Capítulo 20
EL exinspector Márquez tenía los ojos de un azul muy intenso, igual que su hija. Cuando Matt irrumpió en el despacho de Almeida, se clavaron en él como dardos envenenados.
—No te hemos llamado, Rojo —dijo Almeida, que ya suponía por lo que venía.
—¿Qué narices es esto, jefe?
La puerta de cristal se cerró detrás del irlandés con un golpe seco.
—Hola, Matt —le saludó Márquez desolado. Su rostro mostraba un intenso dolor y muchas horas sin dormir.
—Siento lo sucedido —contestó Matt—. Solo quiero saber por qué no se me deja colaborar.
El comisario Almeida suspiró y le hizo un gesto con la mano, invitándolo a ocupar la única butaca vacía.
—Siéntate.
Matt se sentó a la derecha de Márquez. Antes de que el comisario empezara a hablar, se fijó un segundo en el hombre que tenía a su lado. Solo se había jubilado hacía unos meses, pero parecía haber envejecido diez años en las últimas horas. Se preguntó cómo reaccionaría él si a Susie le pasara algo parecido.
—Quiero pedirte disculpas, Márquez —dijo—. Comprendo que no es un momento fácil. Lo que pasa es que no entiendo que se me retire del caso.
—No se te retira de nada, Rojo... —replicó el expolicía con la voz apagada. Matt se giró confuso hacia Almeida. Este carraspeó y comenzó a explicarse.
—No tenemos ningún motivo para relacionar este caso con ninguno de los que tú investigas.
—¿Cómo que no? —exclamó el irlandés recordando el mapa de puntos rojos—. La zona... Almeida le interrumpió con un gesto de su mano.
—No sigas, Matt —pidió Márquez bajando la mirada.
El tozudo irlandés sacudió la cabeza, se levantó airado y empezó a pasear por el despacho intentando calmarse.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó al fin.
—No estás apartado de ninguna investigación —contestó Almeida—. De hecho necesitamos que te sigas ocupando de esas desapariciones.
—¿Entonces?
El comisario miró por un segundo a Márquez antes de seguir con Matt, y este pudo ver en sus ojos ese brillo de lástima y compasión que solo se puede sentir por un amigo.
—Márquez me ha pedido que me encargue de un modo más personal del caso y le he dicho que sí. He puesto a uno de mis mejores hombres a la cabeza de la investigación y ya se están haciendo averiguaciones.
Matt miró a los dos tipos desconcertado.
—¿Sacas el caso de mi departamento?
—Ya te he dicho que está al margen de tu trabajo.
—¡Eso es una mierda! —exclamó el pelirrojo marcando sin proponérselo su fuerte acento irlandés.
Almeida le fulminó con la mirada y señaló a Márquez.
—Por Dios, un poco de respeto.
El policía jubilado tenía la cabeza baja y la mirada perdida en el suelo, no quería entrar en la discusión.
—Sé cómo te sientes, Matt —murmuró—, pero compréndeme.
—¿Que te comprenda? —gruñó Matt—. Comprende tú que llevo nueve años con estas desapariciones, ¡nadie puede ayudarte mejor que yo!
—Matt —intervino Almeida con gesto severo—, la discusión ha terminado. Métete en la cabeza que esta es una investigación distinta a la tuya y lárgate.
El irlandés no daba crédito.
—Tienes a un chaval en el calabozo que puede ayudarme, ¿y me pides que me mantenga al margen?
El comisario asintió y le señaló la puerta.
—Así es, adiós.
Matt se alejó unos pasos de la mesa de su superior y tomó aire.
—Señores, lamento mucho la desaparición de...
—Ruth —apuntó el padre de la chica.
—De Ruth. Pero tengo motivos para pensar que lo que sepa su novio puede...
—¿Por qué? —murmuró entre dientes.
—Porque no es asunto tuyo.
—No queremos presionarlo —intervino Márquez.
—¿Crees que ha sido él? —dijo el Rojo—. ¿Crees que te dirá dónde la tiene? Pues te equivocas, Márquez, se equivocan los dos. Él no ha tenido nada que ver.
—Tú no lo sabes —gruñó el comisario perdiendo la paciencia.
—Déjame interrogarlo.
—Te he dicho que no.
—Es mi investigación —protestó Matt acercándose al escritorio. Almeida se puso de pie y se encaró con él.
—No, esta no lo es.
El rudo policía entendió que tenía la batalla perdida. Sabía de sobra cómo caía dentro del departamento y cuáles eran realmente sus bazas en un enfrentamiento con el comisario. Ninguna. Se separó de la mesa y se dirigió a la salida.
—Dime al menos quién lleva la investigación —dijo.
—No es asunto tuyo.
Matt sonrió furioso y agarró el pomo de la puerta.
—Prométeme que se me informará de los progresos que tengan que ver con mi trabajo. Almeida se volvió a sentar.
—Adiós, Matt.
El irlandés apretó el puño en el picaporte, descargando su ira contra el metal.
—Ya... —susurró con resquemor—. Adiós.
—Adiós, Rojo —lo despidió Márquez—. Lo siento.
Matt abrió la puerta y al momento le asaltaron los ruidos incesantes de la comisaría. Una marabunta de voces, de tecleos histéricos, los pitidos de la máquina de café... Consultó el reloj colgado en la pared de la sala de espera. La tal Ruth llevaba más de doce horas desaparecida.
Se iba, sí, pero antes se dio la vuelta y se dirigió a Márquez.
—No te preocupes —espetó—. Tu hija ya está muerta.