Capítulo 12

JENNIFER apagó el motor, se tocó una mejilla acalorada y se lamió los labios, que se habían quedado resecos. Luc disfrutó de la deliciosa inocencia que reflejaba su mirada antes de abalanzarse sobre su boca para darle un beso desenfrenado. Los labios se apretaron, las lenguas se enredaron, los jadeos estrangulados reverberaron en el habitáculo y las manos recorrieron el cuerpo del contrario con caricias ansiosas. Jennifer aplastó la suya contra el enhiesto pene y la movió a lo largo de su esplendorosa longitud. Un cosquilleo de anticipación le recorrió el vientre al imaginarlo dentro de ella, penetrándola con toda su vehemencia y su pasión.

—Te deseo, Luc. ¡Te deseo tanto!

Jennifer peleó con los botones de su camisa, que fue desabrochando a marchas forzadas mientras él tanteaba la palanca de su asiento. Cuando por fin la encontró, ella cayó hacia atrás, con el vestido brillando bajo la incidencia de una farola lejana y el cabello desparramado como una cortina de oro sobre el reposacabezas. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración agitada, mostrando los golosos montículos de sus senos y los pezones erguidos apuntando al techo.

Luc reclinó el suyo, y a pesar de las reducidas dimensiones del coche, se las ingenió para encontrar la postura adecuada que dejó a Jennifer a su merced.

—Qué hermosa eres —colocó el dedo en su garganta y bajó lentamente hacia su escote en forma de V. Durante el trayecto, fue embebiéndose los sentidos de ella.

—Quítatela. —Jennifer alargó una mano para acariciar el suave vello oscuro que cubría su torso y que asomaba por entre la camisa semiabierta—. Quiero verte desnudo.

Luc sonrió apenas, luego desabrochó el resto de los botones y se la quitó por los brazos.

—Tú también eres hermoso, Luc.

Mientras recorría las marcadas formas de sus abdominales con dedos curiosos, reparó en una cicatriz que le atravesaba el brazo izquierdo. Llevó la mano hacia allí y la tocó, pero cuando fue a preguntarle, él acalló su boca dándole un nuevo beso. Luc absorbió su deliciosa lengua mientras deslizaba los tirantes de su vestido por los hombros y liberaba los senos desnudos. Ya había supuesto que con un vestido como aquel, no llevaría sujetador.

Levantó la cabeza para admirarlos, al tiempo que se apropiaba del derecho y lo amoldaba en la palma de su mano. Chupó el pezón a la vez que masajeaba el seno, depositando en sus caricias una ternura de la que él había asegurado carecer. Eso cambió al escuchar la respiración entrecortada de Jennifer y al sentir que deslizaba los dedos en su cabello para exigirle más. Ella se derritió cuando el lado más vehemente de Luc volvió emerger para prodigarle caricias más ávidas. Arañó el pezón con los dientes y luego lo succionó y vapuleó con la punta de la lengua, haciendo que ella apretara los dedos contra su cabeza. Alternó los sonoros chupetones entre un seno y otro mientras Jennifer, excitada y sofocada, llevaba una mano a su bragueta para restregarla contra su pene.

Cuando intentó bajarle la cremallera, él se lo impidió.

—No, todavía no.

A continuación, se alzó todo lo que la carrocería del coche le permitió para manejar su cuerpo exquisito y colocarla a su disposición. Con su ayuda, Luc le subió el vestido, que quedó arremolinado en su cintura junto con la parte superior, y la instó a que alzara las nalgas del asiento para que pudiera quitarle las bragas. Después, le separó los muslos y ella quedó totalmente expuesta a él.

Su mirada deseosa, que se clavó como un puñal en el centro de su feminidad, le incendió el cuerpo y, anticipándose a lo que iba a hacerle, Jennifer se removió inquieta, con la respiración tan agitada que comenzaron a arderle los pulmones.

Sin apartar las manos de la cara interna de los muslos que mantenía separados, y que dejó allí ancladas para no perderse ni un solo detalle de la apetitosa visión, Luc descendió la boca y la acopló en su sexo. Primero hizo un recorrido de reconocimiento, rozándola sutilmente con los labios y la punta de la lengua, pero suficiente para que ella apretara las nalgas y se pusiera en tensión.

—Tienes un coño precioso, Jennifer —le dijo con la voz hambrienta, sin interrumpir las caricias—. No puedes ni imaginar la de veces que he fantaseado con tenerte así, con mi boca enterrada en él. —Ahondó la caricia y presionó la ardiente entrada de la vagina. A sus oídos llegó un sensual gemido que se volvió más agudo conforme se internó entre los pliegues empapados, que repasó varias veces como si quisiera marcarlos con el calor de su lengua.

Jennifer siguió enredando los dedos en su cabello, al tiempo que se erguía un poco para poder ver con sus propios ojos el delicioso modo en que Luc le hacía el amor con la boca. Observó cómo le succionaba los labios menores antes de tironear de ellos con fuerza, para luego soltarlos. Después la penetraba con la lengua, y la agitaba en su interior como si se tratara de su pene, creando ondas de placer que le recorrían el vientre y ascendían en espiral hasta estallarle en las mejillas. Por encima del monte de Venus, mientras jugueteaba con el clítoris, Luc le lanzó una mirada sedienta que casi la hizo desfallecer de placer. Ella aguantó el contacto de sus ojos hasta que esa lengua experimentada abandonó las tentativas caricias circulares para frotar con ardor el punto más sensible de su anatomía. Se mordió con fuerza los labios y encadenó una serie de gozosos gemidos, con la sensación de que se estaba deshaciendo como la mantequilla.

Luc se separó un momento, durante el que Jennifer sintió su aliento cálido y su respiración acelerada contra su intimidad.

—No sé cómo pude renunciar a esto, a tenerte así cada vez que quisiera.

Le soltó la cara interna de los muslos para poder enterrar las palmas de las manos bajo sus nalgas, y ella le atrapó la cabeza entre ellos. Jennifer abrió los labios para decir algo, pero estaba tan excitada que de su garganta solo surgió una sucesión de exaltados jadeos. Se movió contra su boca con la mirada desesperada y los senos temblando con cada bocanada de aire que tomaba, a la espera de que Luc continuara con tan gustosas caricias.

—¿Quieres más?

—Dios, ¡sí!

Entonces emprendió una serie de famélicos lengüetazos con los que recorrió el inflamado pubis de arriba abajo, y que la condujeron con rapidez vertiginosa al estado febril que precedía al orgasmo. Ella se dejó caer contra el asiento, cerró los ojos y arqueó la espalda. En el asidero de la puerta encontró algo a lo que aferrarse porque sentía que se mareaba y que todo a su alrededor se oscurecía. Él chupaba, mordisqueaba y lamía con pasión, agitaba la cabeza entre sus muslos de manera insaciable y le arañaba las ingles con la barba, mientras le exigía con la voz enronquecida que se corriera en su boca.

Jennifer escuchó un sonido metálico y ladeó la cabeza para buscar su origen. Luc se había bajado la cremallera de los pantalones para liberar su pene, que ya lucía erecto, grueso, con la cabeza brillando y apuntando al ombligo. Sin dejar de devorarle el sexo, comenzó a masturbarse con vigor, logrando en pocos segundos que su polla adquiriera mayores dimensiones. Aquella excitante visión intensificó la desbocada necesidad de que la penetrara porque, aunque su boca la estaba matando de placer, ansiaba que algo más duro y más grande le atravesara la vagina.

Se lamió los labios y se lo suplicó:

—Luc...

—Dime.

—Quiero que me...

Luc volvió a penetrarla con dos dedos y los movió con rapidez. Ella le acompañó en el ritmo, moviendo las caderas contra él.

—¿Qué es lo que quieres? Pídemelo.

—Necesito que me... que me folles —le suplicó.

—No seas impaciente.

Restregó la lengua sobre el clítoris hinchado y luego lo succionó, una y otra vez, hasta notar que sus nalgas se ponían rígidas y que su vagina empezaba a convulsionarse con suaves espasmos que le apretaron los dedos.

Cuando el placer se hizo demasiado intenso, ella intentó apartarse pero Luc se lo impidió, agarrándole los glúteos con fuerza. Jennifer clavó un pie en el salpicadero y apretó el tacón contra el plástico duro. El corazón parecía querer salírsele por la boca, estaba segura de que él podía escuchar sus latidos. Después se le nubló la mente y el cuerpo se le arqueó contra el asiento, mientras recibía el frenético bombeo de sus dedos y estallaba en un orgasmo largo e intenso.

Como si un tornado hubiera pasado por encima de ella, necesitó algunos minutos para recuperarse; aunque la visión de un Luc semidesnudo, que había vuelto a su asiento para acariciarse el pene mientras la miraba a ella con inagotable deseo, ayudó a que se recompusiera mucho antes.

Jennifer se incorporó en el suyo, se colocó el cabello por detrás de las orejas y se apoderó del miembro de Luc, que blandió ante sus ojos con mirada afanosa. Él colocó una mano sobre la parte posterior de su cabeza y movió los dedos sobre el cabello, incitándola a que se apresurara. Su modo de observarlo ya era excitante para él, pero la impaciencia por comprobar qué se sentiría al hundirlo en su boca se le antojaba insoportable.

No tardó mucho más tiempo en comprobarlo. Jennifer acercó los labios al glande y lo lamió despacio, dejando asomar la punta de la lengua. Después se lo introdujo en la boca y lo estimuló con unas deliciosas succiones mientras su mano emprendía un suave movimiento a lo largo del grueso tronco.

Luc se acomodó sobre el asiento, buscando una postura que a ella le facilitara maniobrar y que a él le permitiera no perderse detalle. Clavó los ojos en ella, hechizado por la visión de esos labios carnosos que unas veces se apretaban formando un anillo alrededor de su polla, y que otras tantas se abrían para dejar que fuera la lengua la que la lamiera.

Deslizó los dedos entre los rubios cabellos mientras ella lo calentaba con tentativas caricias que amenazaban con hacerle perder la compostura. Cuando dejó escapar un áspero gruñido, Jennifer entendió que necesitaba un poco más de ella y no tardó ni un segundo en complacerle. Aferrando el pene por la base, lo lamió con esmero antes de engullirlo todo lo que pudo. Luc la sintió un poco desorientada en el ritmo que debía imprimir a sus succiones, así que la ayudó a marcarlo presionando los dedos sobre su cabeza.

Las mujeres con las que había tenido sexo desde que había salido de la cárcel eran unas expertas mamadoras de pollas, que sabían qué teclas tocar para volver loco a un hombre. Jennifer carecía de tanta destreza, pero lo compensaba con creces poniendo en ello los cinco sentidos, además de toda su alma. Desprendía emoción por todos los poros de su piel y bastaba con mirarla a los ojos para comprender que el deseo que reflejaban no era solo físico. Ella, simplemente, le estaba haciendo el amor con la boca.

Aunque en cualquier otro momento ese descubrimiento le habría impelido a salir corriendo, fue precisamente esa carga tan apabullante de sentimientos, esa necesidad por estar unida a él de la manera que fuera, la que aceleró e incrementó su placer.

Jennifer pegó el pene a su vientre y, sin dejar de masajearlo, inclinó un poco la cabeza para poder llegar a sus testículos. Pasó la lengua sobre ellos, formando círculos que agravaron la excitación de Luc, y luego los absorbió delicadamente con la boca.

Una explosión de calor le abrasó el cuerpo, haciendo que el interior del coche pareciera una sauna. Luc echó una rápida mirada a su alrededor, y tras cerciorarse de que no había nadie por los alrededores, accionó el elevalunas y bajó unos centímetros la ventanilla.

Pero la noche era tan calurosa que no entró ni una brizna de aire.

Se secó el sudor que le perlaba la frente con el dorso de la mano mientras ella volvía a lamerle de arriba abajo, uniendo los testículos con el glande de un solo lengüetazo. Luc retiró un mechón de cabello que con el vaivén se le había escapado de detrás de la oreja, y volvió a colocarlo en su lugar. La emoción de ver a Jennifer dándole placer con tanta fruición era inexplicable, no había sentido algo así en toda su vida, así que comenzó a invadirlo un ramalazo de placer que nació en los testículos, le recorrió el miembro y se extendió por el vientre.

Sin apartar la mano de su cabeza, utilizó la otra para masajearle un seno que danzaba libremente frente a sus ojos. Después, llegó a su coño y emitió un suspiro de satisfacción al descubrir que volvía a estar húmeda. La penetró con un dedo y se las ingenió para estimularle el clítoris con el pulgar al mismo tiempo. Ella se detuvo un momento para coger aire y gemir, en respuesta a sus caricias.

Jennifer tuvo la alarmante sensación de que como continuara tocándola de aquella manera se correría antes de que él lo hiciera. Lo miró un momento para cerciorarse de que disfrutaba. Sus rasgos viriles formaban una expresión de gozo que se acentuó al desviar la mirada hacia su propia mano enterrada entre sus muslos, así que ella regresó a su labor y la abordó con mayor empeño. Repasó con glotonería cada gruesa vena que surcaba el tronco, lamió el líquido preseminal que brotaba del glande y luego lo succionó mientras masajeaba los testículos.

Luc se removió en el asiento y alzó sutilmente las caderas mientras hacía un poco más de presión con la mano con la que le sujetaba la cabeza. Jennifer entendió que él estaba cerca del orgasmo, así que su boca emprendió una carrera veloz sobre el excitado pene hasta que sintió que el placer de Luc se disparaba, haciendo que emitiera unos roncos gruñidos de éxtasis.

—Jennifer. —Sus gloriosas caderas se movían apresuradas contra la mano que frotaba su sexo, y su respiración acelerada evidenciaba que también ella estaba muy excitada—. Ven aquí.

Luc abandonó el cálido refugio de su pubis y retiró el miembro de su boca.

—¿Por qué? ¿Es que no te gusta? —inquirió contrariada.

«¿Que si no le gustaba? Joder, lo estaba matando de placer.»

—Me vuelve loco, la chupas de maravilla, cariño. Pero necesito follarte ahora mismo.

A Jennifer se le incendió la mirada mientras él, con rápidos movimientos, la ayudaba a subirse a horcajadas sobre su cuerpo. Ella cerró los ojos y abrió los labios nada más sentir el glande presionar contra la abertura de su vagina. Un prolongado suspiro le dejó los pulmones sin aire mientras él iba clavándose en ella centímetro a centímetro, colmándola por completo.

Luc la encontró dilatada y perfectamente lubricada, por lo que, al contrario de la primera vez, no halló ninguna dificultad en penetrarla hasta el final, hasta que los testículos se apretaron contra la curva sensual de sus nalgas. Su humedad, su calor, su suavidad y su estrechez se ciñeron a su polla para arrancarle otro vestigio del placer que ya vislumbraba muy cerca. Por fortuna, el de ella también lo estaba.

—¿Cómo te sientes? —le susurró él.

—Nunca pensé... que sería así de bueno.

—Yo tampoco.

Luc retiró el cabello hacia atrás para despejarle las mejillas arreboladas y después le lamió los pezones, que se erguían desafiantes ante su cara. Jennifer le rodeó un hombro y con la otra mano le levantó el rostro para poder besarlo. A continuación, mientras se devoraban la boca con pasión, él la sujetó por la cintura, la invitó a que se alzara un poco y comenzó a hostigarla con sólidos golpes de cadera.

Jennifer echó la cabeza hacia atrás, lloriqueó, se estremeció y tembló como un flan mientras un desaforado Luc la bombeaba salvajemente. El constante impacto de sus caderas chocando contra sus nalgas se mezcló con los jadeos de ambos que, de forma progresiva, se fueron intensificando. El placer les hizo olvidar que se encontraban en un sitio público y ambos se dejaron llevar por él.

Apenas unos segundos después, el soberbio pene de Luc ya había activado todas las fibras sensibles de su vagina, que él continuó espoleando sin medida hasta que una serie de deliciosas contracciones le atravesaron el vientre. Jennifer se aferró más fuerte a sus hombros, susurró su nombre, buscó el contacto de su lengua mientras le decía que no se detuviera, y luego apretó la mejilla contra su sien mientras sentía que se le escapaba la vida. Con los glúteos aferrados entre sus dedos, Luc continuó embistiéndola con dureza hasta que no pudo contener por más tiempo la maravillosa insistencia con la que su coño convulso le machacaba la polla.

Se corrieron a la vez entre agitados temblores de placer.

Tras derramarse con fuerza en su interior, Luc se relajó en el asiento al tiempo que acoplaba el cuerpo desfallecido de Jennifer sobre el suyo. Aunque no le apetecía pensar, aunque le costaba hilvanar un pensamiento con claridad, no pudo desconectar de la sensación de que lo que había ocurrido entre los dos había sido único y especial.

Algunos segundos después, Jennifer le tomó la cara entre las manos y lo miró con los sentimientos a flor de piel antes de buscar una nueva unión de sus bocas. En esta ocasión, lo besó con suma ternura. Por regla general, a Luc no le gustaba lo expuesto que ella lo hacía sentir; pero tenía las defensas tan debilitadas que, al menos durante una noche, a su yo más interno no le importaría que ella le ayudara a reencontrarse con el hombre que una vez fue.

«Solo durante una noche, después tendrás que hacer algo para frenar esta mierda.»

Endurecerse como una roca era lo único que le había permitido sobrevivir en el interior de la cárcel, lo único que le haría sobrevivir ahora que estaba fuera.

De repente, Luc reparó en algo turbador que con la desenfrenada excitación se les había pasado por alto.

—Joder, Jennifer —masculló contra sus labios, antes de apartarle la cara—. Lo hemos hecho sin condón.

Ella no se alteró lo más mínimo.

—Lo sé, pero quería sentirte así —musitó—. No estoy en mis días fértiles, así que no hay nada de qué preocuparse. Y aunque no estuviera en esos días, tampoco habría que hacerlo.

Por supuesto, hablaba por ella porque, en lo que a él se refería, pensar en un embarazo le paralizaba de miedo.

—¿Vamos a tu casa? —Jennifer le acarició la cara y rozó la nariz con la de él antes de darle un nuevo beso.

Curtis Hume se estaba fumando un cigarrillo junto a la ventana que había al final del corredor. A pesar de que la mayoría de las bombillas continuaban fundidas, Luc supo que era él porque su silueta desgarbada se recortaba contra las luces de neón exteriores, y también porque el olor al apestoso tabaco negro que fumaba era inconfundible. De manera instintiva, Jennifer se apretó contra él mientras recorrían el pasillo hacia su apartamento.

—Buenas noches —saludó Curtis con la voz rasposa.

Al darle una honda calada a su cigarrillo, el puntito rojo iluminó brevemente sus tenebrosas facciones. Sus ojos tenían una mirada libidinosa que se clavó en Jennifer.

—Buenas noches, Hume —le devolvió Luc el saludo, imprimiendo sus palabras de una satisfactoria ironía—. Espero que no le tengas mucho apego a esa chatarra de color gris a la que llamas «coche», porque unos chavales se encuentran ahora mismo haciéndole unas bonitas pintadas con unos aerosoles.

—¿Serán cabrones?

Curtis pasó como una exhalación hacia las escaleras y bajó los escalones de dos en dos. A través de la ventana abierta del apartamento de Luc llegaron a sus oídos las blasfemias que su vecino les gritó a los chicos, así como las palabrotas que le dedicaron a este antes de salir corriendo en estampida.

Los gamberros con los que se habían encontrado al cruzar la calle, así como la inquietante presencia de Curtis Hume y el desolado apartamento de Luc, hicieron que Jennifer se sintiera apresada en una repentina sensación de desarraigo, como si hubiera aterrizado en un lugar al que no pertenecía. No obstante, en cuanto se encontró con la familiaridad que destilaban sus ojos negros y sus brazos la envolvieron para conducirla hacia la cama, volvió a sentirse como si acabara de llegar a casa tras un largo viaje.

Los muy bastardos le habían dejado el coche hecho un mapa y uno de ellos le había lanzado uno de los botes de aerosol a la cabeza, haciéndole un corte en la ceja que no dejaba de sangrar. Volvió a subir por la escalera hacia su apartamento, soltando una retahíla de injurias a la vez que se limpiaba la sangre y presionaba la herida con un pañuelo de papel. Al pasar junto a la puerta de su vecino, el malhumor que le habían provocado aquellos gamberros malnacidos se esfumó de golpe al recordar el exquisito cuerpo de la rubia enfundado en el caro vestido de fiesta.

Él tenía que pagar cincuenta pavos para que una furcia desdentada se la chupara, y aquel asesino hijo de puta se permitía el lujo de tirarse a una preciosidad como aquella, que olía de maravilla y debía de estar forrada.

Curtis se guardó el pañuelo en el bolsillo de los pantalones y acercó la cara a la puerta. El sonido de unos débiles murmullos le hechizó los oídos y, sin hacer el menor ruido, pegó la oreja contra la madera.

Sin duda alguna se la estaba follando, y ella estaba disfrutando como una perra porque no cesaba de repetir su nombre entre murmullos de éxtasis. Si aquel tío no fuera tan grande y tan alto, Curtis habría empujado la puerta hacia dentro —los goznes eran una mierda—, le habría dado una buena paliza a su vecino y ahora sería él quien se estaría tirando a la rubia.

¿A qué sabría una mujer como aquella? Pensar en hundir la boca en su coño rubio en contra de su voluntad —porque seguro que la muy puta se resistiría— le provocó tal erección que se sacó la polla de la bragueta para masturbarse mientras continuaba con la oreja pegada a la puerta.

Su vecino debía de ser un puñetero semental porque Curtis se corrió al mismo tiempo que lo hizo ella, mientras Coleman continuaba dándole duro, como si el muy bastardo estuviera enchufado a la corriente eléctrica.

Curtis se limpió la pegajosa mano en los pantalones, se recompuso la ropa y huyó hacia su guarida antes de que aquel tío lo descubriera y decidiera partirle la boca. Hacía tiempo, más o menos desde que había salido de la cárcel, que no se obsesionaba así con una mujer. Ese era el motivo principal por el que no había vuelto a meterse en problemas. Sin embargo, la idea de acorralarla cuando estuviera sola, de tocarla y de hacerle todas esas cosas con las que fantaseaba desde que la había visto por primera vez se había convertido en un pensamiento enfermizo del que no se libraba ni aun cuando dormía.

Estaba a punto de perder el control sobre sus impulsos. Lo sabía.