Capítulo 17
CUANDO volvió a abrir los ojos, la luz tenía la tonalidad dorada del atardecer y ya no sentía el cerebro tan espeso y lleno de telarañas. Ahora estaba segura de que le habían suministrado algo para dormir. Al disiparse la oscuridad que hacía unas horas no le dejaba ver el lugar en el que la habían encerrado, pudo constatar que se encontraba en el interior de una fábrica abandonada. Todavía olía a pienso de animales aunque habían retirado casi toda la maquinaria.
Al fondo se abrió una puerta que dejó pasar la luz del exterior, así como la inconfundible silueta de su secuestrador, que se aproximó a ella con los hombros encorvados y las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones de operario.
—¿Ya te has despertado, bella durmiente? Creo que me pasé con la dosis.
Kenny dio un fuerte tirón de la cinta adhesiva que le tapaba la boca y Jennifer cogió una bocanada de aire que le supo a gloria.
—¿Qué me has dado?
—Unos somníferos, para que no te pasaras la noche dando gritos. Aunque nadie puede escucharte en un kilómetro a la redonda. —Vio a Jennifer forcejear y esbozó una de sus espeluznantes sonrisas cariadas—. Es inútil que intentes soltarte, he puesto cinta suficiente para retener a un elefante.
Jennifer se percató de que su sonrisa tenía un tic nervioso e inseguro, como si no controlara plenamente la situación. ¿No había cumplido condena por tráfico de drogas? Estaba casi convencida de que la había secuestrado para pedir un rescate, pero daba la sensación de que aquello le quedaba un poco grande.
De todos modos, ella le preguntó para salir de dudas.
—¿Por qué me has traído hasta aquí? ¿Qué es lo que quieres?
—¿Tú que crees? Quiero la pasta que los miserables como tú y tu padre os embolsáis gracias a los pringados que trabajamos todo el puñetero día de sol a sol. —Kenny se dio la vuelta para agarrar una botella de agua que había en un rincón, junto a su bolso, y entonces vio el arma que llevaba sujeta a la espalda, bajo la cinturilla de los pantalones—. ¿Quieres un trago?
Estaba seca, así que asintió.
Kenny le puso la boca de la botella sobre los labios y la inclinó para que pudiera beber.
—Necesito... necesito ir al baño.
—¿Al baño? —Kenny soltó una carcajada rasposa—. ¿Ves alguno por aquí?
—Por favor. —Jennifer se negó a utilizar un tono de súplica y las palabras salieron cortantes de entre sus labios.
Kenny accedió y la liberó de sus ataduras. Después, a punta de pistola, le indicó que podía ocultarse detrás de una gran máquina medio oxidada, y luego le dio un minuto para regresar a su sitio. Volvió a inmovilizarla utilizando una gran cantidad de cinta aislante que apretó tanto que le cortaba la circulación.
—Eso que has dicho antes no es cierto. —Kenny la miró con frialdad mientras le unía los tobillos—. Nosotros trabajamos dura y dignamente para que todo funcione, al igual que lo hacen tus compañeros. Creo que es la primera vez en tu vida que conoces el trabajo de verdad, ¿no es así? Tú siempre has obtenido el dinero de manera fácil e ilícita.
—¿Sabes una cosa? Me gustabas más cuando estabas callada.
Kenny recuperó el trozo de cinta que había dejado caer al suelo y, pese a su oposición, volvió a colocárselo en la boca.
—Ahora solo hablaré yo. —Kenny se agachó frente a ella y enlazó los dedos huesudos—. Tu familia ya ha denunciado a la policía tu desaparición, y mucho me temo que el estúpido de Luc intentará encontrarte en cuanto la policía lo suelte, ¡si es que lo hace! —soltó entre risotadas—. De todos modos, no podrá dar con tu paradero porque no tiene ni puta idea de quién está detrás de todo esto.
—¿Luc está detenido?
—Claro que sí, papaíto piensa que él es el principal sospechoso. —Volvió a reír, la jugada le había salido de escándalo—. Esta noche llamaré a tu familia para explicarles la situación. Voy a pedir doscientos de los grandes por ti. Creo que es un precio justo aunque, sinceramente, yo creo que vales mucho menos. Si tienen la pasta en casa, podríamos hacer un intercambio esta misma noche, de madrugada. De lo contrario, habrá que esperar a que los bancos abran para que puedan reunirla.
—No vas a ver ni un solo centavo de ese dinero.
Una voz fuerte y masculina irrumpió en la nave y Kenny se dio rápidamente la vuelta. Las pupilas de Jennifer se movieron en dirección a la puerta y el corazón le dio un salto en el pecho cuando descubrió que se trataba de Luc. No lo había oído entrar, así que cuando lo vio allí plantado, con las ropas repletas de lo que parecían salpicaduras de agua, su sorpresa fue mayúscula. Sus ojos establecieron contacto, y él le envió un mensaje tranquilizador con los suyos.
—¿Qué cojones...? ¿Cómo demonios has sabido que yo...? —farfulló Kenny, sin lograr terminar una frase.
—Tú mismo me lo dijiste, ¿recuerdas? Pensé que bromeabas, pero está claro que eres mucho más imbécil de lo que yo suponía. —Encontrarse a Jennifer en ese estado de indefensión, con las piernas y las manos inmovilizadas, la boca sellada, el pelo revuelto y el cuerpo cubierto con aquel vestido azul que apenas lo cubría, provocó en él irrefrenables deseos de saltar sobre Kenny para darle un par de puñetazos; no haría falta mucho más para tumbarle y acabar con aquello cuanto antes. Sin embargo, se aproximó a él con cautela, porque por muy imbécil que lo considerara, nadie era predecible cuando se veía acorralado—. Has llegado demasiado lejos con esto y es el momento de pararlo.
—¿El momento de pararlo? Y una mierda, tío. Sabes de sobra que si la pasma me pilla volveré a la cárcel.
—Eso deberías haberlo pensado antes de cometer esta idiotez. Pero si cooperas, si te entregas sin oponer resistencia, serán mucho más benévolos contigo.
—¿Entregarme? Tú debes de estar soñando. —De repente, empezó a ponerse tan nervioso que el sudor le empapó la frente y los dedos amarillentos le temblaron—. ¿Me has delatado? ¿Has avisado a la poli?
—Todavía no, pero pienso hacerlo en cuanto me lleve a Jennifer y seas tú quien ocupe su lugar.
Al escuchar la amenaza, unida a su avance imparable, Kenny sacó la pistola y lo apuntó sujetándola con ambas manos. Al fondo, Jennifer gimió, forcejeó y arrastró los tacones de los zapatos sobre el suelo. Los ojos se le habían cubierto de pánico en cuanto vio el arma que lo encañonaba. Luc se paró en seco.
—Baja la puñetera pistola si no piensas disparar, ¿o es que también quieres que te juzguen por asesinato?
—No me vengas con monsergas y siéntate allí —le indicó, señalando con un movimiento rápido el otro pilar de acero idéntico al que estaba atada Jennifer—. No voy a matarte si cooperas.
Luc se fijó en que estaba muy nervioso, así que era cuestión de tiempo que cometiera algún error. De momento, siguió sus instrucciones porque no le hacía ninguna gracia que lo apuntara con un arma de fuego.
—¡Vamos! —lo apremió Kenny. Luc obedeció y caminó hacia el pilar mientras escuchaba los gruñidos de protesta de Jennifer a su espalda—. Debiste tomarme en serio y unirte a mi plan cuando te lo sugerí.
—¿Unirme a tu plan? —Lo miró con repugnancia—. No existe dinero que pueda comprar mi honradez, y mucho menos que pueda comprar lo que siento por ella.
—Oh, ¡pero qué bonito! —se mofó Kenny—. Eres un pringado, tío. Debe de mamarla muy bien para que la elijas a ella antes que a cien de los grandes. Mañana podríamos estar atravesando la frontera de México para dejar atrás toda esta mierda.
—Mañana estarás en la cárcel, que es de donde nunca debiste salir.
Mientras los dos debatían, Jennifer se quedó pensando en el mensaje que encerraban las palabras de Luc. «Lo que siento por ella.» Desde luego, demostraba que lo que sentía era tan fuerte como para jugarse la vida para salvar la suya, pero no lo suficiente como para amarla. Él la miró un momento mientras obedecía las órdenes que Kenny le lanzaba a punta de pistola y ella sintió que la emoción le empañaba los ojos.
Luc quedó sentado con la espalda apoyada en el pilar y los brazos rodeándolo para que Kenny pudiera atarle las muñecas, y el miedo volvió a invadirla.
Después, todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
Con un rápido movimiento, Luc golpeó la mano con la que Kenny sostenía el arma y esta salió disparada por los aires. A continuación, se puso en pie con gran agilidad y se precipitó sobre la espalda de su compañero, que ya corría hacia el lugar donde había caído la pistola. A Kenny le dio tiempo a recuperarla antes de que Luc tirara de él por los hombros y le asestara el primer puñetazo, que lo hizo tambalearse como un borracho.
Kenny lo apuntó al pecho y sonó un disparo. Jennifer saltó sobre el suelo con los ojos desorbitados por la angustia, pero se relajó al comprobar que Luc debía de haber modificado a tiempo la mortífera trayectoria de la bala porque, de lo contrario, no habría podido continuar peleando.
No obstante, el alivio fue efímero.
A través de los contundentes puñetazos, de las patadas, de los giros violentos y de la caída final de Kenny, que quedó de rodillas sobre el suelo con las manos oprimiéndose el estómago mientras boqueaba como un pez y escupía sangre, Jennifer vio la mancha roja que teñía la camiseta de Luc.
El miedo le aceleró el corazón cuando él se apoyó contra una pared con los rasgos contraídos en un gesto de dolor. Jennifer gruñó bajo su mordaza mientras él retiraba la tela de la camiseta para echar un vistazo a la herida. Como se había hecho con la pistola durante la pelea, con la mano libre apuntó a Kenny al tiempo que le daba las oportunas instrucciones. Una vez quedó fuera de combate y bien amarrado, Luc liberó a Jennifer y la ayudó a ponerse en pie. Ella trastabilló sobre un tacón roto al tiempo que se tocaba la parte posterior de la cabeza, donde notó la contusión que le había provocado el golpe. Se sintió un poco mareada, aunque no tenía que ver con su cabeza ni con las horas que llevaba allí sentada sin moverse, sino con el agujero sangriento que perforaba la manga izquierda de su camiseta. Él le tomó la cara entre las manos y le acarició las mejillas con los pulgares. La angustia todavía estaba impresa en cada línea de sus rasgos viriles, aunque empezó a disolverse ahora que ella estaba a salvo.
—¿Cómo estás?
—Ahora estoy bien, pero tú...
Luc se agachó para besarla y ella recibió su boca con sorpresa y con avidez. Quiso dejarse llevar por la necesidad de ese beso sin hacerse preguntas de ningún tipo, aunque no pudo evitar pensar que aquel era el modo que él empleaba para demostrarle lo inmenso que era su alivio. Luc finalizó el beso y ella inspeccionó su herida.
—Estás sangrando mucho.
—No es nada, un disparo limpio. Seguramente, la bala tenga orificio de salida.
Jennifer comprobó que así era pero eso no la tranquilizó. Se le estaba desencajando la cara aunque se hacía el duro delante de ella. También lucía algunos rasguños y un incipiente moretón en el pómulo izquierdo, nada importante, pues había tumbado a Kenny sin apenas darle la oportunidad de que lo tocara.
—Cuando tu hermana me llamó para decirme que habías desaparecido, yo... Joder, Jennifer, tengo el corazón fuerte pero me quitas cinco años de vida cada vez que me das un susto de estos.
Ella no pudo evitar sonreír.
—¿Mi hermana te llamó?
—Me lo comunicó a través del teléfono de Harrison. Están todos muertos de la preocupación.
—Luc, tenemos que taponar la herida para que deje de sangrar y marcharnos de aquí cuanto antes.
—Estoy de acuerdo.
Jennifer rasgó el bajo de su vestido y consiguió la tela suficiente para que cumpliera ese propósito. A continuación, se quitó el zapato que todavía conservaba el tacón, lo golpeó contra el suelo hasta romperlo y dejarlo plano, y se lo volvió a colocar. Por último, recuperó su bolso, que Kenny había arrojado en un rincón de la nave, y comprobó que dentro estaba su móvil. No obstante, la llamada que pretendía hacer tendría que esperar porque la pantalla estaba rota y el botón de encendido no funcionaba.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—En una lancha a motor que tomé prestada de un embarcadero de Canton.
—¿Que tomaste prestada? —Jennifer esbozó una media sonrisa.
—¿Cómo llegasteis hasta aquí? ¿Fue en tu coche?
—Supongo que sí porque las llaves no están en mi bolso. Él me golpeó cuando apareció en el muelle y luego me drogó con alguna clase de sustancia. Cuando desperté ya estaba en la nave. —A Luc se le borró la sonrisa—. Imagino que estará aparcado ahí fuera, se lo diré a la policía cuando hablemos con ellos.
Jennifer le pasó un brazo por la cintura y, aunque a regañadientes, consiguió que él se apoyara en ella mientras recorrían el camino hacia la salida. A su espalda, Kenny gruñó algo contra la cinta aislante que le sellaba la boca.
—¡Tranquilo, pronto vendrán a por ti! —le comunicó Luc.
Fuera oscurecía y la luz dorada había menguado. Por fortuna, la fábrica abandonada estaba cerca del embarcadero, a un par de calles de donde había dejado la lancha. Luc le indicó el camino mientras la ponía al corriente de la situación. Le contó un poco por encima el contenido de la llamada de teléfono de Ashley, de su visita a Curtis Hume y de cómo había llegado a la conclusión de que había sido Kenny quien la había secuestrado.
—Kenny me dijo que la policía te detuvo, ¿es eso verdad?
—Sí, les acompañé a comisaría, pero me pusieron en libertad unas horas después al no tener nada en mi contra.
—¿Pero por qué lo hicieron? —Luc prefirió no contestar a aquello—. También me ha dicho que mi padre piensa que tú eras el principal sospechoso.
Jennifer buscó su mirada para que se lo confirmara, y a Luc no le quedó más remedio que hacerlo.
—Sí, me temo que piensa que ha sido cosa mía.
Ella lo observó con las cejas enarcadas, como si estuviera tomándole el pelo. ¿Cómo iba a pensar su familia semejante barbaridad? Sin embargo, la latente seriedad que aceraba los rasgos de Luc indicaba que no bromeaba con un asunto tan delicado. Jennifer desplazó la mirada hacia el suelo. La reacción de los suyos la avergonzaba tanto que no fue capaz de seguir sosteniéndosela.
—No lo juzgo, Jennifer. Y tú tampoco deberías. Él no me conoce y es normal que piense así. Ya te dije que esto podía suceder si te relacionabas conmigo.
—Me da igual, Luc. Has tenido un terrible tropiezo en la vida y ya lo has pagado con creces. Así que no voy a consentir que nadie, ni siquiera mi familia, ponga en tela de juicio tu honradez. —Estaba tan indignada que deseaba reencontrarse con su padre para expresárselo.
—Tus padres lo saben.
—¿Qué es lo que saben?
—Lo nuestro. Tu hermana se lo ha contado, aunque no sé si se habrá quedado en la parte más reciente de la historia o si los habrá puesto en antecedentes.
Jennifer mostró un leve síntoma de que su mentira destapada la afectaba.
—Pensaba reunirlos para contárselo una vez regresara de Chicago porque me horroriza mentirles. Pero estoy segura de que se pondrán tan contentos cuando me vean aparecer que se olvidarán de ese «pequeño» detalle sin importancia.
En cuanto llegaron a la lancha y Luc se aposentó en la parte trasera —su cara cada vez estaba más demacrada y perlada de sudor—, Jennifer soltó el amarre y se puso al mando de la embarcación.
—¿Sabes manejar este trasto? —inquirió con cierta desconfianza.
—Claro que sí. ¿No te he dicho que tengo un certificado para ejercer de patrón de embarcaciones de recreo? —Luc negó y a ella le sorprendió que todavía le quedara humor para dar un repaso descarado a sus piernas desnudas. Después de rasgar la tela con la que ahora él se presionaba la herida, el vestido apenas le cubría las ingles—. Deja de mirarme así —le reprendió sin éxito, antes de regresar la atención a la tarea que la ocupaba—. No me digas que se dejaron las llaves puestas —comentó, al verlas en el sistema de encendido.
—No exactamente, las encontré en ese compartimento de ahí.
Jennifer encendió el motor, giró el volante y salieron a las espaciosas aguas de la bahía. En las clases prácticas junto al profesor que la instruyó, nunca había manejado una lancha como aquella a más de treinta nudos, pero las circunstancias exigían navegar a mayor velocidad y por eso la puso a cuarenta.
Luc le indicó el lugar exacto de donde había tomado la embarcación para volver a dejarla en su lugar, pero Jennifer cambió el rumbo cuando, a lo lejos, divisó que en las instalaciones portuarias donde operaba Naviera Logan había gente. Hasta donde le alcanzaba la vista, pudo ver un par de coches patrulla.
—Por lo visto nos esperan.
—Eso parece. Está claro que mi padre ha hecho uso de sus influencias con la policía para que trabajen incansablemente hasta dar con mi paradero.
Cuando estuvo un poco más cerca y los agentes la identificaron —probablemente porque algún familiar andaba cerca—, estos se situaron en el perímetro del muelle en actitud vigilante, con las manos colocadas en la pistolera por si tenían que abrir fuego.
Jennifer estuvo a punto de gritarles que no había ningún peligro, pero en la lejanía no la habrían escuchado.
Detrás de la barrera policial comenzaron a agolparse un montón de curiosos alentados por el bullicio y, al acortar un poco más las distancias, Jennifer localizó a su padre junto al capataz Harrison. El modo en que se llevó las manos a la cabeza manifestó lo profundo que era su alivio.
Sin embargo, la cautela de los agentes no desapareció hasta que Jennifer estuvo prácticamente encima de ellos. Fue entonces cuando comprobaron que Luc estaba malherido, que no iba armado y que, por lo tanto, no suponía ninguna amenaza. Por si acaso, Jennifer se ocupó de dejarlo bien claro antes de atracar en la zona que señalizó la policía.
—¡Este hombre me ha rescatado de mi secuestrador, de Kenny Peterson! —gritó alto y claro, a la vez que hacía las oportunas maniobras—. Además tiene una herida de bala en el brazo, por lo que necesita una ambulancia de inmediato.
—Qué poder de convicción tienes —comentó Luc, al constatar que los agentes se relajaban y bajaban la guardia.
El modo en que arrastró las palabras indicó que su estado físico se estaba debilitando. La tela del vestido estaba empapada y Jennifer tuvo miedo de que la bala hubiera atravesado alguna arteria importante. Lo ayudó a salir de la embarcación y, mientras la policía los custodiaba hacia la zona más amplia del puerto, donde aguardaba su padre, ambos comenzaron a dar las oportunas explicaciones. En cuanto George se aproximó, Jennifer se dejó envolver en un reconfortante abrazo paternal, pero luego reanudó la conversación con la policía con el tono más áspero, para que su padre se sintiera avergonzado de las acusaciones que había vertido sobre Luc.
Aprovechando un momento en el que él respondía a la pregunta de un agente, Jennifer le preguntó a su padre:
—¿Dónde están Ashley y mamá?
—Tras la denuncia, la policía les sugirió que se quedaran en casa por si recibían alguna llamada en el teléfono fijo. —George se inclinó sobre su hija para darle un nuevo beso en la sien—. En cuanto te he visto aparecer las he llamado y ya están de camino.
Ambas mujeres llegaron al puerto en apenas unos minutos, al tiempo que también se escuchaba la sirena de la ambulancia en el extremo norte de la calle Boston.
Jennifer se fusionó en un abrazo triple con su madre y su hermana, a la vez que les aseguraba que se encontraba bien y que, gracias a la rápida intervención de Luc, aquel miserable no se había salido con la suya. Calista la besó en la mejilla reiteradamente y Ashley le colocó unos mechones despeinados detrás de la oreja.
—Cariño, has tenido que sentir tanto miedo...
—Ya ha pasado todo, mamá —dijo con una sonrisa para tranquilizarla.
—Tienes... tienes un poco de sangre seca en el cabello. —Ashley le ladeó la cabeza para poder inspeccionarla.
—No es nada, ya ni siquiera me duele.
—¿Y dónde está ese desgraciado? —inquirió Calista.
Las tres prestaron atención a Luc que, en ese instante, hablaba con los agentes y les explicaba dónde se hallaba el paradero de Kenny Peterson.
—Su hombre les espera en una nave industrial abandonada en Dundalk, en la calle Quinta. Allí es donde llevaba a cabo sus operaciones relacionadas con el tráfico de drogas antes de que lo pillaran y lo metieran en la cárcel —finalizó la explicación.
La policía se puso en movimiento de inmediato, al tiempo que los paramédicos abandonaban la ambulancia y se abrían paso entre los curiosos para llegar al lugar donde se encontraban los heridos.
George Logan aprovechó ese momento para aclararse la garganta y disculparse con Luc sin necesidad de que Jennifer volviera a lanzarle una mirada recriminatoria.
—Coleman, siento mucho el contenido de la llamada telefónica. Estábamos desquiciados y me temo que escogimos el camino más fácil. También quiero disculparme por el trato que te ha dado la policía, del cual soy el único responsable. Espero que puedas perdonarnos. —Luc negó con la cabeza, indicándole que no era preciso que alargara la disculpa—. Te agradecemos profundamente que hayas traído a Jennifer sana y salva. Estamos en deuda contigo.
George Logan extendió el brazo y Luc usó la mano libre, que sentía cada vez más entumecida, para estrechar la del hombre.
La sinceridad y el arrepentimiento del señor Logan, que se hacía extendible a toda la familia, fueron suficientes para que Luc dejara atrás aquel asunto tan desagradable.
—Por mi parte, está todo olvidado —les dijo.
Antes de que Luc se opusiera por segunda vez consecutiva a seguir las instrucciones de los facultativos, que le indicaron que se tumbara en la camilla, Jennifer se dejó llevar por los impulsos de su corazón y lo aferró por la muñeca. Tras una mirada inundada de magia por parte de ambos, se puso de puntillas y lo besó en los labios en presencia de todo el mundo, sin importarle hacerlo delante de sus padres y de su hermana.
—Te quiero —le dijo ella, antes de dejar caer los talones sobre el suelo.
Luc le acarició el óvalo de la cara mientras la miraba casi reverencialmente, como si fuera la criatura más especial sobre la faz de la tierra. En realidad lo era, al menos para él. Le sonrió con complicidad, y eso fue todo lo que logró hacer porque lo que sentía por Jennifer estaba tan fuera de sus posibilidades que le faltó valor para corresponder a sus palabras con las suyas propias.
Luego siguió a los paramédicos a pie hasta la ambulancia.
—¿Cuándo demonios ha ocurrido esto? —le preguntó su padre, sin poder disimular las emociones discordantes que colisionaban en su interior.
—Os lo explicaré todo más tarde, ahora debo ir con él.
—Por supuesto que irás con él, pero no solo de acompañante. Tú también necesitas un examen físico —le recalcó Ashley con el tono admonitorio, pues sabía lo reticente que era Jennifer a dejarse explorar por los profesionales de la medicina.
Compartieron la misma ambulancia que los llevó a las urgencias del hospital Johns Hopkins. A Luc le colocaron una vía intravenosa para administrarle suero y calmantes y, al llegar allí, fueron atendidos por distintos médicos en relación a la gravedad de las heridas.
A Jennifer la examinó una doctora joven que diagnosticó una leve contusión en la cabeza y le recetó unos analgésicos que también actuaban como antiinflamatorios. Cuando le preguntó si tenía algo de ropa que pudiera prestarle —le avergonzaba pasearse por ahí con el vestido azul roto— la doctora, amablemente, le ofreció un desgastado uniforme azul que sacó de un armario, con el que procedió a vestirse después de darle las gracias.
En la sala de espera, preguntó a varios médicos sobre el estado de Luc hasta que uno de ellos supo decirle que se encontraba bien y que, aunque había perdido mucha sangre, la bala no había tocado ninguna arteria de las más importantes. Confirmó que en breve podría marcharse a casa. Jennifer llamó a su familia desde un teléfono público para tranquilizarlos, haciéndoles la promesa de que comería con ellos al día siguiente, y luego se sentó para esperar a Luc mientras mordisqueaba una chocolatina que había sacado de la máquina expendedora.
Ya había oscurecido cuando él abandonó por su propio pie el interior de las consultas médicas. Llevaba el brazo en cabestrillo pero tenía mejor aspecto que hacía tres horas. Le dijo que lo habían atiborrado a calmantes y antibióticos pero que, desaparecido el dolor, se sentía incluso con fuerzas de echar una carrera.
Ella deseó besarlo. Su necesidad por estrecharse contra su pecho y sentir sus fuertes brazos rodeándola era tal, que se le puso un nudo emotivo en la garganta. No lo hizo porque, una vez que la euforia del peligro había cesado, temía que él fuera a rechazarla volviendo a esgrimir los argumentos con los que decidió alejarse de ella para siempre. Sin embargo, a raíz de los nuevos acontecimientos, tenía la sensación de que volvía a haber cuestiones pendientes entre los dos que necesitaban ser resueltas cuanto antes.