminosas burbujas. Buceó hacia allí con la adrenalina quemándole las venas y entonces los vio hundirse como dos trozos de plomo en el fondo del mar. Jennifer hacía aspavientos, daba patadas y codazos al hombre que se agarraba a ella con fuerza, en un inútil afán por quitárselo de encima. Tenía una expresión desesperada, como la de alguien que sabía que el final estaba cerca. El operario, al que Luc reconoció como Jimmy Clark, se aferraba a Jennifer con la intención de que le salvara la vida, demasiado aterrado para comprender que lo que estaba haciendo era buscar su propia muerte. Y la de ella.

Jimmy debía de pesar al menos ciento veinte kilos y sufría un ataque de pánico, así que a Luc no le quedó más remedio que golpearlo duramente para reducirlo y conseguir así que la soltara. Le incrustó varios puñetazos en el costado de la oronda barriga, una y otra vez hasta que los músculos agarrotados quedaron flácidos y Luc pudo hacerse con el control de su voluminoso cuerpo.

Jennifer no tenía fuerzas para seguirlo y se había quedado sin aire, así que Luc la asió con el brazo libre y la acercó a su cuerpo. A él tampoco le quedaba mucho oxígeno, pero se lo cedió a ella acercando los labios a su boca.

Tiró de ambos en un viaje de retorno que se le hizo eterno. Le dolían los pulmones cuando las cabezas por fin asomaron a la resplandeciente mañana de julio, aunque no tanto por la falta de aire como por el hecho de haber estado a punto de perder a Jennifer. Unos segundos más y habría sido demasiado tarde. La idea era tan sobrecogedora que ni siquiera al verla a salvo, tosiendo espasmódicamente a su lado al tiempo que tomaba frenéticas bocanadas de aire, se le atemperó la presión que le oprimía el pecho.

Dos operarios habían saltado al agua en algún momento y se ocuparon del cuerpo inmóvil de Jimmy mientras Luc ayudaba a Jennifer a llegar a terreno firme. La rodeó por la cintura y ella le pasó los brazos alrededor de los hombros. Mientras nadaba la inspeccionó detenidamente, repasando su expresión petrificada así como la palidez extrema de su piel moteada por cientos de gotas de agua.

—¿Estás bien?

Jennifer lo miró y asintió.

—Cla... claro.

—¿Qué ha sucedido?

—Jimmy su... sufrió un mareo, tropezó y cayó al agua.

—Y a ti se te pasó por la cabeza que podías salvarle la vida a un tío que no sabe nadar y que te dobla en peso y en tamaño —le dijo con tono reprobatorio—. ¿No pudiste esperar ni un puñetero segundo a que otra persona más cualificada saltara en tu lugar?

—So... soy la capataz y la máxima responsable de esos hombres; además, no tenía ni idea de que no sa-sabía nadar hasta que... le entró el pánico. —Luc observó que los labios le temblaban aunque no de frío, ya que el agua no estaba tan helada, sino de miedo. Una emoción que también reflejaban sus ojos—. Hice un curso de pri-primeros auxilios hace años, antes de ocupar mi puesto de capataz. Pensé que podría ayudarle. No había ti... tiempo que perder.

Luc apretó los dientes mientras nadaba. Deseaba gritarle que su imprudencia podría haberle costado la vida, pero intentó contenerse porque estaba conmocionada.

—Gracias por salvarme la vida, Luc.

—Sí, eso es precisamente lo que he hecho, y ¿sabes por qué? ¡Porque eres una inconsciente! —le espetó de todos modos, incapaz de quitarse de la cabeza que Jennifer se habría ahogado si él no hubiera llegado a tiempo.

Tanto su expresión como su voz iracunda revelaban lo profunda que había sido su preocupación por ella. Eso la emocionaba, era el primer gesto humano que veía en él desde que se habían reencontrado. Ahora sus ojos oscuros ya no estaban tan vacíos, dejaban leer en su interior aunque las emociones que reflejaban no fueran saludables.

—Luc, ¿podrías hacerme un favor y suavizar un poco lo que has visto ahí abajo? No quiero preocupar a mi familia. Bastaría con que comentes que me has ayudado a rescatar a Jimmy.

No debería acceder, así se aseguraría de que en la próxima ocasión pensara las cosas dos veces antes de hacerlas. Sin embargo, su tono implorante logró que asintiera.

—Gracias.

Jennifer sintió deseos de besarle, pero se conformó con aferrarse más fuerte a sus hombros. Después apoyó la mejilla contra la suya, dejándose guiar por aquel cuerpo grande y consistente, de apariencia invencible.

Pocos minutos después, la ambulancia llegó para llevarse a Jimmy Clark al hospital, una vez que Paul Harrison le hubo practicado con éxito los primeros auxilios para que expulsara de las vías respiratorias el agua que había tragado.

Coincidiendo con la hora del descanso para comer, el muelle se convirtió en un hervidero de gente que se agrupó en torno a la ambulancia, mientras Jennifer contemplaba el panorama sentada en una silla plegable que le había acercado Harrison, junto con una toalla y una botella de agua mineral.

Luc solo se separó de ella el tiempo justo que tardó en explicar a los paramédicos lo que había sucedido, después regresó a su lado para insistir por enésima vez en que también ella debía ir al hospital. Jennifer se negó, aduciendo que se encontraba perfectamente. Bueno, todavía tenía el vello de punta y el corazón le latía a mil por hora pero, al margen de eso, no acusaba ningún síntoma que exigiera una revisión médica.

—Estás pálida y el pulso te late más rápido de lo normal —la contradijo él, con las ropas tan empapadas que seguían formando un charco en torno a sus pies.

—Eso es porque todavía estoy... un poco asustada.

Jennifer se secó la cara y se pasó la toalla por las puntas del cabello. Después bebió un trago de agua bajo la atenta mirada de Luc.

Él también lo estaba. Se le había grabado en la cabeza la aterradora escena y no era fácil sacársela de allí. Jennifer estaba viva, pero su alivio era tan intenso como monumental su necesidad de volver a gritarle que era una insensata.

Empezó a sentirse como si hubiera retrocedido diez años en el tiempo para reencontrarse con el tipo que era antes de que la larga temporada en la cárcel lo destruyera. Un vestigio del amor que sintió por ella le traspasó el pecho mientras la observaba, a la vez que le nacía el impulso de acercar la mano para acariciar el perfecto óvalo de su cara. Quería deslizar los dedos por las pálidas mejillas, sumergir la mirada en las azules aguas de sus ojos y apresarle con la boca la suave curva que delineaban sus labios.

Lo abrumó tanto la necesidad de tocarla que apartó la mirada de ella para que desapareciera.

La ambulancia ya partía hacia el hospital y la mayoría de los hombres comenzaron a dispersarse para ir a comer antes de que se hiciera la hora de regresar al trabajo.

Jennifer emitió un suspiro, se levantó de la silla plegable con las piernas aún debilitadas y buscó la mirada de Luc, cuyo cabello ya empezaba a secarse bajo el sol. A unos pocos metros se encontraba su compañero Kenny Peterson con las huesudas manos metidas en los bolsillos de unos vaqueros deshilachados. Esperaba a Luc, ella los había visto marcharse a comer juntos la mayoría de los días.

—¿Qué piensas hacer ahora? —le preguntó él.

—Iré a comer algo.

—Te acompañaré.

—Estoy bien, no es necesario que me acompañes si no quieres —comentó reacia al considerar que su predisposición solo obedecía a un acto de caridad.

Aunque Jennifer tratara de aparentar resistencia, evidenciaba signos de hallarse bajo un estado de shock. En su anterior trabajo, Luc se había encontrado con multitud de casos similares y nadie poseía la fortaleza psíquica suficiente como para enfrentarlo en soledad.

—¿Ves aquel astillero? —Señaló Luc con la cabeza—. Te espero allí dentro de diez minutos. Comeremos juntos.

Ni siquiera le otorgó la oportunidad de replicar, ya que le dio la espalda y se marchó con Kenny hacia las casetas de los operarios.

A Jennifer se le caldeó el corazón mientras lo veía alejarse. Caridad o no, gracias a que había estado a punto de producirse una tragedia, Luc le había demostrado que era importante para él y que la indiferencia con la que la había tratado hasta ese momento solo era una pose con la que protegerse de... ¿de ella?

—¡Luc! —Jennifer alzó la voz para que la escuchara todo el mundo. No había nada de lo que ocultarse y mucho menos de lo que avergonzarse, por eso no iba a continuar comportándose como si no lo conociera de antes. Él la miró por encima del hombro—. ¡Nos vemos en diez minutos!

La complicidad con la que ella lo observó, así como la familiaridad en el tono de su voz, chocaron con la resignación de él.

—¿Es que ya la conocías? —inquirió Kenny, con los ojos muy abiertos.

Luc respondió con un escueto monosílabo y los labios de su compañero formaron una mueca cargada de ironía.

—Pero qué cabronazo eres. ¿Por qué no me lo has dicho antes? Has estado callado mientras hacía suposiciones sobre la jefecilla cachonda, y ahora resulta que ya os conocéis de antes. Seguro que ya se ha abierto de piernas para ti.

Luc no se consideraba el hombre más sensible del planeta, pero que Jennifer hubiera estado a punto de morir y que a aquel gilipollas solo se le ocurriera hacer comentarios tan denigrantes lo cabreó tanto que estuvo a punto de perder la calma para estamparle un puñetazo en toda la cara. Se paró en seco.

—¿Qué es lo que tiene tanta gracia? Quiero que dejes de hacer comentarios sobre ella, ¿de acuerdo? Estoy hasta las pelotas de escucharte, tío. Jennifer no es como las putas a las que te follas, ¿te enteras? Así que para de una vez.

Dicho aquello, Luc enfiló los últimos metros hacia la caseta y lo dejó atrás. Justo cuando pensaba que por fin había conseguido callarle la bocaza, Kenny apuntó a su espalda:

—¿Pero qué mierda es esta? —rio entre dientes—. No me jodas que al duro de Luc Coleman se le ha colado una tía en el corazoncito.

Luc respondió a sus burlas alzando la mano por encima de su hombro para mostrarle el dedo corazón.

De comentarios como aquellos era precisamente de lo que él quería protegerla. Pero si a ella le traía sin cuidado que todo el mundo se enterara de que eran conocidos, a Luc también. No era su problema. No tenía que haberlo sido en ningún momento.

Jennifer también se dirigió a su caseta para cambiarse de ropa y se encontró con Harrison en la contigua, que se revolvía el ralo pelo castaño tras quitarse el casco.

—Me da la impresión de que Coleman y tú ya os conocéis.

—Así es, desde hace muchos años —comentó con naturalidad, sin dar más explicaciones que saciaran su indiscutible curiosidad.

Se encontraron en la zona exterior del muelle algunos minutos después. Luc se fijó en que el estampado de color rojo de su blusa sin mangas le daba algo de color a su tez, que continuaba luciendo un tono desvaído. Se había peinado el cabello mojado hacia atrás aunque las puntas ya estaban secas, y se había puesto más perfume del habitual. Le explicó que era para quitarse el olor a salitre de la piel, ya que no le daba tiempo a ir a casa para darse una ducha.

Tampoco tenían tiempo de recrearse en la comida, así que, tras echar un vistazo a su reloj de pulsera, Jennifer propuso comprar un par de bocadillos y comerlos tranquilamente en el parque Canton, que estaba a unos tres minutos caminando desde donde se encontraban.

El único lugar en las inmediaciones donde servían comida caliente para llevar era en la tienda que había en el cruce de la calle Boston con la avenida Montford. La misma en la que había visto a Luc practicando sexo con la dependienta bastantes días atrás. Aunque estuvo a punto de sugerir que fueran a otro sitio con tal de no encontrarse con la pelirroja —pero, sobre todo, para que él no volviera a verla, al menos en su presencia—, Jennifer hizo de tripas corazón y caminaron bajo la sombra de los coníferos en aquella dirección.

Después de lo que acababa de sucederle, se veía capaz de enfrentarse a cualquier cosa.

—Has resultado muy convincente con la explicación que le has dado a Harrison hace un momento. Si mi padre llegara a preguntarte personalmente no le dará más importancia, siempre y cuando le cuentes lo mismo.

—¿Tu padre? ¿Por qué razón iba a preguntarme nada?

—Te lo explicaré mientras comemos.

Jennifer se detuvo frente al aparcamiento de la tienda de comestibles y miró hacia la puerta del establecimiento.

—Hay un McDonald’s a unos diez minutos de camino, pero perderíamos todo el tiempo en ir y volver. Además, aquí preparan unos bocadillos y unas raciones de pizza muy buenas. Iré yo sola, tú espérame aquí. —Luc no pudo evitar que un gesto de diversión le curvara los labios, haciéndola incomodar un poco más—. ¿Te apetece algo en especial?

—Lo que pidas para ti estará bien.

—No tardo nada.

Él tampoco tenía ningún interés en volver a ver a... ¿cómo se llamaba? No lo recordaba. Solo la había visto en una ocasión y no tenía la intención de que el encuentro se repitiera. Nunca disfrutaba del sexo con la misma mujer más de una vez porque no quería dar pie a que pudiera establecerse una relación de dependencia con nadie. Ellas siempre decían que solo estaban interesadas en echar un polvo, pero la gran mayoría terminaban involucrándose sentimentalmente.

Sin embargo, mientras observaba a la dulce y ejemplar Jennifer Logan alejarse a través de la zona asfaltada del aparcamiento, pensó en lo mucho que le apetecía una segunda vez con ella. Y una tercera, y una cuarta... Creyó que podría pasarse la vida entera entrando en ella, sin sentir la necesidad de buscar lo mismo en ninguna otra mujer.

«Para ya, Coleman. Deja de pensar idioteces.»

Metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y aguardó a que Jennifer regresara. Su comentario anterior, el relativo a su padre, lo había intrigado. ¿Acaso estaría pensando en personarse en el muelle? Los compañeros que llevaban años trabajando para Naviera Logan aseguraban que el señor Logan muy pocas veces había aparecido por allí.

Tomaron asiento en un banco del parque Canton, frente al centro de entrenamiento del Baltimore Blast. Luc depositó sobre el asiento los envases que previamente había recogido de sus manos y los colocó en medio. Jennifer había comprado un par de bocadillos de pollo y varias raciones de pizza, así como un par de cervezas. Al abrir los recipientes, el exquisito olor despertó el apetito de Luc, no así el de Jennifer, que empezó a comer despacio y pausadamente. El susto que se había llevado le había encogido el estómago.

—¿Qué es eso que querías explicarme? —le preguntó él.