Capítulo 13

EL agua estaba tibia y el gel emitía un agradable olor a lavanda. Él se sumergió hasta la cabeza y luego se retiró la espuma que se le había quedado adherida al pelo antes de ocupar un extremo de la bañera. No era muy grande, apenas había espacio para ella en el otro extremo, pero Jennifer se las apañó para acoplarse en el hueco libre, enlazando las piernas a las de él.

Le sorprendió que Luc continuara mirándola con tanto deseo. Lo habían hecho una vez más en su cama y, en esta ocasión, le había pedido que se colocara encima de él para que llevara las riendas. Se le formó una sonrisa en los labios al recordar que él no había aguantado mucho en esa posición, pues le gustaba dominar y ser quien marcara los tiempos. A ella no le importaba lo más mínimo, pues parecía conocer su cuerpo mucho mejor que ella misma.

Jennifer le pidió que le sujetara las piernas mientras se replegaba contra su cuerpo para poder darse un chapuzón. Emergió con la cara llena de espuma blanca y los ojos fuertemente cerrados para que el gel no se le metiera dentro. Una vez más, esa imagen tan corriente que podía pertenecer a la vida de cualquiera continuó haciendo estragos en la coraza de Luc.

Quería vivir ese momento, o cualquier otro que se le pareciera, muchas más veces.

Con ella.

«Tendrá que ser en tus sueños.»

Luc le acarició la piel tersa de las pantorrillas y Jennifer por fin abrió los ojos a la luz mortecina del baño. Todavía no había asimilado del todo que él estuviera junto a ella. Hacía siglos que no se sentía tan feliz. Lo miró detenidamente y el alma se le ensanchó tanto que parecía imposible que le cupiera dentro del cuerpo. Qué atractivo era. Los rasgos nobles de antaño habían mutado y ahora tenían un matiz un tanto canalla y descarado, de hombre curtido en cientos de batallas. Sus ojos tampoco eran tan transparentes como entonces, encerraban atrayentes enigmas y misterios que ella ansiaba conocer. Y su cuerpo atlético y viril robaba el sentido. Hacía que una mujer necesitara constantemente que la encerrara entre sus brazos, que la envolviera en testosterona y que la hiciera arder de placer.

Pero por encima de todo, lo amaba. Como el primer día. Y lo seguiría amando mientras viviera.

Volvió a fijarse en la cicatriz de su brazo izquierdo y alzó la mano para acariciar la piel rugosa.

—¿Cómo te la hiciste? —preguntó.

Luc observó los dedos femeninos que se movían suavemente sobre la marca y se lo contó.

—Fue a los cinco meses de ingresar en prisión. En la cárcel se forman bandas de reclusos y lo único que puedes hacer para sobrevivir es unirte a una o bien ganarte el respeto de otra manera. De lo contrario, tu vida allí dentro puede convertirse en un auténtico infierno.

—¿Qué camino tomaste?

—Me gané el respeto.

—¿Y cómo se gana uno el respeto en un sitio así?

—Siendo más listo que el resto. Y también con los puños. —Jennifer hizo una mueca. No podía ni imaginar las experiencias horribles por las que habría tenido que pasar—. Había un tío, el cabecilla de una de las bandas, que me había estado tocando los cojones desde el primer día. Quería que me uniera a ellos y como yo pasaba de él, se encabronó y decidió hacerme la vida imposible. Me pasé todo ese tiempo esquivándole porque no quería meterme en problemas. Kenny conseguía que lo dejaran en paz pasándoles droga, pero yo tuve que recurrir a la fuerza. Aquel día estábamos en el comedor y se formó una pelea entre dos reclusos. Al cabo de unos segundos estaba todo el mundo enzarzado en la pelea, y el tipo del que te hablo aprovechó la situación para atacarme. Esto que ves —comentó, señalando la cicatriz con la cabeza— me lo hizo con un cuchillo que robó de la cocina. Me agredió por la espalda, como los cobardes, y mientras los guardias trataban de poner orden en el comedor con el resto de los reclusos, ninguno se preocupó por separarnos. Creo que estaban deseando que alguien tuviera las agallas de cargarse a aquel cabrón, y por eso no intervinieron. Fue una pelea larga y sangrienta, a vida o muerte. —Jennifer se inclinó hacia delante y apoyó la barbilla sobre la rodilla de Luc, que sobresalía del agua—. En uno de esos forcejeos, el cuchillo salió disparado y él me tumbó de un puñetazo. Le había roto la nariz y su agresividad se había multiplicado. De repente, me encontraba en el suelo y aquel gorila saltó sobre mí. Ocurrió de una manera rápida. Tanteé alrededor, encontré el cuchillo y cuando me cayó encima, él mismo se lo clavó hasta la empuñadura. En la enfermería no pudieron hacer nada por él, aunque creo que tampoco lo intentaron demasiado. El caso es que, desde aquel día, nadie más volvió a meterse conmigo.

—Jesús... —musitó Jennifer.

Luc le acarició el cabello mojado y le sonrió de manera protectora.

—Eso no fue nada comparado con lo otro.

—¿Te refieres al hombre al que disparaste?

—Sí.

Jennifer entendía que hablar sobre ese tema no debía de ser nada fácil para Luc, menos todavía cuando exigía que se quitara la armadura con la que llevaba tantos años protegiéndose. Los recuerdos debieron de asaltarlo porque sus ojos se opacaron y sus líneas gestuales se acentuaron hasta formar una expresión amarga. Jennifer se mantuvo en silencio y esperó pacientemente a que se tomara el tiempo que necesitara hasta que decidiese compartirlo.

—¿Recuerdas que alguna vez te hablé de Allison? —preguntó, con la mirada fija en la burbujeante espuma que los rodeaba.

—Claro que sí, tu hermana.

—Creo que también llegué a contarte que tenía una relación con un hombre casado.

—Con un millonario de cuarenta y tantos años que era el propietario de una cadena de tiendas de ropa con presencia en todo el país —asintió ella—. También me dijiste que tenía dos hijas adolescentes y que por eso llevaban la relación en secreto.

—Hasta que mi hermana se cansó de esconderse.

Temiéndose cuál sería el rumbo que iba a tomar aquella historia, Jennifer le rodeó la pierna con los brazos y le dedicó su total atención.

Por su parte, Luc tenía la sensación de que había dejado de ser dueño de sus palabras. No sabría precisar con exactitud el momento en el que había tenido lugar esa transformación aunque, más bien, se había producido poco a poco, desde que Jennifer había entrado en el Ale House. Tras las conversaciones con el que fue su abogado durante el proceso penal, jamás había vuelto a hablar de aquello con nadie y tampoco tenía la intención de volver a hacerlo. Pero ahora, mientras ella lo miraba con esos sentimientos tan leales y tan firmes que él siempre rehuía, no se vio capaz de alzar más muros entre ellos. Esa noche necesitaba que su amor le caldeara un poco las entrañas y que amortiguara el rancio dolor que se las aprisionaba.

—Allison lo obligó a escoger entre dos opciones: o dejaba a su mujer y seguía con ella, o desaparecía definitivamente de su vida. Pero a aquel miserable hijo de puta no le convino ninguna. No quería separarse de su esposa y tampoco perder a mi hermana. Prefirió verla muerta a que ella lo dejara.

Jennifer sintió un estremecimiento que le recorrió la columna vertebral. Aunque hacía una temperatura muy agradable y el agua estaba templada, se quedó helada, pues ya podía palpar el contenido de la tragedia.

Durante el transcurso de los últimos días, se le habían ocurrido multitud de situaciones terribles que podrían haberlo impelido a matar a una persona. Pero la realidad siempre era mucho más espeluznante que la ficción.

—Encontraron su cadáver en un contenedor de basura pocas semanas después de nuestro último encuentro. Él la arrojó allí como si fuera un despojo. Le había dado una paliza porque tenía la cara... destrozada, aunque la causa del fallecimiento fue muerte por asfixia. La encontraron con una de sus medias enrollada al cuello.

Tuvo que hacer una pausa. Convivía a diario con esos recuerdos que jamás se difuminaban, por mucho tiempo que pasara, pero ponerles voz era una tarea mucho más costosa.

—Lo siento mucho, Luc.

Jennifer alargó un brazo bajo el agua, tanteó para encontrar su mano y enlazó los dedos a los suyos. Aunque todavía quedaban residuos del que con toda razón debió de ser un odio corrosivo, ahora Luc hablaba desde el dolor.

—Lo arrestaron, lo interrogaron como imputado en una audiencia inicial y luego lo soltaron por «falta de pruebas». Pasó de ser el sospechoso número uno a un hombre libre de toda sospecha. Su esposa le salvó el culo al respaldarlo con la coartada de que, supuestamente, había pasado toda la noche con ella. Convenció al juez y al fiscal, pero a mí no. —La rabia le hizo apretar los dientes—. Cuando me enteré casi me volví loco, así que agarré mi arma y me planté en su casa con la idea de arrancarle una confesión a punta de pistola. —Movió la cabeza, como si ahora aquel plan le pareciera una estupidez—. Era pasada la medianoche cuando él llegó solo en su coche. Me colé en su garaje, detrás de él, y luego esperé junto a la puerta de entrada a la vivienda a que saliera, para que no tuviera hacia dónde escapar. Aunque no lo intentó. Se quedó allí plantado, fingiendo asombro al ver el arma con la que lo encañonaba. Nos habíamos visto en una ocasión, Allison nos presentó, así que sabía perfectamente quién era yo y por qué estaba allí.

—¿Y lo negó?

—Al principio sí. Yo estaba fuera de mis casillas, desquiciado. Hacía más de cuarenta y ocho horas que no dormía y él aprovechó que estaba emocionalmente roto para soltar todo ese rollo psicológico para convencerme de que no había asesinado a mi hermana. Pero ninguna de sus asquerosas mentiras le funcionó. Yo quería su confesión antes de matarlo. Me creía capaz de apretar el gatillo para administrar la justicia que no habían aplicado los jueces, así que lo estampé contra la pared, le puse la pistola contra la cabeza y lo amenacé con volarle la tapa de los sesos si no confesaba. Y confesó. Creo que al verse sin escapatoria perdió el juicio por completo, y en lugar de continuar defendiéndose o incluso suplicarme que no lo matara, comenzó a relatar como un puto demente lo que le había hecho a mi hermana. Fue lo más duro que he tenido que escuchar en toda mi vida. —Un remolino de rabia le agitó la respiración y tuvo que hacer una pausa para sobreponerse al desgarrador recuerdo. Jennifer estrechó el enlace de sus manos, infundiéndole amor como cura a las heridas que vislumbraba en su alma—. No pude soportarlo, sus palabras vejatorias hicieron que... que perdiera los estribos. Me alejé de él un par de metros y cuando se dio la vuelta y quedó de frente, disparé dos veces.

Jennifer cerró un momento los ojos mientras la voz de Luc seguía abriéndose paso en su cerebro.

—Hasta el instante en que disparé y él cayó al suelo, no fui del todo consciente de lo que había hecho. Mis actos me asquearon, pero no me arrepentí en ningún momento. Me sentí liberado —le reveló, sin ningún pudor—. Su mujer y sus hijas no debían de estar en casa porque no acudieron al garaje, así que cuando me repuse de la conmoción, agarré el móvil y llamé a la policía.

Jennifer continuaba con los ojos cerrados. A Luc le hubiera gustado penetrar en sus pensamientos para saber lo que estaba sintiendo.

—Qué historia tan dura —musitó, casi sin habla.

Al abrir los párpados, su mirada seguía siendo cristalina, exenta de emociones contradictorias, pero Luc necesitó asegurarse de que ella no era como todos los demás.

—Si decides salir corriendo por esa puerta para no regresar jamás, quiero que sepas que lo entenderé. Pero has de hacerlo ahora mismo porque si te quedas aquí, no soportaré mirarte y encontrarme con que tú también me juzgas.

Jennifer agitó la cabeza en sentido negativo. Después, se incorporó lo suficiente para atrapar los labios de Luc entre los suyos y darle un beso emotivo y lleno de calor.

—Hiciste algo horrible, creo que ni siquiera tú tienes dudas de ello. ¿Pero alguna vez esas personas que te han señalado con el dedo se han planteado cómo actuarían si se vieran en tu misma situación? Yo no puedo ni imaginármelo, solo sé que si alguien hiciera daño a los que quiero, sería capaz de saltarme todos mis principios.

Le acarició el pelo y esperó a que él la creyera antes de volver a besarlo con dulzura e intensidad. Ella le calaba tan hondo que Luc no quería ni pensar en el modo que iba a emplear para desligarse de Jennifer una vez que amaneciera un nuevo día. No podía quedarse a su lado. No podía amarla ni cuidarla como ella merecía.

—¿Qué sucedió después? —le preguntó, al tiempo que volvía a acomodarse en la bañera.

—Me detuvieron, me interrogaron, me declaré culpable ante el juez y me encarcelaron sin fianza. El juicio se celebró poco tiempo después ante un jurado popular. Yo no tenía antecedentes penales, me había declarado culpable del delito y los informes psicológicos diagnosticaron un estado de enajenación mental transitoria, así que mi defensa se basó en las circunstancias atenuantes para conseguir rebajar la pena y que me condenaran por un delito de homicidio en segundo grado. Me cayeron quince años de cárcel, de los cuales cumplí diez por buena conducta. Y ahora estoy con la condicional.

—Si hubiera sabido que estabas en la cárcel, yo...

—Prefiero que no hayas sabido nada —la interrumpió—. No me hubiera gustado verte aparecer por allí.

Jennifer entendió el razonamiento aunque no lo compartiera.

—Ven aquí. —Luc le tomó las manos y tiró de ella para que se pusiera en pie. Con el cuerpo parcialmente oculto entre innumerables fragmentos de espuma, se sentó a horcajadas sobre él y le pasó los brazos alrededor de los hombros—. No pienso volver a hablar de este tema en toda la noche. Quiero ver cómo desaparece esa expresión tan triste porque ahora estoy aquí, y estoy bien. Te necesito al cien por cien para cuando vuelva a llevarte a la cama.

Sus últimas palabras le arrancaron una sonrisa perezosa.

—Te quiero, Luc.

Jennifer selló su declaración de amor dándole un beso reposado y recreado al que él respondió de igual forma. No obstante, al toparse con sus ojos, no pudo descifrar si sus sentimientos eran recíprocos porque él no se permitía exhibir sus emociones, fueran cuales fueran.

Jennifer acarició con la yema del pulgar el contorno de su cara y siguió el movimiento que trazaba su dedo con la mirada. Tras escuchar su durísimo testimonio, las fechas y los acontecimientos que tuvieron lugar en aquella época le suscitaron algunas dudas.

—El día que planeamos vernos en Langham si los dos continuábamos sintiendo algo el uno por el otro, tú...

—Ya estaba en la cárcel —le confirmó.

—Y continuabas amándola a ella —musitó, sin emplear un tono interrogatorio.

Él afirmó con la cabeza y luego deslizó las manos por sus muslos hasta depositarlas sobre las nalgas, que apretó ligeramente.

—Pero lo nuestro fue especial.

Jennifer asintió, tratando de aceptar de una vez por todas el hecho de que Luc no habría acudido al encuentro aunque no hubiera estado preso en la cárcel.

Luc atisbó que la expresión se le entristecía aun en contra de su voluntad. Ella debió de pasarlo muy mal aquel día, pero él no quería escucharlo.

La velada estaba tomando un cariz demasiado emocional y Jennifer estaba traspasando todas las capas de hormigón con las que había revestido su alma, porque ahora estaba seguro de que todavía la conservaba; al menos, una parte de ella. No estaba preparado para que nadie se acercara a ese lugar, no creía que fuera a estarlo nunca. Por lo tanto, sin mediar palabra y con la intención de romper con aquel clima tan íntimo y personal, Luc se alzó en la bañera con Jennifer enroscada a su cuerpo y salió del baño, encharcando el suelo a su paso.

—¿No deberíamos secarnos primero? —Jennifer se sentía como una pluma entre sus brazos—. Vamos a poner la cama perdida de agua y de espuma.

—Al diablo con ella. Tenía pensado cambiar el colchón antes de que me produzca una lesión en la espalda. Hasta los de la cárcel eran más cómodos que este.

Luc la soltó en la cama y ella se deslizó hasta ocupar el centro de la misma. A Jennifer le parecía increíble que después de un testimonio tan sobrecogedor, la necesidad de hacer el amor con él volviera a provocar que sus entrañas le hirvieran. La forma en que Luc la miraba a los pies de la cama, con ese deseo tan carnal y desesperado, hizo que la boca se le secara, que el corazón se le apresurara y que la entrepierna se le humedeciera de cálidos fluidos. Él ya estaba excitado, su generoso miembro ostentaba un ángulo perfecto en consonancia con los pesados testículos. Aquel cimbreó al subirse a la cama, mostrándole a Jennifer que el glande ya lucía las primeras gotas de líquido preseminal. No se demoró en agarrarlo para mover la mano en torno a su gran envergadura, mientras él le alzaba la cara entre las manos y procedía a abrasarle la boca con un beso apasionado.

—¿Qué es lo que tienes que me vuelve tan loco, Jennifer? —Tironeó de sus labios y los perfiló con la lengua, al tiempo que le soltaba la cara para acoplar las manos a los senos—. Adoro tu boca, tus pechos. —Hizo rodar los dedos sobre los pezones y ella suspiró—. Tu precioso y jugoso coño.

Luc la empujó delicadamente por los hombros para instarla a que se tumbara. A continuación, retiró algunas pompas de jabón que habían quedado adheridas al vello rubio de su pubis, le alzó las piernas y le abrió los muslos, que mantuvo sujetos por la cara interna de las rodillas. Jennifer sintió que su mirada la calcinaba, y que su lengua la derretía cuando entró en contacto con su vulva. Luc volvió a lamerla con deleite, alternando caricias profundas con otras más superficiales. Unas veces repasaba cada tierno pliegue con dulzura y otras tantas saqueaba su sexo con voracidad. Jennifer agarró las sábanas con fuerza y gimió su nombre. Un tórrido calor le explosionó en la piel a medida que él la estimulaba, hasta que hizo aparecer una vez más el palpitante placer que afilaba cada fibra sensible de su cuerpo.

Luc le soltó las piernas y ella hincó los talones en el colchón lleno de bultos. Enredó los dedos entre los oscuros cabellos, a la vez que él separaba los labios exteriores y estiraba hacia arriba la piel superior del clítoris para después proceder a chuparlo. Cuando lo notó endurecido contra los labios lo azotó con la lengua, y ella elevó la pelvis contra su boca.

El sabroso festín que se estaba dando, unido a la violencia de sus gemidos, lo calentó tanto que pronto notó un punzante dolor atravesándole la polla. Luc se vio impelido a abandonar la apetitosa entrepierna y se irguió sobre las rodillas para trastear en el cajón de la mesita y coger un preservativo.

Ella lo miró con expresión doblegada, extasiada, mientras él enfundaba el miembro en el látex y luego lo deslizaba sobre la carne resbaladiza de su sexo. Jennifer se estremecía cada vez que sentía el glande presionar sobre el clítoris, y se impacientaba cuando se apretaba contra la entrada de la vagina sin llegar a penetrarla.

Le lanzó una mirada de desesperación para que se apresurara.

—¡Luc!

La espalda se le arqueó cuando él empujó y se incrustó en ella de un solo golpe. Estaba dilatada y empapada, así que no era necesario recurrir a más preámbulos para caldearla. Con cuidado de no aplastarla, Luc se dejó caer sobre su cuerpo excitado, que se removió satisfactoriamente bajo el suyo. Después, le colocó los brazos por encima de la cabeza, enlazó los dedos y aplastó sus manos contra el colchón.

Luc la observó desde su posición dominante y llegó a la rápida conclusión de que no existía experiencia más placentera que tener a Jennifer tal cual la tenía ahora: a su merced y absoluta disponibilidad. Ella no era del todo consciente del poder sexual que ejercía sobre él, y ese era uno de sus encantos. Había otros muchos, como el dulce candor que desprendía cada poro de su piel, o la marea de candentes emociones que asomaban a sus ojos y que lo atraían como si él fuera un náufrago y ella un puerto seguro.

En realidad, ella era la que lo dominaba a él.

Bajó un poco la cabeza para lamer los pezones rosados mientras ella le rodeaba las caderas con las piernas y se preparaba para recibir sus acometidas. Luc empujó al compás de sus sensuales jadeos y se esmeró en descubrir nuevas formas de provocarle placer, probando con distintos ritmos y profundidades. La embestía lentamente, para después adquirir un ritmo rápido, y viceversa. Algunas veces imprimía cierta dureza y otras la penetraba con suavidad.

—Suéltame las manos, quiero tocarte —musitó.

Los glúteos de Luc tenían un tacto férreo y ella los acarició mientras se comprimían con cada nuevo embate. Deslizó las manos por la zona lumbar y fue ascendiendo por la musculosa espalda, deleitándose con su elasticidad, a la vez que deshacía las gotas de agua que le moteaban la piel. Al llegar a la cabeza se la sujetó con las manos y lo miró con amor.

Mientras se observaban, Jennifer sintió la imperiosa necesidad de expresarle con palabras hasta sus más recónditos sentimientos. Ya le había dicho hacía un rato que lo quería, pero «querer» era una palabra demasiado restrictiva para definir lo que sentía por él. Necesitaba ser mucho más precisa al respecto.

—Te amo, Luc. —le acarició las mejillas, arañándose las yemas de los dedos con la barba de varios días—. Te amo tanto que me duele.

A él también le dolió escucharla, le dolió tanto que hubo de romper el contacto con sus pupilas para aligerar el peso de esas palabras. Consciente de que Luc se sentía incapaz de amarla, de amar a nadie, y que cualquier muestra de afecto le producía un hondo rechazo, Jennifer cambió el discurso de sus ojos y le atrajo la cara para dedicarle una mirada hambrienta.

Lo besó con pasión para avivar el fuego que les lamía la piel y que les hacía arder como teas. De todas las veces que había tenido sexo con él, Jennifer percibió notables diferencias con el resto, pues ahora se entregaba a ella de un modo incondicional, como si le molestara la piel, la carne y los huesos, como si quisiera llegar a algún lugar donde él no tuviera que esconderse tras su fachada, y ella pudiera encontrarse con todo lo que guardaba dentro.

Por primera vez, Luc le estaba haciendo el amor. Aunque hacía esfuerzos por que sus ojos fueran insondables, sus emociones estaban impresas en el modo de besarla, en la manera en que sus manos le acariciaban los costados e incluso en el modo en que el rostro se le crispaba con cada ramalazo de placer.

Luc la amó con una intensidad fuera de lo común, y Jennifer se sintió como si hubieran retrocedido diez años en el tiempo. Así es como habría sido si los remordimientos y los sentimientos de culpabilidad no les hubieran impedido llegar hasta el final, aquella mañana en la habitación del hotel de Langham. Pero el pasado ya era historia. Lo que importaba era el presente y el futuro que deseaba tener a su lado.

Jennifer arqueó la garganta y jadeó hasta quedarse sin aliento cuando sintió que un delicioso calambrazo le recorría la parte baja del vientre. Los músculos de la vagina se contrajeron rítmicamente en torno al pene y Luc apoyó la boca en su sien para ahogar su respiración alterada contra el cabello dorado.

—Estoy a punto de correrme, cariño —murmuró, rozando la suave piel con los labios—. Es insoportable eso que le haces a mi polla, es como si... joder, no puedo explicarlo con palabras.

Una sudorosa Jennifer se echó a reír desde el éxtasis y luego bajó las manos hacia la rotunda curva de sus glúteos. En ellos hincó los dedos para seguir el ritmo trepidante que Luc imprimió a sus acometidas. Aunque él acababa de decir que su orgasmo era inminente, ella lo recibió algunos segundos antes.

Jennifer creyó ver puntos de colores flotando a su alrededor mientras agitados temblores de placer les sacudían los cuerpos.