Capítulo 28
EMPEZARON a caminar hacia la puerta abierta, pero de pronto Iris se zafó del brazo de su novio y se detuvo en mitad del pasillo.
—Yo no voy a entrar ahí... —dijo con la voz entrecortada.
Eric se giró y trató de abrazarla, aunque ella consiguió volver a escaparse. El chico desistió, la luz de la linterna no era suficiente para perseguirla por el túnel.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó—. ¿Quedarte aquí a oscuras?
La chica no podía parar de temblar mientras se arrimaba a la pared, acurrucándose contra ella. Tenía los ojos llenos de lágrimas y se estremecía muerta de frío y de miedo.
—Saldré por allí —señaló hacia el otro extremo del túnel, hacia la puerta cerrada. Eric negó horrorizado con la cabeza.
—¡No! Jandro tiene razón. Si alguien la ha cerrado, puede que siga...
—Se cerró sola —replicó ella. Eric suspiró y bajó los brazos.
—Ven con nosotros —le rogó—. Tiene que haber otra salida por este lado...
—No. La única entrada es esta, por donde hemos venido. Puedo ir sola y no necesito luz. Todo lo que tengo que hacer es seguir la pared del túnel.
—Vamos —insistió Eric—, no me hagas esto.
—¿Que no te haga qué? —repuso ella estallando de rabia—. ¿Y lo que me estás haciendo tú a mí? Te digo que tengo miedo y quiero irme, pero prefieres seguir detrás de tu amiguito.
No parecía sencillo convencerla, desde luego, pero lo que no podía permitirle era cruzar sola la puerta y enfrentarse a oscuras a lo que pudiera haber al otro lado.
—Tengo una idea —dijo al fin—. Espéranos aquí sentada, sin abrir esa puerta. Cuando encontremos una salida, volveremos a buscarte, y si no la hay, regresaremos contigo para salir por donde tú dices. ¿Qué te parece?
Iris se lo pensó un momento y al final aceptó.
A partir de ese momento eran solo tres. Eric esquivó la mirada reprobadora de Mónica y se situó junto a Jandro al lado de la linterna. «Tú tampoco te has quedado con ella», pensó. Para Jandro, en cambio, casi era un alivio haberse deshecho de Iris: estaba hasta las narices de aguantar los quejidos y el lloriqueo de aquella niñata. Además, no era para tanto; aunque no lo dijera, estaba seguro de que la puerta se había cerrado sola. No sabía cómo, pero era estúpido pensar que hubiera nadie más en aquel maldito búnker.
Más allá de la puerta abierta, el ruido del motor era mucho más intenso. El nuevo túnel tomaba una curva hacia la derecha y los pasadizos y casetas desaparecían paulatinamente hasta convertirlo en una especie de pasillo circular, cada vez más estrecho, como un embudo. El suelo parecía más arenoso que hasta entonces, más sucio, y los escombros y restos sin identificar se acumulaban a los pies de las paredes como en un vertedero.
Mónica se dejaba llevar por Jandro igual que una muñeca rota. Le asustaba abrir los ojos en aquel infierno de sombras que la imaginación y la débil luz de la linterna dibujaban en su cabeza. Lo peor era el olor: le hacía crear en su mente horrores que la atormentaban. Aquel olor estaba vivo, palpitaba. Cuando una bocanada de aire caliente le sacudió el estómago, tuvo que apartarse y vomitar.
Eric la agarró del brazo para que no se cayera. Ella se alegró de que en la oscuridad no pudiera ver su cara pálida y demacrada.
—Aquí dentro huele fatal —gimió. Dentro de la penumbra creyó ver que él sonreía.
—Sí, la verdad es que sí. Vamos, que este no nos espera.
Eric tenía razón. Jandro se había adelantado unos metros y seguía inspeccionando el túnel. No podían verlo, aunque sí distinguían la luz de su linterna. Iris consiguió incorporarse y caminaron hacia el destello, pero al llegar no encontraron a Jandro, sino su linterna abandonada en el suelo.
El grito de Mónica recorrió todo el túnel.
* * *
No muy lejos de allí, Iris seguía sentada en el pasadizo cuando escuchó un alarido que le estremeció. No distinguió la voz, distorsionada por los kilómetros de cemento del búnker, pero no le cabía duda de a quién pertenecía. Algo horrible debía de haber sucedido.
«Lo sabía —se dijo—. A la mierda, no voy a esperar sentada.» Se incorporó de un respingo y trató de caminar hacia sus amigos, pero sus piernas se negaron a obedecerla. Se dio cuenta de que no iba a ser capaz de internarse ni un centímetro más en el túnel.
Regresó a la seguridad de la pared y empezó a caminar palpándola hacia el otro extremo del conducto, hacia la puerta cerrada. Sus dedos se deslizaron por el cemento sintiendo su tacto frío y cortante.
Unos minutos después llegó al final de aquel tramo de túnel y tocó el óxido de la puerta de acero. Respiró hondo y empezó a girar la manivela.
La compuerta cedió enseguida. Cuando abrió la gruesa hoja de un tirón y pasó al otro lado, le pareció que el aire era un poco más limpio en ese extremo. Así que, sabiéndose más cerca de la salida, empezó a correr a oscuras olvidándose por completo de la pared.
Entonces su cabeza chocó contra algo duro y cayó al suelo.
* * *
Eric llamaba a su amigo desgañitándose, sin recibir respuesta.
—¡Jandro! ¡Jandro!
Mónica estaba sentada en el suelo junto a la linterna, llorando. Nadie contestaba. Jandro parecía haberse esfumado. Eric regresó junto a la chica, recuperó la linterna y la ayudó a levantarse.
—Tranquila, habrá ido a mear —dijo obligándola a ponerse en marcha—. Aparecerá enseguida.
Ni siquiera él podía creer sus propias mentiras. No tenía ni puñetera idea de dónde estaba su amigo ni de por qué cojones tuvo que alejarse de ellos.
De todos modos, el camino no tenía desvíos ni recodos, así que no podía haber ido muy lejos. Eric resolvió que era tan mala idea esperarlo como ir a por él, así que tiró del brazo de Mónica y siguieron caminando hacia delante, intentando ignorar las mil y una preguntas que les bullían en la cabeza. ¿Qué estaba sucediendo en los túneles?
La linterna parpadeaba cada vez más a menudo, su luz había pasado de un haz amarillo reluciente a un lamentable hilillo anaranjado que solo alumbraba una lengua de polvo en suspensión. Mónica arrastraba los pies colgada del hombro de Eric, con la mirada perdida en la oscuridad.
—Debemos estar llegando —jadeó él después de un rato. Estaba cansado de cargar con el peso muerto de la chica y tenía la boca seca—. El motor se oye muy cerca, tal vez haya una salida. No tengo ni idea de por dónde andará Jandro, pero...
En ese momento, la linterna encontró el final del túnel y, allí, una pareja de escalones.
* * *
Iris recobró el sentido tumbada en un charco. Tenía las rodillas ensangrentadas y sentía un terrible dolor sobre la ceja, que empezaba a hincharse. Se intentó incorporar apoyándose en la pared. No tardó en darse cuenta de que seguía en el túnel, pero estaba tan desorientada que no recordaba cómo había llegado hasta allí. No se le ocurrió preguntarse contra qué se había golpeado hasta que sintió aquel aliento pútrido a su espalda.
Se levantó y echó a correr a ciegas. Su mano derecha buscaba el tacto de la pared para poder orientarse, pero no siempre lo encontraba. Tropezó varias veces con lo que fuera que había tirado en el suelo, e incluso sus pies se enredaron en algún tipo de cable que se aferró a su piel como un alambre espinoso. Fue un milagro que consiguiera mantener el equilibrio. Escuchaba aquellos pasos pesados muy cerca de los suyos. Sentía que corría hacia ninguna parte, igual que un ratón en la rueda de su jaula. Entonces sus dedos encontraron la compuerta entreabierta; si no recordaba mal, era la última antes de la salida. En su rostro se dibujó algo parecido a una sonrisa cuando atravesó el umbral y creyó distinguir la claridad de la noche. Respiraba agitadamente. De pronto, oyó otro jadeo entremezclándose con el suyo. Iris se detuvo.
La chica se dejó caer hacia atrás, despacio, apoyando con sigilo la espalda en la pared para tomar posición en la penumbra. El silencio era absoluto. Contuvo la respiración y frunció el ceño para que sus pupilas se acostumbraran cuanto antes a la casi imperceptible claridad.
—¿Hay alguien ahí? —se atrevió a preguntar con un hilo de voz.
Aunque estaba segura de haber oído algo, se echó a reír. De pronto aquella situación empezaba a parecerle terriblemente ridícula. Sin embargo, lo volvió a escuchar y la risa se ahogó en su garganta. Sus ojos siguieron la línea de una silueta oscura plantada delante de ella, tan cerca que hubiera podido lamer su risa. Tan cerca como para que solo deseara gritar.
—¡Yetch!
* * *
Eric alzó la linterna despacio; en mitad del túnel había otra caseta igual que las anteriores encajada entre las paredes del pasadizo. Para seguir buscando la salida iban a tener que atravesarla. Cuando la débil claridad introdujo un hilo de luz en el cubículo, se dio cuenta de que había un objeto bloqueando el paso.
—Qué coño es esto... —murmuró.
Algo colgaba del techo en el centro de la caseta. Parecía una piñata, pero no paraba de chorrear filamentos de una sustancia oscura que encharcaba el suelo con un sonido pastoso. Eric levantó un poco más la linterna.
Lo que colgaba del techo era Jandro.
Jandro sin piernas, Jandro sin ojos, Jandro con la cara deformada y decenas de heridas abiertas por todo el pecho. Su abdomen rajado no podía contener las vísceras. Eric perdió el control de sus piernas y estas se doblaron dejando caer a Mónica, quien, cuando comprendió que aquello era su novio, se derrumbó a los pies de la escalera.
—¡Mónica, escúchame! —gritó Eric sujetándola para que dejase de mirar.
Ella se lo quitó de encima a manotazos, subió las escaleras y se abrazó a los restos de su novio empapándose de sangre.
—¡No! —chilló desesperada.
La sangre que envolvía la piel desollada de Jandro le hizo resbalar hasta el suelo y cayó de rodillas sobre el charco viscoso con el aliento ahogado en un siseo. No podía creerlo. Empezó a vomitar, a sacudirse compulsivamente. Cuando Eric la abrazó, ya no era la misma, era otra, al borde de la locura.
—Ya está... —murmuró el chico en su oído, luchando consigo mismo para no mirar el goteo grumoso que caía desde el borde tronchado de la columna vertebral de su mejor amigo—. Vamos a buscar a Iris y a salir de aquí. Llamaremos a la policía.
Sin embargo, no había manera de mover a Mónica del suelo. Eric la agarró por los hombros, la obligó a darse la vuelta y la miró fijamente a los ojos.
—Mónica —dijo—, mírame. Quienquiera que haya hecho esto puede seguir por aquí.
Esas palabras la despertaron de su pesadilla y la sumergieron en otra más cercana, más inmediata, más urgente: salir de allí. Se estremeció y dejó de llorar, se enjugó las lágrimas, se incorporó con la ayuda de Eric y se agarró de su brazo. Empezaron a caminar por el borde de la caseta evitando rozar el cuerpo de Jandro. Salieron por el otro lado y se encontraron en la continuación del mismo túnel. Más allá se acababa de encender una luz.