Capítulo 55

«NO lo había soñado, eran disparos», se dijo Carla.

La inspectora se desangraba a través de la cuenca vacía del ojo. Aun así, al oír las detonaciones tuvo la sangre fría de permanecer completamente inmóvil, en silencio, esforzándose por averiguar de dónde procedían. Solo se le ocurría una persona capaz de encontrarlas.

—¡Matt! —chilló.

La hija del policía estaba inconsciente, aún seguía drogada y había perdido tanta sangre como ella.

—Papá... —Susie llamaba a su padre con un débil hilo de voz.

Sin dejar de gritar el nombre de Matt, Carla intentó reanimarla. No podía perderla tan cerca del final.

Pero pasaban los minutos y solo el silencio había seguido a aquellos disparos. Ni más tiros ni voces ni pasos, ninguna señal que avivara sus esperanzas de salir vivas de allí.

Cuando terminó de entender lo que estaba sucediendo, se dio cuenta de que hacía un par de minutos que había dejado de llamar a Matt. Tenía la mirada clavada en el filo luminoso de debajo de la puerta. Miraba aquella pequeña porción de suelo con su único ojo inundado en lágrimas, deseando que a ella también le hubieran inyectado una sobredosis. De pronto, la sombra de unos zapatos bloqueó la luz. Alguien se había detenido delante de la puerta. La pelirroja quiso gritar, pero el miedo le hizo contener la respiración. ¿Y si no era Matt? Quiso girarse para proteger a Susie y enseguida recordó que estaba encadenada. Entonces, tras tres golpes secos, el candado saltó por los aires y el Rojo derribó la puerta.

—Matt... —murmuró Carla.

El policía intentó forzar los grilletes que encadenaban a Susie a la pared, trató incluso de arrancarlos del muro con las manos, pero no consiguió más que lastimar a su hija. Necesitaba algo para hacerlos saltar, así que se agachó en la oscuridad y tanteó el suelo buscando cualquier cosa punzante con la que forzar la cerradura. Entonces escuchó el silbido del aire cortado por el filo de un machete.

—¡Yetch!

El cuchillo le había pasado cerca, por encima de su cabeza, y se había clavado en la puerta del armario. Carla empezó a gritar. Se dibujaba en el umbral la silueta contrahecha del chófer, que forcejeaba para liberar su arma de la madera. Matt no esperó tanto, se levantó y lo agarró por los brazos, desgarrándole la herida de la axila, impidiéndole reaccionar. Lo empujó con todas sus fuerzas para apartarlo de allí y lo arrastró por el pasillo hasta que, de pronto, al llegar a los escalones que bajaban al taller, los pies de Damián perdieron contacto con el suelo y salió despedido de espaldas contra uno de los ganchos vacíos. El golpe fue tan brutal que cayó con todo su peso sobre el filo del garfio y quedó ensartado, desgarrándose por dentro.

El irlandés chasqueó la lengua con sarcasmo.

—¡Yetch!...